¿Cómo juzgar un festival de las proporciones mastodónticas de Mad Cool? Hay tantas cosas, tantos detalles a tener en cuenta que resulta realmente difícil. Vayamos por partes. Llegar hasta el recinto es incómodo. Ir en coche sin una entrada VIP supone tener que aparcar a una distancia aproximada de dos kilómetros, si no más. El transporte público queda igualmente lejos y, de manera inexplicable teniendo en cuenta la implicación directa de las instituciones públicas madrileñas, no ofrece ampliación de horarios como el tren de cercanías que da servicio a toda la comunidad madrileña. Capítulo aparte merece el servicio de Uber, asociado de forma específica con el festival e inflando sus tarifas de manera desproporcionada.
Una vez dentro, en esta edición ha sorprendido para bien la buena organización de barras y servicios. Teniendo en cuenta la dificultad para servir a tal cantidad de público, es para quitarse el sombrero. Pero si entramos en lo verdaderamente importante en un festival de música, que es la música en sí, Mad Cool pretende llegar a un número de gente tan amplio y variopinto que inevitablemente pierde cualquier posibilidad de tener personalidad propia. Es un enorme cajón de sastre donde tiene cabida cualquier cosa susceptible de acaparar likes o con los suficientes oyentes mensuales en Spotify como para llamar la atención de sus organizadores. La línea estilística queda a un lado. La fórmula, aunque criticable por el sector del público más exigente, certifica el buen ojo de su dirección para llegar a un número inmenso de potenciales compradores de entradas.
Ahora la pregunta es si, a excepción de los cabezas de cartel de cada día, supondría una merma en su capacidad de convocatoria no incluir al 90% de su line up. Yo creo que no. Una parte importante del público de Mad Cool busca la “experiencia” festivalera y, aunque resulte paradójico, en esa experiencia la música puede ser un factor secundario. Con todo, la matrícula de honor va para el público. En todos los días de festival no he visto a nadie demasiado pasado de rosca, no ha habido incidentes reseñables y el ambiente en general ha sido de lo más amigable y respetuoso. Vaya el mayor aplauso de este texto para las casi 70 mil personas por jornada –menos el domingo, que fue con mucho el día más flojo– que han abarrotado el recinto. El año que viene más y, a poder ser más pequeño, por favor. JPH
Fueron, junto a Villagers, lo mejor de la primera jornada. Desde los primeros compases de “He Said She Said” quedó claro que el trío escocés estaba en disposición de avasallar a la audiencia con su apabullante electrónica y la taxativa voz de Lauren Mayberry, que canta con una fuerza que despeina. Despacharon temas de sus cuatro álbumes, y especialmente con “Leave A Trace”, “Bury It” o “Clearest Blue” consiguieron crear un clima hipnótico, nítido y aplastante a la vez. Si alguien esperaba calibrar la potencia de CHVRCHES en función de la que despliegan en sus discos, habrá quedado absolutamente deslumbrado. Usando música pregrabada no habría sonado mejor. MAB
Desde última hora de la tarde, ese parque temático que es Mad Cool empezó a llenarse de señores maduros (algunas señoras también) con camisetas de grupos heavies. No eran carne festivalera, sino veteranos fans de Metallica a quienes el resto del cartel probablemente traía sin cuidado. Tan pronto como James Hetfield y compañía terminaron sus dos horas de concierto, la mayoría se fue en tropel por donde había venido. Con sonrisas de oreja a oreja, pues Metallica son muy buenos en lo suyo y, además, rescataron temas antiguos como “Ride The Lightning” o, a modo de colofón, el indispensable “Master Of Puppets” en boga también por “Stranger Things”. Pero, a menos que estés en su rollo, su aserradero es monótono y cargante. MAB
Ponga usted a Villagers en el peor escenario –el más pequeño y alejado del cogollo–, a la peor hora –a las seis de la tarde, con el sol madrileño castigando coronillas– el primer día de festival y cometerá una clamorosa injusticia. Apenas doscientos espectadores se congregaban a sus pies cuando la banda de Conor J. O’Brien empezó a tocar. Con todo, aún peor es que los guitarrazos de Seasick Steve, en el otro extremo del recinto y al mismo tiempo, se mezclen con el pop exquisito de los dublineses. Eso ya no es injusticia, sino falta de respeto y estructura. Rica en texturas, en eso me recordó a Talk Talk, la música de Villagers poco a poco fue aumentando la cifra de congregantes, que gozaron con un cantante soberbio –que también se anima con la trompeta, además de la habitual guitarra acústica– y momentos de prosopopeya como “A Trick Of The Light”, con su hermosísima línea de bajo, o “Courage”, que O’Brien dedicó a “aquellos que disfrutan del primer festival tras el COVID”. MAB
“Blue Weekend”, de Karl Denver (1963), titulado igual que el último álbum de Wolf Alice, abrió y cerró el compacto concierto de los londinenses, con repertorio suficiente para aguantar 55 minutos sin lagunas. Un problema le encuentro, sin embargo: en esa alternancia de trallazos guitarreros y medios tiempos con matices, los primeros suenan a grunge trillado –eso mismo lo hacían Babes In Toyland hace treinta años–, por lo que solo en los segundos parece estar la verdadera enjundia de la premiada y venerada formación. “Smile”, con la que arrancaron, y la balada “The Last Man On Earth”, con la que Ellie Rowsell concluyó sentada al borde del escenario, fueron los momentos más excelsos. MAB
¿Existen realmente fans de Deftones en España; gente que pueda decir: “Son mi banda favorita”? No lo creo, lo que puede explicar que su actuación en el mismo escenario y a la misma hora que Metallica el día anterior en vez de atraer a una masa apiñada de fieles presentase más calvas que un servidor. Muchos, supongo, fueron a verlos porque, ya que estaban allí… O para coger buen sitio de cara a The Killers. Quien más, quien menos, pensaba que en algún momento entre 1995 y la actualidad los de Sacramento se habían ido al garete junto con la cáfila completa del nu metal. Pero resulta que no, que continúan publicando discos regularmente y que Chino Moreno, aunque distante con la parroquia, sigue desgañitándose como el primer día. Con un repertorio muy bien escogido –cuatro canciones de su mejor disco, “Around The Fur”, de hace 25 años: “Be Quiet And Drive (Far Away)”, “My Own Summer (Shove It)”, “Lotion” y “Headup”–, brindaron un concierto benemérito. MAB
El trío inglés funcionó como píldora necesaria para bajar el ritmo cardíaco después de la elevación eufórica de Muse y regresar a casa con los ánimos calmados. Con un claro dominio de “An Awesome Wave” (2012) –su álbum debut– entre las canciones del repertorio, alt-J sigue apostando por la construcción de atmósferas íntimas con su propia forma de observar al folk, a contramano de las tácitas exigencias actuales de este tipo de eventos. Y cuando la entrega es total, como fue el caso en esta madrugada de sábado, el efecto es ansiolítico. MA
La pregunta entre el público era si el grupo se había separado y esto era una gira de reunión, pero Incubus han seguido en activo de manera ininterrumpida desde su fundación a primeros de los 90. En Madrid, los californianos comparecieron en un envidiable estado de forma. Compactos, tan certeros y virtuosos como se les recordaba. Una máquina perfectamente engrasada de metal y funk que supo intercalar repertorio más reciente con los grandes clásicos de su repertorio, con “Drive”, ya en la recta final, como canción más celebrada. Conciertazo. JPH