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Uno de los grandes mitos de la historia.
Uno de los grandes mitos de la historia.

Entrevista

El compromiso de Patti Smith

Trabajar en una fábrica de mierda, descubrir el submundo de Nueva York, desnucarse en el escenario, el “horroroso” vello de sus axilas. Todo esto, más poesía, tragedia y perfectos caballeros, forma parte de la existencia de Patti Smith. La autora de “Horses” (1975), siempre fiel a sus postulados artísticos y políticos, como se comprueba en esta extensa entrevista realizada cuando editó el álbum “Trampin’” (2004). Ella es, indudablemente, uno de los grandes mitos de la historia del rock.

Rockdelux 221

(Septiembre 2004)

Patti Smith tiene un lugar asegurado en la historia del rock’n’roll. Aunque sus mayores logros no pueden medirse según criterios convencionales, como discos de platino y listas de éxitos, desde la publicación de su primer single, “Piss Factory”/“Hey Joe” (1974), y su álbum de debut, “Horses” (Arista, 1975), Patti Smith se erigió sin duda en un personaje único, una auténtica poetisa del rock en un género lleno de impostores y una agitadora que encarnaba el concepto mismo de rock’n’roll. Acuñando una música absolutamente nueva, áspera e impactante, Smith y su grupo abrieron las puertas por las que transitaron a sus anchas los arquitectos del punk. A su vuelta a la vida pública a principios de los años noventa, después de una década dedicada a los estudios y la maternidad, el mundo había cambiado, pero las virtudes de Smith –su descaro de factura “hazlo tú misma”, su fe en el futuro– parecían más valiosas que nunca; y hoy todavía lo son, como demuestra su hasta ahora último álbum, “Trampin’”(Columbia-Sony, 2004).

Conozco a Patti Smith casi desde que empezó a ser conocida como artista. Me la presentó en 1971 un colega crítico, Lenny Kaye, en el local de Nueva York en cuya barra trabajaba: Village Oldies, de Bleecker Street, en Greenwich Village. Tiempo después, ‘Creem’, la revista donde yo colaboraba, publicó varios fantásticos poemas suyos. Uno de ellos se llamaba “Oath” e incluía el memorable verso “Jesus died for somebody’s sins but not mine” (“Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”), la contundente afirmación que, incorporada a “Gloria (In Excelsis Deo)”, abría su LP de debut, “Horses”. Treinta y tres años después, vuelvo a Nueva York para hablar con Patti, a pocas manzanas del lugar donde nos conocimos. Su habitación, pequeña y casi vacía, solo contiene un sofá y varias obras empezadas desperdigadas por el espacio: cuadros, poemas y fotografías. A sus 57 años sigue estando totalmente implicada en el arte y la política. De hecho, lleva más tiempo y ha publicado más discos con su banda actual –formada por los guitarristas Lenny Kaye y Oliver Ray, el batería Jay Dee Daugherty y el bajista Tony Shanahan– que con el Patti Smith Group que la acompañaba en los setenta.

“Si mi madre pensaba que me interesaba algo de verdad, encontraba la forma de que tuviera acceso a ello. Cuando me apasioné por la ópera, ahorró el dinero de las propinas y me compró una caja completa de ‘Madame Butterfly’. Era un gasto enorme para ella. Mi madre no soportaba la ópera, así que sabía exactamente en lo que se estaba metiendo”
Después de llamar por teléfono a su hija, como de costumbre, Patti Smith se dispone a iniciar la charla.
Una vez me dijiste que pensabas retirarte cuando se acabara tu contrato con Arista. Afortunadamente, al final no ha sido así. ¿Por qué?

Estaba muy orgullosa de haber grabado solamente para un sello hasta entonces. La verdad es que mi modelo en eso era el jugador de béisbol Al Kaline, quien jugó con los Detroit Tigers durante toda su carrera y siempre se mantuvo fiel a su equipo. Aunque Clive Davis y yo no nos veíamos demasiado en persona, en Arista nunca modificaban mis discos. Pero cuando Clive se marchó de Arista, decayó el interés por mi trabajo. Creí que el destino acabaría decidiendo por mí.

¿Cómo llegaste a Sony?

Era mi sueño. No quería ir en busca del mejor postor. Quería estar en Columbia (una de las etiquetas del emporio Sony). Los primeros discos que tuve –de Miles Davis, Babatunde Olatunji y Bob Dylan– se habían publicado todos en Columbia. Era el sello que mejor conocía, el sello al que habían sido fieles mis padres. Mi padre no vivió para verlo, pero a mi madre sí que pude enseñarle mi contrato, que firmé un 20 de octubre, el día del nacimiento de Arthur Rimbaud.

La maternidad parece un tema recurrente de tu nuevo LP, “Trampin’”.

En el disco predomina la perspectiva femenina, quizá por el fallecimiento de mi madre. “Mother Rose” está dedicada a ella y se hace eco de su amor incondicional y su auténtico corazón de oro. “Peaceable Kingdom” se compuso en reacción a la muerte de Rachel Corrie, una chica de 21 años que murió arrollada por un buldócer israelí cuando se manifestaba en contra de la destrucción de las casas de palestinos en la franja de Gaza. En realidad, escribí la letra para sus padres. Esa chica tenía la misma edad que mi hijo Jackson, así que no solo sentí indignación, sino también el dolor compartido de una madre.
El título, “Trampin’” (marchando, vagabundeando), recuerda a Woody Guthrie y tiene connotaciones muy norteamericanas.

Sí que tiene ese aire vagabundo… Evoca la idea del viaje y de todo lo que pasamos a lo largo de la vida, la supervivencia y la lucha. En los dos últimos años hemos recorrido muchos kilómetros haciendo marchas en protesta contra la política del gobierno de Bush. De todos modos, amo mi país profundamente. Aprecio nuestra libertad, el potencial que tenemos. De niña me fascinaba la Declaración de Independencia, tanto por su significado como por las palabras en sí. Influyó mucho en que me dedicara a escribir. Así que no me sorprende que hayamos hecho un disco muy norteamericano.
Las edades de Patti Smith: del punk de los 70s al punk de los 90s, pasando por la madurez de los 80s.
Las edades de Patti Smith: del punk de los 70s al punk de los 90s, pasando por la madurez de los 80s.
¿Se apreciaba mucho el arte en tu casa cuando eras pequeña?

Mis padres eran personas con una actitud muy abierta; tenían intereses que iban de la hípica a la religión o los ovnis. Vivíamos en una zona rural de South Jersey donde no había museos ni galerías de arte, así que tenías que buscarte el arte por tu cuenta. Pero si mi madre pensaba que me interesaba algo de verdad, encontraba la forma de que tuviera acceso a ello. Cuando me apasioné por la ópera, ahorró el dinero de las propinas y me compró una caja completa de “Madame Butterfly”. Era un gasto enorme para ella. Mi madre no soportaba la ópera, así que sabía exactamente en lo que se estaba metiendo.

¿Cómo era el instituto al que fuiste?

Yo fui a un instituto experimental y no segregado. Estaba en un lugar perdido en medio de la nada, pero allí se juntaron profesores entregados a su trabajo y con un talento increíble. Daban clases sobre el simbolismo en la literatura y me entendieron perfectamente cuando quise dedicarme al arte. Conocí a John Coltrane, Nina Simone y Roland Kirk a través de mis amigos del instituto. Y, claro, todos escuchábamos mucho rhythm’n’blues y rock’n’roll, porque entonces le dábamos mucha importancia al baile.

“Nueva York me encantó desde el primer momento. Me encontré como en casa y siempre me sentí segura. Nunca tuve la inquietud que sienten algunas personas al llegar a ‘la gran ciudad’. Me gustó su ambiente vagabundo, la arquitectura lúgubre. La verdad es que me gustaba más entonces. Era una ciudad con más tensión, y vivir en ella era más barato. Flotaba en el ambiente la sensación de que la gente estaba aquí para hacer cosas, para crear”
Cuéntanos cómo era Nueva York cuando llegaste a finales de los años sesenta.

Nueva York me encantó desde el primer momento. Me encontré como en casa y siempre me sentí segura. Nunca tuve la inquietud que sienten algunas personas al llegar a “la gran ciudad”. Me gustó su ambiente vagabundo, la arquitectura lúgubre. La verdad es que me gustaba más entonces. Era una ciudad con más tensión, y vivir en ella era más barato. Flotaba en el ambiente la sensación de que la gente estaba aquí para hacer cosas, para crear.
En aquella época conociste al fotógrafo Robert Mapplethorpe. ¿Conocerlo te sirvió de inspiración?

Robert siempre fue consciente de que él era un artista. Descubrió pronto sus dones y sabía cuál era su misión. Tuvo que superar muchos obstáculos, pero siempre supo de qué era capaz. Yo he sufrido intermitentemente rachas de inhibición profunda durante toda mi vida. En cambio, Robert era un ejemplo magnífico.
El hotel Chelsea, donde vivíais Robert y tú, debió de ser un lugar estupendo para todos los que querían dedicarse al arte.

Fue una época de gran exploración cultural, y lo fue también para mí personalmente. Empecé a ir a recitales de poesía en la iglesia de San Marcos junto con el poeta beat Gregory Corso. Él se comportaba… de forma muy irreverente cuando le parecía que un poeta era una mierda. Creo que yo traspasé esa actitud al rock’n’roll. Para mí, ser una estrella del rock’n’roll no tenía nada que ver con un estilo de vida ni con las ventas de discos. Estrellas eran Jim Morrison, Jimi Hendrix, Bob Dylan: personas que tenían algo que decir, que provocaban entusiasmo y animaban a los demás a hacer cosas, que poseían una fuerza revolucionaria y poética. Nadie tenía mucho dinero. Sabías que Gregory Corso iba a sablearte un dólar cada dos días. Nadie parecía realmente famoso, porque todos teníamos en común la lucha por hacer nuestra obra y además pagar el alquiler. Yo era de las pocas personas que vivía en el Chelsea que tenía ingresos regulares, porque trabajaba en la librería Scribner’s. Todas las mañanas me levantaba para ir a trabajar.

¿Qué atención recibía tu poesía en aquella época?

Bobby Neuwirth (cantautor y confidente de Bob Dylan) fue quien me hizo más o menos de padrino. Fue quien me ayudó a reconocer los ritmos del rock’n’roll en lo que escribía. Recuerdo estar sentada en una habitación con Janis Joplin, Roger McGuinn, Kris Kristofferson, Billy Swan, toda aquella gente… Se enseñaban unos a otros las canciones que habían escrito. Cuando llegaban a mí, me decían: “Bueno, ¿y tú qué tienes?”. Yo leía un poema y ellos me respetaban. También conocí a William S. Burroughs. Era todo un caballero, un hombre especial. Me dio un ejemplar de su libro “Los chicos salvajes” y me impresionó mucho. Su Johnny fue el germen del Johnny de la canción “Land”, del disco “Horses”.

¿Recuerdas la primera vez que reconociste tus palabras en la obra de otra persona?

¡Sí! Fue una letra mía en la obra de Sam Shepard “Mad Dog Blues”. Fue muy extraño, pero estupendo. A Sam y a mí nos preocupaba el estado del rock’n’roll en aquella época y tratamos este tema en nuestra obrita de teatro “Cowboy Mouth”. Interpretar esa obra con él me dio la oportunidad de desarrollar otra voz más porque improvisábamos.

Vagabunda del siglo XXI.
Vagabunda del siglo XXI.
En aquel momento la cultura estaba cambiando sensiblemente, ¿no?

El rock’n’roll había estado ligado a una energía revolucionaria que empezaba a estar en decadencia en los años setenta. La contracultura estaba perdiendo el norte. Había sufrido muchos reveses: los asesinatos de Martin Luther King, Robert Kennedy y Malcolm X, el gobierno de Nixon, la muerte de Joplin, Hendrix y Morrison, Vietnam… Se podía oler la podredumbre de nuestra cultura en descomposición. En la época en que llegué a la tierra prometida ya era una tierra baldía.

Pero tu actuación “de presentación” de febrero de 1971 fue un comienzo muy prometedor.

Fue mi primer recital público, frente a las lecturas informales que había hecho en las habitaciones de otras personas en el Chelsea. Hice mis lecturas antes de Gerard Malanga, en la iglesia de San Marcos. Pensé mucho en lo que quería hacer. Después de haber escuchado muchos recitales junto a Gregory Corso, sabía lo que no quería. ¡No quería dar un recital poético aburrido, de aquellos que podrían provocar a Gregory! Resultó ser una noche mágica. Había luna llena, era el día del nacimiento de Bertolt Brecht. Estaba preparada. Le había pedido a Lenny Kaye que tocara la guitarra, porque si me había dado cuenta de algo en la mayoría de los recitales poéticos que había presenciado era de que eran un muermo.

“Los chicos salvajes estaban preparados para saltar de la página al escenario. Poetas como Corso y Jim Carroll, y por supuesto Allen Ginsberg, estaban abriendo nuevos caminos. Finalmente, invité a Lenny Kaye y empezamos a trabajar juntos en serio. Conocimos a Richard Sohl. Su piano me proporcionó una base sobre la que cantar. Tenía una formación clásica, pero era muy modesto y me ayudó a evolucionar musicalmente”
¿Creías que el rock’n’roll podía insuflar nuevas energías en el mundo de la poesía?

¿Por qué no? La poesía había elevado al rock’n’roll. Jim Morrison había dotado al rock con el poder más elevado de la palabra. Los chicos salvajes estaban preparados para saltar de la página al escenario. La gente deseaba que sucediera algo así. Poetas como Corso y Jim Carroll, y por supuesto Allen Ginsberg, estaban abriendo nuevos caminos. Finalmente, invité a Lenny Kaye y empezamos a trabajar juntos en serio. Conocimos a Richard Sohl. Su piano me proporcionó una base sobre la que cantar. Tenía una formación clásica, pero era muy modesto y me ayudó a evolucionar musicalmente.
¿Fue entonces cuando empezaste a tener una perspectiva musical, en vez de una perspectiva literaria con influencias musicales?

Me preocupaba el estado de nuestra cultura. Ahora casi me hace gracia que me preocupara tanto, pero me apasionaba tanto el rock’n’roll… Había visto toda su historia a lo largo de mi vida, desde que de pequeña bailaba con los discos de Little Richard. Tenía miedo de que desapareciera. Mi madre me solía contar que en su juventud estaba segura de que su época nunca se acabaría, de que Benny Goodman y Artie Shaw siempre seguirían en activo. Me decía: “Tienes que comprender, Patti, que estas cosas vienen y se van. Ya aparecerá algo nuevo”. ¡Esa idea me horrorizaba! Lo he dicho muchas veces, pero lo cierto es que no esperaba para nada formar parte de un nuevo movimiento. Creía que triunfaríamos si conseguíamos inspirar a la gente y contribuir a mantener vivas las tradiciones del rock’n’roll que tanto significaban para mí. Eso es lo que nos motivaba para seguir. Sentí que tenía una misión a lo Paul Revere: hacer que la gente despertara, que despertara en todos los sentidos. ¡Que despertara! Evolucionamos como grupo mientras llevamos a cabo aquella misión. Y entonces, en 1974, vi a Television en el CBGB e inmediatemente me parecieron muy próximos. Lo que vi con Television me pareció el futuro. Y entonces fuimos a Inglaterra y conocimos a un montón de jóvenes decididos a construir algo propio, chicos de la calle que después formaron grupos como The Clash. Nueva energía, nueva sangre, grupos que eran creativos y tenían conciencia política. En medio de todo aquello nosotros hacíamos también nuestras cosas, pero siempre pensé que nosotros actuábamos como un puente.

No cabe duda de que ya sabías cómo hacer una entrada en escena. “Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos” podría considerarse el mejor primer verso de la historia del rock’n’roll.

Gracias. Paul Williams (escritor y fundador de la revista ‘Crawdaddy!’) lo definió como una “declaración de existencia”. Siempre me gustó esa definición. Comprendió perfectamente el significado. Llega un momento en que un artista tiene que deshacerse de todas las ataduras, incluidas las ataduras de la historia. Todavía me siento muy orgullosa de “Horses”. Ya sé que no sacudió la conciencia colectiva, pero tampoco pretendía dirigirme “al mundo en general”. Hablaba para aquellos que no tenían voz ni voto, los excluidos de la sociedad, personas como yo. Creo que “Horses” consiguió lo que yo quería. Antes me contabas la historia de un amigo tuyo al que le afectó mucho “Horses” y empezó a cartearse con mi madre. Había mucha gente así, y mi madre mantuvo correspondencia con ellos hasta justo antes de su muerte. Al final su trazo era poco firme, pero siguió escribiendo. Le encantaba mi gente. Como Michael Stipe. Recibió una carta de mi madre cuando vivía en Georgia y era apenas un adolescente.

“Era lo que llevaba en el escenario en aquella época, mi imagen Baudelaire: camisa blanca, chaqueta negra, cinta negra. Robert me pidió que me quitara la chaqueta. Me la puse al hombro e inmediatamente me sentí como Frank Sinatra en la película ‘La máscara del dolor’”. Foto: Robert Mapplethorpe
“Era lo que llevaba en el escenario en aquella época, mi imagen Baudelaire: camisa blanca, chaqueta negra, cinta negra. Robert me pidió que me quitara la chaqueta. Me la puse al hombro e inmediatamente me sentí como Frank Sinatra en la película ‘La máscara del dolor’”. Foto: Robert Mapplethorpe
La fotografía de Robert Mapplethorpe de la portada de “Horses” se ha convertido en un icono. ¿Era lo que buscabas?

No. Ni siquiera sabía qué era un icono. Sabía que quería una buena portada de disco y que Robert estaba predestinado a hacerla. Aquella fue toda la planificación. Me levanté por la mañana y me puse la ropa que había encima de la cama. Era lo que llevaba en el escenario en aquella época, mi imagen Baudelaire: camisa blanca, chaqueta negra, cinta negra. Robert me pidió que me quitara la chaqueta. Me la puse al hombro e inmediatamente me sentí como Frank Sinatra en la película “La máscara del dolor” (Charles Vidor, 1957). Parece irónico, pero en su momento a la gente no le gustó nada. A la compañía tampoco le gustó. Fue muy criticada. Tuve que luchar para defender esa portada. Cuando la miro ahora, me alegro de haberlo hecho. Es una fotografía pura.

¿Cómo encontrasteis conciertos fuera del pequeño círculo artístico neoyorquino?

Nuestra gente parecía encontrarnos adondequiera que fuéramos, y había mucha energía. Siempre les decíamos lo mismo: “No hace falta que vengáis a vernos nunca más ni que nos volváis a escuchar. Salid y haced vuestras obras, sea lo que sea. El rock’n’roll es vuestro”. Fred (su marido Fred “Sonic” Smith) me dijo que cuando eran jóvenes los MC5 pensaban que podrían conquistar el mundo. En mi caso se trataba más bien de crear un mundo nuevo. Sentía que el rock’n’roll era nuestra tierra.

Después de “Horses” y “Radio Ethiopia” (Arista, 1976), ¿cambiaste como consecuencia de todo lo que exigía estar en un grupo rock tradicional y hacer giras?

No, esas cosas ni siquiera me preocupaban. Simplemente hacíamos nuestro trabajo. En cierto sentido, mi ignorancia respecto al negocio de la música era positiva. La verdad es que hacía lo que quería y me ayudaban personas muy fuertes y leales. Mi hermano Todd era el jefe de nuestro equipo de “roadies”. No era un gran montaje. Todo el mundo estaba muy comprometido.

“Mi monitor asomaba por el borde del escenario. Cuando hice lo que siempre hacía, apoyarme en el monitor, se cayó al suelo de cemento y me fracturé el cráneo y la columna. Así fue. Pero creo que las cosas suceden por algo. Estuve en cama varios meses y después tuve que pasar por un exhaustivo programa de fisioterapia. Tuve mucho tiempo para pensar y reflexionar sobre quién era y qué estaba haciendo. Sentí lo que habría que llamar ‘un despertar espiritual’”
En 1977 hiciste un paréntesis mientras te recuperabas del accidente que sufriste en el escenario durante un concierto en Tampa. ¿Qué recuerdas de aquello?

Estábamos en un escenario en alto, con muy poco espacio y una luz tenue. A mi hermano le preocupaba. Mi monitor asomaba por el borde del escenario. Cuando hice lo que siempre hacía, apoyarme en el monitor, se cayó al suelo de cemento y me fracturé el cráneo y la columna. Así fue. Pero creo que las cosas suceden por algo. Estuve en cama varios meses y después tuve que pasar por un exhaustivo programa de fisioterapia. Tuve mucho tiempo para pensar y reflexionar sobre quién era y qué estaba haciendo. Sentí lo que habría que llamar “un despertar espiritual”. No llegué a actuar en consecuencia con todo lo que pensé. No estaba del todo preparada y había otras cosas que hacer: tenía que levantarme, ponerme al día, volver al trabajo; volver a subirme al caballo. Me obsesionaba algo que había leído en una biografía de Crazy Horse: quien tiene una misión no debe detenerse a recoger el botín.

Cuando volviste después del accidente, tus dos discos siguientes, “Easter” (Arista, 1978) y “Wave” (Arista, 1979), significaron tu mayor incursión en el éxito comercial. ¿Te enseñó esto alguna cosa sobre este negocio o, por el contrario, te hizo más fácil abandonarlo?

La verdad es que no, porque nuestro llamado “éxito comercial” no lo fue tanto. “Because The Night” funcionó muy bien, pero la gente que nos conoció por esa canción no fue a buscar necesariamente el resto de nuestro repertorio. Y, claro, como en la fotografía de la portada de “Easter” aparecía el horroroso vello de mi axila y además incluía una canción titulada “Rock’n’roll Nigger”, el disco se retiró de algunas tiendas. Hasta en las épocas de mayor éxito siempre me las he arreglado para ofender a la industria de la música más que a complacerla. He conocido el tipo de vida que puede llevar una gran estrella del rock’n’roll, corriendo por las calles de Italia con montones de chicas persiguiéndome y gritando, intentando cogerme de la ropa o llevarse un mechón de pelo. En nuestro último concierto me recibieron en el aeropuerto tantos paparazzi que pensé que iba a pasar por allí el Papa o Sophia Loren. Pero esas cosas no significan nada para mí. No quiero ser un personaje famoso. No quiero que la gente dependa de mí ni espere que yo les dé respuestas a sus preguntas. A finales de los años setenta sentía que las necesidades de la gente se cernían sobre mí.

Cuando siempre habías querido que la gente hiciera las cosas por sí misma…

Sí, aquella había sido nuestra misión más importante. La gente tiene que pensar por sí misma, tomar decisiones. En 1979 dimos nuestro último concierto en Florencia, Italia, delante de 75.000 personas, en un estadio de fútbol. Habían ido a vernos a nosotros. No había teloneros. Antes de subir al escenario, pusimos la voz del papa Juan Pablo I dirigiéndose a unos niños y la gente nos abucheó. Pusimos la sinfonía “Eroica” de Beethoven. También nos abuchearon. Entonces salimos nosotros y no nos abuchearon. Cerca del final de la versión de “My Generation” (de The Who), que era la última canción, me metí entre el público y le di a alguien mi guitarra y a otra persona el micrófono. El grupo hizo lo mismo. Oleadas de personas se acercaron al escenario. La gente subió a bailar, cantar y gritar, tocar los instrumentos, aporrear la batería. Cuando me fui había una multitud electrificada tocando nuestras guitarras y destrozándonos el equipo. Me daba igual. Así se acabó. Así había empezado todo, así que en mi opinión acabamos con pureza. Esa parte del viaje se había completado. Al día siguiente cogí un avión y me marché a Detroit.

Plegarias atendidas.
Plegarias atendidas.
¿Eras consciente del cambio radical que iba a sufrir tu vida?

No me podía imaginar que tendría dos hijos y conocería las alegrías y los sacrificios que implica. No me podía imaginar que perderíamos a Fred tan prematuramente (Smith murió en 1994). No miraba el futuro tan a largo plazo. Fred y yo sencillamente vivíamos en el hotel Cadillac con nuestros libros y nuestras guitarras. Éramos dos personas intentando poner las bases de una vida verdadera. Una vida que al final acabaría formando una familia. En realidad, no abandoné nada; iba hacia otro lugar.

¿Cómo veías tu nueva obra?

Tuve que hacer un balance de mí misma como persona. Solamente después pude empezar a redefinirme como artista. No fue nada fácil. Tuve que deshacerme por completo de la convicción de que, como artista, tenía ciertos derechos. Nunca había pensado demasiado en tener responsabilidades más allá de mi misión artística. Tuve que aprender por mí misma qué significaba ser responsable de la vida de otras personas. De esta forma fui capaz de ser más compasiva; por ejemplo, con mi madre, con quien había tenido dificultades. En aquellos años yo nunca dejé de crear, pero ya no desde aquella exaltada posición en que la creación era el centro de mi vida. Y eso no perjudicó para nada mi trabajo; en todo caso, me dio una nueva fuente de energía de la que nutrirme. Fred y yo continuamos tocando juntos. Él compuso para mí toda la música del disco de mi retorno en los ochenta –“Dream Of Life” (Arista, 1988)–. Y juntos compusimos “People Have The Power” para el mundo.

“Bob Dylan es un hombre de pocas palabras, pero me dijo con toda claridad que debía confiar en mi vocación, que necesitaba salir al exterior y volver a relacionarme con la gente. Michael Stipe no tenía por qué ayudarme tanto. La primera vez que me llamó para ofrecerme su simpatía y su apoyo ni siquiera nos conocíamos. Los dos, Bob y Michael, demostraron una amabilidad totalmente inesperada que me emocionó profundamente”
En los conciertos que diste con Bob Dylan tras de la muerte de Fred se dio una simetría preciosa: tú acompañabas a Dylan, a quien habías idolatrado durante la adolescencia, y a ti te acompañaba Michael Stipe, quien te había idolatrado a ti durante la suya.

Sí, ya lo sé. Ambos significan mucho para mí y me ofrecieron su ayuda en una época en que yo la necesitaba. Bob Dylan es un hombre de pocas palabras, pero me dijo con toda claridad que debía confiar en mi vocación, que necesitaba salir al exterior y volver a relacionarme con la gente. Michael no tenía por qué ayudarme tanto. La primera vez que me llamó para ofrecerme su simpatía y su apoyo ni siquiera nos conocíamos. Los dos, Bob y Michael, demostraron una amabilidad totalmente inesperada que me emocionó profundamente.

¿Qué misión tenéis tú y el grupo ahora?

Este es un grupo valiente. No formamos un grupo que quiera prosperar. Hacemos giras de forma intermitente porque yo tengo responsabilidades familiares. Pero todos trabajamos muy duro y nuestra comunicación interna, nuestra relación en el plano musical, funciona mejor que nunca. Este disco es un reflejo de todo lo que hemos vivido y de todo lo que somos. Este grupo es como una feria ambulante que va por los pueblos vendiendo medicamentos. Llegamos a una ciudad, montamos nuestra caseta y, si es posible, ofrecemos a la gente algún remedio curativo; risas, como mínimo. Ofrecemos una sensación de comunión y entretenimiento, rock’n’roll. Se me ocurre ahora el caso de Ralph Nader (el antiguo defensor de los derechos de los consumidores y candidato independiente a la presidencia de Estados Unidos). No se le puede comprar. No puede volverse atrás. Tiene que mantener el debate abierto y decir lo que piensa. Así es nuestro grupo. Somos el Ralph Nader del rock’n’roll, trabajando para un futuro mejor.

¿Si la protagonista de “Piss Factory” estuviera aquí hoy, aprobaría el viaje en que te embarcó?

Cuando miro atrás veo algunas cosas que podría haber hecho de otra forma, pero en general estoy satisfecha con mi vida. La persona que escribió “Piss Factory” todavía me resulta accesible; nunca está demasiado lejos. No soportaba aquella fábrica y quería escaparme; y con toda la razón. Era una fábrica sin sindicatos, con condiciones de trabajo del siglo XIX. Desde allí solo se podía caer aún más bajo. No sentía demasiada empatía por las dificultades de mis compañeros de trabajo cuando compuse “Piss Factory”, pero ahora siento más compasión por ellos. Son las personas por las que lucha Ralph Nader. Por un salario digno. Esa fábrica ahora está cerrada, pero siempre hay otra esperándolos, otra igualmente terrible. Una cosa que me dio ánimos en aquellos tiempos fue mi ejemplar de “Iluminaciones” de Arthur Rimbaud. Mi descanso del trabajo consistía en leer sus poemas encerrada en un lavabo. Aquel libro que no entendía nadie más me dio una fuerza secreta. Desde muy pequeña, el arte me dio fortaleza. Sentí una vocación. Como William Blake, me gustaría aferrarme a ella hasta el último suspiro. Con ella nunca tengo que hacer sola el camino. Sí, la chica que compuso “Piss Factory” me hizo empezar un largo viaje. Menos mal que llevo zapatos resistentes… Este parece un buen momento para acabar. Está oscureciendo. Mi hija se estará preguntando dónde estoy. ∎

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