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Hace unas semanas, el agitador folclórico Rodrigo Cuevas llenó dos noches consecutivas el Palau de la Música de Barcelona con su espectáculo “Trópico de Covadonga”. Un triunfo que se sintió como la consolidación de un talento singular, que retuerce el folclore a su gusto.
Rodrigo, ¿qué echas de menos de los conciertos de antes?
Lo que a mí me gusta es interactuar con el público y pasarme medio concierto en el patio de butacas. Tenía muchas dudas sobre cómo podía resolver esto en el contexto actual, pero me he centrado en lo musical y en trabajar desde la contención.
Eres asturiano, has vivido en Barcelona, luego en Galicia y has vuelto al origen. ¿Estás redescubriendo tu tierra ahora?
Vivo en una aldea muy pequeña de Asturias. Regresé hace 5 años, antes estaba en Galicia aprendiendo de la tradición gallega. Me daba pena no estar haciendo lo mismo con mis raíces, así que volví. Estoy encantado.
Durante el concierto en el Palau de la Música, dijiste que Barcelona te ha enseñado muchas cosas, pero pocas buenas. ¿A qué te referías?
Soy de Oviedo, una ciudad muy conservadora, y llegué a Barcelona en 2005 para estudiar en la ESMUC. Fue cuando se impulsó la ordenanza cívica y eso mató la esencia de Barcelona. También pasó en 1992 con los Juegos Olímpicos: ambos fueron dos momentos clave de la gentrificación. Aun así, es una ciudad muy potente y divertida.
Viviendo ahora en una aldea, ¿te sientes aislado?
Es donde soy feliz y donde vivo realmente conectado, así que no me siento aislado para nada. Vivo en una casa amplia y tengo animales. Desde la perspectiva urbana, creemos que todo pasa en el centro y que los de fuera vivimos tranquilos y relajados, pero no es así, para nada. Si eres una persona activa, encuentras muchas cosas que hacer en el campo. Me paso el día aprendiendo de los vecinos que tengo, que son maestros de la vida. También organizamos un pequeño festival en la aldea. Siempre estoy ocupado.
A raíz de la pandemia muchos amigos míos se quieren ir a vivir al campo. ¿Lo estamos romantizando?
Se romantiza muchísimo. Existe la creencia de que en el pueblo se goza de una vida contemplativa, y no es así para nada. El ritmo te lo marcan la noche, el día y las estaciones. La gente llega sin tener ni idea de vivir en el campo y al principio existe un choque cultural, pero es un proceso necesario e interesante.
Los de ciudad somos unos egocéntricos. En un mundo cada vez más centralizado y globalizado, ¿por qué es tan importante que exista un Rodrigo Cuevas?
Es importante que construyamos otros centros en las periferias. Debemos crear modelos de humanidad y colectividad más sostenibles. La gente de pueblo, en el pasado, se marchó porque la vida era muy dura, pero vivían desde lo colectivo. En eso nos superan muchísimo, somos una sociedad profundamente individualista. Creo que ahora podemos volver a ese estilo de vida con muchas más comodidades y privilegios. Antes, tener hijos en el campo era condenarlos, ahora es un regalo.
Que una persona joven cante música regional y folclórica no es habitual. ¿Siempre te ha interesado la tradición?
Siempre me había parecido que la música electrónica y la folclórica tenían mucho en común y vi que se podían hacer cosas bonitas con ello. Sílvia Martínez, la jefa de departamento de “músiques tradicionals del món i musicologia” de la ESMUC, es mi referente. También Eliseo Parra, que me enseñó pandereta y percusión tradicional. Allí me convencí.
Le dedicas una canción al xiringüelu (baile popular asturiano) y en el Palau de la Música aprovechaste para introducir la sardana. El público se echó a reír. Parece que hablar de folclore nos parece cómico, desubicado, poco atractivo. ¿Por qué?
La sardana es un baile folclórico, pero no es el más popular. En Asturias sucedió lo mismo. La gaita era un instrumento residual que estaba desapareciendo. Existían 7 u 8 gaiteros que recorrían los pueblos en festividades señaladas, cuando había dinero para pagarles. El 80% de la música la hacían las mujeres a través de los cantes y las panderetas. Sin embargo, el emblema de Asturias es la gaita porque es un instrumento de prestigio que tocaban los hombres. En Cataluña hay danzas muy populares, pero la más conocida es la sardana, porque era el baile de la burguesía, de la aristocracia y de la gente refinada. Y en eso se ha convertido: en un baile poco popular, recatado y aburrido.
También recuperas historias populares e iconos sepultados. ¿Los referentes son escasos en los pueblos?
Sí, lo cuento en “Rambalín”: las vecinas de Gijón recuerdan que a Rambal lo quería todo el mundo, pero murió asesinado en 1976 por ser homosexual. No es un referente porque quedó olvidado, pero podría haberlo sido. ¡El bien que nos hubiera hecho tener un referente local como él! Es importante poder acudir a personas que no salen en la tele, nombres y apellidos sobre los que puedas hablar con tu abuela. Gente cercana, eso es necesario y maravilloso.
¿Quién más está haciendo música regional últimamente? Seguro que nos estamos perdiendo muchos nombres porque, como dijiste en el concierto, “nos encanta mirar hacia fuera”.
Ahora existe un movimiento bastante potente. Te recomiendo a Baiuca, Mecedes Peón, Xaime Martínez, Vicente Navarro, Maria Arnal i Marcel Bagés… Los que tratamos de reactivar la cultura desde este lugar atravesamos un momento muy ilusionante. Creo que la pandemia también nos ayudó mucho, porque la gente se fijó en lo que tenía cerca.
Durante el espectáculo, nos interpelaste con distintos discursos sobre justicia y reivindicación social. ¿Son tan importantes como tu repertorio?
Lo son. Cuando te llaman “maricón” todo el rato en el colegio generas una intolerancia a la injusticia. Todo aquel que recibe maltrato sigue dos caminos: o hacerlo de vuelta o generar una alergia al maltrato y a la desigualdad. Yo me politizo desde allí.
¿Has visto “El año del descubrimiento? Es un documental sobre lucha regional. Uno de los entrevistados explica que los altercados y los movimientos sociales se apagan por falta de organización. Dijiste lo mismo en el concierto: “No veo a la gente organizarse”.
No profundizamos, solo reaccionamos. Las protestas contra el encarcelamiento de Pablo Hasél, por ejemplo, escondían otros malestares y la prensa las pervirtió. Nos quedamos en la superficialidad de los asuntos. Dejamos a gente morir a pocos kilómetros de nuestras casas, en el mar. Destrozamos el planeta. Este mundo es un sinsentido y debemos ponernos las pilas.
¿Actualmente vives de la música?
Durante muchos años he vivido en la precariedad, cantando en algunos bares, sin contrato y con pagos en negro. La precariedad de la cultura en las ciudades es más evidente. Mucha gente se marcha a Madrid o a Barcelona porque creen que son los únicos sitios donde se puede trabajar y lo que acaban haciendo es dedicarse a otra cosa y desocuparse de su disciplina para llegar a fin de mes.
Es la paradoja de trabajar para la cultura pero no tener ni tiempo ni dinero para consumir cultura. Pero ahora llenas plazas de pueblo y el Palau de la Música. ¿Dónde te sitúas?
En la escena alternativa pero bastante mayoritaria. Puedo llenarte un Palau, pero no me ponen en los 40 Principales, y aquí es donde me gusta estar. Lo que más valoro de mi vida es justamente eso, mi vida. Quiero ir tranquilo a una cafetería y bañarme desnudo en el mar. Nada me jodería más en esta vida que ser famoso.
El Palau de la Música es un auditorio institucional, que arrastra casos de corrupción y que simpatiza con la élite cultural. ¿Qué tal sienta llenarlo dos noches seguidas con una función reivindicativa?
Me gusta mucho romper con los estereotipos de la baja y la alta cultura. Estoy muy agradecido de haber llenado el Palau de la Música durante dos días seguidos y con música tradicional. Disfruto jugando con eso. ¿Dónde estarían sentados los pobres hace años?
Te he escuchado hablar de folclorizar el pop. ¿No te da miedo?
Me da un poco de miedo. Los procesos que siguen las modas son horribles, pierden criterio y profundización. Pero la música popular no es soberanía de nadie, es de todo el mundo y debe ser lo que el pueblo quiere que sea. No es democrática, sino caprichosa. Es plural y todos podemos hacer lo que nos dé la gana con ella.
¿Siempre te acompañan asturianos?
Todo mi equipo es asturiano, sí. Tanto los músicos como los técnicos.
En el concierto también apareció por sorpresa Rozalén. ¿Qué relación tenéis?
La conozco porque le dieron un premio en Asturias. Ella es fan mía y yo soy fan suyo. Siempre hablábamos de hacer algo juntos y decidí invitarla a este concierto tan importante. Me gustó mucho que fuera así, sin avisar a nadie, sin ponerlo en el cartel para vender más entradas. Era un regalo para la gente.
Una de las canciones más aplaudidas fue “Ronda de Robledo”, en la que rezas para que te llegue una notificación al WhatsApp. ¿De quién te gustaría recibir una, ahora mismo?
¡Ay, madre! Pues de Rita Indiana, fíjate. ∎