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Beach House: ensoñadora propuesta. Foto: Val Palavecino
Beach House: ensoñadora propuesta. Foto: Val Palavecino

Festival

Primavera Sound (4 de junio /3): satén, desguace y zapatilla

Si algo quedó meridianamente claro es que Nick Cave sigue sin ser humano: es un ser mitológico. Pero su enorme sombra no empaña, en cualquier caso, el relato de las prestaciones de Beach House, Alizzz, Einstürzende Neubauten, Disclosure, King Krule, Ferran Palau o Porridge Radio en una tercera jornada que cerró el primer fin de semana a lo grande.

05. 06. 2022

Confirmaciones, dudas y jugadas a tiro hecho. Riesgo y conservadurismo. Contención y desmelene. De todo eso hubo. Disyuntivas y acusados contrastes en la jornada de ayer, la tercera del primer fin de semana, de este Primavera Sound del reencuentro que ha sido acogido por los seguidores del festival con unas inusitadas ganas por recuperar el tiempo perdido. Conciertos con mucho público y mucho fervor en las gradas, a pie de escenario o en la lejanía viéndolo a través de las pantallas.
Porridge Radio, versión incompleta. Foto: Val Palavecino
Porridge Radio, versión incompleta. Foto: Val Palavecino

Decepción nada más empezar la tarde, y no porque a Dana Margolin le falte talento y entrega, sino porque una versión mutilada de Porridge Radio pierde así gran parte de su razón de ser: el trasiego por el jubileo de la reina de Inglaterra impidió la tramitación del pasaporte de uno de los miembros de la banda, al menos esa es la explicación oficial, y despojar a estas canciones de su aparato eléctrico es dejarlas en una incómoda intemperie. Margolin, sola ante el peligro (y ante el mar, al menos frente a un millar de fieles en el escenario Plenitude), todavía no es una Kristin Hersh que pueda echarse sobre las espaldas una hora de concierto sin riesgo de que sus obsesiones no imanten, por mucho que quisiera hacer de la necesidad virtud remarcando la ilusión que le hacía volver a un formato que hacía muchísimo tiempo que no frecuentaba. Asignatura pendiente, pues, la de ver al cuarteto de Brighton al completo.

Ferran Palau, en su burbuja. Foto: Jordi Vidal
Ferran Palau, en su burbuja. Foto: Jordi Vidal
Por su parte, el empeño de Ferran Palau –acompañado por Joan Pons, Jordi Matas y Dani Comas– es algo tan reconocible que fluye como la seda en cualquier distancia imaginable, y sentó estupendamente bien cuando la tarde descorchaba su cartel en uno de los dos escenarios principales. Flotando en su propia burbuja, sentando plaza sobre las mismas tablas ocupadas días antes por Tame Impala o The National, su elegantísimo goteo pop al ralentí pudo ser entendido bien como síntesis o bien como recapitulación de un trayecto que ha creado escuela en tiempo récord, porque cayeron canciones de todas sus etapas. Sensualidad, clase y dominio absoluto de su lenguaje. Aplomo y satisfacción ante una explanada más concurrida de lo que cabía esperar. Celebración, en cualquier caso.

Einstürzende Neubauten: Berlín, tanto de que responder. Foto: Sergio Albert
Einstürzende Neubauten: Berlín, tanto de que responder. Foto: Sergio Albert

No tardó en tomar el relevo Einstürzende Neubauten. Nada menos. Bidones de plástico, sacos de rafia, tubos metálicos y hasta un rodillo sobre el que rozar una escobilla fueron algunos de los instrumentos que emplearon para sazonar su salmodia industrial, vestigio de ese Berlín que sabe renacer una y otra vez, entre la solemnidad y el descreimiento, desde hace ya cosa de un siglo, cuando el período de entreguerras dictó unos modos de hacer que han tenido sucesivas réplicas en el tiempo. De hecho, Blixa Bargeld, vestido de riguroso negro, como casi toda la banda, desperdigó saludables migajas de un sentido del humor ácido pero hierático: presentó la soberbia “How Did I Die?” ironizando sobre que Barcelona no les había llamado aún para presentar su último álbum y recordó que cuando acuñó la palabra “corona” en “Sonnenbarke” ni el coronavirus era una posibilidad ni había dejado de gobernar Boris Yeltsin en Rusia ni el Brexit era imaginable: sí, la humanidad siempre puede ir a peor, y Europa no digamos. ¿Puntos álgidos? “Susej”, “Nagorny Karabach”, “Die Befindlichkeit des Landes” o “Tempelhof”. Que las canciones de su reciente “Alles in Allem” (2020) resulten tan esenciales como las de “Silence Is Sexy” (2000) es algo que habla muy a las claras sobre la cualidad inoxidable de su fórmula. Es más, la lectura en clave social de su acopio de material de derribo sigue vigente. Hay motivos para renovar el desguace. En cualquier caso, fue el suyo un concierto de calma tensa. De explosión postergada sin fecha. Quizá demasiado. Menos virulentos que en sus mejores tardes, desde luego, pero no por ello menos intimidantes.

Alizzz continúa su progresión sobre las tablas. Foto: Val Palavecino
Alizzz continúa su progresión sobre las tablas. Foto: Val Palavecino
Aunque para imponente, el set de Alizzz. Lo tenía relativamente fácil, porque “Tiene que haber algo más” (2021) es una colección de canciones sin tacha, y esa es la vía más rápida para que un concierto no decaiga en intensidad ni por un solo segundo. Canciones redondas, en el alambre entre el indie pop y la caligrafía urbana. Soltura como frontman en ascenso. Y la participación de Amaia en “Antes de morirme” y –claro– “El encuentro”. A la ausencia de C. Tangana se sumó también la de Rigoberta Bandini –“tiene una boda”, dijo–, pero la escasez de cameos no impidió que despachara un guion absolutamente vibrante en algo menos de una hora. Un espectáculo y un temario que le hacen a uno sentirse como si tuviera veinte años menos. Al menos, así lo siento yo.

Beach House y su experiencia sensorial. Foto: Val Palavecino
Beach House y su experiencia sensorial. Foto: Val Palavecino
Alizzz está, en realidad, a años luz de la sobreexposición a la que pueden verse sometidos Beach House. Ocurre que Alex Scally y Victoria Legrand siempre se las ingenian para que su ensoñadora propuesta admita nuevas rendijas de ventilación. No muchas, pero ahí están. Y pocas tan claras como el traqueteo kraut de “Superstar”, acentuado desde la pantalla por una interminable carretera. También el corte titular de “Once Twice Melody” (2021) se puede permitir dar la bienvenida a su parroquia como el clásico instantáneo que es. La experiencia sensorial que esgrimen no se agota, aunque su disfrute sigue dependiendo mucho de la mayor o menor cercanía que uno guarde con el escenario, algo que en un gran festival siempre es más complicado.

El concierto de King Krule se hizo largo. Foto: Marina Tomàs
El concierto de King Krule se hizo largo. Foto: Marina Tomàs

Y si no, que se lo digan a cualquiera que llegara con retraso al pase de King Krule. Ante el escenario Cupra, la grada y la explanada lucían abarrotadas. Archy Marshall delineó un set intenso pero algo lineal. Su pop esquinado con apuntes jazzies –el saxo de Ignacio Salvadores– y lírica nocturna y urbana irradia poder de sugestión, pero abusa del enfurruñamiento, de un ensimismamiento algo terco. Acaba haciéndose bola. Mal asunto cuando ya tienes cuatro álbumes. Juraría que no fui el único a quien se le hizo larga su hora de concierto, a tenor del goteo de deserciones.

Disclosure tuvieron mejores noches. Foto: Òscar Giralt
Disclosure tuvieron mejores noches. Foto: Òscar Giralt
También Disclosure ha tenido mejores noches, aunque quizá no piensen lo mismo quienes quemaron sus últimos cartuchos con ellos hasta las cuatro de la mañana. Ahí sí que parece que el quorum fue indiscutible. Su escenografía es menos imaginativa que de costumbre y además, aunque cayeron todos sus grandes hits (“Holding On”, “When A Fire Starts To Burn”, “Latch”), su set derivó en un house muy a piñón, la excusa perfecta para invitar a quemar suelas apelando a la ley del mínimo esfuerzo. Para cuando salieron los Atlantic Horns, sección completa de viento que enlució “Tondo”, uno de sus últimos singles, ya estaba todo el pescado vendido. Y el objetivo cumplido por la vía más directa y sencilla. ∎

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