Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
Primavera Sound concluye con sensaciones agridulces. Por un lado, ha sido una edición épica que confirma algo que parecía impensable: el ensanchamiento del festival. También nos ha hecho recuperar sensaciones a marchas forzadas, volver a un tiempo que creíamos perdido y borrar la pandemia a base de contacto. Por otro, se ha bordeado siempre la delgada línea en que la avaricia termina por romper el saco. Y, entre todo ello, queda una ligera impresión de desequilibrio entre los dos fines de semana. Es muy posible que el no disponer del Auditori Rockdelux para esta segunda manga haya obligado a ciertos reajustes en la programación de los escenarios exteriores, lo cual ha producido algunas de las coincidencias horarias más concurridas que se recuerdan. También hubo conflicto con las prerreservas del Brunch In The Beach o masificaciones en la entrada al escenario Bits para ver la pinchada de Grimes… El caso es que ya ha terminado y hay que respirar profundo para darse cuenta de que uno ha superado semejante maratón.
Y terminó en la playa, en el mismo lugar donde empezó, mientras el mítico Goldie le daba los buenos días al domingo a base de breakbeat, nostalgia noventera y ramalazos de jungle y drum’n’bass; una pizca de étnico, melodías mesiánicas, guitarrazos y rarezas de punk o dub. Hasta remezclas de Thom Yorke para uno de los cierres más bizarros que recuerda la historia del Primavera Sound. Porque allí, en el Primavera Bits (escenario Dice), se ha confirmado la existencia de otro espacio diferente, con un ecosistema propio y casi independiente del propio festival. Admite un público quizá mucho más ecléctico y, sobre todo, está abierto a la pasión y la juventud, esa vitalidad de los primeros festivales, los primeros grandes viajes, las primeras fiestas memorables. Hay más inocencia, con lo bueno y lo malo que implica.
En el escenario Tous también se han vivido grandes conciertos, como el de Mura Masa, que llegó allí con soltura de maestro y su bass music, diluida entre el electro y el club. Lo hizo parapetado à la Jamie xx, tras una mesa desde la que sirve beats, breaks de batería y guitarras. También canta, pero para presentar la mayoría de sus temas más reconocidos –como “Love$ick” o el agresivo rap de “Deal Wiv It”– se apoya en voces ajenas. En este concierto, en el que presentó canciones nuevas, la guinda la puso la celestial Erika de Casier con su interpretación de “e-motions”.
Después, en el mismo escenario y con algo de retraso –un poco caótico el baile de horarios en este segundo fin de semana– subieron los británicos Sad Night Dynamite. Una grata sorpresa para el pop urbano de las islas, porque en su estilo caben coletazos de trap, bases gordas y con bajos profundos y a veces hasta psicodélicos y una enorme influencia del UK garage. Además, han sabido retener algo de ese espíritu festivo y globalizado, con influencias innegociables de la música africana, que caracteriza a Gorillaz. Pero el hip hop ya no es el que era: el boom-bap ha sido totalmente desplazado por los ritmos trap y las bases narcóticas del R&B electrónico y ahora los derroteros se acercan más al grime o al afrobeat. Es esa ola la que surfean los británicos en temas que crecen aún más con el dinamismo del directo: brutales “Icy Violence” y “Krunk”.
Los que no estuvieron tan a la altura de la situación fueron los bielorrusos Molchat Doma. A pesar de la intensidad de sus canciones y de lo opresivo e hipnótico de sus melodías, quizá no consiguieron transmitir toda su pegada en el Plenitude. Su synthpop oscuro y envolvente en directo no resulta tan orgánico como se esperaría. Y faltó algo de intensidad en lo que sí fue una demostración de que, de algún modo, suponen la transición natural que podrían haber hecho Joy Division en New Order si el destino no les hubiera obligado a mutar. ∎