Si hiciésemos un rápido sondeo entre los lectores preguntando cuál es la primera imagen de Sinéad O’Connor que se les viene a la cabeza, muchos dirían que su rostro rapado en primer plano en el videoclip de “Nothing Compares 2 U” (1990). Ya saben, una interpretación sentida, desde las vísceras, de un tema de Prince que ella propulsó emocionalmente al llevarlo a su propia biografía y pensar en su madre fallecida, lo que inspiró una lágrima final que no, no era impostada, pero valió millones. Su rostro parecía revivir al de la Maria Falconetti de “La pasión de Juana de Arco” (Carl Theodor Dreyer, 1928), pero igualmente potentes eran la desgarrada interpretación vocal y la producción, deslumbrante, con orquestaciones que sublimaban el dramatismo romántico y un ritmo hip hop aportado por Nellee Hooper (entonces en Soul II Soul y coproductor del tema junto a la propia cantante). La que era una canción oculta y desconocida de entre el vasto catálogo de Prince –no la había querido para él, se la había cedido al grupo The Family en 1985 y ni siquiera había sido elegida como single– fue un golpe en el orgullo del genio de Minneapolis, cuyos celos fueron mucho más prominentes que las pingües regalías obtenidas. No le quedó más remedio que recuperarla para él tocándola en directo en su gira de 1990.
Pero tal vez muchos más lectores se acuerden antes de su imagen en el programa televisivo ‘Saturday Night Live’ el 3 de octubre de 1992. Tras una estremecedora versión acapella de “War”, de Bob Marley, la cantante –firme y, a la vez, visiblemente nerviosa– rompió en directo una foto del papa Juan Pablo II al tiempo que lanzaba la frase “fight the real enemy” (“lucha contra el verdadero enemigo”). Lo había hecho como acto de protesta por los abusos sexuales cometidos por la Iglesia Católica y el silencio de su jerarquía al respecto. El tiempo demostró que ella no estaba equivocada en lo que denunciaba, pero entonces se entendió como un pecado mortal. El mundo se indignó, la tacharon de loca, la excomulgaron de la vida pública, la cubrieron de mensajes de odio y amenazas de muerte y la sometieron a todo tipo de vejaciones y ridiculizaciones mediáticas, con su cráneo rasurado como objeto de mofa común. Ocurrió a nivel global. Una jocosa prueba carpetovetónica es la aportada en el editorial de Diego A. Manrique publicado en esta misma revista en noviembre de 1992: ¡hasta Manuel Campo Vidal afeó su conducta de modo paternalista desde un informativo televisivo! Más infames ejemplos patrios, ahora que a tantos se les llena la boca hablando de la moda de la cultura de la cancelación y de la presunta dictadura progre. Aquella misma semana, su tema “Success Has Made A Failure Of Our Home” era número uno en la lista de Cadena 100, perteneciente a la COPE. Al día siguiente del affaire, el tema desapareció de la lista y se borró de la programación de la radiofórmula de la Conferencia Episcopal. Pero no solo con la Iglesia habíamos topado. En Estados Unidos ya le tenían ganas desde que, en su gira de 1990, en plena Guerra del Golfo, se negase a actuar si antes del concierto sonaba el himno del país. Llegó hasta comerse los demonios de señoros patriotas del estatus de Frank Sinatra, quien vino a decir que la niña díscola se merecía un cachete en el trasero y que él mismo se lo daría gustosamente. El terreno estaba abonado para que el pitote explotara el 16 de octubre de 1992, en el concierto homenaje a Bob Dylan en el Madison Square Garden neoyorquino. Dylan había sido el principal referente de juventud de Sinéad, el ídolo por el que ella había empezado a dedicarse a la música. Por tanto es comprensible lo que para la irlandesa tuvo que suponer el furibundo recibimiento del público, la ensordecedora cacofonía de aplausos y, sobre todo, abucheos. Lo demás lo pueden ver en YouTube (o en el documental): su decidida y digna salida parando a la banda e interpretando –rabiosa, herida, esgrimiendo dignidad y vulnerabilidad– el a capela de “War” otra vez. Solo se recuerda a Kris Kristofferson defendiéndola en la comunidad musical en aquel entonces. Ni Dylan, ni el padre ni el espíritu santo del rock se pronunciaron a su favor. Seguro que ahora salen defensores de debajo de las piedras, pero mi memoria indica lo contrario. ¿Autoboicoteó su carrera? Bueno, eso es un poco como pensar que las mujeres propician el abuso sexual si se visten de modo provocador, ¿me explico?
Gracias al monstruoso éxito de “I Do Not Want What I Haven’t Got” (Ensign, 1990), Sinéad O’ Connor iba camino de convertirse en una de las mayores estrellas del pop de aquel momento. No solo Prince estaba celoso: Madonna también. Su imagen era potentísima, inconfundible y, ojo, peligrosa: era una mujer que se posicionaba libre e ingobernable desde que, en 1987, decidiese raparse la cabeza ante la sugerencia de su discográfica de que se dejase crecer el pelo y cultivase una imagen más sexi. Se oponía frontalmente a la represión católica y a las restrictivas leyes irlandesas contra el aborto, pero, a la vez, había defendido su libertad de decidir tener su primer hijo a los 21 años, justo cuando estaba a punto de publicar su primer álbum. Lo hizo contra el consejo de todos. Nadie lo consideraba adecuado para una carrera que empezaba a despuntar. Más actos para el recuerdo: su primera aparición en los Premios Grammy, en 1989, con el logo de Public Enemy tatuado en su cabeza como protesta por la exclusión de artistas de rap en la ceremonia. Esto es: justo un año antes de que Kim Basinger, al presentar a las nominadas a mejor película en los Óscar, hiciese algo similar protestando por la ausencia de “Haz lo que debas” (Spike Lee, 1989). Pero en el caso de la cantante irlandesa, la imprevisibilidad de sus actos y el no calcular las consecuencias de los mismos la hizo non grata para la industria y, tras los sucesos de 1992, su trayectoria cayó en desgracia. En cierto modo, fue algo similar a lo que les sucedería años después a Janet Jackson y a M.I.A., también por romper los códigos biempensantes en retransmisiones en directo en la televisión estadounidense (una teta salida y una peineta al aire durante las actuaciones de la Superbowl, respectivamente).
A nivel mediático, la controversia y los temas asociados a su frágil salud mental pusieron en segundo plano un talento musical del que se ha hablado bastante menos. La dublinesa era una fuerza de la naturaleza que volcaba sus zozobras vitales en unas interpretaciones vocales furiosas y desvalidas al mismo tiempo. En los escenarios mostraba fiereza y al tiempo era tremendamente tímida y candorosa. Sus canciones podían gustarte más o menos, pero no había en ellas trampa ni cartón, se percibía que las interpretaba desde las entrañas. También era una excelente compositora, que trataba con el mismo desgarro su convulsa biografía como temas de justicia social aparentemente ajenos a ella. En sus declaraciones cambiaba a menudo de opinión, era salvajemente impulsiva y eso la llevaba a decir diego donde había dicho digo con bastante frecuencia. Hasta el mismo Gerry Adams le llegó a dar un toque por glorificar al IRA más de la cuenta. Con todo lo irlandés –incluidas figuras como U2 o Shane MacGowan– tuvo una relación amor-odio constante e intensa. Pero en sus convicciones más profundas se mostraba firme, no daba un paso atrás en su vindicación de la libertad individual, la justicia racial, los derechos civiles, los de la infancia, los de las mujeres... También tenía una especial afinidad con el público gay, y eso se pudo percibir en su versión de “You Do Something To Me”, de Cole Porter, en el recopilatorio “Red, Hot + Blue” (Chrysalis, 1990). Probablemente aquel fue el acicate para el inesperado movimiento que supuso el álbum de versiones “Am I Not Your Girl?” (Ensign, 1992), que tal vez fue incomprendido por adelantado a su tiempo. Luego se pondrían de moda este tipo de trabajos orquestales rescantando estándares, e incluso serían venerados por la crítica.
Quedará siempre la duda de si el conflicto papal acabó con la fuerza creativa de la artista o si esta habría decaído igualmente. El caso es que el resto de su discografía posterior es más bien olvidable, salvo “Universal Mother” (Ensign, 1994), con cuyo concepto se adelantó también a su tiempo por reivindicar el matriarcado global como una fuerza superior. Poco más puedo aportar a lo ya excelentemente reseñado por Javier de Diego Romero en esta misma revista, aunque sí me gustaría detenerme en la versión de “All Apologies” (Nirvana) incluida en aquel álbum. Tengo dos teorías. Una es que lo mejor de Sinéad O’Connor después de 1992 son sus colaboraciones para otros artistas: Peter Gabriel, Massive Attack, Asian Dub Foundation... Otra que, a pesar del impacto de “Nothing Compares 2 U”, no era una buena versioneadora, tal vez porque no se vaciaba de la misma manera con el material ajeno. Un buen ejemplo de ello podría ser su insulsa lectura de “Sacrifice”, de Elton John, una canción con la que parecía imposible no lucirse. La de Nirvana también está muy por debajo de la original en cuanto a intensidad, pero como gesto es remarcable: la grabó poco después de la muerte de Kurt Cobain, con quien tuvo cierto trato, y ponía de manifiesto que ambos tenían mucho de almas gemelas. En cierto modo, Sinéad fue también una musa perdida por la generación grunge, incluso a pesar de llegar a actuar en festivales como Lollapalooza.
Desde mediados de los noventa, se mantuvo en un perfil bajo a nivel de público y crítica. También dejó de ser aquella artista desafiante en lo musical y prefirió prodigarse con discreción en un circuito adulto de folk y world music. Paradójicamente, en estos últimos años la mayoría de sus canciones destilaban una serenidad y un confort tirando a estandarizados mientras su vida se hacía pedazos. En 2022 llegó a anunciar que se retiraba de la música aunque, aparentemente, tenía grabado un álbum final, “No Veteran Dies Alone”, que nunca llegó a ver la luz. Su último testimonio es este tuit del 17 de julio. No han trascendido las causas de su muerte, pero todo apunta a que no pudo superar el fallecimiento de su hijo Shane, que se quitó la vida a los 17 años el pasado mes de enero. No por menos esperado es menos entristecedor este final. Sinead O’Connor fue una figura verdaderamente única en la historia de la música popular. ∎
La portada, censurada en Norteamérica porque su imagen podía asustar al potencial comprador, ya era una carta de presentación que indicaba la potencia de su material. Un debut fascinante en el que confluían la mentalidad punk (el mítico Marco Pirroni a la guitarra), un recitado de la entonces desconocida Enya en “Never Get Old” o la contribución de Steve Wickham (The Waterboys) en “Just Like U Said It Would B”. El desgarro confesional toca techo en “Troy”, y “Mandinka” permanece como un hit épico, al igual que “Jerusalem” (¿cuánto le debe “Zombie” de The Cranberries a este tema?). Y un dato revelador: la carnal “I Want Your (Hands On Me)” se remezcló en el maxisingle con la voz de MC Lyte, meses antes de que esta publicase el que se considera el primer álbum de rap de una solista femenina.
La solemne apertura con “Feel So Different” ya muestra que nos encontramos ante un álbum aún más ambicioso, algo que se acrecienta en los créditos: Andy Rourke toca el bajo en tres temas y Jah Wobble en uno, Karl Wallinger figura como arreglista de otro, Nellee Hooper como coproductor y repiten Pirroni y Wickham. “The Emperor’s New Clothes” y “Jump In The River” son hits infecciosos de guitarras, mientras que en “I Am Stretched On Your Grave” retoma un tema tradicional del folk irlandés con samples de escuela hip hop. Igualmente destacables son “The Last Day Of Our Acquaintance” y, la joya oculta del disco, “Black Boys On Mopeds”, una canción protesta en la onda del primer Dylan influida por lo que veía en su día a día en el Londres del thatcherismo. Su obra maestra.
Aparte de sus dos primeros largos, la faceta más interesante de Sinéad fue la de colaboradora vocal de lujo. Este disco recopila parte de ese material, comenzado por el que fue su primer single propiamente dicho: “Heroine”, grabado con The Edge a la guitarra y Larry Mullen Jr. a la batería para el extraño filme “Captive” (Paul Mayersberg, 1986) y que, en mi opinión, es el mejor tema de su carrera, conmovedor y glorioso. Hay otro más con U2, “I’m Not Your Baby” –esta vez para “El final de la violencia” (Wim Wenders, 1997)–, además de imprescindibles rescates de sus contribuciones a discos de The The, Bomb The Bass, Peter Gabriel, Massive Attack, Asian Dub Foundation, Jah Wobble, Afro Celt Sound System y Terry Hall. Una compilación a descubrir, que muestra su versatilidad vocal y estilística. ∎