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Situado en un paraje bucólico en las afueras de la localidad barcelonesa de Vilanova i la Geltrú, Vida Festival volvió al formato con cabezas de cartel internacionales y bandas con indudable proyección. La edición pasada quedó grabada en la memoria colectiva por ser el primer ciclo sin distanciamiento social tras la pandemia, aunque solo con un tercio del aforo y casi exclusivamente con artistas del circuito nacional a causa de las restricciones. Este año, la complejidad formal de The Avalanches, el pop exultante de Belle And Sebastián y Parcels o la intensa emotividad de Cat Power y Soccer Mommy confirmaron que la línea indie pop-rock internacional del festival sigue intacta.
Tampoco se han olvidado del pop y rock de grupos nacionales veteranos, como Mishima y Biscuit. Además, este año el Vida reflejó en su cartel otras dos líneas muy interesantes. Una de ellas es la mezcla de folclore de las diferentes regiones de España, que va de la vertiente más tradicional, con el flamenco de Israel Fernández y Diego del Morao, a experimentaciones con la electrónica como las de Rocío Márquez y Bronquio, que cerraron su actuación con una bulería trance y unos pasos de flamenco de la onubense. También destacaron Rodrigo Cuevas y su reinvención de la zarzuela en clave electrónica o Baiuca con su mixtura de electrónica mainstream y folclore gallego, sin olvidar, por otro lado, esa estética de nuevo flamenco indie con la que nos deleitó Guitarritadelafuente.
La otra línea recuperada –de larga tradición en este festival– es la de los artistas emergentes, como Niños Luchando, Anna Andreu, Shego o Cabiria, con los que se puede hacer una primera toma de contacto en los pequeños escenarios situados en el bosque, en un contexto idóneo para paladear su incipiente propuesta antes de que –solo en algunos casos, claro– pasen a tocar en escenarios de mayores dimensiones y proyección. DPG
El principal reclamo del cartel en la primera jornada era The Avalanches, quienes de madrugada presentaron un show conceptual abstracto y vitalista sobre escenario Estrella Damm, repasando casi por completo “We Will Always Love You” (2020), su último álbum. Empezaron con un sample de “The End” de The Doors, oscuro y distópico, que el dúo australiano luego disolvió en la vigorosa “Carrier Waves”, una de sus muy breves canciones intersticiales. Luego vinieron cortes como “The Divine Chord” o “Interstellar Love”, en una perfecta mezcla orgánica que durante toda la primera parte del concierto ascendió sin llegar a explotar, pero cargada de una vitalidad ensoñadora. Cautivaron a los espectadores en una especie de hipnosis colectiva, reforzada por sugerentes visuales abstractos, imitaciones de ruido blanco y textos que apuntalaban el concepto: transmisiones radiales viajando hacia lo profundo del cosmos y el amor. La segunda parte del concierto fue menos cohesiva, incluyendo “Don’t Forget The Neighborhood”, para volver finalmente a clásicos como “Because I’m Me”, “Since I Left You” y cerrar con “We Will Always Love You”.
Rodrigo Cuevas presentó “Barbián” en el escenario La Masia X, el espectáculo de “zarzuela-kabaret” que propone un paseo por la España profunda animado por jota, cuplé o tango, entre otros, con una interpretación que conjuga casticismo y electrónica, ya sea en clave synthpop o trip hop, pero siempre con el histrionismo que reclama la zarzuela. El show tensionó entre términos como masivo-underground, folclore-pop, hombre-mujer a partir de las composiciones clásicas de Ruperto Chapí, Federico Chueca o Reveriano Soutullo, más alguna letra de Pío Baroja. El final apoteósico llegó con “Amor de hombre”, la versión de Mocedades inspirada en el “Intermedio” de “La leyenda del beso” (Soutullo y Vert, 1924).
Pasadas las diez, en el escenario Estrella Damm, Parcels se entregó a un show energético, surfeando psicodelia disco-funk y desembocando finalmente en una fiesta de electrónica bailable que reunió la mayor cantidad de público de toda la noche: jóvenes en éxtasis al frente y familias bailando más atrás, como en un concierto en el parque un mediodía de verano. Cabe destacar las armonías vocales que alcanzaron su culmen en “Somethinggreater”, además de con la cadencia atronadora de sus ritmos.
Justo después, en el escenario La Masia X, la banda belga de rock alternativo Balthazar mostró un espectáculo ecléctico que fue del post-punk europeo de los 80 al post-rock, y desde la psicodelia progresiva al math-rock, con alguna parada en las baladas oscuras de los 90.
La segunda jornada de esta edición del Vida transitó entre la alegría pop de Belle and Sebastian y el desgarro de Cat Power. Entre ambos extremos, vimos también conciertos como el de Guitarricadelafuente, que fue de más a menos. Álvaro Lafuente se presentó en el Vida acompañado de batería, contrabajista, teclado y guitarra. Empezó marcando el ritmo con “Ya mi mamá me decía” y parecía que la tarde sería una fiesta, en comunión con el abundante público que llenaba el Estrella Damm. Sin embargo, empezó a bajar revoluciones tras invitar al escenario a su productor, Raül Refree, sin el que, afirmó, “nada de esto sería posible”. A partir de ahí, un concierto a medio gas, como si no quisiera coronarse como vencedor. Se despidió versionando “My Way” en un intento de volver a recuperar el ritmo. A pesar del error en la secuenciación del repertorio, su renovación del folk con dejes flamencos y de copla puede deparar grandes cosas en el futuro. Tiene mimbres, la cuestión es que se lo crea.
Asistir a un concierto de Cat Power es estar dispuesto a sufrir. Además de por sus temas, que nos enfrentan a los aspectos tristes de la vida, Chan Marshall no se encuentra a gusto en un escenario, y se nota. Focos apagados, movimientos desmadejados de los brazos y miradas implorantes a su teclista, Erik Paparazzi, que ejercía de director musical y se encargaba de que el concierto llegara a buen puerto. Por suerte, conforme iba avanzando la noche y la oscuridad invadía el escenario y nuestros corazones, Marshall logró vencer su sempiterno pánico escénico y fue dejándose llevar. Entre sombras, su temblorosa voz volvió a ofrecer un concierto pleno de emotividad, en un crescendo continuo que culminó con versión de “Wild Is The Wind”.
Aunque la actitud de Rhye sobre la tarima fue distinta, tampoco podemos hablar de triunfo en su turno. Mike Milosh es un estilista del sonido, pero actuar en directo también requiere de presencia escénica para captar la atención del público. Abrieron la actuación con “Phoenix” y con la adición de chelo y violín al arsenal de instrumentos. Milosh y su grupo nos brindaron un concierto de R&B que no acabó de cuajar; elegante, mesurado, pero que adolecía de desconexión con la audiencia. Lástima de ocasión pérdida.
Mishima, sin embargo, no desaprovecharon la suya. El grupo liderado por David Carabén tiene un gran número de conciertos a sus espaldas y puede tirar de profesionalidad para encarrilar una actuación exitosa. Así hicieron en La Masia, el segundo escenario principal del Vida, donde interactuaron con el público y Carabén se mostró como ese intérprete seguro de sí mismo y con poses de estrella. Sonaron éxitos como “Qui més estima”, pero también parte de sus nuevas composiciones, como “El gran lladre”.
Al margen de lugares comunes sobre el éxito operan Biscuit. Reencontrarse con ellos es sentir la pasión de esos artesanos de la música que tocan por placer, sea cual sea la repercusión de sus canciones. Originarios de Vilanova i la Geltrú, son trabajadores del rock’n’roll sudoroso que tienen su mejor plasmación en el directo. Así lo demostraron en su actuación en el escenario La Cabana, en el que solo era necesario observar su entrega y felicidad mientras tocaban para saber que ese era su lugar en el mundo.
Entre homenajes y autosabotajes. Así nos movimos en la tercera y última jornada del Vida 2022, que entronizó el intenso tributo soul de Black Pumas y supo asumir la belleza del naufragio emocional de Dan Bejar y sus Destroyer. Pero antes de todo eso, con el sol todavía tan alto que parecía que estuviéramos en un after, pudimos ver a Delaporte. Sandra y Sergio amenazaron con darnos mucha zapatilla y cumplieron con su palabra. El dúo madrileño ofreció una intensa sesión de baile desacomplejado que igual recurría a sus propios temas de Delaporte como guiñaba el ojo a Daddy Yankee. Convirtieron la explanada de La Masia en una rave, como si mediante una conexión espaciotemporal nos hubiéramos trasladado a la Valencia de los 90. Hedonismo y baile con un público que se mostró tremendamente receptivo a la propuesta.
Una oferta que no tiene mucho que ver con la de Alizzz. Cristian Quirante –productor de C. Tangana y Amaia, entre otros– se reivindicó como autor en el escenario grande defendiendo las canciones de “Tiene que haber algo más” (2021). Lo hizo acompañado por una banda de hechuras clásicas, con batería, bajo, guitarra y teclado. El concierto fue una comunión intimista en la que sus canciones de amor, desamor y angst juvenil fueron coreadas por el gran número de seguidores que llenaron el Estrella Damm. Al igual que Sen Senra, Alizzz es la voz de una generación. Reflexiona sobre sus frustraciones y relaciones sentimentales, con un lenguaje sencillo y melodías previsibles pero efectivas. Como las de “Ya no siento nada”: el nihilismo tras el desamor, cantada a voz en grito por las primeras filas.
De nuevas propuestas a un creador de largo recorrido. Se suponía que el canadiense Dan Bejar, siempre al frente de Destroyer, venía a presentar su último disco, “LABYRINTHITIS” (2022), pero se dedicó a desgranar sus antihimnos más conocidos, una crónica de la desesperanza y el fracaso sobre un colchón musical que tanto podía beber de los Roxy Music de “Avalon” (1982) como de las líneas de bajo de Peter Hook, con un trabajo impresionante a las cuatro cuerdas de su colaborador John Collins. Mientras, un Bejar ausente musitaba sus letras como si no le importara estar allí y se aprestaba a deglutir cervezas tan pronto acababan sus líneas. Como él ha explicado, si en estudio intenta imitar a Billie Holiday, en directo se acerca más a John Lydon. A su lado, el pie del micro a media altura le servía para dejar el micrófono cuando no lo utilizaba y sobre todo para apoyarse, como el capitán de un barco a la deriva en medio de una tormenta que, en su caso, es interior. Musicalmente, sigue siendo infalible.