ació en Pereira, Colombia, estudió Ingeniería Civil y se dedicó a la geotecnia. El aprendizaje extraído del suelo, sus profundidades y secretos, terminaron por conducir a Lucrecia Dalt hacia las hondas fosas del sonido. En ese territorio experimenta con diversos materiales, busca nuevos usos, aplicaciones, herramientas de interpretación de su propia historia y diseño de nuevas estructuras, lo que le permite crear un lenguaje propio con el que enfrentar al mundo.
Residió en Barcelona y, desde hace más de una década, en Berlín. Su trabajo evoluciona y archiva para luego salir revitalizado en un nuevo álbum. La música para la película “The Seed” (Sam Walker, 2021) o la serie de HBO Max “The Baby” (Lucy Gaymer y Siân Robins-Grace, 2022) son entradas todavía recientes que nos permiten entender sus particulares exploraciones, que ella no tiene reparo en explicar: “Siempre tienes una idea romántica de lo que es un compositor, pero hay un montón de cosas que existen en el cine que tienen que ver con las satisfacciones de otro. En ese contexto es complejo sentir libertad creativa, porque estás a merced de la visión de otra persona. Sin embargo, creo que, de alguna manera pasiva, me he hecho una educación al respecto que me condujo a pensarme desde fuera, desde otra subjetividad, que me hace dialogar y llevar más allá mis ideas”.
“Anticlines” (RVNG Intl., 2018) y “No era sólida” (RVNG Intl., 2020) son álbumes importantes en la trayectoria de nuestra interlocutora porque contienen los sedimentos de “¡Ay!” (RVNG Intl.-Popstock!, 2020), su nuevo larga duración. Hablamos de un álbum que transita por los bordes, que busca nuevas formas de expresión, otras maneras de comunicar y de romper los límites para construir un umbral que camine entre el aquí y ahora y el tiempo que vendrá. Conozcamos parte del método que le ha permitido alumbrarlo: “Soy de hacer listas de cosas que quiero tener o no en un disco, de cosas que quiero explorar o no. Soy de preguntarme por qué hago esto o aquello. Y, la verdad, no lo sé. Ese es el misterio del impulso creativo y ese impulso es mi razón de vivir, de estar presente y consciente. En ese punto encuentro razones y agrupo las cosas que tienen sentido y las vuelco en un mismo lenguaje. Me gusta crear ficciones, historias, ciertas técnicas que quiero aplicar, pensar en esa especie de otra subjetividad y qué puedo hacer para que el impulso inmediato no colonice lo nuevo”, asegura.
“¡Ay!” es la concentración de un momento vital, que pone en diálogo al mundo con el universo, a nuestras normas con las posibles formas de romper con ellas. El disco es una espesa, ágil, profunda y delicada forma de indagar en los espacios recónditos de la mente, de poner en jaque nuestra conciencia, nuestros modos de articular el entorno. De repensar los sistemas de relación, de poner palabras y explicar lo inexplicable. De enfrentarse a nuestro entorno y preguntarnos por qué decidimos llamar las cosas del modo en que lo hacemos, como en “Ceci n’est pas une pipe” (1928-1929), el célebre cuadro de René Magritte que visibilizó precisamente lo que niega: el lenguaje, las palabras y las formas que hemos construido para comunicarnos. A través de estas diez canciones, Dalt construye un imaginario que interpela y desajusta: “Indagué en mi inconsciente y encontré ahí los espacios de memoria, hechos concretos y no, porque también hay ficciones, preguntas, como qué significa para un extraño o incluso para alguien que no habita en este planeta ver ciertos elementos por primera vez”.
Una entidad extraterrestre llega a nuestro planeta y se enfrenta a nuestras definiciones del tiempo, el cuerpo y el amor. El álbum está anclado en la literatura de ciencia ficción, en la música experimental, los ritmos latinoamericanos, la improvisación del jazz, la estridencia del noise y capas y más capas de extrañeza. Ahí se funden la literatura e imaginarios de Philip K. Dick, el cut up de William S. Burroughs y los desbordantes paisajes de la escritura neobarroca, con sonidos, timbres, ritmos y atmósferas que tejen un amasijo de símbolos y posibilidades de restituir nuestras formas de comprender el mundo. Lo que les decíamos, sin restricciones: “Nunca me he interesado por los géneros”, aclara nuestra protagonista. “La música que me gusta tiene que ver con una fuerza o pulsión que responde a todas las incógnitas relacionadas con el sonido y las decisiones conscientes de lo que quiero explorar. No tengo problemas en moverme en diversos territorios, todo es parte de la misma inquietud. Me senté a escuchar canciones de salsa para entender las progresiones y de qué manera se construyen, cómo generan el tipo de sensación que consiguen y de qué forma podía hacer eso con mi música. Fue una especie de estudio de la emoción, no del género, al contrario, porque no sigo reglas fundamentalistas. Todo esto lo mezclo con David Lynch, y su particular manera de presentarnos el mundo, algo completamente único, que también rescato de Peter Greenaway, Lucrecia Martel o Apichatpong Weerasethakul”.
Con más de una decena de discos entre colaboraciones, bandas sonoras y trabajos personales, Lucrecia Dalt ha construido su propio hábitat. Un mundo donde las texturas, capas e intensidades deambulan por el espectro sonoro y documentan el pasaje de lo inquietante. Su trabajo pesquisa las marcas, los puntos que delimitan el territorio y transgreden los signos del tener que ser: “Tengo las mismas preocupaciones desde hace mucho tiempo: las de mi devenir artístico y las de entender cuál es el límite de mi propia finitud o existencia. Siempre escribo desde ahí, pero cada disco se desarrolla de una forma distinta y cada uno tiene un imaginario diferente que confluye en este tema”.
El encierro durante la pandemia y la distancia resultante la llenaron de recuerdos y melancolía. La música fue el refugio para encontrar espacios cálidos donde la salsa, merengue y bolero se convirtieron en la manera de estar cerca de la familia, los afectos, el baile y la amistad. El contraste entre la realidad del mundo –traducido en la música experimental– y ese cuarto propio de música tropical –mezclada con jazz, reggae y dub– fueron el peculiar ecosistema del que surgió este disco. En él las atmósferas, ritmos y el uso de una voz narrativa le permitieron reescribir su propia historia e imaginar la de otros mundos posibles: “Cuando llegó la pandemia, con este parón vital y emocional que nos hizo repensar lo que estábamos haciendo, cuestionándonos con más fuerza nuestra labor como artista, lo primero que sentí fue un rechazo a lo que estaba produciendo hasta ese momento, o más bien un distanciamiento. Necesitaba explorar otro tipo de cosas que habitaban en el universo mental inmerso dentro de la pandemia”.
Ficciones, historias, ciertas técnicas musicales aplicadas, la reflexión sobre la subjetividad, el freno al impulso de lo inmediato y, sobre todo, excavar e indagar en lo nuevo e inexplorado; diversos referentes y afecciones habitan este álbum, una exploración exhaustiva por rincones y géneros: “Hay mucha inspiración de Alice Coltrane o de The Upsetters, y muchas cosas de mi infancia. Estuve superinvadida por ese ambiente y fue en ese minuto cuando supe que era el momento de empezar el disco. Era un instante donde estaba todo muy cargado emocionalmente y la música también. Las melodías y progresiones me exigieron sentarme y pensar qué quería”. Sus conocimientos en geología y su experiencia bajo tierra, dentro de perforaciones de más de un metro de diámetro, alimentaron un imaginario extraño que se construye entre metáforas y una poética del sonido capaz de restaurar el temblor de lo sensible: “Abrazar esa riqueza emocional es lo que ha hecho que sea la artista que soy, y de alguna manera me permite decir ‘esta soy yo, esta es mi historia, mi mundo y mi sonido”.
Colores, temperaturas, formas, texturas y frecuencias se mueven sintéticas por el espacio. La materia primigenia viene de ahí, el polvo de estrella; la eclosión y explosión de los elementos que se encuentran en percusiones, trompetas, clarinetes, flautas, contrabajos, voces e instrumentos de viento: “Quería tener ciertos materiales del bolero, como la trompeta, flauta y clarinete, y, de la salsa, el piano. Sabía que tenía ganas de explorar estos géneros desde su forma más pura, tratando de procesar lo menos posible. Eso lo conseguí gracias a las percusiones de Alex Lázaro. Junto a él buscamos el patrón básico del tumbao y las formas de traerlo a nuestro mundo, al tiempo que cuestionábamos cómo debíamos afinar las congas o los procesamientos que podrían sumarse. También trabajé con sintetizadores modulares, creé envolventes que complementaron los patrones rítmicos y me enfoqué mucho en intentar encontrar un sonido que estuviera más en la línea de lo anterior a nivel de textura, pero con estos instrumentos reales que venían a entregar un nuevo universo sonoro”.
En “¡Ay!” –que fue nuestro disco de la semana a finales de octubre– existe evolución, trabajo y preocupación por los detalles. Persigue la creación de imaginarios imposibles en contextos posibles y busca dar cuerpo a un relato oral hecho de capas, donde la palabra toma un rol fundamental y la voz se torna un instrumento que no solamente narra, sino que aproxima y acentúa las exploraciones de lo extraño. Todo esto, de alguna manera, siempre ha estado ahí, según explica: “Es un disco que siempre tuve en mi cabeza, de un modo muy intuitivo. Sabía que quería un álbum que mezclara el recuerdo de crecer en Colombia, con mi familia, con una madre muy melómana que llenaba toda la casa de música y que contribuyó a que tuviera un espacio emocional muy arraigado con ese estar y crecer ahí. Ahí habité junto a boleros, merengues, música tradicional colombiana y muchísimos géneros que convergieron por el simple hecho de crecer en ese lugar, en mi casa y, sobre todo, en Colombia, donde hay toda esta confluencia de ritmos tropicales, con un sentido de la salsa que se desarrolló muy fuerte, o con los boleros, que tuvieron una continuidad local y enraizada en nuestras sonoridades. Los recuerdos llegaron con distintas intensidades, con una riqueza artística brutal y abrazadora”.
“El camino es una red”, dice Dalt en “El Galatzó”, primera canción del álbum. Tal vez esa idea esté orientada a pensar en una red de conexiones que vienen a contrastar los sistemas de vida que existen hoy en el mundo. Una suerte de mapa desmontable, conectable, alterable y modificable, de múltiples entradas, salidas y líneas de fuga. La propuesta es diversa y múltiple; la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica, se presentan desde su necesidad vital. Todos los elementos en este álbum inciden en el otro, en su estructura y disposición. Sin centros, la música se mueve entre distintos géneros y disciplinas. Y llegan las preguntas. ¿Es acaso un disco performático? ¿Dónde se encuentra su centro? ¿Está en las palabras, en los sonidos, en los ecos y reminiscencias que atraen los materiales de cada instrumento? Lucrecia responde apelando a la disciplina académica que tan bien conoce: “Me identifico con el tiempo geológico, con las cosas que están completamente desligadas de cualquier linealidad. En esta historia traté de proponer esto a través de la existencia de un tipo de consciencia diluida en el espacio y cómo esta podría tener experiencias subjetivas en la Tierra. Ahí comienza la ficción, la que me lleva a pensar en el ciclo del agua, en la piel y en el mercado de los cuerpos y en encontrar una manera de describir lo que se ve por primera vez”.
Crear una ciencia ficción en la que coexista lo concreto con lo imaginado, que permita que la memoria narre acontecimientos de los que jamás fue testigo, un mundo propio en el que refugiarse de la devastadora presencia de estos tiempos. Un mapa genealógico de sonidos, herencias, ritmos, cursos narrativos y visiones de lo inexistente. “¡Ay!”, de Lucrecia Dalt, nos sitúa en un paisaje que busca lo recóndito y que reconstruye, entre osamentas, el paisaje de lo inédito. ∎
Lucrecia Dalt forma parte de la alineación artística de este peculiar EP, compuesto junto a otros seis músicos hábiles en la improvisación: Rashad Becker, Charlotte Collin, Laurel Halo, Julia Holter, Kohei Matsunaga y Grégoire Simon. Encerrados en sus habitaciones –ubicadas en lugares tan distantes como Los Ángeles, Berlín, Osaka o París– sin mayor aproximación al trabajo del otro que las capacidades telepáticas de cada uno, tocaron sin ningún medio de comunicación ni monitoreo. El material individual fue reunido, superpuesto y mezclado dando como resultado dos experimentales composiciones, absolutamente lúcidas y basadas en el azar.
Sobre todo es un trabajo provocador, hipnótico y abstracto. Un álbum lleno de ricas disonancias, ritmos que se encuentran, interpelan, disocian y cambian de estado, pasando de livianos y sutiles a concretos y pesados. Todo ello sin dejar de lado instantes sonoros que se diluyen en el espacio, se esparcen a sus anchas en una mixtura de atmósferas y texturas que brillan silenciosamente en el hondo y delicado imaginario de Dalt.
Estamos ante álbum de energía sobrenatural, de misteriosa electrónica y tratamientos narrativos y vocales que permiten entender su evolución en el tiempo. El disco construye atmósferas etéreas y transparentes que, a través del collage, el noise y envolventes paisajes sonoros, consiguen la contención de un caudal que nunca se desborda y que se mueve entre lo siniestro, lo calmo y lo hipnótico, dejando al descubierto un lenguaje creativo único.
Tras “Field Recordings In The Forest Of Colombia” (Autoeditado, 2020), vuelve a compartir créditos con Aaron Dilloway, músico experimental y exintegrante de Wolf Eyes, en un álbum otra vez sorprendente. La colaboración es un collage de susurros, instrumentaciones, sonidos procesados, texturas metálicas, espacios electroacústicos, glitches estridentes, coloridos paisajes y, al mismo tiempo, ambientes realmente hipnotizantes.
Veintiocho desconcertantes piezas producidas especialmente para la comedia de horror –creada por Lucy Gaymer y Siân Robins-Grace– “The Baby” (2022) es lo que construye en esta ocasión Dalt a partir de voces extrañas, sonidos corporales, cantos de garganta y electrónica distorsionada. Todo esto mezclado con ritmos y el sello inconfundible, particular y siempre asombroso de la artista, quien en este trabajo cuenta con la colaboración en las percusiones de Álex Lázaro y el violín de Gibrana Cervantes, entre otros músicos. ∎