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Arqueólogo de sonidos. Foto: Alfredo Arias
Arqueólogo de sonidos. Foto: Alfredo Arias

Entrevista

Raúl Rodríguez, el triunfo del rizoma

Con “La razón eléctrica”, Raúl Rodríguez cierra su trilogía de “Antropomúsica”. Un viaje antropológico a las conexiones entre las raíces afro-andaluzas-caribeñas armado de su fusión hecha instrumento: el tres flamenco. Una invención propia que le permite construir música nueva, sin nombre ni reglas preestablecidas, en la que las tradiciones y las personas que las construyen se relacionan de igual a igual, sin que una prevalezca sobre la otra. Usando además en esta ocasión su propia experiencia vital como material de trabajo.

12. 07. 2023

Músico y antropólogo, en diez años y con tres disco-libros –“Razón de son” (FOL, 2014), “La raíz eléctrica” (FOL, 2017) y “La razón eléctrica” (Altafonte, 2023)–, Raúl Rodríguez ha construido un discurso tan sólido como fluido, con tanto trabajo previo como un dejarse llevar: “El arte va por delante, por suerte. La vida va por delante. Desde que empecé a trabajar con un instrumento nuevo, con el tres flamenco, me ha pasado todo esto. La culpa es suya”. El tres flamenco, su invención; mucho más que combinar el tres cubano y la guitarra flamenca: “No era coger dos elementos para combinarlos en uno. Era entrar dentro de un instrumento que ya contiene un montón de información que viene de muchos lados y va a hacia muchos sitios que no sé cuáles son”.

Y todo ello para, entre otras cosas, abrazar y dejarse abrazar libremente por las músicas y culturas de sus compañeros de viaje: “Cuando haces música con alguien se produce una intimidad fortísima en la que el sonido sustituye a lo carnal. El viaje al interior de esa persona cuando estás ejercitando el arte te proporciona claves muy reales de lo que es esa cultura en realidad”.

Hay mucho estudio tras “La razón eléctrica”. Es un trabajo musical al que le has echado codos y cabeza, una labor de búsqueda, un viaje en todos los sentidos.

Llega un momento en el que me doy cuenta de que llevo treinta años haciendo un trabajo de campo que me habían encargado y no atendí. En segundo de carrera uno de mis maestros de antropología, Elías Zamora, me puso una nota baja. Y al ir a pedirle explicaciones me dijo: “La universidad no es para ti, Raúl. Esto es un ministerio. Tú ya haces música. Sigue tocando e investigando por ahí. Tendrías que hacer una especie de antropología de la creatividad, explicar cómo funciona el duende”. No le hice caso porque quería ser estudiante formal, no músico ambulante. Vengo de una familia de músicos, sé lo que se sufre. Cuando estaba acabando “La razón eléctrica”, pensé: “Igual mi subconsciente sí le hizo caso a este hombre”. He estado haciendo una investigación de agente doble sin saber que, en realidad, era el Superagente 86 (grandes risas). Es un trabajo que nadie me hubiera financiado. Me lo he pagado yo de forma honesta, partiendo cuerdas y pateando carriles. Pero la sensación es de mucha felicidad: lo que tenía que hacer, lo he hecho. En mi vida he trabajado con gente que está dentro de la tradición, pero con una conciencia muy creativa: mi madre (Martirio), Santiago (Auserón), Kiko (Veneno), (Javier) Ruibal. Con una actitud buscadora dentro de los lenguajes tradicionales. He participado activamente en esas pequeñas transformaciones que son a veces imperceptibles, pero irreversibles. Un compás se pone de acuerdo con otro y aparece un género que tarda quince o veinte años en tener nombre.

He trabajado este disco usando material biográfico como material etnográfico. Desde la misma perspectiva con la que está tomada la foto aérea de la portada: la marisma de Doñana, cuando aún había agua. Levantas la vista y te das cuenta de que tiene la misma estructura que nuestro cerebro, que las conexiones neuronales. Lo que he hecho con mi propia experiencia ha sido un poco lo mismo: tratarme desde fuera, como si fuera un nativo de una cultura desconocida, la supuesta cultura mítica de los artistas, y explicarlo, hacer ese trabajo de traducción cultural del antropólogo. Llevarlo a un terreno comprensible, para decirle a la gente que la tradición también está en sus manos.

“He trabajado este disco usando material biográfico como material etnográfico. Desde la misma perspectiva con la que está tomada la foto aérea de la portada: la marisma de Doñana, cuando aún había agua. Levantas la vista y te das cuenta de que tiene la misma estructura que nuestro cerebro, que las conexiones neuronales”

La tradición, la cultura en general, según dices en el texto, se esparce no como una raíz sino como un rizoma.

Exactamente. La transmisión del conocimiento es en horizontal, no en vertical. Esto viene de Deleuze y Guattari, maestros de Santiago Auserón en la Sorbona. Es un cambio de paradigma: hay que pensar en horizontal. No hay delante y detrás, ni pasado y vanguardia. Todas las fuerzas de pensamiento actúan a la vez, y las ideas se transforman de esa misma manera. El arte no te lo da ni Dios ni tu lugar de empadronamiento. Todo está ligado con todo. Cualquier movimiento acaba afectando a los demás en algún momento. Hay que cambiar el enfoque erróneo de las músicas de raíz: no hay una raíz y un fruto. Hay que pensar en un concepto de rizoma, de trama; tal y como funcionan los manglares, la posidonia o la red eléctrica.

¿Pensaste en hacer una trilogía desde el primer momento?

En absoluto. “Razón de son” era el primero y el último. Tenía la sensación de que era una obra cerrada en sí misma. El segundo, “La raíz eléctrica”, fue la antítesis, una comprobación de las ideas en el terreno. Viajé a Haití, a Nueva York, a países africanos, y trabajé con muchos músicos. Empecé el tercero de una manera muy solitaria y la canción que me abrió la puerta de todo es con la que empieza: “De vuelta a casa”, basada en lo que viví en Veracruz, donde todo el mundo toca, canta y baila en fiestas musicales muy participativas. Me sentí muy en casa, tocando mi tres flamenco como si llevara allí trescientos años.

Eso me dio un calambre que me duró varios meses y provocó que esa canción no fuera una estampa histórica releída, como en discos anteriores, sino un reflejo de mi propia experiencia. Explicarle a la gente lo que hacemos los músicos ambulantes, cómo perseguimos la huella de la canción. Mi propia vida como material de trabajo. Eso es muy bonito porque le da utilidad a los pasos dados. A medida que fui haciendo este disco, me dije: Esto es en realidad un capítulo que cierra a los otros dos de manera muy conclusiva. Es la síntesis.

“De vuelta a casa”, vídeo de Sociocreativo rodado en Sanlúcar de Guadiana (Huelva).

Hay mucha más África en este disco que en los otros dos.

Claramente. Ha habido varios viajes africanos muy determinantes, muy intensos y muy fuertes en estos años, a Malí, Senegal, Guinea Ecuatorial, Madagascar… Al encuentro de las semillas de son africanas. Los rastros de la diáspora obligada por la esclavitud configuran un mapa secreto de ritmos que son una venganza dulce: ritmos que viajaron como esclavos y ahora nos hacen libres. Uno de los puntos centrales de mi trabajo es despertar la conciencia de que hubo una cultura afroandaluza y que, por tanto, el flamenco también pertenece al circuito de la música afroamericana, la afrocubana, la afrobrasileña, la afroperuana… Y mi mujer es mozambiqueña, así que mis niñas son afroandaluzas…

De hecho, las tres cantan en “La tormenta de arena”.

Tiene mucho sentido. Esa canción refleja mi encuentro en Malí, en 2018, con Toumani Diabaté, que grabó su kora en “Excalibur”, un tema dedicado a mí que abría el segundo disco de mi madre (se refiere a “Cristalitos machacaos”, de 1988), tierno y místico a la vez: los consejos de Merlín a un joven guerrero. Le dije a Toumani: “Soy el hijo de Martirio”. Y él gritó: “¡Excalibur! ¡Tú eres el niño!” (risas). ¡Aún se acordaba! Unos meses después acabé sacando un soniquete sin saber muy bien de qué quería hablar. Acabé la letra en noviembre de 2022 usando una metáfora basada en una realidad preciosa: el polvo del Sahara es levantado por las tormentas de arena y las corrientes de viento lo llevan hacia América; solo se detiene cuando llega a los Andes y cae allí, fertilizando la selva. Pienso que las ideas funcionan igual: vuelan y, a la que nos permitimos estar sembraos, que es un estado de receptividad transitorio, esa semilla se siembra y ¡pum! También quería dirigir hacia mis niñas ese mensaje que me mandó mi madre cuando era pequeño: “Tienes tu luz por dentro, pero hay que seguir buscando. Y tu lucha puede ayudarte”.

Tenía en casa la kora de Sirifo Kouyaté, otro de los músicos que colaboran en el disco, pero él no estaba. La toqué un poco: “Qué cosa más bonita. ¡Pero esto es imposible de tocar! ¡Tiene todas las cuerdas del mundo!”. Le pedí permiso, me metí veinte horas en el cuarto, empecé a investigar hasta que entendí un poco cómo era. Encontré una manera de grabarla y la toqué con la inocencia de un niño. Una carambola estupenda. Qué mejor regalo podía hacerle a Toumani que aprender su instrumento y dejarlo grabado tal cual lo toqué por primera vez. Después quise incluir coros femeninos muy sencillos que me sonaban a mujeres africanas. Pensé en varias compañeras, pero soy muy alérgico a los featurings (risas) y tampoco quería molestar por una cosa tan pequeña. Miré hacia atrás y dije: “¡Pero hombre, si están aquí!” (más risas). Uno tiende a buscar lejísimos, y lo más habitual es que tengas la magia a mano. Participaron, y es muy lindo porque se sienten implicadas en un mensaje que es para ellas.

Las razones del musicólogo inquieto. Foto: Alfredo Arias
Las razones del musicólogo inquieto. Foto: Alfredo Arias

No solo practicas fusión, sino que la has hecho carne creando el tres flamenco.

Es mi tesis doctoral, anterior a este proyecto y a mi voluntad. Empecé a trabajar con el tres cubano cuando mi madre viajó a Cuba con Compay Segundo y me trajo uno. No había YouTube, ni tutoriales, ningún cubano en Sevilla que me pudiera enseñar el método tradicional. A lo mejor con los recursos que tenemos hoy no hubiera sentido la necesidad de inventar. Con el tiempo vi que no solo era un instrumento de tres cuerdas dobles que pertenecía a la tradición cubana y que podía usar para tocar flamenco. Quería que el nuevo instrumento provocara una realidad nueva, y ponerla en práctica.

Por eso en mi música está todo mezclado de tal manera que no sé definir cuál es el género dominante. Están todos jugando en horizontal. Pasan muchas cosas a la vez: flamenco, rock, música cubana y africana… y otras que no tienen nombre todavía. Me interesa escapar de la denominación de origen, que el instrumento no me permita empadronarlo (risas). Al no tener pasado no hay legislación, ni multas. No hay nada que no se pueda hacer mientras tenga ritmo, afinación y sea verdad; las únicas tres leyes que contemplo en la música. Al no tener escuela anterior ni precedentes en los que fijarme, ocurren dos cosas muy bonitas: una es que soy el mejor (risas) y otra aún más importante, que me sirve para aprender, es que no hay nadie que lo toque peor que yo. Soy un eterno debutante. Puedo ir en todas direcciones, y eso me da completa libertad.

“Mi encuentro en Malí, en 2018, con Toumani Diabaté, que grabó su kora en ‘Excalibur’, un tema dedicado a mí que abría el segundo disco de mi madre, tierno y místico a la vez: los consejos de Merlín a un joven guerrero. Le dije a Toumani: ‘Soy el hijo de Martirio’. Y él gritó: ‘¡Excalibur! ¡Tú eres el niño!’ (risas). ¡Aún se acordaba!”

La chacona “La vuelta al mundo” parece ser un resumen de esa síntesis que es a su vez el disco.

Llevo muchos años trabajando sobre los géneros preflamencos: la chacona, la zarabanda, la jácara, el fandango. Hay un territorio anterior al flamenco que empieza a cristalizar en el siglo XIX, en el que están las cartas de navegación perdidas. Si atendemos a ese pasado nos damos cuenta de que es multicultural. Había gente muy variada en las primeras metrópolis: Sevilla, Cádiz, Lisboa, La Habana… Ciudades con un alto grado de permeabilidad intercultural obligada por la sociedad de entonces, generando músicas nuevas que englobaban a todo el mundo. La chacona es una de las principales. Es una ralentización de ritmos callejeros frenéticos llevados a la corte, donde no se podía bailar así de cintura para abajo, ni usar el tambor. Entonces tenía que hacer el viaje del folclore imaginario: ¿cómo hubiera sonado aquello en las calles? Por eso la canción empieza muy cortesana, va retrocediendo hacia el futuro y termina en esas calles multiculturales donde bien podría haber un hombre del norte de Europa tocando la zanfoña.

Fue la última letra que terminé. Es una canción de amor a mi pareja. Soy muy pudoroso, pero tenía que contar cómo tuve que recorrer todo el mundo y volver al pueblo donde me crié para encontrar a la madre de mis hijas, al amor de mi vida. Por pudor estuve a punto de quitarla, pero me di cuenta de que esa letra me la puede cantar ella a mí exactamente igual, sin cambiar nada. Me pareció hermoso encontrar una manera de cantarle al amor de igual a igual; de verdadera empatía en el sentido de aceptar el empate como una victoria para ambos. Nadie gana, nadie domina, no hay un retrato de una persona amada, divina, mitificada o maldita, sino cercana e igual a ti. Igualdad real. En nuestro caso, además, hay un empate entre géneros, continentes, razas y culturas. Una victoria a nivel íntimo (Pues a mí me has ganado, Raúl, que conste). ∎

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