Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
Decepción nada más empezar la tarde, y no porque a Dana Margolin le falte talento y entrega, sino porque una versión mutilada de Porridge Radio pierde así gran parte de su razón de ser: el trasiego por el jubileo de la reina de Inglaterra impidió la tramitación del pasaporte de uno de los miembros de la banda, al menos esa es la explicación oficial, y despojar a estas canciones de su aparato eléctrico es dejarlas en una incómoda intemperie. Margolin, sola ante el peligro (y ante el mar, al menos frente a un millar de fieles en el escenario Plenitude), todavía no es una Kristin Hersh que pueda echarse sobre las espaldas una hora de concierto sin riesgo de que sus obsesiones no imanten, por mucho que quisiera hacer de la necesidad virtud remarcando la ilusión que le hacía volver a un formato que hacía muchísimo tiempo que no frecuentaba. Asignatura pendiente, pues, la de ver al cuarteto de Brighton al completo.
No tardó en tomar el relevo Einstürzende Neubauten. Nada menos. Bidones de plástico, sacos de rafia, tubos metálicos y hasta un rodillo sobre el que rozar una escobilla fueron algunos de los instrumentos que emplearon para sazonar su salmodia industrial, vestigio de ese Berlín que sabe renacer una y otra vez, entre la solemnidad y el descreimiento, desde hace ya cosa de un siglo, cuando el período de entreguerras dictó unos modos de hacer que han tenido sucesivas réplicas en el tiempo. De hecho, Blixa Bargeld, vestido de riguroso negro, como casi toda la banda, desperdigó saludables migajas de un sentido del humor ácido pero hierático: presentó la soberbia “How Did I Die?” ironizando sobre que Barcelona no les había llamado aún para presentar su último álbum y recordó que cuando acuñó la palabra “corona” en “Sonnenbarke” ni el coronavirus era una posibilidad ni había dejado de gobernar Boris Yeltsin en Rusia ni el Brexit era imaginable: sí, la humanidad siempre puede ir a peor, y Europa no digamos. ¿Puntos álgidos? “Susej”, “Nagorny Karabach”, “Die Befindlichkeit des Landes” o “Tempelhof”. Que las canciones de su reciente “Alles in Allem” (2020) resulten tan esenciales como las de “Silence Is Sexy” (2000) es algo que habla muy a las claras sobre la cualidad inoxidable de su fórmula. Es más, la lectura en clave social de su acopio de material de derribo sigue vigente. Hay motivos para renovar el desguace. En cualquier caso, fue el suyo un concierto de calma tensa. De explosión postergada sin fecha. Quizá demasiado. Menos virulentos que en sus mejores tardes, desde luego, pero no por ello menos intimidantes.
Y si no, que se lo digan a cualquiera que llegara con retraso al pase de King Krule. Ante el escenario Cupra, la grada y la explanada lucían abarrotadas. Archy Marshall delineó un set intenso pero algo lineal. Su pop esquinado con apuntes jazzies –el saxo de Ignacio Salvadores– y lírica nocturna y urbana irradia poder de sugestión, pero abusa del enfurruñamiento, de un ensimismamiento algo terco. Acaba haciéndose bola. Mal asunto cuando ya tienes cuatro álbumes. Juraría que no fui el único a quien se le hizo larga su hora de concierto, a tenor del goteo de deserciones.