El orgullo y la gloria del celtic punk.
El orgullo y la gloria del celtic punk.

Revisión

The Pogues: rompamos la vitrina del museo

The Pogues crearon tres obras maestras de carrerilla, definieron un género musical, el celtic punk, que como quien dice empieza y acaba en ellos (¿alguien tiene las narices de tragarse entero un disco de Flogging Molly o Dropkick Murphys?) y, en definitiva, salvaron la música irlandesa moderna de las fauces de la new age y la satinada “aorización” museística, a la vez que insuflaron un chute de vitalidad a la escena punk. ¿La mejor banda de rock de los años 80? No lo dudéis ni por un momento.

Shane MacGowan vino al mundo el 25 de diciembre de 1957 en Kent (Reino Unido), si bien pasó la infancia en una granja del irlandés condado de Tipperary. Dos datos que otorgan talla de figura mitológica al bardo antaño sin piños (hoy luce una sonrisa profident digna de Keith Richards). Antes de su traslado a Londres, vivió hasta los seis años en una granja con catorce parientes, inmerso en un alegre catolicismo a base de canciones tradicionales, cerveza Guinness y pitillos. Y cuando el crío estaba bien cocido, una tía le enseñó los evangelios, un hecho que llevó a pensar al infante que el cielo era un paraíso de cerveza negra, chocolate, tabaco y apuestas de caballos. Se convirtió en creyente hasta que fue desahuciado de su pub celestial por los sopapos de las monjas protestantes de Londres. En el instituto, nadando en ríos de cerveza, whisky y pastillas, llegó al ateísmo por la gracia de Marx. “Su lectura me golpeó como un rayo. ¿Y si todo es una sarta de mentiras? Y lo dejé. Intenté recuperar la fe, pero no se puede. Me volví ateo”, rememora en la rutilante “Crock Of Gold” (2020), documental de Julien Temple que explica y analiza de manera brillante la categoría de santo laico de Shane MacGowan. Si Cristo fue crucificado y Odín dio un ojo a cambio de sabiduría, es demasiado tentador no hacer la misma analogía con MacGowan: sentado en la silla de ruedas y con los sesos y la inspiración fritos, a cambio de haberle devuelto el mojo y la poesía a la música irlandesa.

En la época de “If I Should Fall From Grace With God”, su tercer LP.
En la época de “If I Should Fall From Grace With God”, su tercer LP.

El tópico del folk-punk

¿Cual es el mayor tópico del punk? El de que cualquiera con una guitarra y dos posturas de acordes puede formar una banda. El mayor tópico aplicado a The Pogues es decir que fueron una banda de punk-folk. Es cierto: pero no hay nada más punk que montar un grupo de folk irlandés sin tener ni pajolera idea de tocar la flauta. Esa era la tesitura cuando la banda dio su primera actuación en 1982: Spider Stacy, el destartalado contrapunto escénico de MacGowan, había aprendido a tocar el “tin whistle”, la flauta irlandesa, un mes antes a base de practicar “Noche de paz” en un manual escolar (suplía la falta de pericia arreándose con una bandeja de metal en la cabeza en cada redoble).

En 1976, el ubicuo MacGowan –punk ultracool de primera hornada, “fanzineroso”, vendedor de discos enrollado– se convirtió en un héroe local en la escena punk londinense; en un concierto de The Clash, estaba jugando a darse mordiscos en los brazos con una chica, y la cosa se animó hasta el punto de que ella le arreo un botellazo en la cabeza y le mordisqueó la oreja sangrante. Al día siguiente, la imagen apareció en ‘The Evening Standard’ bajo el título de “Canibalismo en un bolo de The Clash”: “¡Tú eres el tipo al que arrancaron un cacho de oreja en un concierto de The Clash!”, escuchaba, ufano, por la calle. Su estatus de celebridad apuntaló una breve carrera como cantante de los fenomenales The Nipple Erectors, The Nips para los amigos. Abro un largo inciso: el breve legado de The Nips, una decena de de pelotazos punkabilly-pub rock-punk-pop cromado y flamígero, tan estimulante como los mejores momentos de Dead Boys o Buzzcocks, deja claro que tras el esputo “punkocelta” del chaval fermentaba un talento tan carnoso como abierto de miras que cristalizó en The Pogues: mucha madurez para un chaval de 19 años. De hecho, James Fearnley, miembro de la última encarnación de The Nips, dejaría la guitarra para agarrar el acordeón en el otro grupo.

La transición de MacGowan del punk al folk fue lo más natural del mundo: “A principios de los 80 no había ningún grupo que hiciera música que le llegase a uno para reír o llorar o bailar. Solo había maricas con sintetizadores, gente jodiendo la marrana con música africana o capullos tocando un blues-rock desfasado”, dejó escrito la biógrafa del grupo, Ann Scanlon. Agarrar el corpus de “Irish Rebel Songs” de su ADN –Londres era un hervidero de pubs irlandeses en los que tocar, y el tío del propio MacGowan tenia uno– y proyectarlo a través de los Ramones y los Sex Pistols fue un paso lógico. Y lo hicieron estimulados, por cierto, por el éxito de Dexys Midnight Runners. “Muchas revistas empezaron a hablar de los Dexys y el rollo celta, y teníamos la sensación de que habían lanzado a esos tíos como una versión diluida de lo que estábamos haciendo nosotros”, Jem Finer dixit. “Deberían haberse ceñido al soul. Algo que hacían bastante bien”, remachó MacGowan en una entrevista.

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Poguea con The Pogues

Red Roses For Me
(Stiff, 1983)

A finales de los 70, la apreciación por el folk inglés y británico había entrado en una espiral de esnobismo cool parejo al de los crate diggers del northern soul. Los aficionados pasaban horas en la Cecil Sharp House –un centro cultural de Londres clave para la recuperación del folk inglés a principios del siglo XX– intentando desenterrar oscuras baladas isabelinas y adaptarlas, para luego afirmar que actuaban inspirados por Merlín o por la cabeza de Ana Bolena (exagero, claro). La crudeza de The Dubliners o Ewan MacColl –pilares del folk celta y el inglés respectivamente– se estaba perdiendo en aras de sonidos propios de soirée de museo, como Planxty o The Bothy Band. Pero la aparición de “Red Roses For Me” fue una patada con bota militar a la vitrina del museo. Casi cuatro décadas más tarde, el disco se mantiene como un compendio del lado chungo de la vida urbana y campestre: rasgueos maníacos de guitarra acústica sin el más mínimo atisbo de preciosismo, la apropiación de la “sea shanty” (canción de trabajo marinera) bajo el influjo drónico de The Velvet Undergound y Ramones. Y, por encima de todo, un compendio de lo irlandés más arrimado a Brendan Behan y al lado sórdido de la vida que al crepúsculo celta de William Butler Yeats (un autor que MacGowan detesta, por cierto).

La banda se benefició de la subyugante presencia escénica de Caitlin O’Riordan y su bombeante bajo –a quien un periodista del ‘Melody Maker’ definió como “el anticristo con medias de rejilla”–. En los bolos vestían Fred Perry, y punks y skinheads pogueaban. Más bastos que un condón de piel de cabra de Limerick. La banda ya arrastraba el sambenito de la caricatura del borrachuzo graciosos irlandés, pero en directo eran matadores. Lo vivió en sus propias carnes el distinguido padre del folk-rock británico, Richard Thompson, que los tuvo de teloneros. Una gresca de stage diving acabó con un fan agarrado al micro, haciendo corear a toda la sala: “Pero ¿quién coño es Richard Thompson?”.

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Una cita con Elvis...

“Rum Sodomy & The Lash”
(Stiff, 1985)

... Costello, no el de Tupelo. Jamás podremos agradecerle bastante a Elvis Costello que capturara la esencia cruda de la banda en su indiscutible obra maestra, antes de que un productor estelar los convirtiera en una inesperada fábrica de hits. De su colaboración con The Pogues, Declan Patrick MacManus sacó un matrimonio de 16 años con Cait O’Riordan, y uno de los discos clave de los años 80. Después de tantearlos con la grabación de prueba de dos canciones (¡“A Pair Of Brown Eyes” y “Sally MacLennane”, nada menos!), MacManus se llevó al mánager a un rincón y le pidió que le dejara producir todo el disco. La banda, convertida ya en una esponja de alcohol –la sobriedad, especialmente en Stacy y MacGowan, era un estado de excepción–, aceptó de inmediato. “Ron, sodomía y latigazos” –la frase con la que Churchill resumió la vida marinera– deja atrás la carne viva del punk para adentrarse en una realidad mágica con un pie en la urbe y otro en el campo; un misticismo moderno que huele a madera, antifascismo, acero y whisky. MacGowan descontextualiza sus letras y pasa a hablar de la vida, la muerte y la priva en términos genéricos, en una especie de encriptamiento lírico en el que un pub es la vida, y la última ronda, un funeral: “No me gusta hablar de mis obsesiones personales, que es lo que la mayoría de los cantantes hacen, sino hablar de la vida real”, dijo.

En un estado de gracia, la alegre hermandad de cocidos junta el spagueti western con la balada pastoral irlandesa, la experimentación de los Pink Floyd post-Barrett más inmediatos –MacGowan es un fan practicante de la psicodelia triposa– y convierten el oficioso himno australiano “Waltzing Matilda” en una marcha funeraria antibelicista que hiela la sangre. Curiosamente, la prensa británica quiso colgarles otro sambenito, el de machistas. Precisamente en una banda en la que jugaban un papel clave tanto una mujer –O’Riordan, ya fuera por su presencia escénica como por su pulsante bajo y su voz de belleza gélida– como un homosexual. En “Rum, Sodomy & The Lash” se incorporóPhilip Chevron, guitarrista y compositor de The Radiators From Space, y gay militante –sí, en la era del sida, ser abiertamente gay era una postura política– en sustitución temporal de Jem Finer. Acabó como guitarrista fijo, y elemento clave en el refinamiento del saco telúrico de MacGowan.

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Entre la pachanga y el horror

If I Should Fall From Grace With God”
(Pogue Mahone, 1986)

Poco antes de publicar “If I Should Fall From Grace With God”, los Pogues se plantaron en Estados Unidos por primera vez en su vida para presentar el EP “Poguetry In Motion” (Stiff, 1986) en una gira de dos meses por la costa Este que excedió sus expectativas: fascinados por la acogida en Nueva York y Boston –petándolo en una gira de clubes, con la presencia constante de Matt Dillon, hincha a muerte suyo–, MacGowan vivió en primera persona la experiencia americana, quizá poniéndose en los zapatos de su ídolo, el escritor Brendan Behan y su desafortunado periplo norteamericano (en el que pasó de la gloria de las letras admirado por Mailer y Hemingway a alcohólico). Hay que resaltar la incorporación de dos nuevos miembro al carromato gitano: el bajista Darryl Hunt –O’Riordan, la Kim Deal de Shane, tiró la toalla después del exceso americano– y el multinstrumentista Terry Woods (un músico que toca cualquier cosa con cuerdas, y que formó parte del factótum folk-rock Steeleye Span en sus inicios, algo así como si Rory Gallagher hubiera entrado a tocar en The Clash).

Pocos discos se me antojan más polarizados entre el éxito mainstream y las imágenes de horror como el gran bombazo comercial de The Pogues. La brillante y cromada producción de Steve Lillywhite dio alas radiofónicas a “Fairytale Of New York” y “Fiesta”, dos hits de karaoke siderales (y que dieron una falsa percepción de la banda a toda una generación de oyentes). La banda suena suelta, expansiva, alegre. Incluso profesional. Por primera vez, Andrew Ranken tienen un kit de batería completo en lugar de estar de pie, dándole a caja y bombo. Pero la sensación de que por el camino se ha perdido algo de mojo caótico y brutal persiste para quienes entraron en su universo con los dos primeros discos. Algo de una importancia relativa, tirando a pequeña, si tenemos en cuenta la grandeza de canciones como “Thousands Are Sailing” o “Bottle Of Smoke”. Por otro lado, las letras se radicalizan en la identidad irlandesa: es un canon de belleza poguética FM en el que MacGowan se posiciona sin ambigüedades al lado del IRA, y a la vez conjura imágenes de horror primigenio conectadas con la literatura y el folklore, de ahogados revenidos y duendes robaniños.

Vida después del tríptico

El impacto que tuvo la cultura del acid house de finales de los 80 en la música de The Pogues es mínima, pero enorme en lo personal. MacGowan no necesitó ninguna otra excusa que su inmersión en la movida rave para tomar cantidades masivas de LSD. “A veces hasta ocho tabletas al día, una puta pesadilla”, certifica el mánager Frank Murray. La adición del ácido al bufet libre de sustancias tóxicas no es que incapacitara al bardo, pero redujo drásticamente su capacidad para actuar, escribir canciones memorables o grabar discos en condiciones. El contrapunto realista –y amargo– al hagiográfico libro “The Pogues” (Cátedra, 1991) de Ann Scanlon es “Here Comes Everybody. The Story Of The Pogues” (2012), escrito por el mismísimo acordeonista del grupo, James Fearnley. Este, un escritor frustrado, da detalles del proceso de desintegración física y mental de MacGowan, desde sus ideas más bizarras (“¡fundemos un grupo de música cretense vestidos de romanos!”) hasta el tamaño de su polla. Y, sobre todo, del apagón de su inspiración, que fue del chispazo puntual al fundido en negro. Lleno de amargura, Fearnley concluye que “jamás tuve una percepción estable sobre si Shane era un genio o un puto idiota”. En “Peace And Love” (Pogue Mahone, 1989), las aportaciones de la banda aguantan el tinglado, pero en “Hell’s Ditch” (Pogue Mahone, 1990) salta a la escucha que el líder se cae a pedazos. Joe Strummer, el productor, tuvo que empalmar casi sílaba a sílaba una performance vocal abúlica, gris y hundida. Y es una verdadera lástima, porque en “Hell’s Ditch” la banda vuelve a sonar motivada y cómoda, ajena al camino del celtic rock de MTV del disco anterior, y abriéndose a acentos asiáticos y mediterráneos (ese sórdido sirtaki de callejón del tema títular). Al menos, la biografía de Fearnley tiene el pudor de no hacer hincapié en los dos discos que grabaron sin MacGowan, después de haberlo chutado en 1991: Waiting For Herb” (WEA, 1993) y “Pogue Mahone” (WEA, 1996) tienen sus momentos, y la arrastrada y callejera dicción confirman a Spider Stacy como a un frontman natural y con talento. Pero el anclaje de un pasado reciente glorioso lastran la identificación del fan con la música. Sencillamente, el talento de MacGowan era demasiado arrasador como para que el grupo continuase sin él con el mismo nombre.

The Pogues, tradición marinera. Foto: Frédéric Reglain (Getty Images)
The Pogues, tradición marinera. Foto: Frédéric Reglain (Getty Images)

Los fans más selectos del mundo

Hay cimas de la cultura moderna que no existirían o serían diferentes sin The Pogues. Al contrario del tópico de la Velvet –cada persona que compró un disco suyo fundó una banda underground–, algunos selectos fans tocados por la gracia de Shane han creado obras maestras para las masas, con un cordón umbilical directo a su legado. Como, por ejemplo, la etapa de “Hellblazer” de Garth Ennis –por cierto, la serie de cómic británica más longeva de la historia– no sería igual sin el influjo místico y borrachuzo de The Pogues: el tahúr borracho que pierde su alma apostando con el diablo, y la recupera invitándole a una pinta de agua bendita. Las viñetas más cálidas que escribió Ennis son páginas enteras en las que John Constantine aparece crujido bajo el peso de la culpa y el catolicismo más chungo, siendo redimido por una cita de canción de amor de MacGowan.

The Pogues también tienen el honor de ser los únicos artistas a quienes Tom Waits dedicó un poema, en las notas de la reedición de “Rum, Sodomy & The Lash”. Por no hablar del recurrente uso del cancionero de la banda en “The Wire”, que ha procurado escenas tan memorables como el hostión de McNulty al volante, al ritmo de “Transmetropolitan”, o las rondas de Guinness después de los funerales, al ritmo de “Body Of An American”. En 2017, David Simon anunció que haría un musical de The Pogues que todavía estamos esperando, y en el que estuvo trabajando con Philip Chevorn hasta su muerte en 2013 (pero su apreciación nos ha procurado un momento tan memorable como Spider Stacy y Steve Earle tocando la rebel song por antonomasia en “Treme”). Por no hablar de las colaboraciones con The Dubliners: en 1987, su actuación con The Pogues tocando “The Irish Rover” en el irlandés “Late Show” de Gay Byrne les dio un chute de popularidad decisivo para ser profetas en su tierra ancestral. O la breve asunción que hizo Joe Strummer del papel de MacGowan en la gira norteamericana posterior a su expulsión. O la adoración que siente Nick Cave por el bardo triposo... ∎

Un caldero rebosante de oro

10

Fiesta

de “If I Should Fall From Grace With God” > Pogue Mahone, 1988

¿Qué se puede decir que no se haya escrito ya de esta canción? Pues que es uno de los mayores éxitos de pachanga con sustancia de la historia, y está inspirado por un jingle publicitario de una caseta de hamburguesas de Málaga , y la exbajista O’Riordan y Costello se llevan un capón al final de la canción. Y el vídeo se grabó en la plaza de Tiana, en el Maresme.

09

Fairytale Of New York

de “If I Should Fall From Grace With God” > Pogue Mahone, 1988

Un ejemplo de cómo la maestría del tándem formado por Jem Finer y MacGowan los podía llevar de los callejones grasientos a las melodías del Tin Pan Alley más excelso. Este dueto con Kirsty MacColl –los delirios de un borracho en un calabozo recordando a su exnovia y cómo todo podría haber sido diferente– es la canción navideña más radiada en el Reino Unido en lo que llevamos de siglo XXI. 

08

A Pistol For Paddy Garcia

de “Rum Sodomy & The Lash” > Stiff, 1985

Ojo con los instrumentales de The Pogues. El más brioso es este adictivo cruce entre spaguetti western y condado irlandés, con unos aires de galope épico que quitan el hipo y una exquisita melodía que conjura a Charles Bronson tocando la armónica.

07

Boys From The County Hell

de “Red Roses For Me” > Stiff, 1984

A medio camino entre la rebel song y el country-folk americano, este galope en tonalidad menor es el molde del celtic punk y el paradigma de los primeros Pogues: aventuras rurales chungas y toda la sordidez de la gran ciudad. Y tiene uno de sus versos más memorables: “Préstame diez libras y te invito a un trago”.

06

White City

de “Peace And Love” > Pogue Mahone, 1989

La mejor aportación de MacGowan al disco que marcó el principio dle fin de los Pogues es este juguetón power-pop-punkabilly que lo lleva de vuelta a los tiempos de The Nips pero con la coraza instrumental poguética. Una pegajosa loa de las carreras de perros en Londres, y el reconocimiento implícito de que las cosas no volverán a ser iguales en la banda.  

05

Transmetropolitan

de “Red Roses For Me” > Stiff, 1984

Declaración de principios, patada en la puerta: esta es la primera canción que abre el primer disco de The Pogues: bajo la apariencia de una amable y trotona melodía folk indistinguible de las tradicionales, MacGowan amenaza al imperio: venimos a mearnos en vuestra puerta, a vomitar, a esnifar pegamento y a pegarle fuego a esta puta ciudad.

04

The Old Main Drag

de “Rum Sodomy & The Lash” > Stiff, 1985

Bajo la apariencia de un inofensivo vals irlandés, MacGowan erige una de sus canciones definitivas: una descripción tan cruda del chapero londinense que duele. A medida que avanza la melodía drónica, lo hacen los abusos que soporta el prostituto: “Me han escupido, cagado, violado y abusado. Sé que me muero, ojalá pudiera mendigar algo de pasta para salir de la calle principal”. No es de extrañar que Tom Waits viera en ellos a unos hermanos de sangre al otro lado del charco. 

03

Turkish Song Of The Damned

de “If I Should Fall From Grace With God” > Pogue Mahone, 1988

La primera incursión en los falsos aires del Oriente Medio de The Pogues es memorable: un pedazo de hard rock siniestro y con aires árabes que transmuta en melodía irlandesa en el estribillo, y que es un cuento a la lumbre del fuego de barcos fantasma y cadáveres vivos colgados de tu espalda; un motivo de la tradición oral irlandesa más terrorífica.

02

A Pair Of Brown Eyes

de “Rum Sodomy & The Lash” > Stiff, 1985

Demostración sublime del talento macgowanesco: un tipo entra en un bar, pide unas rondas y se emborracha recordando a su ex. Tras esta premisa, se abre un fluir de consciencia a lo Joyce, que agarra al oyente del corazón con una melodía épica.

01

The Sick Bed Of Cúchulainn

de “Rum Sodomy & The Lash” > Stiff, 1985

Pocos inicios de disco como este he escuchado en mi vida: una caótica fantasmagoría que muta del redoble de platillos borracho y apocalíptico a una giga rabiosa, y con una letra que mezcla la mitología celta, los nazis y la Segunda Guerra Mundial con el emborracharse a morir como metáfora y significado último de la vida. ∎ 

“The Sick Bed Of Cúchulainn”, en directo, todavía con Cait O’Riordan.

Como complemento de esta Revisión, Ricard Martín selecciona esta exclusiva playlist con 10 de las mejores canciones de The Pogues.

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