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Llevamos dos décadas escuchando la voz de Mala Rodríguez. Pero, seguramente, nunca ha sonado tan clara como en “Cómo ser Mala”, su flamante libro de memorias, que contiene las confesiones y lecciones de vida de una figura esencial en el hip hop hecho en España. Raül Fernandez “Refree”, amigo y colaborador, se reencuentra con La Mala para hablar de una trayectoria que es toda actitud.
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star al lado de Mala Rodríguez comporta mucho control personal. Sus gestos, la cadencia de su voz y las palabras que utiliza cuando se dirige a ti crean un campo magnético muy potente. No estoy hablando en este caso de atracción física, sino de una gravitación hacia su mundo y hacia la manera que tiene de hacer las cosas. La Mala vive con intensidad, esto salta a la vista y puede leerse en sus memorias, “Cómo ser Mala” (Temas de Hoy, 2021), y pide que los que están con ella no se anden con tonterías. Por ejemplo, en la sesión de fotos que hicimos juntos hace unos días con Alfredo Arias, cuando vio que yo estaba anclado en mi pose seria de no saber bien qué hacer cuando me retratan (a pesar de llevar tropecientos shootings), me dijo, con la confianza que nos tenemos: “Lo que pasa, Raül, es que tú vienes de donde vienes y tienes esta pose indie, como si las fotos no fueran contigo”. Y, a continuación, me suelta: “Va, ahora yo hago de ti y tú de mí”. Cabe mencionar que, segundos antes, ella se estaba regalando con la cámara posando como una pin-up mientras yo me quedaba en segundo plano con las manos en los bolsillos. Para mí, María Rodríguez ha sido siempre esto: alguien que quiere que salgas de tu zona de confort; un grito al oído para que reacciones y abraces la locura cuerda que ella lleva tan bien.
Nos conocimos hace doce años cuando nos juntaron para el espectáculo “Ojo con La Mala”. Escribí los arreglos para la Big Band del Taller de Músics sobre sus canciones y luego hicimos una gira juntos. Desde entonces, hemos mantenido el contacto y siempre me divierto mucho con ella; además, creo sinceramente que es una de las grandes letristas que han salido de nuestro país en los últimos cien años. Su escritura es potente en lo popular, pero también profunda y conocedora del lenguaje. En sus letras encuentro giros que están al alcance de pocos y momentos que, bajo una pátina de “actitud rap”, contienen una emoción profunda y filantrópica. Seguramente por eso se ha convertido en referente de las nuevas generaciones, que si de una cosa van sobradas es de criterio estético.
Hacía ya un tiempo que no nos veíamos. Por esa razón, cuando Santi Carrillo me contactó para saber si me apetecería leer su libro y tener una charla con ella, le dije que sí sin pensármelo, a pesar de que ya hace mucho que no escribo en prensa. Tenía ganas de volver a encontrarme con María, con La Mala, y me pareció también divertido poder hablar de su vida y de su visión del mundo, que es sobre lo que trata el libro. “Ha sido una terapia brutal y asquerosísima, porque en una terapia normal vas despacio, pero esto ha sido en muy poco tiempo. Lo he pasado mal, pero ahora estoy muy orgullosa de todo el trabajo y, además, me ha servido para entender quién soy, qué significa ser Mala”, me dice al poco de sentarnos en la mesa del Café Comercial de Madrid donde nos hemos citado. Antes, hemos hecho la sesión de fotos, durante la cual hemos aprovechado para ponernos al día sobre nuestros hijos. El mío nació un día en que dábamos un concierto juntos en un festival, y se tuvieron que apañar sin mí. También nos hemos acordado de eso. Le he contado que estaba en Madrid mezclando un single de un artista en formato Atmos, que es el sonido envolvente al que estamos acostumbrados en el cine, y ella me cuenta sobre el restaurante que ha abierto en Los Ángeles Manny Marroquin –uno de los grandes mezcladores de la historia–, donde la acústica del local cambia en función del momento o de la comida que sirvan.
Hay momentos en “Cómo ser Mala” en que te refieres a La Mala y a María como dos personas separadas.
Sí, porque son distintas. Desde muy pequeña yo sabía, notaba, que había una parte “mala” en mí: la que no se conforma con hacer las cosas como están estipuladas socialmente; la que va a la contra y toma decisiones que no gustan a todo el mundo. Y, poco a poco, esa parte mala se ha ido desdoblando y ganando terreno hasta el punto de que Mala, cuando ha sido más poderosa, ha ayudado mucho a María.
¿Mala es a María lo que Superman a Clark Kent o Hulk a Bruce Banner?
Hulk, no. Yo soy muy fan de Superman, me lo pones muy fácil. Superman tiene sus debilidades, pero siempre es él. Hay cosas de su persona que gustan y las disfrutan los demás y otras que no muestra porque son íntimas.
Pero Superman siempre es Superman, aunque hay momentos en que no disimule. ¿La Mala es siempre La Mala?
No es que disimule la parte de mala, sino que la tengo que ir bajando, quitarle algunos decibelios (ríe).
Las nuevas generaciones reivindican a La Mala y, además, es un modelo para muchas mujeres: una figura que practica un feminismo “de calle”, donde las cosas se demuestran con los actos y no con las teorías. ¿A los veinte años, tenías claro quién querías ser en el futuro?
Para nada, simplemente ha sucedido así. No me ha quedado otra, no había otra salida: yo me he comportado como sentía y he hecho lo que creía mejor en cada momento. Ya de muy pequeña, mi tía me llamaba “mala” e incluso había oído que alguien le decía a mi madre “a esta niña habría que pegarle una buena hostia”, y yo no entendía qué problema tenían con que yo diera mi opinión. Además, he tenido a mi madre como ejemplo, que solo hacía que trabajar en una “pelu” donde ganaba una mierda; yo estaba siempre sola, comía sola, jugaba sola, y a lo mejor esta es la razón por la que me gusta tanto estar sola. Esa soledad y esa ausencia las noté mucho, pero también vi el amor: todo ese esfuerzo lo hacía por mí.
¿Crees que un personaje como el tuyo lo hubieras podido construir con una figura paterna presente en la familia?
En la vida, todas las tribulaciones que pasamos son maravillosas gemas mágicas para saltar y elevarnos, porque todo es un regalo. Si lo miras así, haberme criado como me crié me ha hecho creerme el Padrino, ¿sabes? Aquí, si no lo hago yo no lo va a hacer nadie por mí. Y tengo que defenderme sola y hacer las cosas por mí misma. Y tengo que quererme yo si no me quiere otro. Es duro, pero en verdad las cosas que superas te hacen mejor. Estamos demasiado acostumbrados a lamentarnos, a hacernos la víctima, y nos olvidamos de que las bibliotecas son públicas, y tenemos una suerte alucinante de tenerlas. He podido leer un mazo, decidir qué quiero saber. Lo importante es tener hambre.
Hambre no te ha faltado, aunque en algunos momentos lo has pasado mal, te has sentido sola y con un mensaje incomprendido. Esto queda muy claro en el libro, esta sensación de que a veces te sentías predicando en el desierto.
Me encanta comunicarme, hablar con extraños y aprender cosas. Durante mucho tiempo, España fue un gran aburrimiento pop-rock. No encontraba nada que me emocionase. Y luego estaba el rap de los tíos, que era todo guay pero a mí se me veía como “la rara”. Me gustaba hacer locuras, mezclarlo todo con todo, no ponerle vallas al campo, y eso no estaba bien visto. Pasé muchos momentos en que me aburría, no veía que mi mensaje llegara ni que a mí me llegara uno que me interesara y poder conversar. Había cosas en Estados Unidos, claro, pero en América Latina aún estaba todo por hacer, se estaba gestando lo que hay ahora.
Pero desde el primer momento hubo mucha gente que te apoyó, que vio algo especial en ti, y no me refiero solamente al público del rap.
Yo sé que la gente de mi edad ha sido básicamente indie, y también sé que a muchos les ha parecido bien La Mala, e incluso les ha gustado. No se han comido los pestiños de algunos raperos, pero a mí sí que me han respetado, y tengo que decir que se lo agradezco; porque a mí también me gustan los Smiths o los Beatles.
De hecho, tú me descubriste a The Knife…
Y también me encanta Tame Impala. Hay mazo de cosas que cuando digo que me gustan la gente flipa. Porque yo también soy una depresiva y a veces me quiero morir (ríe). Pero volviendo a lo que decías antes, es importante remarcar que las mujeres de mi generación no estaban apoyando el rap, lo están apoyando ahora. El que una tía suba a un escenario en bragas y diga: “Mira, aquí y ahora me comes”. Eso no pasaba antes.
Cuando leí el nombre de Ari (Puello) en el libro, me vino de golpe a la cabeza el recuerdo de ese momento.
Es que a veces se nos olvidan los que han sido pioneros. Cuando escuché el primer disco de Ari, pensé: “¿Qué es esta guapada? ¡Qué fuerte!”. Todo es timing. ¿Te acuerdas de cuando tú y yo trabajamos juntos?
¡Claro!
Yo de nuestro encuentro saqué una voluntad de no estar encorsetada, de sentirme libre al cantar. Hay personas que van por el caminito que está marcado y hay otras a las que nos gusta abrirnos paso entre la maleza.
Que te guste La Mala a estas alturas pienso que no significa que te guste un disco o una canción, sino que te sientes próximo a una manera de hacer las cosas. Pienso que La Mala es un todo, no es una cosa concreta. No sé si me explico…
Durante mucho tiempo no estuve contenta con quién era, me ha costado mucho. Pensaba que tenía que ser más flaca, que debía cantar de una manera, hacer canciones más accesibles… Yo me daba cuenta de que esa exigencia externa era negativa para mí, pero no podía soltarla ni olvidarme de lo que pensaban. No estaba en paz conmigo, no sé a quién pretendía agradar… Hay gente que me ha dicho mucho más tarde que se “pajeaban” conmigo en “Malamarismo” (Universal, 2007), y yo en esa época me sentía una puta mierda, cero sexy, cero atractiva… No tenía ningún feeling con mi cuerpo. Creo que el erotismo y el deseo surgen de la paz de estar bien con uno mismo y de la aceptación de quién somos y del cuerpo que tenemos.
Recuerdo cuando hicimos un concierto por semana en la sala Sidecar de Barcelona, creo que fue los martes durante un mes o mes y medio. En esos shows improvisados había una energía muy animal, muy salvaje. Salíamos a tope, y tú lo hacías además vestida con unos modelos extremos que parecían salidos de la fantasía de un otaku. Me ha sorprendido leer lo lentamente que has vivido la aceptación de tu cuerpo y de tu sexualidad, lo mucho que te ha costado.
Reconozco que me daba miedo repetir la historia de mi madre, que me pasara algo así: ser una menor con un bebé. Eso me marcó mucho, no quería saber nada de los chicos. Y respecto a mi cuerpo y a cómo vestía: hubo mucho tiempo que busqué el respeto por encima de ser deseable; me ponía el traje de ejecutiva para poder mirar a todo el mundo a la cara.
¿Tenías la sensación de que, siendo mujer en el mundo de la música, se te respetaba más o menos en función de cómo vestías?
Yo nunca hacía distinciones de género en el rap ni en la música, no le veía ningún sentido. Pero los demás sí, remarcaban que eras mujer y parecía que te perdonaran por algo. La única diferenciación que yo podía ver era si me gustaba o no, pero no dependía de si era hombre o mujer. Como en el festival de cine de Donostia, que ahora han decidido dar el premio a la mejor interpretación y no a mejor actor o actriz.
Y eso les está valiendo muchas críticas, incluso desde círculos feministas.
Es que así deberían ser todos los currículums: sin foto ni marcar el género o la raza. El problema es que en nuestra sociedad hay muchos prejuicios, y pasará mucho tiempo hasta que los perdamos.
¿Supone “Cómo ser Mala” una plataforma para mirar al pasado y estar más tranquila hacia lo que está por venir, y así sentirte más reafirmada?
Hacer el libro ahora ha significado el momento de paz que llevaba mucho tiempo buscando. Me habían ofrecido hacer un libro antes, pero yo sentía que no estaba preparada, que tenía cosas no resueltas. Ahora me he sentido con la madurez y la fuerza para repasar todo esto. Y es cierto que me noto más completa y con más control sobre la vida.
Tienes una relación muy especial con las redes actualmente, sobre todo con Instagram…
Yo quiero que sea un espacio seguro, con mucha alegría y color, y también sentido del humor. Quiero transmitir en mis redes el mensaje de que cada uno haga lo que le dé la gana y que esto es motivo de celebración y no de crítica.
Ya que hablamos de esto: tengo varios conocidos con hijas adolescentes que lo están pasando mal en estos tiempos, y en gran parte es por la presión que sienten a través de las redes sociales, donde todo el mundo parece feliz menos uno mismo. Desde tu experiencia, ¿qué les dirías a estas chicas?
Hace tiempo que la sociedad no lo pone nada fácil; hay que tener una fortaleza muy grande para entender que es un juego y hay que tener herramientas para jugar. Las redes son una puta fantasía; es importante seguir a gente con valores que a uno le muevan, que le inspiren, y dejar de seguir chorradas que solo son pérdidas de tiempo. Si encima eres una chica, te miran con otro rasero. Es la puta presión que hay en esta sociedad sobre la mujer. A mí, el deporte me ha ayudado mucho a superar parte de todo esto. No escuches ni un solo comentario negativo, bloquea a quien haga falta. Hay mucha presión por todos lados, te obligan a ser igual que todos los demás.
En el libro, queda muy claro que necesitas encontrar la motivación para dar pasos hacia adelante y que después de cada disco y de cada gira acabas extenuada y con cierto miedo a no encontrar lo que te motive para un próximo disco. ¿En qué momento estás ahora?
Tengo un disco preparado que se llama “Amor y odio”, vamos a ir soltando sencillos durante los próximos meses…
¿Amor y odio como concepto?
¡Pasión, pasión! (ríe). Soy una persona muy pasional… Solo puedo decir que a veces tiro vasos al suelo. Es lo que hablábamos antes: hay gente a la que le gustan las montañas rusas emocionales y otros que las odian, pero nadie puede decir que no son bonitas. Es una mierda, tío.
A ti nunca te ha dado miedo el conflicto, siempre has dicho lo que sientes en cada momento y, para mí, eso es un valor. Me cuesta entender a la gente que se guarda las cosas y un día te viene con algo que pasó hace años…
A esta gente les da un cáncer, en serio, les da un cáncer. Si te quedas ahí con el tapón, si te guardas las cosas, te puede dar algo. Tengo amigos que trabajan en hospitales y hablo mucho con ellos de estas cosas, de lo insano que es guardarte las emociones y los sentimientos. Hay que encontrar el momento, porque no somos perros meando en medio de la calle, hay que buscar cuándo decirlas y hacerlo con respeto, pero hacerlo; soltar y comunicarnos. Yo saco mucho, mucho, y lo saco rápido.
¿Se te quedan los enfados atravesados, te duran mucho?
No, no soy nada rencorosa. A veces he pensado que debería serlo más. Lo que sí que soy es clara y lo veo como algo muy positivo. No tengo mala intención cuando digo las cosas, es simplemente como una niña de mierda que te está diciendo lo que piensa.
¿Y nunca sientes miedo al enfrentarte dialécticamente a alguien?
No, creo que es bueno, me encanta el debate. De pequeña me encantaba ver por la tele aquellos de La 2 donde bebían cubatas, ¿te acuerdas?
¿Hablas de Fernando Sánchez Dragó y Fernando Arrabal? ¿Del milenarismo?
¡Síííí, tío, el milenarismo! Yo flipaba, pensaba: “¿Estoy viendo esto, en serio?”. Me encantaban esas conversaciones, esas idas de olla, con esa naturalidad. Ahora no se puede hablar de nada.
¿A causa de decir las cosas como las sientes se ha quedado mucha gente por el camino?
Yo creo que no. Sigo teniendo muy buena relación con la mayoría de gente con la que he trabajado y me he cruzado en la vida, pero… A ver, con los novios es distinto; más que nada porque a mí me ayuda cortar y olvidar; es para mí lo más sano. Yo nunca he podido entender cómo algunas amigas siguen teniendo relación con sus exnovios. Yo soy una troglodita en este aspecto: si hemos tenido algo intenso y ahora no funciona, ¿qué más tengo que hablar contigo si ya lo hemos hecho todo?
Yo no entiendo por qué tanta gente necesita creer que las cosas son para siempre cuando nada lo es.
Yo he entendido que en la vida todo tiene un tiempo. Nos vamos cruzando con personas, aprendemos mutuamente los unos de los otros y llega el momento del cambio y hay que asumirlo. Estoy hasta el coño del “para siempre”. Nada lo es. Ah, y ya que estamos hablando de esto, recomiendo un libro que se llama “Desayuno con partículas” (2013), de Sonia Fernández-Vidal, que está genial. Y el mío, “Cómo ser Mala”, que también viene a cuento, vamos…
A mí me ha gustado mucho y, además, mientras lo leía me era muy fácil escuchar tu voz.
Yo quería que fuera trepidante, que se oyera mi latido, que el lector estuviera leyendo mi diario conmigo delante.
Me he reído en muchos fragmentos del libro con tu manera de contar las cosas y con tu punto de vista y me han parecido muy potentes las narraciones en paralelo y los saltos en el tiempo.
Sí, eso para mí fue muy importante, en mis deseos ególatras quería que el libro fuera algo más que unas memorias de una cantante. Quería que tuviera nivel, que se disfrutase de la prosa, que tuviera un tono y que la narración te agarrara no solo por el contenido, sino también por cómo está escrita. Yo quiero que me reconozcan como escritora, porque es lo que me considero. Cuando voy por ejemplo a una peluquería y me preguntan “Y tú, ¿a qué te dedicas?”, yo, que me hago la loca, siempre suelto que soy escritora. Y ahora lo puedo decir sin ser una fuckin’ mentirosa. ∎
Nos hallamos ante las memorias (prematuras: todavía le queda mucha vida y obra por delante) de una de las voces más importantes que ha dado la música de nuestro país en las últimas décadas. Más allá de hacer balance de una carrera, “Cómo ser Mala” es una muestra de cómo a partir de una visión muy personal de la vida y una voluntad férrea y confianza en uno mismo se puede crear un personaje tan singular como influyente. Seguramente, tal y como dice ella, el camino estaba ya marcado desde muy pequeña, desde antes de nacer incluso. Pero eso no aparta las dificultades ni corta la maleza; posiblemente las añada. Una madre fuerte, un padre ausente, una familia unida en tiempos difíciles, música en la casa, amigas en el alambre, hombres disfuncionales, compañeras que siempre están, productores y colegas de profesión de todo tipo son los personajes recurrentes que van desfilando por las páginas. Pero, sobre todo, estas retratan a una mujer, María, La Mala, tan fuerte y segura como inestable en los momentos difíciles; alguien que ha aprendido a sufrir y a remontar, a utilizar sus puntos fuertes a su favor y minimizar los daños, a adaptarse a los distintos momentos sin rendirse a la industria ni al mainstream, viviendo una vida intensa y rica, probando cada fruto y aceptando el amargor. Viajes por medio mundo –Cuba, Colombia, Japón, San Diego…–, trabajos variopintos (encargada de guardarropa, venta de coches modificados) y amigas que dejan huella –Isa, Marieta, Anabellie– aparecen en la narración y refuerzan un discurso que, lejos de estar cerrado, presupone mucho por venir. ∎