Annie Clark, la sacerdotisa de St. Vincent. Foto: Alfredo Arias
Annie Clark, la sacerdotisa de St. Vincent. Foto: Alfredo Arias

Festival

Mad Cool: “experiencia” festivalera en perpetuo crecimiento

Mad Cool, uno de los festivales de mayor tamaño de nuestro país, regresó a pleno rendimiento, desplegando cinco jornadas de notable intensidad a las afueras de Madrid –entre el 6 y el 10 de julio– y confiando todo al tirón de unos cabezas de cartel muy populares, que cumplieron con el cometido de atraer a 310.000 personas, según las cifras de la organización.

¿Cómo juzgar un festival de las proporciones mastodónticas de Mad Cool? Hay tantas cosas, tantos detalles a tener en cuenta que resulta realmente difícil. Vayamos por partes. Llegar hasta el recinto es incómodo. Ir en coche sin una entrada VIP supone tener que aparcar a una distancia aproximada de dos kilómetros, si no más. El transporte público queda igualmente lejos y, de manera inexplicable teniendo en cuenta la implicación directa de las instituciones públicas madrileñas, no ofrece ampliación de horarios como el tren de cercanías que da servicio a toda la comunidad madrileña. Capítulo aparte merece el servicio de Uber, asociado de forma específica con el festival e inflando sus tarifas de manera desproporcionada.

Una vez dentro, en esta edición ha sorprendido para bien la buena organización de barras y servicios. Teniendo en cuenta la dificultad para servir a tal cantidad de público, es para quitarse el sombrero. Pero si entramos en lo verdaderamente importante en un festival de música, que es la música en sí, Mad Cool pretende llegar a un número de gente tan amplio y variopinto que inevitablemente pierde cualquier posibilidad de tener personalidad propia. Es un enorme cajón de sastre donde tiene cabida cualquier cosa susceptible de acaparar likes o con los suficientes oyentes mensuales en Spotify como para llamar la atención de sus organizadores. La línea estilística queda a un lado. La fórmula, aunque criticable por el sector del público más exigente, certifica el buen ojo de su dirección para llegar a un número inmenso de potenciales compradores de entradas.

Ahora la pregunta es si, a excepción de los cabezas de cartel de cada día, supondría una merma en su capacidad de convocatoria no incluir al 90% de su line up. Yo creo que no. Una parte importante del público de Mad Cool busca la “experiencia” festivalera y, aunque resulte paradójico, en esa experiencia la música puede ser un factor secundario. Con todo, la matrícula de honor va para el público. En todos los días de festival no he visto a nadie demasiado pasado de rosca, no ha habido incidentes reseñables y el ambiente en general ha sido de lo más amigable y respetuoso. Vaya el mayor aplauso de este texto para las casi 70 mil personas por jornada –menos el domingo, que fue con mucho el día más flojo– que han abarrotado el recinto. El año que viene más y, a poder ser más pequeño, por favor. JPH

Carly Rae Jepsen: poquita cosa. Foto: Jordi Vidal
Carly Rae Jepsen: poquita cosa. Foto: Jordi Vidal

Miércoles, 6 de julio

Carly Rae Jepsen

Carly Rae Jepsen –como Villagers pocas horas antes– sufrió también las injerencias de un concierto simultáneo, en este caso el de Metallica, hasta el punto de que algunos en el público animaban la espera cantando “Nothing Else Matters”, cuyos arpegios llegaban nítidos desde el fondo norte. La canadiense, esa mezcla de Kylie Minogue y Róisín Murphy, tiene poquita voz pero muy desagradable, lo que suple con una banda pétrea y una eficaz y simpática corista. “Julien”, “Gimmie Love” y la esperada “Call Me Maybe” constituyeron sus puntos culminantes, y cuando esta última sonó, en el tramo final del concierto pero no en último lugar, el personal empezó a desfilar en busca de otras atracciones. MAB

Hipnotismo con CHVRCHES. Foto: Sergio Morales
Hipnotismo con CHVRCHES. Foto: Sergio Morales

CHVRCHES

Fueron, junto a Villagers, lo mejor de la primera jornada. Desde los primeros compases de “He Said She Said” quedó claro que el trío escocés estaba en disposición de avasallar a la audiencia con su apabullante electrónica y la taxativa voz de Lauren Mayberry, que canta con una fuerza que despeina. Despacharon temas de sus cuatro álbumes, y especialmente con “Leave A Trace”, “Bury It” o “Clearest Blue” consiguieron crear un clima hipnótico, nítido y aplastante a la vez. Si alguien esperaba calibrar la potencia de CHVRCHES en función de la que despliegan en sus discos, habrá quedado absolutamente deslumbrado. Usando música pregrabada no habría sonado mejor. MAB

Metallica: metal maduro. Foto: Jordi Vidal
Metallica: metal maduro. Foto: Jordi Vidal

Metallica

Desde última hora de la tarde, ese parque temático que es Mad Cool empezó a llenarse de señores maduros (algunas señoras también) con camisetas de grupos heavies. No eran carne festivalera, sino veteranos fans de Metallica a quienes el resto del cartel probablemente traía sin cuidado. Tan pronto como James Hetfield y compañía terminaron sus dos horas de concierto, la mayoría se fue en tropel por donde había venido. Con sonrisas de oreja a oreja, pues Metallica son muy buenos en lo suyo y, además, rescataron temas antiguos como “Ride The Lightning” o, a modo de colofón, el indispensable “Master Of Puppets” en boga también por “Stranger Things”. Pero, a menos que estés en su rollo, su aserradero es monótono y cargante. MAB

Placebo

Quienes vimos al grupo de Brian Molko en directo en la segunda mitad de los 90 podemos dar fe de que su actuación en Mad Cool fue un viaje en el tiempo, lo que sin duda supuso una alegría para los nostálgicos. “Correcto” y “previsible” son dos adjetivos que pueden utilizarse para catalogarlo, lo mismo que “oscuro” y “vibrante”. Sin comerlo ni beberlo, una canción de su repertorio, su versión de “Running Up That Hill”, de Kate Bush –que ellos publicaron en 2003–, se ha convertido en la pieza de moda actualmente (gracias a “Stranger Things”) y, por tanto, en la más conocida hoy de las grabadas por Placebo. Ninguna mejor para finalizar su concierto y dejar los ánimos arrebolados. MAB

Villagers: exhibición emocional. Foto: Alfredo Arias
Villagers: exhibición emocional. Foto: Alfredo Arias

Villagers

Ponga usted a Villagers en el peor escenario –el más pequeño y alejado del cogollo–, a la peor hora –a las seis de la tarde, con el sol madrileño castigando coronillas– el primer día de festival y cometerá una clamorosa injusticia. Apenas doscientos espectadores se congregaban a sus pies cuando la banda de Conor J. O’Brien empezó a tocar. Con todo, aún peor es que los guitarrazos de Seasick Steve, en el otro extremo del recinto y al mismo tiempo, se mezclen con el pop exquisito de los dublineses. Eso ya no es injusticia, sino falta de respeto y estructura. Rica en texturas, en eso me recordó a Talk Talk, la música de Villagers poco a poco fue aumentando la cifra de congregantes, que gozaron con un cantante soberbio –que también se anima con la trompeta, además de la habitual guitarra acústica– y momentos de prosopopeya como “A Trick Of The Light”, con su hermosísima línea de bajo, o “Courage”, que O’Brien dedicó a “aquellos que disfrutan del primer festival tras el COVID”. MAB

Wolf Alice: semilla grunge. Foto: Sergio Morales
Wolf Alice: semilla grunge. Foto: Sergio Morales

Wolf Alice

“Blue Weekend”, de Karl Denver (1963), titulado igual que el último álbum de Wolf Alice, abrió y cerró el compacto concierto de los londinenses, con repertorio suficiente para aguantar 55 minutos sin lagunas. Un problema le encuentro, sin embargo: en esa alternancia de trallazos guitarreros y medios tiempos con matices, los primeros suenan a grunge trillado –eso mismo lo hacían Babes In Toyland hace treinta años–, por lo que solo en los segundos parece estar la verdadera enjundia de la premiada y venerada formación. “Smile”, con la que arrancaron, y la balada “The Last Man On Earth”, con la que Ellie Rowsell concluyó sentada al borde del escenario, fueron los momentos más excelsos. MAB

YUNGBLUD: en voz alta. Foto: Alfredo Arias
YUNGBLUD: en voz alta. Foto: Alfredo Arias

YUNGBLUD

Lo mejor que puede decirse de Dominic Richard Harrison es que grita muy bien. Ciertamente hay estilos que exigen a los cantantes desgañitarse, pero ¿es necesario llegar al paroxismo para decir: “Hola, buenas noches”? Tras el atronador saludo, un chico, a mi lado, le dijo a su acompañante: “Este no acaba el concierto”. Igual eran otorrinos y estaban frotándose las manos. El caso es que lo acabó y, en el transcurso del mismo, atizó nuestros tímpanos con esa mezcla de rock duro, punk y virutas de hip hop que en el fondo es el emo de toda la vida. Un concierto gimnástico respaldado por una banda que sonó con precisión. MAB

​​Amyl And The Sniffers: la gran jefa. Foto: Sergio Morales
​​Amyl And The Sniffers: la gran jefa. Foto: Sergio Morales

Jueves, 7 de julio

​​Amyl And The Sniffers

El cuarteto australiano –que entró a última hora en cartel– no engaña a nadie. Lo suyo es punk sin dobleces ni medias tintas. Sonido ratonero y sucio liderado por una frontwoman brillante sobre la que recae todo el peso del proyecto. Su nombre es Amy Taylor y es como una Wayne County renacida. En su enérgico paso por Mad Cool demostró lo que vale dejándose la piel y la garganta, saltando, gritando y jaleando a las masas. La cantante se ganó el respeto de quienes presenciamos su concierto. Hasta dónde podría llegar con una banda solvente de verdad está aún por ver. JPH

La solvencia de beabadoobe. Foto: Jordi Vidal
La solvencia de beabadoobe. Foto: Jordi Vidal

beabadoobe

Recibida como una auténtica estrella, con una ovación cerrada, la cantante filipino-británica salió al escenario con el público más joven totalmente entregado. Su actuación vino a confirmar que su música bebe directamente del pop de la década de los 90: si cierras los ojos podrías ver a Juliana Hatfield. Llegó arropada por una banda de bajo, guitarra y batería tan jóvenes como ella, y entre todos resolvieron con solvencia tirando de un repertorio muy ameno. No inventa nada, pero cumplió sobradamente y dejó plantada una semilla que dará sus frutos. JPH

Deftones

¿Existen realmente fans de Deftones en España; gente que pueda decir: “Son mi banda favorita”? No lo creo, lo que puede explicar que su actuación en el mismo escenario y a la misma hora que Metallica el día anterior en vez de atraer a una masa apiñada de fieles presentase más calvas que un servidor. Muchos, supongo, fueron a verlos porque, ya que estaban allí… O para coger buen sitio de cara a The Killers. Quien más, quien menos, pensaba que en algún momento entre 1995 y la actualidad los de Sacramento se habían ido al garete junto con la cáfila completa del nu metal. Pero resulta que no, que continúan publicando discos regularmente y que Chino Moreno, aunque distante con la parroquia, sigue desgañitándose como el primer día. Con un repertorio muy bien escogido –cuatro canciones de su mejor disco, “Around The Fur”, de hace 25 años: “Be Quiet And Drive (Far Away)”, “My Own Summer (Shove It)”, “Lotion” y “Headup”–, brindaron un concierto benemérito. MAB

Floating Points: en su nube. Foto: Alfredo Arias
Floating Points: en su nube. Foto: Alfredo Arias

Floating Points

Pese a que “Promises” (2021), todavía su lanzamiento más reciente, es una obra de arte compleja y hermosa grabada junto al saxofonista Pharoah Sanders y The London Symphony Orchestra, aquí se presentó en un escueto formato de DJ para jolgorio del público más disfrutón, que en el principio se entregó con alegría a su sesión de electrónica a piñón fijo con auténticas muestras de virtuosismo. Lástima que su propuesta no cuajara del todo entre el público, que en buena parte fue abandonando poco a poco la carpa. Es un gran DJ, pero se esperaba otra cosa. JPH

Foals: caminando sobre seguro. Foto: Sergio Morales
Foals: caminando sobre seguro. Foto: Sergio Morales

Foals

El grupo liderado por Yannis Philippakis fue el perfecto último plato fuerte de la jornada. Su pop para estadios resulta perfecto para disfrutar en un festival de estas características. Con plena solvencia sobre las tablas, luciendo un gran momento de forma, los británicos fueron a lo seguro con un repertorio plagado de hits –medalla de oro para “My Number”– para convencer a los ya convencidos, pero ofrecieron pocos motivos para replantearse su opinión al sector del público al que siguen dejando fríos, como es mi caso. JPH

Kieran Hebden: Four Tet sin alardes. Foto: Sergio Morales
Kieran Hebden: Four Tet sin alardes. Foto: Sergio Morales

Four Tet

Tras el final del concierto de The Killers hubo una gran parte del público que decidió que había llegado la hora de abandonar la jornada en Mad Cool. Un goteo constante de este pasó a escuchar con curiosidad parte de la sesión de Four Tet, quien supo cómo ir sumando fieles frente al escenario. Sin alardes, con una set que prefirió la efectividad a la espectacularidad, ofreció lo que el público demandaba: un ritmo constante con el que poder bailar. Y funcionó. Al final de su sesión el público congregado se había multiplicado. JPH

Modest Mouse: estirpe venerable. Foto: Jordi Vidal
Modest Mouse: estirpe venerable. Foto: Jordi Vidal

Modest Mouse

Después de decorarme la jeta en un pintacaras –¡de adultos!– y desabrocharme la camisa de flores como si estuviera en Coachella, estaba más que preparado para enfrentarme a los venerables indie-rockers estadounidenses Modest Mouse. Pero basta que uno alcance tales niveles de euforia para que las cosas se tuerzan. El concierto empezó mal: las pantallas comenzaron a emitir iniciada la segunda canción, los parones entre tema y tema eran a veces excesivos y, por su actitud, parecía que Isaac Brock también hubiese tenido que pagar 12 euros por un mini de cerveza (11+1, por el vaso de plástico). Afortunadamente, su actuación fue de menos a más, a medida que descorchaban los temas que mejor encajan en el concepto de “buena canción”, como “Float On” y “Dashboard”, con los que se despidieron. MAB

Nothing But Thieves: fórmula grandilocuente. Foto: Jordi Vidal
Nothing But Thieves: fórmula grandilocuente. Foto: Jordi Vidal

Nothing But Thieves

En 35 minutos (diez canciones), Nothing But Thieves tuvieron tiempo de demostrar que, si algún día Muse nos faltan, ahí están ellos para sucederlos en el trono del rock grandilocuente. “Futureproof” y “Is Everybody Going Crazy?” –que en una cata a ciegas podría pasar por creación de Matt Bellamy, ambas de su último disco, “Moral Panic” (2021)– encabezaron un concierto milimétrico en el que la única tregua la dieron los momentos más pausados, como la atmosférica “If I Get High”, “Sorry” e “Impossible”, elegida como cierre. MAB

St. Vincent: sobrada de talento. Foto: Alfredo Arias
St. Vincent: sobrada de talento. Foto: Alfredo Arias

St. Vincent

Resultó sorprendente la escasa convocatoria de público que se acercó a ver a la estadounidense Annie Clark. Una pena y un desperdicio, porque fue el mejor concierto que presencié en toda la jornada. Acertó con el repertorio, se mostró en plenitud cantando y tocando la guitarra –su manera de hacerlo es personalísima siempre–, sonó rockera y sofisticada, fue teatral e incluso reivindicativa con los derechos de la mujer y la comunidad LGTBI+. Con una impresionante banda de siete músicos, incluidas tres coristas, ella misma habría sido ya motivo suficiente como para convencernos a todos. Sobrada de talento, llena de carisma. Una jefa. JPH

The Comet Is Coming: jazz huracanado. Foto: Sergio Morales
The Comet Is Coming: jazz huracanado. Foto: Sergio Morales

The Comet Is Coming

Al final del concierto del trío londinense, las caras de buena parte del no muy numeroso público que aguantó eran de aturdimiento. Pocos esperaban que semejante apisonadora de jazz cósmico, oscuro y extrañamente bailable les pasara por encima del modo en que lo hizo. The Comet Is Coming, lastrados por un sonido mejorable, salieron a darlo todo sin ofrecer descanso. Con un juego de luces sobrio y escueto, convirtieron la carpa en un local oscuro y siniestro donde el volumen y su oscura energía nos dejaron exhaustos. Lo más intenso de la jornada. JPH

alt-J: receta íntima. Foto: Alfredo Arias
alt-J: receta íntima. Foto: Alfredo Arias

Viernes, 8 de julio

alt-J

El trío inglés funcionó como píldora necesaria para bajar el ritmo cardíaco después de la elevación eufórica de Muse y regresar a casa con los ánimos calmados. Con un claro dominio de “An Awesome Wave” (2012) –su álbum debut– entre las canciones del repertorio, alt-J sigue apostando por la construcción de atmósferas íntimas con su propia forma de observar al folk, a contramano de las tácitas exigencias actuales de este tipo de eventos. Y cuando la entrega es total, como fue el caso en esta madrugada de sábado, el efecto es ansiolítico. MA

Haim: Este (y sus hermanas), a comerse el mundo. Foto: Sergio Morales
Haim: Este (y sus hermanas), a comerse el mundo. Foto: Sergio Morales

Haim

Con el escenario adornado con unas longanizas gigantes, en referencia a la portada de su tercer y último álbum hasta la fecha, “Women In Music Pt. III” (2020), Haim arrancaron por todo lo alto con “Now I’m In It”, demostrando que venían a comerse el mundo, y durante toda su actuación trataron de conectar con el público usando sus mejores armas. Las hermanas Haim fueron descaradas, deslenguadas, jugaron con el público, exhibieron músculo vocal y, lo más importante, dejaron claro que en su repertorio atesora varias joyas de pop de primer nivel con cualidades para perdurar. Uno de los conciertos más entretenidos del día. JPH

IAMDDB: sedante contra el calor. Foto: Alfredo Arias
IAMDDB: sedante contra el calor. Foto: Alfredo Arias

IAMDDB

La artista angoleña radicada en Inglaterra fue una de las pocas propuestas raperas del viernes y se mudó a uno de los escenarios principales tras la cancelación a último momento de Black Pumas. Le tocó la difícil tarea de batallar contra un público introvertido y expuesto a un sol sedante. Aun así, dejó pinceladas de un flow arriesgado y con peso específico, al que ella elige llamar urban jazz. Si la performance dejó sabor a poco no fue por displicencia ni falta de voluntad: podemos culpar al calor o a un repertorio de canciones todavía escaso. MA

Incubus: engrase californiano. Foto: Alfredo Arias
Incubus: engrase californiano. Foto: Alfredo Arias

Incubus

La pregunta entre el público era si el grupo se había separado y esto era una gira de reunión, pero Incubus han seguido en activo de manera ininterrumpida desde su fundación a primeros de los 90. En Madrid, los californianos comparecieron en un envidiable estado de forma. Compactos, tan certeros y virtuosos como se les recordaba. Una máquina perfectamente engrasada de metal y funk que supo intercalar repertorio más reciente con los grandes clásicos de su repertorio, con “Drive”, ya en la recta final, como canción más celebrada. Conciertazo. JPH

MØ: pura estética. Foto: Sergio Morales
MØ: pura estética. Foto: Sergio Morales

El prejuicio podría hacernos creer que después de haber colaborado en el megaéxito “Lean On” con Major Lazer y DJ Snake, MØ solo tiene para ofrecer beats que llevan la firma de Diplo. De hecho, se hizo notar entre el público un gran porcentaje de curiosos que se acercaron solo para esperar ese momento, saltar unos segundos y luego regresar a por sus pizzas y cervezas. Pero hubo también quienes saben que la artista danesa va mucho más allá con su estética y que incorpora matices rockeros que la convierten en una compositora de autoridad. A ese público no le defraudó y le dedicó al final una sólida actuación. MA

Muse: despliegue descomunal. Foto: Jordi Vidal
Muse: despliegue descomunal. Foto: Jordi Vidal

Muse

Matt Bellamy y compañía son bombásticos por naturaleza y tienen a disposición un repertorio tan diverso como su discografía les permite. Esa condición los convierte en una banda de rock hecha a medida de grandes festivales, y esta vez les tocó ser el plato fuerte de la fecha. Todo gracias –también– a la columna vertebral que sostiene cada uno de sus conciertos: un despliegue escénico descomunal, que subraya sus virtudes instrumentales y nos recuerda una y otra vez que sobre el escenario hay solo tres músicos. Aunque suenen como si fueran el doble. MA

Parcels: baile usted. Foto: Sergio Morales
Parcels: baile usted. Foto: Sergio Morales

Parcels

Los australianos afincados en Berlín llegaron con la encomienda de hacer bailar al respetable, y a tal fin se dedicaron desde el primer momento. Sin alardes escenográficos ni poses exageradas, apostándolo todo a sus grandes dotes como músicos y cantantes, Parcels supieron conectar con el respetable. Su fórmula, tremendamente contagiosa, sirvió de catalizador para que el sector del público dispuesto a renunciar a Muse acudiera en un goteo constante y se quedara a disfrutar de su música sin parar de bailar. Uno de esos conciertos que hacen afición. JPH

Phoebe Bridgers: desarmando corazones. Foto: Sergio Morales
Phoebe Bridgers: desarmando corazones. Foto: Sergio Morales

Phoebe Bridgers

Con una estética oscura al estilo de una banda de black metal sin corpse paint, a modo de contrapunto con su pop intimista, Phoebe Bridgers salió al escenario con el público –que había llegado en masa para presenciar su actuación– entregado desde el principio. La joven cantautora californiana respondió con una actuación sin mácula, cargada de canciones capaces de desarmar el corazón más duro. Salió triunfante. Lástima que en los momentos más íntimos se colara el sonido de la sesión de Folamour en una de las carpas contiguas, rompiendo parte del encanto. JPH

The War On Drugs, en la ruta de los clásicos. Foto: Jordi Vidal
The War On Drugs, en la ruta de los clásicos. Foto: Jordi Vidal

The War On Drugs

Teníamos una idea de cómo sería la presentación de Adam Granduciel y compañía en este Mad Cool porque algunas pistas se hallan en el álbum “Live Drugs” (2020), al que sumaron canciones de su exquisito último disco, “I Don’t Live Here Anymore” (2021). Queda claro que si estuviéramos en los 70, la banda podría estar cerrando este festival frente a un público mucho más despierto. Aunque, si lo pensamos mejor, la hora perfecta para un directo de The War On Drugs es la misma en que transcurrió el concierto: justo cuando el sol baja y la luz se pone naranja. Solo una hora necesitó el grupo americano para ofrecer un canto a la ruta y seguir convencidos de estar en la línea sucesoria de Tom Petty, Bruce Springsteen o Neil Young. MA

Aleesha: grandes problemas. Foto: Alfredo Arias
Aleesha: grandes problemas. Foto: Alfredo Arias

Sábado, 9 de julio

Aleesha

Un concierto digno de pasar a la antología del bochorno. Su dicharachero DJ la presentó en tres ocasiones, animando cual feriante a la juvenil audiencia, que respondía gritando: “¡La Patrona!”. Entre eso y los múltiples “¡guapaaa!” parecía que estábamos en El Rocío. Tras el primer tema, Aleesha acusó problemas con la escucha de su micrófono; interrumpió la segunda canción y, nerviosa y desasistida (nadie de su equipo ni de la organización compareció para echar un cable), la emprendió con el DJ, que acabó desolado. La escena se repitió varias veces, con la cantante cada vez más enfadada con su colaborador; finalmente desistió y pasó a la siguiente canción, a dúo con Juicy Bae. Para desesperación de la anfitriona, el sonido de Juicy funcionaba a la perfección, así que, quizá demasiado bruscamente, le arrebató el micrófono, que a partir de entonces compartieron. Luego cantó con Love Yi. Pero ya podía haber salido C. Tangana que aquello no había dios que lo levantara. Cualquier artista puede verse afectado por problemas técnicos, pero el tener eso llamado “tablas” ayuda a mantener el tipo. Esperemos que el desagradable lance sirva para curtir a esta prometedora cantante urbana. MAB

Bartees Strange: en estado de rabia. Foto: Sergio Morales
Bartees Strange: en estado de rabia. Foto: Sergio Morales

Bartees Strange

No sé si este tipo es siempre así o si el hecho de estar un cuarto de hora como pasmarotes –él y sus músicos– sobre el escenario esperando a que Pixies acallaran sus guitarras para poder empezar –se colaban con toda su opulencia en la pequeña carpa que le asignaron– le puso de mala uva. El caso es que el Bartees Strange que vimos en Mad Cool fue un músico rabioso, un animal enfurecido, que desparramó una inspirada dosis de rock incisivo y psicodélico (por momentos sonó como si Kings Of Leon tocaran con Otis Redding) con inusitada contundencia. Debido a la larga espera, pasados 35 minutos una señora se asomó por un lateral del escenario y le mostró los cinco dedos de una mano, indicando el tiempo que le restaba. Tocó una más, dejó la guitarra en el suelo y se esfumó sin decir adiós. MAB

Editors: corrección de éxitos. Foto: Alfredo Arias
Editors: corrección de éxitos. Foto: Alfredo Arias

Editors

Los de Birmingham han hecho doblete en nuestro país esta semana, con Cruïlla y Mad Cool como nuevas paradas españolas en una gira que también pasará en pocas semanas por el Low de Benidorm. Se les ve rodados, con un directo muy ensayado pero con poco espacio para la improvisación. Tras más de quince años de carrera, siguen siendo la mejor versión de unos Joy Division vitaminados y modernizados que podría haber dado el siglo XXI. Aun con Florence + The Machine como competencia en el escenario grande, fueron reclamo suficiente como para que la explanada frente al tercer escenario se llenara hasta los topes. Fue un concierto plagado de éxitos –como “Papillon” o “Munich”–, con todo muy medido y de lo más correcto. JPH

Florence + The Machine: comunión. Foto: Sergio Morales
Florence + The Machine: comunión. Foto: Sergio Morales

Florence + The Machine

Si algún espectador estaba colocado cuando Florence Welch empezó a serpentear por el escenario, debió de llevarse la impresión de que estaba teniendo una visión celestial. Su voz divina, la túnica semitransparente color arcilla, el cabello rojizo al viento, los pies descalzos, arpegios de arpa, canciones que son himnos… Lo que ofreció la londinense el sábado no fue un concierto de rock, sino algo más allá de la música: un espectáculo estético completamente sublime ante una audiencia que, consciente de estar asistiendo a un ceremonial único, respondió con desatado fervor. En “My Love” y “Never Let Me Go”, Florence se acercó a la masa embravecida y hundió en ella su cabeza, sellando la comunión con una concurrencia a la que describió, poco antes de acabar, como “la más maravillosa que he tenido”. Luego sirvió “Shake It Out” y “Rabbit Heart (Raise It Up)” a modo de bis y reiteró con dulce modestia: “No es que nosotros hayamos hecho un gran show; sois vosotros quienes habéis hecho un gran show”. Amén. MAB

Guitarricadelafuente: palos accidentados. Foto: Alfredo Arias
Guitarricadelafuente: palos accidentados. Foto: Alfredo Arias

Guitarricadelafuente

Los 36 grados de sol abrasador no impidieron que el grueso del público que había llegado a primera hora se agolpara frente al escenario principal para presenciar la actuación del cantante y compositor castellonense. Sobrevolando entre géneros y palos flamencos, arrancó incluso algún que otro “olé” entre el público que me rodeaba. Pese al éxito cosechado, a la organización no le tembló la mano para cortar el sonido en medio de su versión en castellano de “My Way”, dejando paso al puntual arranque de Leon Bridges en el escenario contiguo para sorpresa e indignación de los asistentes. JPH

Kings Of Leon

En un momento de la actuación de Kings Of Leon, Caleb Followill, cantante del fraternal grupo de Nashville, dijo que este era el último concierto de la gira en un intento por conectar con el público, invitándolo a pasarlo bien. Pero a través de las pantallas gigantes su cara reflejaba más cansancio que entusiasmo. Sin duda, fue el show que más gente congregó en el segundo escenario en lo que iba de edición, y eso que su rock de regusto americana lleva años sin ofrecer nada interesante. Sin alicientes para engancharme a su propuesta, la hora y cuarto larga de actuación se me hizo eterna. JPH

Leon Bridges: batidora black. Foto: Jordi Vidal
Leon Bridges: batidora black. Foto: Jordi Vidal

Leon Bridges

Tenía poco más de una hora para para lucirse e hizo toda una exhibición. Vestido al estilo setentero –con perneras y mangas acampanadas– y respaldado por una banda de hormigón, el estandarte del nuevo rhythm’n’blues inició con “Shy” un recital en el que no cabe el aburrimiento. Hay momentos de funk para bailar, ritmos de rock para saltar, baladas para acaramelarse, arranques de jazz para deleitarse escuchando… Antes de despedirse, se colgó una guitarra y, acompañado solo por el piano y la corista, despachó la excelsa “River” bajo un mágico atardecer. MAB

Leon Vynehall: electrónica amable. Foto: Alfredo Arias
Leon Vynehall: electrónica amable. Foto: Alfredo Arias

Leon Vynehall

El set del DJ inglés fue refugio perfecto para curiosos despistados, aventureros que llegaban con la fiesta puesta desde primera hora y público general, en busca de sombra y huyendo del calor. Su sesión de house amable con ritmos idóneos para el baile sosegado resultó ideal para todos ellos, convirtiendo la carpa dedicada a los sonidos electrónicos en un enorme chill-out vespertino. Una de las actuaciones más largas del festival aunque pocos, muy pocos, la disfrutaron al completo. Quizá porque no fue nada excepcional. JPH

Local Natives: ADN indie AOR. Foto: Sergio Morales
Local Natives: ADN indie AOR. Foto: Sergio Morales

Local Natives

¿Solo por tocar música indie y lucir una pinta molona una banda ha de ser buena? Digo yo que no. Aparte de tener muchas canciones agradables pero ni una sola capaz de provocar delirio, Local Natives padece la extraña paradoja de que Taylor Rice, su cantante y guitarrista, en directo ni brilla con la voz ni con su instrumento, todo lo contrario que Kelcey Ayer, sólido teclista que lo apoya haciendo esas segundas voces marca de la casa y que canta estupendamente en solitario algunos temas. Los californianos comenzaron con “Past Lives” y no faltaron “Wide Eyes”, “When Am I Gonna Lost You” o “Who Knows Who Cares”, exponentes del indie AOR. MAB

Loraine James: experimentos ignorados. Foto: Jordi Vidal
Loraine James: experimentos ignorados. Foto: Jordi Vidal

Loraine James

A las siete de la tarde y con el sol de julio abrasando el desértico paraje, varias docenas de asistentes decidieron sentarse en el suelo de una sombreada carpa y montar, arracimados en grupos, animadas tertulias. El hecho de que allí estuviera pinchando más sola que la una la británica Loraine James no fue impedimento, pues la ignoraron cordialmente. Lo mismo que la reconcentrada DJ a tan deleznable audiencia, todo hay que decirlo. Su sesión, muy experimental, imposible de bailar, no contribuyó a que la deseable conexión con el público se consumase. MAB

Noga Erez: viaje pop. Foto: Jordi Vidal
Noga Erez: viaje pop. Foto: Jordi Vidal

Noga Erez

Para cuando la israelí salió al escenario, con los conciertos de los cabezas de cartel ya terminados, un alto porcentaje del público había abandonado el recinto. Una parte de los que se quedaron fueron fans entregados de Noga Erez que corearon sus canciones pop de base hip hop. Con un set centrado en su segundo disco en estudio –el recomendable “KIDS” (2021)–, tirando de recursos audiovisuales en escena para dar color a la actuación y con una banda de pequeño formato pero muy competente, logró que el público olvidara el cansancio acumulado y disfrutara del show. Aunque muchos ya hicieran a distancia, sentados en el suelo. JPH

Pixies: hits y desidia. Foto: Jordi Vidal
Pixies: hits y desidia. Foto: Jordi Vidal

Pixies

A juzgar por la cantidad de camisetas que pude ver, Pixies era el grupo más esperado por el público de mediana edad de la jornada del sábado. Y a buen seguro que no defraudó a nadie porque el cuarteto supo dar a sus seguidores justo lo que querían. Con un repertorio centrado exclusivamente en sus cinco primeros discos –incluyendo las versiones de The Jesus And Mary Chain (“Head On”) y Neil Young (“Winterlong”)–, los estadounidense enlazaron himno tras himno sin inmutarse. Con semejantes canciones, ni la actitud desganada de Black Francis pudo estropear uno de los mejores conciertos en esta edición del festival. JPH

Royal Blood: testosterona rock. Foto: Alfredo Arias
Royal Blood: testosterona rock. Foto: Alfredo Arias

Royal Blood

Si lo que se pretendía al programar a Royal Blood justo después de Florence + The Machine era confrontarla con su antítesis, ¡bravo!, prueba superada. Lo que hace este dúo podría denominarse “macho rock”: testosterona a raudales en forma de riffs cortantes como los de Therapy? en los 90, tocados con actitud chulesca y pose arrogante. Su originalidad reside en que lo hacen (casi) todo dos: uno toca el bajo como si fuese una guitarra y el otro la batería como si fuese un martillo percutor (al teclista semioculto la machirulería se le presupone). “Typhoons” abrió la serenata y después vinieron otras canciones idénticas hasta concluir con “Figure It Out” y “Out Of The Black”, ambas de su debut homónimo de 2014. El giro ligeramente discotequero del último álbum apenas se aprecia en directo. MAB

Blood Red Shoes: de menos a más. Foto: Jordi Vidal
Blood Red Shoes: de menos a más. Foto: Jordi Vidal

Domingo, 10 de julio

Blood Red Shoes

El dúo inglés de guitarra y batería arrancó a primera hora de la tarde dando las primeras pinceladas de rock de la jornada de clausura del festival. Dividido en dos partes, ofrecieron su mejor cara en la primera mitad del show, reservada para sus canciones más emblemáticas. En la segunda parte añadieron bajista y sintetizador para presentar repertorio aún inédito. Los nuevos miembros aportan matices, pero no mejoran el resultado, y los estrenos (al menos en una primera escucha) están por debajo de sus trabajos previos. Como en tantas otras cosas, aquí menos fue más. JPH

Cala Vento: triunfo local. Foto: Alfredo Arias
Cala Vento: triunfo local. Foto: Alfredo Arias

Cala Vento

Con Arlo Parks causando baja por COVID, el dúo catalán fue el encargado de suplir la ausencia de la cantante inglesa. Y se entregaron a fondo para convertir su participación en una auténtica fiesta. Sonrientes, cercanos, divertidos, sonando como un cañón. Estrenaron repertorio, que promete, versionaron a Sr. Chinarro –“Del montón”–, tocaron un puñado de sus grandes canciones –“Un buen año” o “Gente como tú”–, hicieron cantar al público –que se las sabía todas– y terminaron siendo ovacionados. Difícil superar semejante descarga. JPH

Jack White: demasiado duro. Foto: Jordi Vidal
Jack White: demasiado duro. Foto: Jordi Vidal

Jack White

No pareció estar del todo cómodo en su concierto, pero la banda que lo acompaña supo salvar los muebles cuando el de Detroit perdía el hilo. Aun así, y exceptuando esos momentos puntuales de despiste, Jack White estuvo fino manejando al grupo con mano firme y dando suficiente cancha a la improvisación. Con el grueso de canciones pertenecientes a su más reciente repertorio en solitario, supo hacer hueco a los grandes clásicos de su larga carrera: “Steady As She Goes” (The Raconteurs), y por supuesto “Fall In Love With A Girl” y una apoteósica “Seven Nation Army”, de The White Stripes. JPH

Nathy Peluso: sube, sube. Foto: Alfredo Arias
Nathy Peluso: sube, sube. Foto: Alfredo Arias

Nathy Peluso

Es evidente que el escenario es el lugar donde la artista argentina más cómoda se siente, lo que juega muy a favor de un espectáculo cuyo hilo conductor es su energía descomunal, una banda de músicos virtuosos y una propuesta coreográfica que nos recuerda, una y otra vez, que ella es una artista pop. Ver a Nathy Peluso en directo es una instancia clave para terminar de entender a qué está jugando con la música, al servirse de los géneros para darle forma a su propia manera de ver las cosas. Visto desde este prisma, hay elementos suficientes para pensar que su techo todavía está lejos. MA

Princess Nokia: reivindicación con flow. Foto: Sergio Morales
Princess Nokia: reivindicación con flow. Foto: Sergio Morales

Princess Nokia

Los puristas del rap americano encontraron una nueva esperanza en Destiny Frasqueri, el nombre detrás del alias Princess Nokia. Desde que la fichara Rough Trade en 2017, la rapera neoyorquina de ascendencia latina no paró de crecer: su setlist capturó más miradas de lo esperado en el escenario principal y fue el ancla desde la cual desplegó un flow dedicado a la comunidad LGTBI+. Pero el precio que pagó por la temperatura agobiante fue demasiado alto, y puso un freno a una actuación que quiso ser más arriesgada de lo que finalmente pudo. MA

Sam Fender: la joya de Newcastle. Foto: Jordi Vidal
Sam Fender: la joya de Newcastle. Foto: Jordi Vidal

Sam Fender

Había cierto halo de expectativa rodeando al escenario principal por la presentación de una de las grandes apariciones recientes del rock inglés, y lo cierto es que la joya de Newcastle no defraudó. Solo dos álbumes de estudio le bastaron a Sam Fender para completar un repertorio compacto que recupera algo de los mejores U2. El muchacho, de todos modos, tiene todo lo que necesita un festival en términos de rock: es decir, una banda ajustada, una voz original y buenas canciones como “Hypersonic Missiles”, “Seventeen Going Under” o “Will We Talk?”. ¿Qué más se necesita? MA

Tinashe: diva R&B. Foto: Alfredo Arias
Tinashe: diva R&B. Foto: Alfredo Arias

Tinashe

Un grupo reducido pero absolutamente entregado esperaba la salida al escenario de la polifacética artista de Kentucky. Poco a poco la afluencia de público fue aumentando hasta llenar la carpa que acogía el escenario, pero unas ruidosas primeras filas totalmente entregadas fueron quienes mejor lo pasaron. Con bases pregrabadas y el único acompañamiento de un batería y un cuerpo de baile de cuatro integrantes, no le hizo falta nada más para montar todo un espectáculo de R&B y hip hop de calidad. Fue su primera visita a Madrid y esperemos que no sea la última. Toda una diva. JPH

Tones And I: de mercadillo. Foto: Sergio Morales
Tones And I: de mercadillo. Foto: Sergio Morales

Tones And I

Como una Billie Eilish de mercadillo, la propuesta de esta cantante australiana es absolutamente intrascendente. En directo su voz suena robusta y personal, pero no resulta suficiente para levantar un repertorio que hace aguas por todos lados. Por supuesto, la canción estrella fue “Dance Monkey”, con la que logró el estrellato en 2019 y que todavía triunfa entre los niños de seis años. Ese es el nivel. Nada que añadir a una actuación totalmente prescindible que no aportó nada interesante en una jornada, por otra parte, con cosas mucho más apetecibles por delante. JPH

Two Door Cinema Club: fallido. Foto: Sergio Morales
Two Door Cinema Club: fallido. Foto: Sergio Morales

Two Door Cinema Club

No se vieron muchos desaciertos en la organización general del festival, pero programar a esta banda en la carpa del Stage 4 fue uno de ellos. No hubo espacio suficiente para la cantidad de gente que eligió probar un último aperitivo de rock indie antes del plato fuerte, que fue Jack White. Los que ocuparon el sitio a tiempo tuvieron su recompensa por una actuación intachable, que atravesó toda la discografía del trío norirlandés y dejó un mensaje tácito a la organización: la próxima vez, que sea en otro escenario. MA

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