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Un niño alemán de nueve años está tocando la guitarra en su habitación. De pronto se detiene y se queda observando la pared, pensativo. La suelta y sale a pasear con su bicicleta por Karachi, antigua capital de Pakistán, donde su familia acaba de trasladarse por cuestiones laborales del padre. De todas las imágenes que podrían llamar su atención, al niño lo capturan los músicos callejeros, que se pasean de casa en casa tocando una música repetitiva y sin fin. El niño es Michael Rother (Hamburgo, 1950), fundador de la banda Neu!, que en estos días celebra 50 años de su primer álbum, el esencial “Neu!” (Brain, 1972). Y lo que estaba experimentando en la antigua colonia británica fue, sin saberlo, una influencia definitiva para el nacimiento del krautrock.
Repasar la historia de Rother nos permite entender de qué iba esta corriente del rock alemán, una de las más ricas de la música contemporánea en términos de creatividad e innovación, porque participó en tres proyectos fundamentales. Y su trayectoria, como la de tantos otros colegas, está marcada por la frustración, la persistencia y la reivindicación.
Rother nació en Hamburgo, pero su iniciación musical lo encontró ya instalado en Düsseldorf, una de las ciudades que motorizaron el desarrollo industrial de su país. Allí comenzó a perfilar una carrera que lo llevaría a ser figura clave de la movida que aglutinó a una serie de bandas con sonidos disímiles pero con varios puntos en común: todas eran de Alemania Occidental, todas experimentaron con música que se adelantó décadas a su tiempo y (casi) todas colaboraron en recuperar el ADN cultural perdido durante los años de Hitler. Pero este contexto no se limitó a la música: movimientos como el Nuevo Cine Alemán –encabezado por directores como Werner Herzog, Wim Wenders o Rainer Werner Fassbinder– definieron el renacimiento de un país que empezaba a sentir culpa por los crímenes del nazismo.
Estos artistas, ajenos a los episodios trágicos de la Segunda Guerra Mundial, no tuvieron interés en someter su creatividad a la cosmovisión angloamericana que conquistó las calles gracias a su Caballo de Troya: las cientos de empresas estadounidenses que comenzaron a operar en el país a través del Plan Marshall. Ellos lograron despegarse de aquel intento de hipnosis capitalista y buscaron formas de expresión que tuvieran más que ver con su cultura. Así fue como el underground musical vio nacer a bandas como Neu!, Kraftwerk, CAN, Cluster, Amon Düül II, Tangerine Dream, Ash Ra Tempel, Popol Vuh o Faust, entre otras.
En el caso de Rother, hubo un antes y un después cuando a finales de los 60 se negó a realizar el servicio militar de su país y, en consecuencia, fue obligado a incorporarse al área de psicología de un hospital. Durante esa experiencia, una tarde cualquiera, fue invitado por un compañero de trabajo a una grabación en el estudio Kling Klang que pertenecía a unos tales Kraftwerk, un nuevo grupo creado por dos amigos del ambiente artístico de Düsseldorf: Ralf Hütter y Florian Schneider.
Ese mismo día, en una sesión improvisada, Hütter le propuso tocar el bajo y, en pocos segundos, Rother tomó consciencia de que no era el único joven de la ciudad en busca de un sonido diferente a todo lo que se estaba escuchando en, por lo menos, Occidente. El tiempo y el espacio le tendieron una mano a Rother, que estaba aburrido de tocar con Spirits Of Sounds, una banda que no veía más allá de las estructuras encorsetadas del rock angloamericano. Además, él pensaba que el blues y sus derivados habían llegado a su límite de posibilidades a partir de lo creado por artistas como Jimi Hendrix o The Beatles. “Mi ambición era encontrar algo que fuera más cercano a mí culturalmente y que reflejara mi identidad artística”, cuenta el alemán a Rockdelux a través de videollamada.
Después de aquella sesión, Rother fue invitado a sumarse de manera estable a la banda que también integraba el baterista Klaus Dinger. “Al trabajar con Kraftwerk me di cuenta de que éramos intencionalmente distintos al resto, y no el eco de otros músicos”, añade. Pero lo que más llamó su atención fue la personalidad explosiva de Dinger y su determinación a expresar a través de la batería todo el rencor acumulado como hombre de clase trabajadora nacido entre los escombros de la guerra.
En aquel escenario se estaba gestando una de los embriones más fuertes del krautrock, y si bien Rother ya podía jactarse de estar codeándose con músicos vanguardistas, nunca se sintió cómodo con el clima que se respiraba en Kraftwerk. Además, tanto Hütter como Schneider provenían de familias acomodadas, lo que probablemente acentuó las diferencias internas. Esto, que irritaba especialmente a Klaus Dinger, para Rother no fue un factor de ruptura: “No quiero ahondar demasiado en el contexto familiar de Florian Schneider o Ralf Hütter, porque no todo era luminoso en sus vidas personales. Venir de una familia rica no garantiza una infancia feliz. Para Klaus y para mí, aunque tuviéramos que aceptar las limitaciones de no tener dinero para alquilar una sala durante dos meses o lo que fuera, esto no tuvo ninguna injerencia en la música”, dice. Cualquiera sea el motivo, lo cierto es que a los pocos meses Rother y Dinger decidieron apartarse y fundar su propio grupo impulsados por Conny Plank, un productor que venía de la escena del jazz y que estaba trabajando con Kraftwerk.
Plank es otro de los nombres clave del krautrock. Mientras se ganaba la vida produciendo a bandas comerciales, invirtió tiempo y dinero en aquellos artistas que tenían algo diferente para proponer. Y aquellos jóvenes lo tenían. Entre los tres dieron forma a Neu! (“¡Nuevo!”, en alemán), un proyecto que daría espacio a Rother y a Dinger para explorar sobre texturas más personales. Con pocos recursos, utilizaron las escasas horas disponibles en el estudio para encerrarse a crear una música intuitiva, expresionista y, ante todo, poco convencional. “No íbamos al estudio con algún tipo de plan y no teníamos material suficiente elaborado de antemano”, explica. “Ambos teníamos ideas, visiones, deseos… Así que cuando empezamos a grabar los ‘tracks’ básicos con Klaus en la batería y yo a la guitarra o el bajo, sabíamos que había un horizonte al que nos conduciría el tema ‘Hallogallo’. Esa sería más o menos la base: simplemente seguir y ver qué surgía de ese elemento básico de movimiento”.
Para celebrar el 50º aniversario de “Neu!”, el disco ha sido reeditado en varios formatos –casete, picture-disc, vinilo de color– entre los que destaca la caja “50!” (Grönland, 2022), en la que se incluyen los tres álbumes oficiales del grupo y materiales adicionales que harán las delicias de cualquier fan. La columna vertebral del disco es “Hallogallo”. Durante los diez minutos de duración del tema, Dinger ofrece un beat 4/4 repetitivo que imprime un sentido de conducción vertiginoso. Mientras, las guitarras de Michael Rother aportan trazos melódicos que sirven para distraer al viajante en su inexorable camino hacia el abismo. “A veces me hago la imagen de Klaus y de mí como artistas plásticos que se paraban frente a un lienzo limpio, luego uno trazaba alguna pincelada y el otro pensaba y ejecutaba una nueva idea. Así fue como creamos la música. Un elemento importante de nuestro sonido era que no teníamos mucho tiempo para pensar”, rememora Rother. Con esta grabación quedaría patentado el estilo de Dinger –similar al de su colega Jaki Liebezeit, de CAN, otro de los grupos emblemáticos del krautrock–, que los críticos musicales llamarían motorik y que se caracterizó por reaccionar a la música en lugar de ocupar un rol pasivo.
El resto de este primer álbum funcionó como una gran siembra en un campo de tierra fértil donde, con el paso de los años, germinaron todo tipo de estilos. En “Negativland” hay ingredientes que luego aparecerán en el noise, la música industrial o la electrónica. “Nos metimos cuatro noches en el estudio porque era más barato. Hoy pensaría: ‘¿Qué puedo hacer yo en cuatro noches?’. Pero por entonces arrojamos melodías y sonidos que luego Conny Plank organizó gracias a su enorme talento”, destaca Rother. “Plank memorizó los momentos indicados para presentar los distintos elementos, haciendo un trabajo de ‘phasing’ brillante en ‘Negativland’, por ejemplo. Debería ser recordado siempre porque sus contribuciones fueron invaluables”.
El dúo editó un nuevo álbum al año siguiente –“Neu! 2” (Brain, 1973)– que, a pesar de su riqueza en matices, fue otra desilusión en términos comerciales. Esto, sumado al fuerte contraste de personalidades entre Rother y Dinger, condujo a una separación temporal que el guitarrista aprovechó para acercarse a dos colegas que admiraba y proponerles crear un proyecto nuevo. Ellos eran Hans-Joachim Roedelius y Dieter Moebius, fundadores del dúo experimental Cluster. El nuevo grupo, Rother incluido, se llamó Harmonia y en 1974 publicó “Musik Von Harmonia”, un álbum precursor del ambient y el pop electrónico.
A pesar del entusiasmo con que encaró sus primeros proyectos, Rother tuvo grandes dificultades para encontrar interlocutores entre el público y la crítica. “Yo acepté el desafío que implicaba ser un músico del underground en busca de un sonido particular”, cuenta. “No había garantías de reconocimiento inmediato. Aprendí esa lección especialmente cuando empecé a trabajar con Roedelius y Moebius en Harmonia. Estaba muy convencido de la música que hicimos, hasta que percibí que a la gente no le gustaba”.
Como señala Rother, si algún ruido generó el krautrock en su época fue, lógicamente, en Inglaterra, principalmente de la mano de CAN y de Kraftwerk. El éxito relativo de estos artistas despertó la atención de algunas miradas que sabían enfocar más allá de lo que estaba ocurriendo en su territorio. A nivel generalista, algunos de ellos fueron Brian Eno y David Bowie. Poco después de abandonar Roxy Music, Eno mostró su admiración por Harmonia y viajó a Berlín para instalarse en la granja que funcionaba como residencia artística del trío, para grabar junto a ellos el álbum “Track & Traces” (1976) y, al año siguiente, “Cluster & Eno”, ya sin Rother.
En el caso de Bowie, es conocida su etapa en Alemania, donde se inspiró para grabar su clásica “trilogía de Berlín”: los discos “Low” (1977), “Heroes” (1977) y “Lodger” (1979). Por entonces, Michael Rother estuvo en el radar del Duque Blanco, quien mostró interés en convocarlo a la grabación de “Heroes” (el único de los tres discos que, en rigor, fue grabado exclusivamente en la por entonces capital de la República Democrática Alemana). Más allá de la idea frustrada y de la admiración mutua, Rother sintió que fue impertinente por parte de Bowie titular su álbum de una manera tan similar a “Hero”, la canción de Neu!. “Yo nunca hubiera hecho algo así, pero me di cuenta de que los músicos británicos tienen una forma de abordaje muy diferente. Mientras yo y la gente con la que trabajé estábamos enfocados en despegarnos de las influencias, ellos tomaban abiertamente las cosas que les gustaban y las incorporaban a su lenguaje musical. Eso fue lo que David Bowie hizo de una manera magistral y admirable”.
El reconocimiento global para Neu! llegó a partir de las reediciones de sus álbumes de la mano del sello Grönland en 2001 y de los elogios de artistas como Thom Yorke, Julian Cope o Sonic Youth, entre otros muchos. “La década de los 70 fue una etapa dura, pero entendí que a veces tu amor no es correspondido y eso es algo que tienes que aceptar si estás determinado a seguir por tu camino sin obedecer a las expectativas que la gente tiene sobre ti”, explica. Con 72 años, Rother sigue en actividad. Este año lanzó el álbum “As Long As The Night” (Grönland, 2022) a dúo con la italiana Vittoria Maccabruni y continúa girando, acompañado habitualmente de Hans Lampe en la batería y de Franz Bargmann a la guitarra. El próximo 11 de noviembre, tocará en el Festival MIRA de Barcelona, interpretando ese primer álbum de Neu! que, medio siglo después, sigue generando interés y conversaciones como esta. ∎
El primer álbum de CAN con el cantante japonés Damo Suzuki en sus filas funciona como bisagra para describir la transición entre la psicodelia y el rock progresivo. Canciones como “Paperhouse” o “Halleluhwah” sintetizan esa amalgama exquisita que se produjo entre músicos que provenían de la escena del jazz (Jaki Liebezeit), de los conservatorios de música (Irmin Schmidt y Holger Czukay) y de la movida beat (Michael Karoli). Una oda a la improvisación y la obra cumbre de una de las bandas kraut que más trascendencia alcanzó.
La síntesis de los cinco años de trabajo previo del grupo que, en su tercer álbum, consiguió cruzar la barrera del nicho y convertirse en suceso global. El disco se compone de cinco cortes, pero es el tema homónimo el responsable del éxito gracias a sus 22 minutos de oda electrónica a las autopistas. En “Autobahn”, Kraftwerk nos invita a un paseo tranquilo y cotidiano, un concepto intencionalmente contrapuesto a la épica con que el rock norteamericano retrató los viajes en ruta.
Amon Düül fue una gran comunidad hippie que formó su propia banda de rock seudoamateur. Al ver que el proyecto no iba demasiado en serio, sus integrantes más formados musicalmente se desprendieron para crear Amon Düül II. “Yeti”, su segundo álbum, es uno de los más cercanos al rock angloamericano al incorporar elementos del rock progresivo que se combinan con destellos folk y pasajes de improvisación. Para oídos menos dispuestos al rock experimental, funciona como llave para adentrarse en el mundo del krautrock.
El debut discográfico del trío creado por Hans-Joachim Roedelius, Dieter Moebius y Michael Rother entrega indicios de cómo podría haber sonado Kraftwerk si Rother no hubiera abandonado el grupo. Mientras el fundador de Neu! aporta el trazo más enérgico mediante ritmos mecánicos y melodías pop, los integrantes de Cluster tiran del carro para devolverlo a la zona más experimental. El equilibrio trajo como resultado el inolvidable elogio de Brian Eno, quien, antes de colaborar con el grupo, sentenció: “Harmonia es la banda más importante del mundo”.
Si Düsseldorf tenía a Kraftwerk y a Neu! y Colonia a CAN, la ciudad de Hamburgo pudo jactarse de contar con Faust, grupo experimental que logró hacerse un lugar en la industria gracias a la convicción de su productor y a la cercanía con las multinacionales discográficas. Así, lograron que los fichara primero Polydor y luego Virgin, que apostaron porque en algún momento esta música deforme y a menudo esquizofrénica iba a tener cierta repercusión comercial. Se equivocaron, pero al menos Virgin consiguió que “Faust IV” sea el más convencional de sus discos. El álbum abre con el tema “Krautrock” en referencia al malestar que generaba esa etiqueta entre las propias bandas del momento, e incluye otras propuestas pop como “The Sad Skinhead” o “It’s A Bit Of Pain”. ∎