Soleá Morente aborda el hecho creativo con amplitud de miras. Y esa visión panorámica nunca se nubla. Sabe de dónde procede y hacia dónde dirige los pasos. “Yo vengo del flamenco, hago este trabajo desde el flamenco y por el flamenco”, afirma con rotundidad. Sin ocultar la emoción, recuerda cómo pocos días antes de nuestro encuentro, tras terminar un concierto en Vigo, “la gente empezó a cantar la granaína de ‘Cosas buenas’ como si fuese una canción pop, a voz en grito, porque se me había olvidado interpretarla”. Justo lo que persigue con su trabajo. “Es lo que quería, que el cante se escuche con la misma naturalidad que una canción pop, que gente de mi generación que a lo mejor no ha escuchado mucho flamenco o no es muy aficionada a él se ponga a cantar una granaína con tanta naturalidad y lo pase bien haciéndolo. Estaba pensando ahora en la naturalidad con que el público de Los Planetas entona ‘Ya no me asomo a la reja / Que me solía asomar’, que es un fandango que se lo he escuchado a mi padre”.
Su afán por introducir el flamenco en contextos poco habituales deviene misión, objetivo principal en su programa artístico. Demostrar, de forma activa y militante, que hablamos de canciones que cualquiera puede entender o, al menos, sentir. Sobre todo, ahora que existen menos prevenciones –quizá también mayor conocimiento– sobre un género que todavía acarrea estigmas de otros tiempos y lugares. “Se está abriendo la mente, se están abriendo las puertas de la percepción”, dice, con una sonrisa. “Y eso tiene una consecuencia directa en la expresión del flamenco. Vamos avanzando y cambian los puntos de vista. Entonces el cante, el flamenco, como arte vivo que es, tiene su evolución natural. Está ocurriendo hoy mismo: estamos viviendo un momento muy interesante porque todo lo que está pasando en la sociedad influye en el flamenco. Todo movimiento histórico-social tiene su expresión artística. Y en España, en el flamenco, está ocurriendo una revolución necesaria”. ∎
La luctuosa densidad de “Homenaje a Enrique Morente” (2012) –con Soleá frente al micro en dos canciones– remite en este miniálbum orientado al pop de ensueño. Gana protagonismo como intérprete –atentos a “Si tú fueras mi novio”– y participa en la confección de un repertorio que también hace parada en números que el añorado maestro y padre había frecuentado, como “Malagueña de la Trini”.
El bloque creativo de “Lo que te falta” ya está aquí. Soleá toma los mandos de la producción, incorpora textos de Lorca, Machado o Leonard Cohen. Conjuga tangos, granaínas o sevillanas con el tecnopop de “Tonto” o el rock psicodélico de tinte jondo y planetario de “La ciudad de los gitanos”. En las canciones de La Bien Querida –especialmente “Nochecita sanjuanera”– brilla con un fulgor distinto.
Renueva equipo con Alonso Díaz (Napoleón Solo) y Lorena Álvarez. Expande su registro sin contemplar ataduras, todo coraje. En su álbum más ecléctico encontramos miniaturas flamencas, chic francés, synthpop, ecos de gypsy rock o cantes tamizados con Auto-Tune, repartidos en canciones que convocan el recuerdo de Jeanette, Las Grecas, Enrique Morente, Cathy Claret o los pioneros del rock andaluz.
Prado Negro es el reflejo de la devoción por la poesía que Soleá comparte con músicos de Pájaro Jack y Napoleón Solo, compañeros desde el inicio de su trabajo en solitario. Son los textos –de María Zambrano, José Ángel Valente, Luis Cernuda, Josefina de la Torre o Luis García Montero– los que condicionan el acabado de unas canciones en las que el pop es la nota dominante, aunque no la única. ∎