Ayer, 1 de septiembre, Nicola Cruz recibió el final (simbólico) del verano en Barcelona agotando las entradas de su concierto en el ciclo Nits del Fòrum, y proponiendo un set que dio cancha a su sonido más reciente al mismo tiempo que releía sus temas más populares sin complacencia y con la mirada puesta en el futuro.
La capacidad de convocatoria de Nicola Cruz, a pesar de su viraje cada vez más claro hacia la electrónica “no tropical”, sigue manteniéndose intacta, al menos en Barcelona. Antes de empezar el concierto, el Fòrum parecía un hervidero de cuerpos inquietos en busca de combustible para el movimiento; no se veían barras tan llenas en el lugar desde el último Primavera Sound.
El artista ecuatoriano (aunque francés de nacimiento) ha dado un giro a su sonido con EPs como “Subtropique” (2021) y “Arpejos da floresta” (2021) que, lógicamente, marcan su presente creativo y también buena parte de su show actual. Es posible que buena parte de los presentes en la platea sigan teniendo como referencia discos como “Siku” (2019) o el ya lejano “Prender el alma” (2015), pero, aunque así fuera, no se dejó notar para nada en la respuesta del público. Quien buscara world music sintética y vientos selváticos no pareció tener problema –más bien todo lo contrario– para encontrar en el set beats precisos, líneas ácidas y bajos gruesos.
Musicalmente el concierto se dividió en dos partes. En la primera hora, compacta y lineal, dominaron las sonoridades del reciente EP “Subtropique”: bass music con abundancia de frecuencias ácidas y ritmos de tempo medio, con puntuales breaks y tan solo trazos al fondo de patrones y arreglos latinos. Música bailable muy bien facturada, con los bombos controlados y sin sorpresas destacables, que llevó al éxtasis a los presentes, todos de pie, bailando sin parar un segundo y olvidándose de normas COVID (la gente de seguridad tuvo bastante trabajo, especialmente en los primeros veinte minutos del bolo). La sensación de final de verano y la amenaza constante de tormenta, rayos incluidos, que planeaba sobre Barcelona también contribuyeron de alguna manera a la épica del momento. Cruz soltaba beats, sonidos y basslines bastante alejadas del downtempo de sus primeros y más conocidos trabajos, metiendo más presión y subgraves a su sonido y soltando lastre exótico, pero sin olvidarse tampoco del todo de sus orígenes. Se percibió lo que ya sabíamos, esa evolución natural de su discurso y su forma de trabajar, en la que quizá haya perdido algo de identidad en el camino pero en la que ha ganado solidez, profundidad y amplitud sónica.
Casi como un reloj, aunque sin que mediara ninguna ruptura evidente, una hora después del inicio del show el productor cambió el tempo y el tono, como si se tratara de una de esas sesiones de DJ en las que dejas espacio libre al final para que suceda lo que tenga que suceder. Cruz varió el tempo, pasando de los invariables 110/120 bpms a momentos de 140/150 y otros de 90, y también se lanzó a introducir –“por fin”, pensarían algunos– melodías andinas, flautas y voces sampleadas. Aunque –y ahí está la gracia– lo hizo desde una perspectiva totalmente distinta a los tracks originales; “Colibria”, por ejemplo, una de las canciones centrales de “Prender el alma”, sonó prácticamente irreconocible, con la parte vocal filtrada y recortada, y las líneas melódicas deformadas, creando un interesantísimo efecto de desorientación muy diferente a su versión grabada. En este tramo hubo espacio para el techno, el reguetón (primero rápido y loco, luego lento y magnético), el afro-house (“Noite longa”, de “Arpejos da floresta”) y una suerte de electrónica latina experimental que parecía mezclar a Tito Puente con Aphex Twin. El público se enfrió un poco, la lluvia paró y la energía cambió, pero musicalmente fue el momento más interesante y rico del show, una revisión de su pasado en clave de presente (y de futuro). El final también fue felizmente anticlimático, sin concesión al subidón y al colofón eufórico, con ritmos desapareciendo poco a poco y dejando unas voces sampleadas llegadas del espacio exterior como últimos sonidos de la noche.
Merecidos aplausos, satisfacción general y la sensación de que Nicola Cruz consolida ese envidiable estatus que le permite llenar conciertos de aforo considerable probando y experimentado con nuevos lenguajes sin tener que conceder mucho a cambio ni romper tampoco con el lenguaje natural que lo define. ∎