Himnos de liberación. Foto: Jordi Vidal
Himnos de liberación. Foto: Jordi Vidal

Entrevista

Planningtorock: “Hay que interiorizar que tenemos derecho a nuestra felicidad queer”

Hollywood, los best sellers y un puñado de canciones románticas nos hicieron pensar durante la adolescencia que los sueños se cumplen. Luego vino el desencanto, la frustración y el batacazo contra la realidad. Los miembros de la comunidad queer crecieron directamente en ese mismo desencanto, pensando que no tenían derecho a soñar. Pero Planningtorock ha encarado una nueva etapa en su carrera con un objetivo firme: usar sus canciones para convencernos de que los sueños de los gais también se materializan.

Lo último que supimos de Planningtorock antes de la pandemia fue “Powerhouse” (Human Level-DFA, 2018), un disco que Jam Rostron lanzó a la cara de una época convulsa en la que los derechos trans estaban retrocediendo en Estados Unidos por culpa de las decisiones de la administración Trump. Fue un álbum en el que articuló todo un discurso contestatario en torno al género queer: una verdadera llamada a las armas que echaba leña al fuego de la lucha, pero lo hacía bailando. También fue un álbum en el que trenzó un descarnado ejercicio de exorcismo de fantasmas del pasado: traumas familiares en general y, en concreto, abusos sexuales sufridos por parte de su propio hermano.

Entonces llegó el coronavirus. Cualquiera podría pensar que la crisis del COVID-19 no pilló a Jam en el mejor estado mental para soportar un trauma global de esta magnitud. Sin embargo, durante todo 2020, Planningtorock lanzó un total de tres canciones que luego recopiló en un EP con el mismo título que el primer corte publicado: “Gay Dreams Do Come True” (Human Level, 2021). Y resulta que, en estos tres temas, Rostron no solo ahuyenta a la oscuridad, sino que, además, invita a una celebración pintada con todos los colores del arcoíris. O, mejor dicho, con todos los colores de la versión actualizada de la bandera LGTBIQ+. ¿El motivo? Entre “Powerhouse” y la pandemia no solo abandonó Berlín, ciudad en la que se expatrió durante dos décadas, sino que también encontró el amor junto a Riinu Rahuoja y decidió mudarse a la ciudad natal de esta: Tallin, la capital de Estonia.

No existe mejor momento, por tanto, para hablar con Jam Rostron, echar la vista atrás, recapitular, hacer inventario del presente y, sobre todo, mirar hacia el futuro. Nuestra charla tiene lugar en el hall de un hotel en el centro de Barcelona sobre el que gravita cierta excitación. Cuando le comento a Jam que es mi primera entrevista presencial en dos años, me responde que también está viviendo muchas primeras veces pospandémicas. Y la conexión entre ambos es inmediata. Ante mí, su presencia podría ser amenazadora porque me supera en altura y corpulencia, pero sin embargo tiene algo de maternal. Tiene algo que llama a la calidez y a la comunidad y que es una chispa que acaba prendiendo nuestra conversación desde el principio.

Nueva vida, felicidad compartida. Foto: Jordi Vidal
Nueva vida, felicidad compartida. Foto: Jordi Vidal

¿Por qué decidiste marcharte de Berlín?

Veinte años es mucho tiempo y sentía que necesitaba un cambio. Es divertido cómo, justo en ese momento, el universo hizo que me enamorara de Riinu. Además, Tallin es mucho más pequeña que Berlín y, culturalmente, es muy diferente. Pero tengo que admitir que la cultura alemana es bastante dura. No quiero decir que sea poco amistosa, pero el día a día allá es muy directo. Yo vengo de Inglaterra y la verdad es que la cultura inglesa y la alemana son bastante parecidas, pero la alemana es mucho más directa, mientras que la inglesa es más educada. De hecho, cuando me mudé a Berlín, al principio me gustó mucho esta cultura porque me resultaba refrescante. Es muy interesante no saber nunca lo que está pensando la gente. Pero, a medida que fueron pasando los años, fui descubriendo que es una cultura muy estricta y burocrática, con muchas reglas.

Mudarte tuvo que ser una elección difícil.

Totalmente. Pero lo que adoro de Tallin es que hay una cultura queer que, obviamente, es pequeña. Al fin y al cabo, la población de Estonia es de 1,3 millones. Es menos gente que la que tenéis en Barcelona. El país es minúsculo, pero eso me va bien porque mi trabajo es muy intenso. Me encanta vivir en un sitio pequeño con mi pequeña familia queer y nuestros perros, gatos y caballos. Podemos pasar mucho tiempo en el campo. Así que, sí, supongo que hay cosas de Berlín que echo de menos, pero también hay muchísimas cosas que estoy descubriendo en Estonia.

En tus redes hablabas de la suerte que habías tenido de que la cuarentena por coronavirus te pillara en un sitio paradisíaco.

Es divertido pensarlo, porque construí un estudio temporal en una habitación justo encima de nuestra sauna en el campo. Era perfecto, porque no molestaba a nadie. Allá escribí un buen puñado de canciones sobre estar enamorade. Era un verdadero paraíso: me pasaba el día en el estudio y, de repente, abría la puerta y me encontraba con nuestros caballos. Era como si estuviera en una película.

“Cuando me mudé a Berlín, al principio me gustó mucho esta cultura porque me resultaba refrescante. Es muy interesante no saber nunca lo que está pensando la gente. Pero, a medida que fueron pasando los años, fui descubriendo que es una cultura muy estricta y burocrática, con muchas reglas”

¿Cómo están los derechos queer en Estonia?

El matrimonio entre personas del mismo sexo no está permitido, pero la pareja legal sí. Así que nos casamos en la embajada americana de Tallin, lo que significa que nos casamos bajo la ley británica y que todavía estamos esperando a que Estonia nos reconozca. No está siendo fácil porque, como en todo el mundo, la derecha cada vez tiene más fuerza. Y eso significa que también tiene más fuerza su discurso antiinmigración, racista y homófobo.

¿Es tu música una forma de buscar la felicidad en contraste con los dramas a los que nos enfrentamos como comunidad?

Sí, totalmente. Tiene mucho que ver con el hecho de que me haya costado tanto encontrar el amor y la felicidad en mi vida. Acabo de cumplir 50 y, hace algunos años, ya había aceptado que pasaría toda mi vida sola. No pasa nada, me parecía bien. Además, cuando se dan casos de violencia contra la comunidad queer da tanto miedo que el instinto inmediato es meterte de lleno en ese drama que mencionas. Pero hay que plantarse y decir “no”. Hay que interiorizar que tenemos derecho a nuestra felicidad queer. Por eso he decidido exhibir mi felicidad queer como una forma de recordar a los demás que también tiene este derecho. Y para celebrar lo que dice mi canción: que los sueños gais también se hacen realidad.

Es totalmente necesario. Desde el boom de las redes sociales dentro de la comunidad LGTBIQ+ hay cierta tendencia al drama… Y está muy bien que, de vez en cuando, nos permitamos celebrar y ser felices.

Exacto. El drama y la felicidad tiene que convivir. Está claro que todavía hay mucho que luchar y tenemos que recordar que en algunos lugares del mundo existen derechos queer más desarrollados que en otros. Siempre habrá gente que quiera quitarnos nuestros derechos y por eso creo que es necesario lanzar mensajes de empoderamiento. Mi intención es empoderarme a mí y a mi familia y a mis amigos y pasárnoslo lo mejor posible.

Distorsionar para encontrar el camino. Foto: Jordi Vidal
Distorsionar para encontrar el camino. Foto: Jordi Vidal

¿Te imaginas que, de aquí a diez años, “Gay Dreams Do Come True” se ha convertido en un superhimno queer y suena en las cabalgatas del orgullo después de, qué sé yo, “I Will Survive” de Gloria Gaynor?

¡Me encantaría que esto ocurriera! Sería todo un honor.

Te lo pregunto porque, en verdad, es una canción muy inteligente: tiene un mensaje realmente poderoso que, de manera muy inteligente, envuelves en una forma no comercial, pero sí totalmente accesible. ¿Querías llegar a cuanta más gente mejor?

Sí, mi idea era crear una especie de eslogan o incluso un mantra. Algo que sea repetitivo y que puedas escuchar una y otra vez. Algo que te inyecte ganas de cantar y corear. Algo que pueda cantar absolutamente todo el mundo, que sea fácil de cantar y que no tenga ningún tipo de dificultad. Algo a lo que se puedan añadir tantas personas como quieran… Me encantan las canciones que se pueden corear en comunidad.

Hay una cosa que me sorprendió mucho la primera vez que escuché “Gay Dreams Do Come True”, y es que parece una canción surgida de un lugar mental totalmente opuesto al de tu último disco hasta la fecha, “Powerhouse”.

Absolutamente. “Powerhouse” fue una verdadera terapia. Había muchas historias que necesitaba poner en ese disco para poder sanar. Son historias de mi infancia y mi pasado. Es un disco que habla de heridas y de cómo tienes que aprender a convivir con ellas a medida que te vas haciendo mayor. Fue un trabajo muy importante para mí. Muchas veces digo que la música puede salvarte la vida, y lo digo muy en serio. Porque, definitivamente, ha salvado mi vida muchas veces. Ese disco me liberó completamente. Cuando pones algo en la música es alucinante cómo la gente lo coge y, al hacerlo suyo, puedes observarlo desde la distancia de una forma totalmente terapéutica. Eso ocurrió con “Powerhouse”: me permitió liberarme de todas esas historias y también de cierto tipo de relaciones. Cuando lo escribí, estaba en una relación que no era para nada fácil. Fue una separación difícil… Y entonces conocí a Riinu, justo en el momento en el que estaba preparade. Me enfrenté a muchos demonios en ese disco y me llevó a lugares que, por primera vez, me obligaron a hacer terapia. Con la terapia conseguí que hubiera más espacio dentro de mí y entenderme mucho mejor. Todos vivimos con cosas de nuestro pasado y, si no te enfrentas a ellas, probablemente te impidan ser quien puedes ser.

“Cuando era adolescente, sentía que no encajaba en ningún sitio. No me sentía muy identificada con la identidad lésbica. Sentía que no iba conmigo y, además, siempre tenía grandes crushes con chicos trans. Y eso era imperdonable en los 90. No podías ser lesbiana y sentirte atraída por chicos trans”

A la vez, tiene que dar mucho miedo hacer algo como “Powerhouse”, porque estás haciendo terapia, pero la estás haciendo en público.

“Powerhouse” es la cosa que más me ha asustado en toda mi vida. Es la vez que más directe he sido sobre mi vida personal. Recuerdo que, un mes antes de su lanzamiento, me preguntaba si estaba loque y qué estaba haciendo. Todo podía salir realmente mal. Pero la reacción general ante el álbum fue maravillosa. Una cosa que entendí entonces es que, cuando compartes tu historia, la gente que ha pasado por situaciones similares te lo va a agradecer. Y que, al darte cuenta de que no solo tú pasas por ello, te vas a sentir menos sole. Cuando toda esa gente entra en contacto, surgen las preguntas: ¿cómo lo superaste?, ¿cómo lidiaste con ello?, ¿cómo te deshiciste de ello? Así fue como encontré mi comunidad queer online, gente que nunca he conocido en persona pero con la que hablamos continuamente. Lo son todo para mí. Habrá quien los llame fans, pero para mí son mi familia queer online. Y, en el caso de “Powerhouse”, donde hablo de abuso sexual y otros temas, fue esa familia la que hizo que me sintiera más fuerte y menos sole.

Es interesante, porque lo cierto es que has pasado por muchas fases en las que parecía que estabas buscándote: con las prótesis faciales de tus inicios, con la distorsión de la voz para convertirla en algo fuera del género… Y, sin embargo, después de “Powerhouse”, en tus nuevas canciones es cuando parece que te presentes de forma más directa y honesta, sin artificios.

Sí, es verdad. Lo cierto es que las prótesis eran una forma de jugar con mi identidad, pero también con la forma de mi cuerpo. Siempre me ha fascinado mi propia masculinidad y, de hecho, en los 90 incluso pasé una fase en la que estuve considerando seriamente recurrir a la cirugía para transicionar. Pero, desde hace un tiempo, el pensamiento no binario y el lenguaje en torno al género y la identidad son mucho más sofisticados y diversos. En todo este tiempo he aprendido cómo vivir mi identidad a través de mi cuerpo. Pero, a la vez, también he aprendido que esto no es algo lineal. No es algo que va de A a B, sino que implica todo un conjunto de viajes diferentes. Me llevó mucho tiempo aprender que puedo ser muchas cosas, y ahora me dejo llevar.

Mensaje que exhibió en su actuación en el BAM 2021. Foto: Jordi Vidal
Mensaje que exhibió en su actuación en el BAM 2021. Foto: Jordi Vidal

A mi entender, este es el gran diálogo actual. O debería serlo para todo el mundo. Da igual cuál creas que es tu identidad sexual o de género: hacerte preguntas y explorar en ese campo solo puede enriquecerte y hacerte más libre.

No solo te enriquece, también te completa. Eso es lo que me gusta de los pronombres “they / them”: me gusta que sea un plural y la libertad de sentir que puedo ser todo lo que yo quiera ser. Creo firmemente que todo el mundo es queer y que cada persona tiene su propia sexualidad individual. Por ejemplo, mi género es Jam. Si tengo que definirlo, siempre diré que mi género es Jam. Pero cada persona tiene el suyo propio, y es algo muy personal. Puede ser algo muy concreto, o puede ser muchas cosas diferentes. Pero eso solo es posible cuando te deshaces del pensamiento binario.

Es por eso por lo que me parece que los próximos años van a ser tan interesantes. Me muero por ver qué ocurre con las generaciones que crezcan más libres y alejadas del pensamiento binario.

Si el pensamiento no binario hubiera existido cuando yo era adolescente… ¡Dios mío! Siempre supe que era queer. Cuando era adolescente, sentía que no encajaba en ningún sitio. No me sentía muy identificada con la identidad lésbica. Sentía que no iba conmigo y, además, siempre tenía grandes crushes con chicos trans. Y eso era imperdonable en los 90. No podías ser lesbiana y sentirte atraída por chicos trans.

¡Una traición imperdonable!

¡Exacto! Qué te atrae, qué te pone, a quién deseas, cuál es tu sexualidad… Son cosas muy personales. Y, en última instancia, son cosas en las que nadie debería meterse. No debería haber reglas porque, de hecho, es algo muy divertido. Todo esto no solo va de sentirse aceptade, sino de sentirse une misme. Permitirse ser lo que se quiera ser. ∎

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