Se puede poner como excusa el reciente documental “Long Hot Summers. The Story Of The Style Council” (2020), pero no hace falta: todos los veranos llevan a comprobar que el sueño antirock de Paul Weller en The Style Council dio una colección de canciones memorables, en un frenesí de reinvenciones estilísticas conducidas por el soul, que se mantiene cada año más fresca y coherente. A la etapa ochentera de Weller aún se le debe reconocimiento y prestigio a la altura de The Jam y su carrera en solitario. Por lo menos.
La imagen cuenta mucho, y por eso, quizá solo por eso, no se habla normalmente de The Style Council como un grupo atrevido, provocador, temerario. Más bien al contrario, por un ligero error de apreciación pueden meterlos en el cajón del pop sofisticado (y adocenado) de los 80. Y eso sí que no. La trayectoria de The Style Council es una de las más osadas de la década, por el shock que supuso para los fans de The Jam –bueno, para algunos que no salían de sus casillas: ¿acaso no se habían dado cuenta del giro al soul y el funk de los álbumes finales del trío, “Sound Affects” (1980) y “The Gift” (1982)?– ver transmutados los brincos y el sudor en un concepto en el que dominaban la imagen pulcra, la moda (mod) y la exhibición de una ecléctica querencia por escenas culturales y géneros musicales refinados; pero también por un método de trabajo que no tenía miedo a nada y era pura intuición. Y en otros siete años de desarrollo de su nuevo concepto, Weller volvió a marcar una época. Aunque se acusara a The Style Council de entrar en decadencia a mitad de camino. Pagaron cara su permanente osadía, que casi eclipsa una obra radiante, capaz de seguir brillando cíclicamente, intacta y placentera como un largo y cálido verano para el pop más distinguido.
Las actividades de Style Council coincidieron con el auge del videoclip y lo aprovecharon bien. Solo era una pata del concepto que aunaba las fotos estilosas, el diseño tipográfico exquisito, los textos de contraportada finamente irónicos que firmaba The Cappuccino Kid (alias que se atribuye al periodista Paolo Hewitt, aliado y biógrafo de Weller) y una idea indefinida de grupo, que lo mismo jugaba traviesamente con la relación del dúo (¿bicefalia creativa, pareja gay, hermanos del alma?) que se ampliaba en combo multirracial, con el batería Steve White (¡se incorporó a sus dieciocho años!) y la voz de Dee C. Lee (que pronto inició una relación sentimental con Weller) como habituales.
En los directos, Paul Weller bailaba y se cimbreaba cual cantante melódico y Mick Talbot tenía el groove en su Hammond (apoyándose en un balancín para moverlo). En los videoclips se prestaban al “gamberreo” y a la vena actoral absurda: como risibles entertainers de varietés (“Come To Milton Keynes”) o románticos en la campiña inglesa (“Boy Who Cried Wolf”), cosa que culminó en el disparatado mediometraje realizado por Richard Belfield “JerUSAlem” (1986), pero también con homenajes estéticos al cool jazz (“Have You Ever Had It Blue”) y el northern soul (“A Solid Bond In Your Heart”). La comercialización en VHS y luego DVD nos hizo llegar a casa sus películas en directo –“Far East & Far Out. Council Meeting In Japan” (1984), “Showbiz” (1986)– y la colección de videoclips, entre otras piezas, en la compilación “The Style Council On Film” (2003). El reciente documental “Long Hot Summers. The Story Of The Style Council” (Lee Cogswell, 2020) es un convencional pero eficaz y ágil repaso a su trayectoria, con participación entre otros muchos del actor más mod Martin Freeman, que se revela como superfan, claro.
El otro trío de LPs del grupo marcó una segunda época más conflictiva. Y de forma un poco injusta: la apuesta por innovar continua y velozmente llevó a The Style Council a una ambición que fue mal entendida, por la crítica, por la propia casa de discos y por el público. “The Cost Of Loving” (Polydor, 1987), conocido como “el disco naranja” por su uniforme portada, quedó muy sintético, sin alma, y hubo dificultades para extraer singles con gancho: “It Didn’t Matter” y “Waiting” apenas cumplieron el trámite, y la mejor canción “Fairy Tales”, no tuvo proyección.
“Confessions Of A Pop Group” (Polydor, 1988) fue recibido con verdadera inquina. ¿Los pecados? Incluir dos piezas de casi diez minutos cada una: una suite con arpas, ecos de impresionismo francés a lo Debussy y pianos románticos y un pedazo de funk muy extendido, o una colaboración con el grupo vocal jazzístico de los 60 The Swingle Swingers. Pocos fieles a las audacias de Weller consideramos entonces que bajo la apariencia grandilocuente volvía a haber excelentes composiciones también en el terreno del pop-soul y nuevas e interesantes texturas sonoras. La salida del atolladero fue el acabose: no se les ocurrió otra cosa que travestirse en dúo electrónico abrazado al acid house y el sello discográfico –siempre Polydor, como en The Jam– se negó a publicar su último álbum, “Modernism: A New Decade”, que daba lo que su título proclamaba, una singular lectura del nuevo estilo electrónico imperante para la pista de baile a finales de los 80, pero que no se hizo pública hasta 1998, cuando fue incluido en la caja recopilatoria “The Complete Adventures Of The Style Council” y también se comercializó en vinilo por separado. Y eso que tuvo un excelente preludio en la versión electro de la “Promised Land” (1989) de Joe Smooth, que acabó siendo la despedida sin gloria. ∎
Solo con la primera etapa de Style Council sobraría para hacer un top 10 de canciones, pero no hay que eludir ciertas perlas de la segunda, como este single que, al igual que “How She Threw It All Away”, supuso el regreso a las mejores esencias del grupo: bajo sintetizado, melodía embriagadora y Weller cantando de nuevo con plena pasión.
Puro pop alegre y saltarín para las masas pero con mensaje que anima a la sublevación. Grita a lo más alto y hazte oír. Sonido Philadelphia entrando con violines en un cóctel que siempre les combinaba bien. Tiene un punto facilón, pero es tan irresistible y contagiosa… Incluida en la versión CD de “Our Favourite Shop” (1985).
Tercera de las cartas de presentación de Style Council en formato single, se trata de una poderosísima melodía a varias voces con beat imparable, que resulta la perfecta transición desde los rasgos más soul del final de The Jam. Y una de tantas grandes canciones del grupo que corren el peligro del olvido por no haber sido incluidas en los LPs (aunque sí en “My Ever Changing Moods”, versión norteamericana de “Café Bleu”).
El órgano Hammond de Mick Talbot, tan fundamental siempre para dar sabor, color y consistencia a la misteriosa fórmula de Style Council, abre la puerta de la obra maestra del grupo con este prodigio de cinco minutos de soul-pop cargado de ideas, arreglos y emociones, con los coros de Dee C. Lee dando calor a todo.
Excitación Motown y euforia bailable para alertar a la clase obrera de la necesidad de luchar en defensa de salarios dignos y contra la explotación laboral que ya se veía venir. El ala roja de Weller, con trompetas airadas y rugido vocal, y por supuesto, sin perder la elegancia.
La canción concebida para la película “Principiantes” (Julien Temple, 1986) es un triunfo total a la hora de aunar esencias lounge, latin y jazz, desde lo más cool de los años 60, con arreglo orquestal de Gil Evans. Una remodelación, en realidad, de la ya sensacional “With Everything To Lose” (aquí con flauta y saxo de fusión brasileña), de “Our Favourite Shop”.
Desde el corazón afrancesado abierto en el memorable EP “À Paris”, con acordeón evocador; y luego en nuevo traje de balada jazzy en “Café Bleu” y con la voz de Tracey Thorn para certificar la inspiración que Weller recibió de los iniciales Everything But the Girl, una delicia absoluta en ambos casos.
De nuevo dos tomas radicalmente distintas, y ambas gloriosas. Solo a piano y voz en el álbum “Our Favourite Shop”; con un arrebatador despliegue de vientos, guitarra con wah-wah y pasión bailable en el single que le precedió. La sentida melodía soul es el trampolín para que Weller demuestre el gran cantante que es.
Balada canónica a la altura de los mejores estándares en el sentido estadounidense, una de las más hermosas y sencillas maneras de decir “te quiero” con una canción y no resultar cursi. Cima del soul blanco, de melodía sublime con subidón hacia el estribillo, para bailar a lo “agarrao” all night long.
Si es un quebradero de cabeza hacer el top 10 de The Style Council, resulta imposible elegir LA canción representativa. Lo importante es el poliedro. Pero la aparición de este cuarto single/EP en agosto de 1983 nos deslumbró de tal modo en la escalada de posibilidades diversas que ya habían dejado caer en los precedentes, que el “capricho” de Weller eclosionó en prodigio pop para toda la década. Gomoso bajo sintetizado, placentera pereza de la canícula, y sensualidad soul en coros y ritmo cimbreante, con Weller tumbado en una barcaza por el río tentando al homoerotismo con camisa abierta en el videoclip, y Talbot de gondolero. Y la sensación de que el bello verano es inagotable. ∎