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Teatre Tívoli (Barcelona), 22 de abril. La presentación oficial del “CLAMOR” de Maria Arnal i Marcel Bagés en la Ciudad Condal convirtió el Tívoli en un templo; o, mejor dicho, un ágora propicia para una experiencia comunal y polifónica, con espacio para las voces de la cantante, de sus colaboradores y, también, del público.
En el núcleo hay músicas y cantos de muy largo alcance, dado que “CLAMOR” no parece el segundo disco de Arnal i Bagés, sino más bien el cuarto, por lo menos. Es un álbum que, en lugar de asentar un lenguaje de éxito, lo desarrolla a placer y con ambición, intrigando al público: ambiente de acontecimiento, este jueves en el teatro Tívoli, en el estreno oficial del disco en Barcelona (tras pases previos a su edición, como los del Mercat de Música Viva de Vic y Barnasants), primera de tres tarde-noches enmarcadas en el Festival Mil·lenni, con presencias como la señora alcaldesa Ada Colau. “Gracias por darnos sentido”, correspondió Maria Arnal al comienzo del concierto, incidiendo en la idea de que la obra no está completada hasta que se comparte con la audiencia.
Ahí estuvo la mística de “Milagro” y “El gran silencio”, abriendo la sesión con las resonancias de ese limbo, el estadio vulnerable, acaso un presagio de grandes cambios, del que emerge el “clamor” sordo al que alude el álbum. Flujo electrónico de fantasía, con claroscuros góticos, y las voces del dúo Tarta Relena con su capa de armonía ritual un poco fantasmagórica. Paisaje más severo todavía en la adaptación del “Cant de la Sibil·la” (drama litúrgico medieval de fondo apocalíptico, prohibido en el siglo XVI por el Concilio de Trento), donde las “tartas” hicieron confluir sus voces con la de Maria Arnal en un cuadro con vistas al otro lado del espejo. Estampa de coro lírico griego, la del trío, con sus largas túnicas blancas, dentro de una puesta en escena muy cuidada, de ancha escalinata y cuadrícula lumínica de tiros celestiales.
Bagés fue más un inventor de sonidos que el (aventurero) guitarrista de otros tiempos, tarea esta de la que se ocupó sobre todo el cirujano David Soler. Y Arnal se creció un poco más todavía, sin permitir nunca que el ego desfigurara la pureza de su canto, ya fuera en un momento tan aparatoso y delicado como el quejido in crescendo de “La gent”, repesca del poema de Joan Brossa con redoblada ración de polución electrónica, como, en su extremo opuesto, la etérea “Polifonia CDG”, retomada del EP bautismal “Remescles, acoples i melismes” (2015). Y en los temas clave del primer álbum, que resurgieron con nuevos matices, como “Tú que vienes a rondarme” o “A la vida” (Ovidi Montllor) ese sí, a toda guitarra.
No era fácil igualar el impacto de aquellos trofeos con el material nuevo, pero las cartas más expeditivas rivalizaron en la segunda mitad del concierto: “Tras de ti”, con su serpenteante alma de copla; “Fiera de mí”, juguetona, latina y disruptiva, y “Ventura”, invitándonos obstinadamente a fijarnos en “todo lo que no ves, y es”. Antes, respiramos absortos el polvo de estrellas del “Meteorit ferit” y disfrutamos de un efecto que en otros artistas puede resultar irritante y que aquí tuvo sentido, la invitación al canto popular. Pero en un concierto de Maria Arnal i Marcel Bagés hasta el público canta bien. Otro más de esos “momentos que son milagros”, deslizó ella, destellos de una armonía posible en medio del caos. ∎