Conozco a Patti Smith casi desde que empezó a ser conocida como artista. Me la presentó en 1971 un colega crítico, Lenny Kaye, en el local de Nueva York en cuya barra trabajaba: Village Oldies, de Bleecker Street, en Greenwich Village. Tiempo después, ‘Creem’, la revista donde yo colaboraba, publicó varios fantásticos poemas suyos. Uno de ellos se llamaba “Oath” e incluía el memorable verso
“Jesus died for somebody’s sins but not mine” (“Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”), la contundente afirmación que, incorporada a “Gloria (In Excelsis Deo)”, abría su LP de debut, “Horses”. Treinta y tres años después, vuelvo a Nueva York para hablar con Patti, a pocas manzanas del lugar donde nos conocimos. Su habitación, pequeña y casi vacía, solo contiene un sofá y varias obras empezadas desperdigadas por el espacio: cuadros, poemas y fotografías. A sus 57 años sigue estando totalmente implicada en el arte y la política. De hecho, lleva más tiempo y ha publicado más discos con su banda actual –formada por los guitarristas Lenny Kaye y Oliver Ray, el batería Jay Dee Daugherty y el bajista Tony Shanahan– que con el Patti Smith Group que la acompañaba en los setenta.