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Una oferta tan extensa como la de Primavera Sound –abierta a estilos como el heavy metal, la electrónica experimental, el punk rock canónico, el post-core o la tradición musical tuareg– permite disfrutar de conciertos notables lejos de los escenarios principales o de la zona alta del cartel. Este recorrido efectuado ayer, en el que encontramos protagonistas tan diversos como Mdou Moctar y High On Fire, o como Amyl And The Sniffers y Pile, es buena muestra de ello.
“Qué extraño tocar en un festival donde compartimos cartel con Dua Lipa. Eso solo puede pasar con el capitalismo: ¡así que a consumir, abrazadlo!”, dijo Violeta, la cantante y bajista del trío madrileño Rata Negra, en una intervención entre canciones. Luego afirmó que ese era el escenario más grande donde habían actuado y donde probablemente actuarían jamás. Palabras curiosamente reveladoras si tenemos en cuenta la extraña criatura en que ha ido mutando con los años el Primavera Sound: si es el libre mercado en su encarnación musical, refleja asimismo un espíritu sónico cosmopolita de variedad desbocada donde abundan todo tipo de tintes, como se podrá comprobar en esta ruta del jueves, estrenando el segundo fin de semana en el Fòrum.
Rata Negra abrió el turno de tarde en el escenario Ouigo con “Venid a ver”, traca a la que siguió un tajante set de punk rock con dejes garageros. Hieratismo escénico –limitado a sacudidas de cabeza y tímidos botes– salvado por una base rítmica muy sólida y una actitud intencionadamente sin florituras. La reiteración compositiva se atenúa con momentos celestiales a dos voces y una destacable imaginación guitarrera, siempre a la búsqueda de ideas melódicas y sonoridades variadas, incluyendo algunas cimas de punteo chicloso de aroma post-punk.
Después del punk llegamos al post-hardcore de la mano (o el puño) de Pile. La precisa geometría instrumental del grupo estadounidense –una sublime lección en la mecánica del arranque-parón, los cambios de ritmo y los tejidos angulosos a doble guitarra– adquirió una capa de humanidad en el Ouigo con la irrupción de sensibilidades pop, con Rick Maguire alternando el canto-murmullo con el griterío, un ligero guitarreo con un bruto rasgado rompemuñecas, una plácida gestualidad con paseos desquiciados mástil en ristre. Este juego de contrastes entre lo calmo y lo intenso podría resultar repetitivo, pero nunca aburrió gracias a la interesante estructura de canciones como “The Jones”, uno de los puntazos del concierto, cinco minutos de avance por fases, variaciones y giros sobre una idea esencial.
Con idea de recuperar un poco el aliento, nos adentramos en el parking subterráneo reconvertido en laboratorio sonoro cortesía de NTS, para perdernos en la densa telaraña electrónica elaborada, con mucho oficio y esmero, por los señores Oren Ambarchi, Konrad Sprenger y Phillip Sollmann. Balanceándose tenuemente en la oscuridad ante un laberinto de cables, conectores, manijas y botones, a menudo recubiertos de un humo más parecido a la neblina, no era fácil vislumbrar sus movimientos: Ambarchi manipulando y filtrando su guitarra para sacar notas cercanas a melodías pasajeras, Sprenger arrebatado frente a su portátil y perfeccionando la base rítmica tipo locomotora de considerable deje kraut, más el maestro electroacústico Sollmann recurriendo a su utillaje de lutier cósmico para sumar capas entre lo atmosférico y lo disonante. El resultado fue una pieza absorbente y cálida de lenta evolución, con patrones cíclicos. Una sesión de electrónica progresiva droneante difícil de describir con palabras.
Dejamos la caverna para descender a las catacumbas. High On Fire –idónea contraprogramación a Dua Lipa– vinieron, incineraron y se fueron. Ante un público reducido pero acérrimo –la espaciosidad posibilitó la circulación del olor a porros, aunque frustró algunos intentos de mosh-pit y crowdsurfing–, el power trio californiano ofreció en el escenario Ouigo una concisa pero desgarradora ración de metal pesado. Es una gozada ver a Matt Pike –ya inconfundible: orondo cuerpo tatuado y rompedor mostacho– mordiendo el micrófono para escupir su canto-gruñido kilmisteriano o acercándose al borde del escenario para asentir, cual estatua de hierro, mientras se funde con la guitarra, ya estén sus dedos bramando riffs o realizando punteos de una agilidad siempre anonadante. Ningún ejemplo mejor que los diez minutazos de “Snakes For The Divine” y su dinámica mezcla de acelerones thrash y lentos pasajes sludge con que cerraron brutalmente el concierto.
Pasadas las dos de la madrugada, cerramos nuestra ruta en el Plenitude con una intensidad de un tipo muy distinto: la de las dunas del norte africano, encauzada por Mdou Moctar, en lo que fue un concierto de tishoumaren marcadamente eléctrico, en un formato de cuarteto rock sin ninguna concesión a los instrumentos autóctonos. Los nigerinos –y el bajista neoyorquino Mikey Colton, ataviado también con un ropaje tradicional tuareg que debió levantar las cejas de muchos– subrayaron la dimensión más maquinal y cañera de “Afrique Victime” (2021): planeando sobre una contundente base instrumental –mención especial merece el joven Souleymane Ibrahim, sublime con su gestión de polirritmos a la batería–, Moctar ensayó serpenteos guitarreros entre evocadores e incendiarios, quizá hasta la redundancia. Pero para aquellos que entramos en el trance fue un intenso recital de música –simultánea y no contradictoria– densa, hipnótica y bailable. ∎