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Es el jueves de la segunda semana del Primavera Sound y se siente como un reset de caras, de planes y de energías. Entre el público, se puede encontrar a gente que acaba de hacer uso de su entrada y todavía conserva la purpurina. También algunas caras contadas que parecen llevar diez años sin dormir. Tan diversa como la asistencia fue el compendio de experiencias vividas en los conciertos. Se puede afirmar que hubo de todo y que fue bastante intenso.
A las seis de la tarde, en el escenario Estrella Damm, comienza el directo del El Mató A Un Policía Motorizado, piedra angular del indie rock argentino contemporáneo y con vínculos evidentes, de amistad e influencia, con el indie español más o menos reciente. El quinteto de La Plata tiene una confianza calmada en el escenario que incluso podría interpretarse como cansancio; pero no: ofrecen un directo impecable. La templanza de Santiago Motorizado, voz y bajo del grupo, contrasta con los efusivos gritos de un público que recita todas las canciones desde la primera frase de la actuación. Son, desde hace tiempo, una referencia que no cesa de ampliar seguidores.
Jay Electronica, sin embargo, no mostró tanta calma y buen hacer. El rapero de Nueva Orleans sale al escenario Plenitude con un poncho, un gorro de ala y unas gafas de sol y poco a poco va perdiendo cada una de estas tres cosas, lanzándolas hacia la gente. Exclama que quiere estar rodeado del público y se mete entre ellos durante una de las canciones. Al volver al escenario dice que los echa de menos e invita a la gente a subir, creando una marabunta que salta las rejas de seguridad para ocupar el escenario, bailar desde allí y hasta hacer algún “calvo”. Por obvias razones de seguridad, el personal despeja la tarima y, se asume, reprende a Jay Electrónica. Él afirma que si le vuelven a “hablar así” va a “partirles la cara”. Dicho esto, lanza el micrófono a la pista de baile. Finalmente, cancelan el directo y el músico se queda entre el público haciéndose vídeos y fotos con ellos. Como performance egotista, fue bastante interesante, y también preocupante.
En contraste, en el escenario NTS, el grupo neofolk Tarta Relena ofrece unos de los directos más bellos y perfectos de esta primera jornada del segundo fin de semana. Las cantantes Marta Torrella y Helena Ros se sitúan en medio del escenario rodeadas por una línea esférica de luz que se mueve y cambia de color. Como siempre, llevan un vestuario muy cuidado: togas negras sobre corpiños blancos que parecen hacer referencia al mundo clásico. Esto se vincula perfectamente con el concepto de su proyecto artístico, que recupera la tradición de la música mediterránea y la moderniza a través de sus reinterpretaciones y fusiones con sonidos electrónicos. Las voces desnudas de estas dos jóvenes catalanas son la prueba ardiente de que la música puede curar el alma.
Más tarde, en el escenario Binance, hace aparición uno de los grupos de la facción indie pop más esperados de la tarde: Metronomy. Escuchar en directo los clásicos de la banda británica es una experiencia religiosa. No importa si no sabes inglés; si puedes musitar “The Bay” en el momento adecuado, ya es suficiente para ser parte de un ritual que une a cientos de personas. Metronomy es un buen conductor de sentimientos encontrados como la melancolía y la alegría. Con una actitud que se aleja de cualquier pretensión, son capaces de transformar la tristeza en belleza a través de un sonido tan inmaculadamente perfecto que, por momentos, hace dudar de su humanidad.
Inmediatamente después, en el escenario NTS, comienza una experiencia acústica híbrida de la mano de Duma. Los kenianos Martin Khanja y Sam Karugu –afincados en Uganda por su estrecho vínculo con el sello Nyege Nyege Tapes– son los creadores de una extraña mezcla entre noise, grindcore, música industrial y punk. Khanja se agita y se mueve por todo el escenario como poseído, lanzando gritos desgarradores. El resultado es una imagen intrigante y representativa del caos y ansiedad contemporáneos.
Entrada la madrugada, llega el turno en el NTS del esperado dúo indonesio Gabber Modus Operandi. Kasimyn y Ican Harem son una de las experiencias más espirituales y a la vez sucias que puedas tener en un club. Además de cantante, Ican es un experto performer y aún más talentoso diseñador que, durante el directo, cambia varias piezas de su vestuario. En esta ocasión lleva un top cosido con un traje de disfraz de Pikachu para niños, del que cuelgan las mangas como si fuesen patas. Aparte de su cuidada estética, el objetivo principal del grupo es elevar la intensidad musical a su punto más álgido, fusionando el happy hardcore con elementos de músicas tradicionales como dangdut koplo, gamelán y danza javanesa jathilan. Buscan fomentar estados de trance y lo consiguen. Su directo significa empaparse en sudor y, al mismo tiempo, dejarse invadir por el ruido hasta quedar limpia.