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Megan Thee Stallion: el gran poder. Foto: Ismael Llopis
Megan Thee Stallion: el gran poder. Foto: Ismael Llopis

Festival

Primavera a la Ciutat (8 de junio): un no parar

La última jornada de Primavera a la Ciutat fue el acelerón para tomar definitiva velocidad de crucero antes del segundo fin de semana de conciertos del Primavera Sound en el Fòrum. Las juveniles huestes del sello PC Music, Interpol en la distancia corta, las divas de lo urbano convocadas en Razzmatazz o la efectividad pop de Phoenix destacaron en una noche plena de intensidad y variedad, anticipo de lo que nos queda por vivir a partir de hoy y hasta el domingo.

09. 06. 2022

A.G. Cook

La filtración del sello PC Music en la corteza del mainstream es una realidad que lleva tiempo expresándose. Una influencia que no solo se circunscribe a lo musical, también tiene su efecto en una subcultura juvenil que ha acogido una estética propia, unos valores regeneradores, un orgullo que se diferencia de los cánones de belleza tradicionales y una pasión irrefrenable por la pista de baile. Así lo manifestó la chavalada que accedió al recinto de Razz 2 tras sortear las descorazonadoras colas de las inmediaciones. Los afortunados portaban el preciado ticket para el showcase del sello londinense, con el fundador y gurú A.G. Cook ejerciendo de anfitrión en la velada “PC Music presents: ACID ANGEL”. Después del fulgurante paso de Hannah Diamond, aún bajo una nube de endorfinas y sonrisas suspendidas, le llegó el turno al host de la fiesta. No lo tenía nada fácil A.G. Cook para igualar lo desplegado hasta entonces –además de Diamond, también habían pasado por el escenario Putochinomaricón, Easyfun, Namasenda y Hyd–, pero por algo es el capo de todo este asunto. Su sesión arrancó quirúrgica y atenuada, modulando microclimas de escasos decibelios y demostrando su dominio con el pad y con las mezclas. Poco a poco fue aumentando la temperatura corporal con escaladas rítmicas sostenidas –jugando con las expectativas del respetable y negándole los subidones– y un trance envolvente, con las características voces de helio. Un primer tramo comedido y chisposo, elaborado sin urgencia ni apremios por mostrar virtuosismo. Hacia la mitad del set tiró de un hyperpop más cardíaco, con algún revestimiento de trance supersónico –zapatilla gruesa, vaya– que convalidó su pasmosa habilidad para desenvolverse en cambios de tempo, volumen y ritmo. Todo ese control se fue al garete con la irrupción inesperada de Charli XCX, quien agitó la histeria de los presentes. La de Cambridge subió en calidad de entusiasta animadora, bailando y pidiendo ovaciones para alguien tan esencial en la consecución de su sonido. No fue la única sorpresa: un Danny L Harle menos expresivo también arropó a su jefe y mentor, antes de que toda la familia PC Music saliera a escena para inmortalizar el memorable momento con una foto. No sé si la recordarán por mucho tiempo, pero el público entregado que salía de fondo seguro que sí. Marc Muñoz

Albany

Noche de trap, empoderamiento y dinero. Noche de no-músicos resuelta en dos capítulos. La exchica triste del trap, Alba Casas, más conocida como Albany, presentó su nuevo disco, “xXx” (2022). Con luz natural todavía en las calles, la sala grande de Razzmatazz presentaba un casi lleno. La catalana, nacida en Girona en 1998 aunque creció en Granada, empezó sus rimas y sus paseos por el escenario en modo mesa camilla, casi susurrando desde el yo. Albany se entrega y la comunidad adopta su lírica y baila. El clima de las bases sube, pero el disc-jockey deja espacio para las rimas de su jefa. La audiencia, básicamente local, salta, mueve brazos y cabeza de manera maquinal. Visto en perspectiva, la salmodia que llega del escenario es una especie de rito tribal y los feligreses se dejan llevar. Al escuchar a algunos de los espectadores más jóvenes responder que estaban en la sala porque las bases los liberan de la angustia vital, se aprecia mucho más el hecho de que alguien se singularice. Albany, con una puesta en escena sencilla –pantalla de vídeo, dos coristas y un par de invitados–, satisfizo a la concurrencia. Le llovieron los aplausos. Hubo un instante en que pareció que cantara una copla envuelta en psicodelia. La tristeza ha dejado paso al reconocimiento. Miquel Queralt

Albany ya no está triste. Foto: Ismael Llopis
Albany ya no está triste. Foto: Ismael Llopis

Easyfun

En el showcase del sello PC Music en Razz 2, la llegada al escenario de Easyfun supuso entrar plenamente en la órbita de un género que ayer se manifestó en el plano real antes que en el virtual. Este joven compositor y productor británico vinculado a Charli XCX hizo honor a su alias musical con una sesión dulcemente divertida, mediante melodías tiernas en contraste con bajos hormigueantes, lo que vino a ser la fórmula base de la velada protagonizada por el sello londinense. Pero Finn Keane no se apalancó en esta, sino que tiró de eclecticismo con incursiones en un acid house controlado por bajos matizados. O bien con una carga de jungle anfetamínico con la que propulsó –en volumen y BPMs– su actuación. Marc Muñoz

Hyd

La norteamericana Hayden Dunham es conocida por su trabajo como Hyd, pero también por haber encarnado el producto virtual QT, manufacturado por A.G. Cook y la añorada SOPHIE. En su turno en el showcase de PC Music en Razz 2 subió sola al escenario y dibujó atmósferas emo-pop no muy alejadas de Zola Jesus, abriéndose paso en un bosque de glitches. Su directo sirvió para decelerar el ritmo que hasta entonces marcaba el paso de la noche. Terminó con “Into My Arms”, versión de Nick Cave producida por Easyfun con la que selló su complicidad con el público, desplegado en una sala cada vez más calurosa, viciada, pegajosa y maloliente. Marc Muñoz

Interpol

Pensar en ver a Interpol en una sala como Apolo, con aforo para algo más de mil personas, es especial, sabes que pocas veces se repetirá en tu vida. O una locura. Y la noche tuvo un poco de ambas. Cómo no, la sala estaba repleta de fans hasta el punto de que varias veces se hacía difícil oír la voz de Paul Banks por el coro improvisado y sin descanso del público. Con un show de este tipo cuesta elegir momentos destacados, porque todos lo fueron: hablamos de una banda infalible a estas alturas, dueña de hits como “Evil”, “Obstacle 1”, “PDA” y “Slow Hands”. Esta última cerró el concierto, que tuvo bis. El espectáculo llegaba desde las dos partes: banderas de países lejanos que se izaban desde el mar de gente y, sobre el escenario, si es que la perfección existe, vimos algo que se acercaba mucho a ella. El grupo estadounidense como un solo cuerpo –un organismo que conoce de sí mismo hasta la última célula, talento y debilidad–, reforzado por el trabajo de iluminación: pocas veces se valora este oficio técnico y ayer fue vital para entrar en el mundo de Interpol. Un mundo tan perfecto, tan acabado y redondo que, si no te gusta, probablemente te expulse. ¿Cuándo volvemos? Javiera Tapia

Interpol: un mundo perfecto. Foto: Óscar García
Interpol: un mundo perfecto. Foto: Óscar García

Khruangbin

Una de las mayores habilidades de Khruangbin, algo que les ha ayudado mucho a convertirse en uno de esos valores seguros en cualquier festival, es ponerse al servicio de la audiencia y de la situación. Sus setlist están abiertos al cambio y a la sorpresa y no se obsesionan con nuevos o viejos trabajos. Más que un grupo son, de algún modo, una experiencia. Su concierto en el Poble Espanyol arrancó obnubilado, a merced de suaves zarandeos en clave de soul y psicodelia, con el romanticismo inocente de una primera cita. Pero sin saber muy bien cómo, te han metido en la cama y la única certeza que tienes es que en los próximos minutos vienen curvas. Los preliminares de seducción pierden sentido en la pista, bajo la bola de la discoteca, mucho más entre las sábanas. Ahí el funk se desata y el concierto se convierte en una fiesta de groove por la que desfilan “Let’s Dance” (David Bowie), “Regulate” (Warren G), “Nuthin’ But A G-Thang” (Dr. Dre), “Misirlou” (popular, vía Dick Dale), “Coffin Nails” (MF DOOM) o “Summer Madness” (Kool & The Gang). Diferentes formas de gemir un orgasmo universal. Diego Rubio

Khruangbin: Laura Lee y su bajo con groove. Foto: Òscar Giralt
Khruangbin: Laura Lee y su bajo con groove. Foto: Òscar Giralt

KMRU

Después del concierto de Yasmin Williams en La Tèxtil, llegó el turno del joven artista keniano Joseph Kamaru, alias KMRU. Aparece entre las sombras para sentarse e inmediatamente invadirte con una serie de frecuencias de notas sostenidas y grabaciones de campo –muchas de ellas de Nairobi, su ciudad de origen– que te catapultan a un viaje hipnótico y abrumador. Su directo te sobrecoge de una manera casi inexplicable. Al terminar, sin quedarse a escuchar el entusiasta aplauso del público, desaparece con la misma velocidad con que había entrado. Teresa Ferreiro

La Zowi

Como decíamos a propósito del concierto de Albany: noche de trap, empoderamiento y dinero. Y en el caso de La Zowi, de nuevo, noche de no-músicos. Zoe Jeanneau (París, 1993) consiguió que un Razzmatazz ya lleno chillara de lo lindo mientras ella y sus coristas movían caderas y glúteos cual batidora. La Zowi, al contrario que su colega Albany, apela desde el nosotros. Y la comunidad –joven, también de mayoría local– pareció viajar al Berlín de los 90, al del techno, aunque por edad todavía no lo sepan. La Zowi remite más a la performance que al convencionalismo de concierto. Los gestos eróticos y lúbricos ya no son patrimonio de Michael Jackson, ahora son territorio femenino. Las mujeres que mandan en el trap lo visten de lenguaje directo y La Zowi es reiteradamente lasciva. Consigue que buena parte de la concurrencia masculina coree “¡puta, puta, puta!”. Las bases, cada vez más duras y planas, elevan los cuerpos. No es una fiesta, es una manera de inhibición. Cuando Albany regresa al escenario ya como invitada, el empoderamiento de ambas es un hecho. Una certeza, sin afectaciones. Miquel Queralt

La Zowi y su empoderamiento. Foto: Ismael Llopis
La Zowi y su empoderamiento. Foto: Ismael Llopis

Megan Thee Stallion

Noche de rap, freestyle, empoderamiento y dinero. Noche de no-músicos resuelta en un capítulo. Cuesta entender que una de las armas para ser alguien en la sociedad norteamericana sea el engrandecimiento de la personalidad a partir de la anatomía, con referencia explícita a una determinada zona erógena. La otra arma es la más lúbrica que existe: el dinero. Con la sala Razzmatazz repleta y bien surtida de público internacional, Megan Jovon Ruth Pete (Houston, 1995) hizo lo mismo que Albany y La Zowi, pero con recursos nada limitados. Solo había que apreciar los medios que se utilizaban para grabar su presentación. Dos cuerpos de baile –femenino y masculino– y efectos varios. Y un volumen multiplicado por diez. Más: cinco furgonetas premium para salir disparados al acabar el show. El poder de seducción de Megan Thee Stallion está comprimido en un misil: “Pu$$y”. El vídeo de “WAP” es tan explícito, posee tanta temperatura erótica que, en directo, tumba. Ella sola, con el micro haciendo las veces de falo en “Hot Girl Summer” y dándole al twerking, es lascivia con sirope de arce, enrollada en billetes de 100 dólares. No es extraño que el negocio la adore y que este sábado en el Fòrum, en un escenario más amplio, el espectáculo pueda ser la bomba. Otra cosa es el poso musical que deja. Un disc-jockey facturó unas cuantas rimas y manejó series poderosas de síncopas que golpearon a todos y cada uno de los cuerpos presentes. No moverse era poco menos que una gesta. La consigna cruzada de dinero, sexo y esa palabra que en las series pudientes todavía se dice que empieza por “N” –nigga– es una fórmula que da muchos réditos a una industria tan corporativa como es la de la música. Dos gays, morenos, con el pelo teñido de rojo y verde, se besan. Cerca, dos alemanes los imitan. Dos chicas comparten comisuras. Y otras dos más allá, etc. Relax. Pocos son los que no tienen la cabeza mirando al suelo. El ritmo sostiene la sala. La voz de dominatrix se impone. Megan largó todo aquello que sabe que no puede decir cuando la invitan a la ceremonia de los Grammy. Lo suyo también va de performance. Miquel Queralt

Megan Thee Stallion: veneno en la piel (y en la lengua). Foto: Ismael Llopis
Megan Thee Stallion: veneno en la piel (y en la lengua). Foto: Ismael Llopis

Namasenda

El relevo escénico de Easyfun en el show auspiciado por PC Music en la sala 2 de Razzmatazz fue recogido por Namasenda. En lugar de complicarse la existencia o de cambiar de patrón, siguió rompiendo la piñata pop de esa noche. La cantante y compositora de Estocolmo aportó más entusiasmo que discurso sonoro, todo hay que decirlo. Supo animar el cotarro pese a su inaudible voz sobre las bases afiladas –aceleradas de electrónica en helio– que lanzaba su compinche. Marc Muñoz

Namasenda: piñata pop desde Estocolmo. Foto: Sharon López
Namasenda: piñata pop desde Estocolmo. Foto: Sharon López

Phoenix

Ha habido muchos triunfos en el Primavera a la Ciutat. Ayer por la noche se solaparon, a lo largo y ancho de Barcelona, Megan Thee Stallion, Interpol y Phoenix. Y seguramente cualquiera de los que vivió cada concierto lo recordará como una apoteosis. Pero ahora estamos hablando de Phoenix, que a veces puede parecer polizón en un buque de cabezas de cartel. Pese a su evidente repercusión durante el paso entre las dos primeras décadas del presente siglo, los franceses se han mantenido en una extraña línea entre el éxito masivo y los nichos minoritarios, algo parecido a lo que pasa con Franz Ferdinand o Belle And Sebastian, cimentando su descomunal trayectoria a base de canciones que entienden poco de modas. Su concierto en el Poble Espanyol arrancó con “Listzomania” y sirvió para corroborarlo: una batería interminable de éxitos imperecederos que oscilan inteligentemente entre la euforia y la melancolía. La gomaespuma de “Entertainment”, el funk naíf de “Too Young” o el flow de “Trying To Be Cool” brillaron en la primera mitad, pero también se permitieron perversiones más experimentales como “Drakkar Noir” y un interludio instrumental –“Love Like A Sunset”– que hace zoom out desde la Tierra a ritmo de funk espacial, para luego introducirse hasta en la más pequeña partícula de átomo con un groove mucho más corpóreo. Es lo que siempre ha tenido Phoenix, son sus pequeñas salidas de guion en el estudio lo que muchas veces redondea sus conciertos. Que Thomas Mars haga crowdsurfing ya no sorprende tanto, pero da igual cuantas veces suene el estribillo de “1901”. Siempre que lo haga caeremos rendidos ante Phoenix. Diego Rubio

Phoenix: el chic sin edad de Thomas Mars. Foto: Òscar Giralt
Phoenix: el chic sin edad de Thomas Mars. Foto: Òscar Giralt

Putochinomaricón

Putochinomaricón abrió el showcase del sello inglés PC Music. No forma parte de su nómina, pero, por estética y calidad, además de por esa conexión que empasta con la generación Z, bien podría estar ahí. Los primeros vítores le llegaron cuando desplegó la turbina de su makineo indecoroso con “Tamagotchi”. Poco importó que por instantes recurriera al lip sync, al menos esa es la impresión que tuvo este cronista desde su posición: el bombo indiscriminado, la actitud subversiva y el desenfreno bailable se apoderaron de la espina dorsal de los convocados. Su conexión con un colectivo que hasta hace muy poco apenas tenía representación en el pop y, por extensión, en la cultura resulta un lazo emocional firme, como demostró la pasada noche en Razz 2 un muy agradecido y emocionado Chenta Tsai, quien se abrazó con los espectadores de las primeras filas al concluir su intervención. Marc Muñoz

Ride

Desde que se reunieron en 2014 y desde aquel catártico concierto en el Primavera Sound de 2015, Ride se ha convertido en una banda relativamente asidua a nuestros festivales. Pero quizá ninguna ocasión se presentó tan especial como esta en el Poble Espanyol, en la que celebraban el 30 aniversario de “Going Blank Again” (1992). Sin anclarse demasiado en la nostalgia, mostraron un sonido actualizado y más cercano a sus últimos trabajos, convenciendo tanto a fans como a casuales y descargando su voltaje guitarrero con alma para llenar estadios, repintando en directo los temas del que es su segundo trabajo y su mayor éxito en el Reino Unido. Sonaron uno a uno en riguroso orden, perfilando poco a poco una personalidad que siempre ha estado a caballo entre el shoegazing y el britpop. Tendiendo puentes a veces invisibles. Como colofón, ofrecieron una áspera y espectacular versión de “Grasshopper” –cara B del primer sencillo del disco, “Leave Them All Behind”, que a su vez sirve como gancho de apertura– en la que explotan por los aires. Diego Rubio

Ride y los 30 años de “Going Blank Again”. Foto: Òscar Giralt
Ride y los 30 años de “Going Blank Again”. Foto: Òscar Giralt

Vulk

Mientras en los alrededores de Apolo se congregaban miles de personas, formando colas que se extendieron por varias calles para ver el concierto de Interpol, Vulk subía al escenario de la sala, que ya se encontraba a máxima capacidad. La banda vizcaína llegó con un reciente tercer disco –“Vulk ez da” (2022)– para entregar un concierto brutal. Se nota la disciplina de cada uno de los músicos aplicada a un engranaje perfecto. Son potentes en vivo, llenan los espacios con ruido, con quiebres, pero no a tontas y a locas. Un caos controlado. Es probable que una buena parte de la audiencia no los conociera o nunca los hubiese visto en directo; aún así, Vulk les ganó rápidamente. Un concierto que para más de uno fue una gran puerta de entrada y, para otros, su reafirmación del goce. Javiera Tapia

Vulk, a dentelladas. Foto: Óscar García
Vulk, a dentelladas. Foto: Óscar García

Yasmin Williams

En la intimidad de la sala La Tèxtil vivimos anoche dos conciertos fascinantes. Primero el de la compositora Yasmin Williams (luego, KMRU), que cuenta al público cómo el videojuego “Guitar Hero” fue lo que la llevó a tocar la guitarra. Como en el juego la tocas pulsando botones, Williams se ha acostumbrado a poner la guitarra sobre su regazo y usa un martillo enano para pulsar las cuerdas además de pinzarlas con los dedos, con un talento que es asombroso. En ocasiones usa la caja como percusión y toca al mismo tiempo una kalimba que pega sobre ella. Williams es un prodigio musical que conviene apreciar en directo. Teresa Ferreiro

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