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“No creo que sea necesario sufrir para ser un buen músico. Tampoco creo que puedas vivir sin experimentar el sufrimiento, porque es parte de la condición humana”, declaraba Mark Lanegan (1964-2022) cuando lo entrevisté por segunda vez en Madrid, en 2008. “No puedo soportar a la gente que se lo está pasando bien”, me lanzó en el primer encuentro, en diciembre de 2003. Estábamos en un hotel de medio pelo cercano a la sala Caracol, donde iba a tocar aquella noche. Le hice de intérprete con un camarero que no sabía inglés y, tras pedirle un pincho de tortilla, un grupo de personas armaba un ruidoso jolgorio en una mesa cercana. “I can’t stand people having a good time!”, me dijo en inglés, con cara de contrariedad y voz lastimera, alzando sus manos cubiertas de tatuajes. Y los dos empezamos a descojonarnos sin poder parar. Es de esos recuerdos que se me han quedado marcados a fuego. El recuerdo que se me quedará de Mark Lanegan.
El músico tenía una bien merecida fama de persona taciturna y esquiva, sin demasiado don de gentes y poco amigo de explayarse en las entrevistas. Pero aquella tarde pude comprobar que, si le caías en gracia o compartías con él algo de su carácter y fino sentido del humor, podía llegar a abrir un poco su corazón. Por eso tal vez sea una de las entrevistas de la que guardo más grato recuerdo. “Dark Mark”, como él mismo se había bautizado jocosamente –llegó a titular su EP navideño de 2012 con el título “Dark Mark Does Christmas”–, había tenido una biografía convulsa, cautiva de las adicciones, y una carrera musical de las más envidiables del rock de finales del anterior milenio y comienzos del presente.
Su lista de colaboraciones y amistades dentro de la comunidad musical era impresionante y lo confirmaba como una persona amable, generosa y muy querida. Probablemente era con la música y con los músicos con los que se sentía más a gusto, a salvo, en su hábitat natural. Fue uno de los vocalistas a los que todo el mundo recurría cuando necesitaba una colaboración de perfil alto, pero él tampoco se cerró a colaborar habitualmente con artistas de menor notoriedad, como el guitarrista británico Duke Garwood e incluso con bandas desconocidas. Entre ellas, el grupo madrileño Agrio, en una alianza que se gestó por la amistad de Lanegan con el batería Jorge Fuertes, quien había sido su road manager en giras españolas desde 1998. Fuertes, que comparte este dúo de música instrumental con el guitarra David Flores, le pasó un tema para preguntar qué opinaba e invitarle a incorporar voz y letras. Y Lanegan respondió afirmativa y afectuosamente, dando ideas y grabando finalmente su parte en el tema “A Drink Of Poison Water”, que saldría finalmente en el EP “Murga”, publicado por Broken Clover Records en 2020. El batería recuerda al difunto como un hombre trabajador y muy intuitivo que, por no ser músico de formación, se apoyaba siempre en otros colaboradores que supiesen dar forma a sus ideas. Sin dar más detalles, reconoce que sus adicciones se dejaban notar en su comportamiento, en su día a día, pero que muchas veces era su extrema timidez lo que se confundía con agresividad o tosquedad en sus relaciones sociales. Y recuerda con cariño una vez que él, por despiste, casi pierde el autobús de gira, salió corriendo tras el vehículo en marcha y, asomado a la ventana, Lanegan lo miraba sin parar de reír.
Se puede decir, sin demasiado miedo a equivocarse, que la música le salvó de la mierda. "Me encanta la música, soy un gran fan. Empecé por accidente, no era muy bueno, pero aprendí. Mi motivación era salir de donde vivía, viajar, conocer chicas y todos esos rollos que la gente dice que son ciertos... y lo son. Aproveché la oportunidad", me decía en la entrevista de 2003. Mark William Lanegan nació el 25 de noviembre de 1964 en Ellensburg, una ciudad del estado de Washington situada a 170 kilómetros de Seattle. Sus padres, profesores de escuela ambos, de orígenes irlandés y galés, se divorciaron cuando él era muy joven y lo sometieron a un trato disfuncional y abusivo. A los 12 años empezó a robar latas de cerveza a su padre y a beber como un cosaco. Luego se aficionó a la marihuana, al LSD y, a partir de ahí, la huida hacia adelante que suele venir después. A los 18 lo condenaron a un año de prisión por delitos relacionados con drogas. Con los narcóticos llegó el descubrimiento del punk. Los clásicos que te petan la cabeza cuando eres un adolescente ya asqueado de la vida: Sex Pistols, The Damned, The Stranglers, pero también The Stooges y The Velvet Underground.
Era irremediable que, al conocer a las personas adecuadas, quisiera montar con ellas un grupo. Al principio iba a tocar la batería, pero era rematadamente malo y, por fortuna para la historia del rock, se puso a cantar. En 1984, junto a sus amigos Mark Pickerel y los hermanos Van y Gary Lee Conner, formó Screaming Trees en Seattle. Junto a Mudhoney, Melvins, Green River y Malfunkshun, el cuarteto pronto destacó entre la primera generación de pioneros del grunge. Su sonido bebía del hard rock y la psicodelia, pero poseía un extraño carisma underground que, en poco tiempo, captó la atención del prestigioso sello SST, que editó el segundo álbum de Screaming Trees, “Even If And Specially When” (1987), al que seguirían “Invisible Lantern” (1988) y “Buzz Factory” (1989).
Un dato muy poco comentado es que, entre medias de todo esto, el vocalista fue coacreditado –junto Gary Lee Conner y Steve Fisk– como coproductor del álbum “Jamboree” (1988), del grupo de ultraculto Beat Happening, afincado en la vecina Olympia. Lanegan se movía bien en aquel espectro del underground y, por la misma época, conoció y entabló amistad con Kurt Cobain y el entorno de Nirvana, que se confesaron fans suyos. Eso provocó un punto de inflexión en la trayectoria de nuestro protagonista. Por un lado, Krist Novoselic se ofreció como bajista de Screaming Trees en un momento en que ellos estaban a la búsqueda, pero el cantante le dijo que ni se le ocurriera, porque veía claro que Nirvana lo tenían todo para triunfar mucho más. También vislumbró ese futuro folk de Cobain que tan claro parecía, pero que truncó su muerte. Entre los dos vocalistas tramaron la idea de grabar un disco acústico de versiones de Leadbelly. No cuajó, pero de allí surgió el primer álbum en solitario de Mark Lanegan. “The Winding Sheet” fue publicado en 1990 y contó con la colaboración de sus dos amigos de Nirvana.
Faltaba un suspiro para que el grunge se convirtiera en la gran máquina del éxito que fue y Screaming Trees se vieron beneficiados fichando por Epic. Su edad dorada comercial se abrió con “Uncle Anesthesia” (que coprodujo Chris Cornell en 1991) y se confirmó con “Sweet Oblivion” (1992). Luego llegaría “Dust” (1996), un gran álbum, tal vez el mejor de ellos, pero el grunge ya había pasado de moda y el sello Epic los echó. Grabaron un disco más después de aquel, pero nadie lo quiso publicar pese a contar con colaboraciones de Peter Buck y Josh Homme. Apareció póstumamente, en 2011, con el título “Last Words: The Final Recordings”.
Lanegan fue una de las últimas personas en hablar con Cobain (llamadas telefónicas preocupantes, al parecer). Su suicidio le causó un profundo dolor que solo pudo suplir drogándose más y, cuando podía, haciendo música con su amigo Layne Staley (Alice In Chains), con quien colaboró en algo así como una superbanda modesta llamada Mad Season junto a miembros de Pearl Jam y The Walkabouts. Grabaron un único álbum, “Above” (1995) y Lanegan se unió a ellos en directo. Fueron tiempos difíciles, marcados por la adicción y por sus problemas con camellos y policías. Courtney Love, que le quería mucho por esa cercanía con su exmarido, le pagó la rehabilitación. Y Duff McKagan (Guns N’ Roses) le echó otro cable y le dio un trabajo cuidando su casa. Años oscuros que no impidieron que la carrera en solitario de Lanegan empezase a despegar: primero con “Whiskey For The Holy Ghost” (1994) y después con “Scraps At Midnight” (1998) y el álbum de versiones “I’ll Take Care Of You” (1999), que contribuyó decisivamente a que subiera su fama como descomunal intérprete, con esa voz rasposa de barítono capaz de transportar emociones desde las zonas más recónditas del alma.
El XXI fue su siglo. Gran parte de la culpa la tiene Josh Homme, de Queens Of The Stone Age, quien lo llevó a la visibilidad en la primera división del rock invitándolo a participar en varios temas de su álbum “Rated R” (2000) y, posteriormente, a unirse a su banda en directo y convertirse casi en un miembro más del grupo. Paralelamente, Greg Dulli –viejo amigo de la escena de Seattle con The Afghan Whigs– le había propuesto hacer una función muy similar en su grupo The Twilight Singers. Poco después, los dos vocalistas volverían a unirse en un proyecto desafortunadamente efímero, The Gutter Twins, y publicaron un único álbum en Sub Pop, “Saturnalia” (2008).
Su prestigio en la comunidad rock ya había quedado sobradamente probado en “Bubblegum” (2004), el primer álbum firmado como Mark Lanegan Band, repleto de colaboraciones lustrosas: PJ Harvey, Greg Dulli, Josh Homme y Nick Olivieri de Queens Of The Stone Age, Duff McKagan e Izzy Stradlin de Guns N’ Roses. Su siguiente largo, “Blues Funeral”, no llegó hasta 2012. Años de silencio provocados por una recaída en las drogas que le puso al borde de la muerte. Luego grabó cinco más, publicados por el sello Vagrant en Estados Unidos y por Heavenly en Europa: “Imitations” (2013), “Phantom Radio” (2014), “Gargoyle” (2017), “Somebody’s Knocking” (2019) y “Straight Songs Of Sorrow” (2020). Ninguno de ellos pudo competir en críticas, impacto y popularidad con las colaboraciones que desarrolló en aquellos años.
A partir de su inesperada alianza con la excomponente de Belle & Sebastian Isobel Campbell –empezó con “Ballad Of The Broken Seas” (2006) y continuó con “Sunday At Devil Dirt” (2008) y “Hawk” (2010)– todo el mundo se lo rifó como colaborador vocal. Quien mejor aprovechó sus virtudes fue el dúo de productores electrónicos Soulsavers, que lo “ficharon” como cantante invitado y letrista en “It’s Not How Far You Fall, It’s The Way You Land” (2006) y “Broken” (2009). Virtud bien explotada en ambos casos fue que no se trataron de meros proyectos de estudio, sino que Lanegan se embarcó en generosas giras, tanto con Campbell como con Soulsavers. Giras que, por cierto, también pasaron por España dejando muy buenos recuerdos. La icónica pose del vocalista, casi siempre de negro y agarrado ceremoniosamente al micro, se quedará en las retinas de quienes lo pudimos ver en más de una ocasión.
Su rastro también quedó en las intervenciones vocales que regaló para canciones de artistas tan dispares como Martina Topley-Bird, Melissa Auf der Maur, Bomb The Bass, The Breeders, UNKLE (hasta en tres ocasiones), Slash, Moby, Earth, Tinariwen, Dave Clarke, Neko Case, Marianne Faithfull y Manic Street Preachers. Sus últimos trabajos registrados fueron “Dark Mark vs. Skeleton Joe” (2021) –disco compartido con Joe Cardamome, de la banda The Icarus Line– y una versión de “No Fun” de The Stooges, grabada junto al grupo Lost Satellite y publicada el pasado enero.
Desde hace dos años residía en Killarney (Irlanda) junto a su esposa, Shelley Brien. Allí se dedicó a echar la vista atrás a su vida después de que un amigo –el escritor y chef Anthony Bourdain, suicidado en 2018– le convenciese para escribir sus memorias. Al final fueron dos libros: “Sing Backwards And Weep” (2020) y “Devil In A Coma” (2021). Este último narraba sus problemas con el coronavirus, que le pegó tan fuerte que los médicos lo dieron por muerto. Resucitó contra pronóstico y, durante meses, parecía haber presumido de ser el único gran vocalista de Seattle que había resistido a la negra estela seguida por Andrew Wood, Kurt Cobain, Layne Staley, Scott Weiland y Chris Cornell, todos ellos fallecidos en trágicas circunstancias a edades relativamente jóvenes. Lanegan tenía 57 cuando dijo definitivamente adiós a este mundo en su casa de Killarney, el 22 de febrero. Todavía no se ha informado sobre las causas de su muerte. ∎
El debut en solitario de Mark Lanegan llegó por casualidad, después del intento de grabar un disco con versiones de Leadbelly junto a Kurt Cobain y Krist Novoselic. Ambos intervienen en “Where Did You Sleep Last Night?”, primera grabación y semilla de la versión que popularizaría Nirvana en “Unplugged In New York” (1993). “The Winding Sheet” sorprendía al mostrar al vocalista de Screaming Trees como un gran intérprete de folk de raíz acústica. El otro Nirvana, Dave Grohl, lo considera uno de los mejores álbumes de todos los tiempos.
La onda expansiva del bum grunge llevó a que el sexto álbum de Screaming Trees despachase 300.000 copias, aunque el vocalista –fiel a ese “espíritu Seattle”– no se sintió demasiado cómodo con todo aquello. Mostró desapego a su mayor hit, “Nearly Lost You” –también incluido en la banda sonora del filme “Singles” (Cameron Crowe, 1992)–, pero, en realidad, el disco supuso la culminación del sonido de una banda que había plantado la semilla del género.
En 2004, la excomponente de Belle & Sebastian pidió a Lanegan que la secundase en forma de dueto en “Why Does My Head Hurt So?”, incluida en el EP “Time Is Just The Same”. Salió tan bien que decidieron grabar, a distancia entre Glasgow y Los Ángeles, un álbum entero que seguía la estela de aquellos dúos clásicos hombre-mujer al estilo Lee Hazlewood-Nancy Sinatra. El álbum se convirtió en una trilogía y en un referente muchas veces citado a posteriori (entre otros, por Bobby Gillespie y Jehnny Beth y por Maria Rodés y La Estrella de David).
El grupo de los productores Ian Glover y Rich Machin habría sido uno más entre la legión de artistas electrónicos buscando juntarse con las estrellas del rock (ese rollo post-Death In Vegas, vamos) si no fuese porque Lanegan los llevó a otra dimensión, convirtiéndose en líder oficioso del grupo como cantante y compositor de la mayoría de sus temas. Suena como un álbum de Lanegan con base electrónica y alma soul. Y su estela volvió a centellear dos años después en “Broken” (2009).
The Afghan Whigs y Screaming Trees. Greg Dulli y Mark Lanegan eran los outsiders, los delincuentes, los dos vocalistas menos hip y de alma más ensuciada del Seattle de los años 80 y 90. Estaban condenados a entenderse, y lo hicieron. Primero en The Twilight Singers y, finalmente, con este proyecto bicéfalo, un vis a vis de soul-rock oscuro y encendido en bebidas espirituosas. Quizá no dejase sencillos memorables, pero escuchar a estos dos juntos fue pura gloria.
Puede que no haya sido el álbum más valorado de su trayectoria en solitario, pero sí es el más valiente y rompedor en su carrera. Lanegan expuso aquí su teoría de lo que era el blues contemporáneo sin miedo a la épica (“Harborview Hospital” podría haber estado en el “Achtung Baby” de U2) ni a la electrónica de “Ode To Sad Disco”, construida a partir del sample de un tema de Keli Hlodversson para la banda sonora de “Pusher 2” (2004), de Nicolas Winding Refn. ∎