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“PUTA” es una cicatriz. La cicatriz de una persona empoderada, Zahara, que logró dejar atrás el body shaming para lucirla sin complejos. Una obra narrativa pero a la vez conceptual, el vómito de su vida. Es un disco valiente y que no acaba en el sonido. Un álbum para escuchar y para hablar. Y ella está dispuesta a destriparlo: la herida sanó.
“Parece un manicomio, ¿verdad?”. Frenética, María Zahara Gordillo, Zahara (Úbeda, 1983), mueve la cámara de la videollamada como un niño jugando con un avión de papel. Instrumentos, suelo y colchones. El local de la cantante está forrado de aislante –comenta risueña– “low cost”. Al cabo de cinco minutos, Zahara encuentra acomodo al móvil, se sienta, respira profundo y se disculpa.
“Perdona. No venía el taxi, he tenido que dejar a mi hijo con mi padre… Es un poco caos, pero ya estoy… (Pausa) Por un lado, soy artista y, a la par, soy mi sello. Estoy al final de toda la toma de decisiones, desde marketing a distribución… Bueno, es un poco desquiciante, me meto en una vorágine, pero, en fin… –se mira en el cuadradito del teléfono– ¿Voy maquillada aún y todo, ¿no?”. Zahara está inmersa en una rueda promocional como no recuerda. Viene de la televisión. “PUTA” (G.O.Z.Z., 2021) ha despertado un interés inusitado, también entre quienes no han seguido la trayectoria de la ubetense, o la tenían encasillada en un contexto mainstream y acomodaticio.
El álbum es narrativo y conceptual: las canciones se fueron hilvanando cronológicamente, tal y como se presentan en el disco. Una llevó a la otra. Hasta que la artista se vació por completo. A nivel discursivo, presenta un relato biográfico, crudo y potente. E incómodo; no tanto para la artista, que ya exorcizó sus fantasmas, como para el oyente, colocado sin comerlo ni beberlo en la posición de un voyerista forzoso. El título, la inquietante foto de portada, las dolorosas historias... En especial la impactante tarjeta de presentación que ha supuesto “MERICHANE”, primera canción de las cinco en mayúsculas que puntúan el tracklist; cinco mujeres que guían a Zahara: “MERICHANE”, “TAYLOR”, “SANSA”, “RAMONA” y “DOLORES”. Todas, acompañadas de riesgo estilístico: metalengüaje al alza. “PUTA” suena como lo que cuenta: abrasivo, vitaminado, balsámico, glitcheado o desnudo. Sonido y mensaje en un mismo barco.
Ella tiene ganas de destripar la obra. “Ya que hemos llegado hasta aquí...”, se sonríe. El quinto disco de su carrera, cuarto con su compañía G.O.Z.Z., ha sido una hostia a mano abierta. De las que resuenan y resonarán. Pasamos una larga hora siguiendo las marcas de los dedos en la piel: el aluvión mediático, el miedo, el feminismo, los cambios de sonido junto a Martí Perarnau IV, de Mucho, con quien también comparte el proyecto _juno. “¡Estoy bien! Todavía a tiempo para una horita de descanso. ¡O sea, que bien!”. Sarna con gusto...
Para lo bueno y para lo malo, con el ajetreo, todo pasa más rápido.
Que la gente quiera hablar de tus publicaciones es maravilloso; dentro de que es un sinvivir, es precioso. Bienvenido al caos, me manejo mucho mejor en él.
¿Mucho mejor? ¿Hay muchos silencios duros en las carreras largas de un artista?
Sí. Y me pasa una cosa. Justo antes de ayer, en este mismo local, hicimos una pequeña celebración con el equipo: todos estaban muy felices de cómo habían ido las cosas. Y yo, callada... La pesadumbre me ha acompañado durante toda mi vida. Siempre tengo esa sensación, es una cosa muy de mi personalidad. Problema mío, no creo en una conspiración en mi contra. Sé que soy yo mi propia conspiradora. Para nada digo que tenga que ser real, pero siempre vivo con la sensación de que nunca es suficiente. Tengo la sensación de que hay otros artistas que, sin contar la décima parte de lo que yo, funcionan.
¿Siempre tuviste miedo de no llegar a la gente?
Habiendo tenido mejores críticas que nunca, mayores escuchas que nunca, siento que no voy a llegar. La sensación es la de “qué guay Zahara, pero...”.
¿Techos de cristal?
Hay un techo. Siempre está ahí. Yo nunca tengo la sensación de que me vaya a poder relajar. Si no le pongo cariño a cada parte del proceso: artístico, logístico, marketing, etc. Si no le pongo el cien por cien de lo que soy... No va a terminar de bastar. Es la primera vez que hago una inversión de cinco videoclips... Y digo: “Joder, siento que tengo que hacer todo eso para alcanzar…”. Y luego siempre habrá gigantes en la música. Gigantes y dinosaurios. Que llevan mucho tiempo, que simplemente por sacar una canción nueva van a tener toda esa atención y toda esa devoción. No sé cómo expresarlo bien.
¿Por qué crees que es así?
No te puedes comparar con alguien que lleva en el mundo de la música toda la vida. Es lógico que el trabajo del pasado ayude a mejorar el trabajo del presente y para nada estoy en contra de eso. Me parece superbien. Pero yo siento que, en mi caso en concreto, ha habido paternalismo y esa dificultad, sí, por ser mujer. Sí que la he tenido. Porque cuando monto mi sello, en 2014, tengo que llegar a los sitios yendo con cuidado de ser “maja” en todo momento; solo para contrarrestar la imagen de “no maja” que, por lo visto, se va creando simplemente porque soy una mujer que tiene a once pavos trabajando para ella. Si montas una empresa y eres un tío, guay: un empresario emprendedor. Si eres una tía... “Ufff, esta no puede trabajar con nadie porque es que está un poco a sus cosas…”.
Mira que hay palabras altisonantes en el disco, pero de las más inusuales es hablar mal sobre un sello. ¿Estamos poco acostumbrados?
Tengo una relación complicada con Universal que no he tenido con ninguna otra discográfica. No puedo hablar en nombre de todas las discográficas y decir “¡ey!, cuidado, las multis son malas”. Tengo amigos que están en Warner supercontentos, y otros que están en Sony igual de felices, y otros que están en independientes cagándose en todo. Cada uno tiene su experiencia, cada uno quiere algo de un sello y cada uno acaba intentando tener el contrato que le viene mejor. En mi caso, tuve una relación terrible, terrible, y ellos lo saben y yo lo sé. Siempre lo digo: me hicieron dudar de todo, me trataron con mucho paternalismo. Para mí, en un disco en el que me desnudo, no podía andarme con doble moral y esconderlo. En realidad, he sido muy elegante porque hablé del sello, no di nombres propios.
La crítica de “Puta” en Rockdelux ha sido una de las que más feedback ha recibido en redes de la revista.
¡Qué guay!
Ha habido muchas alabanzas, pero también una pequeña parte de “lecciones”. De indignados que se preguntaban: “Y esta, ¿cómo puede ir con este discurso ahora?”.
Sí (ríe).
Eso no hace más que poner de manifiesto la importancia del disco. ¿Cómo lo vives?
Me encanta como lo planteas. Es lo que te decía justo al inicio: esta negatividad mía es fruto de mi inseguridad vital. Soy una persona que cree que nunca va a conseguir las cosas. La realidad me ha dado una hostia preciosa: “Tía, Zahara, te está escuchando la gente, ¿eh?”. Siento una enorme gratitud, me siento muy afortunada de haber podido hacer de este vómito un disco y que la inmensa mayoría lo haya entendido. Como dices, a la par, hay una resistencia. Es representativa de esa España que, cuando Rocío Carrasco está contando su relato, dice: “No me cuadran las fechas”, “no te creo”. ¡Ya, es que no eres tú quien ha de creerlo, tronco! Esto no va de si la estás creyendo o no. Exigirle a las víctimas el momento en que han de denunciar las cosas es de una agresividad brutal. “¿Y por qué no lo has contado antes?”. Pues por personas como tú. Si un disco como este sirve para zarandear masculinidades tóxicas, para mí, ya está. Hacen falta discursos así. Lo que me ha resultado más bonito ha sido encontrarme, sobre todo, mensajes de hombres que no solo no se han ofendido, sino que lo entienden. Que se sienten identificados. No estoy haciendo un ataque a los hombres para nada. Estoy rodeada de hombres que me han ayudado...
¿En qué momento sentiste que el miedo ya no te paralizaba?
Yo no sabía qué iba a hacer, ni que iba a conseguir hablando de estas cosas. La primera canción que escribo es “RAMONA”, preconfinamiento. La hago justo cuando me estoy yendo de mi antigua casa. Me enfrento a mi nueva vida, y hago esta canción que es pura víscera. De repente, estoy recitando como le escucho a Kae Tempest en su canción “Europe Is Lost” y estoy como chalada con esto del spoken word. Entonces, cuando llega el confinamiento y me tiro un mes y medio sin escribir, estoy con mi terapeuta ahondando en mi tristeza, mi depresión. Cuando sale la primera canción, “flotante”, de ahí surge un texto donde hay parte de “MERICHANE”, parte de “TAYLOR”, parte de “médula”. Cuando lo hago, siento que no es suficiente. Ya no pienso: “¿He contado demasiado?”. Digo: “¡Hostia, qué guay!”. Tengo que ir a más. Llega “canción de muerte y salvación”, y digo: “Voy a hablar del suicidio”. Bueno, ¿pues qué? Es lo que viví, ¿no? ¿Qué le voy a hacer? Mi disco se convierte en una obra narrativa antes que musical y empiezo a ver los huecos por donde tengo que pasar.
Se ha mantenido el spoken. La radicalidad del disco está en el mensaje, y en el enfoque de las músicas. ¿Va todo junto?
Las canciones empiezan a producirse mientras se crean. Cuando llego a “MERICHANE”, le toco los acordes a Martí (Perarnau), canto por encima el “yo estaba ahí”, y él lo pasa al Juno, construye los acordes del estribillo, me lo deja y empiezo a cantarlo. Primero lo canto con mucha fuerza. “Tía, más flojo”, me dice. Y entre los dos, termina de crearse; así con todo. La producción, en este disco, forma parte de la composición de las canciones. No paramos de trabajar hasta un punto...
¿Enfermizo?
(Ríe) Sí, sí. No teníamos otra cosa que hacer. No queríamos hacer otra cosa. No podíamos salir de ahí. Él también tenía ese impulso de pulir y pulir; hay un momento, al final de “SANSA”, en que llega la abrasión mientras aún estoy cantando. Y nos tiramos tres días solo escuchando y matizando y moviendo volúmenes de cosas de la compresión del sidechain, de cómo afectaba esa compresión, hasta que llegó un momento en el que le dije “Vale, ahora cuando acabo la canción no puedo respirar”. Ahora está.
¿Ese bucle es fruto del confinamiento? ¿Ha “ayudado” el confinamiento al resultado final?
Aquí hay una mezcla de cosas. Por un lado, el sonido de este disco es fruto del confinamiento, cien por cien, sí. En el sentido de que Martí empieza a producirlo en su casa con un Moog. A la vez, está la cuestión del metalenguaje, que para mí siempre ha sido importante, pero que en este disco quise llevar al extremo: aunque no entiendas la letra, quiero que sientas lo mismo que estaba explicando. Falta de aire en “SANSA”, “joker” glitcheado...
No es un disco de escucha fácil, ni homogéneo estéticamente: rapeas, pones filtros a la voz, incluso te acercas a la copla... ¿Tuviste miedo de perder al público en este viaje, o de que no te reconociera?
Si hay que rapear, o hacer algo parecido a eso, si tengo que usar Auto-Tune... no voy a tener ningún tipo de pudor ni de prejuicio. Lo usa Bon Iver y nos parece un dios, pero lo usa el trap y... oh, ¡las manos a la cabeza! Y, al final, por muchos volantazos que dé, hay un relato que lo une todo. Por eso el disco acaba con una copla: la conexión con mi pueblo cierra la historia turbia que he contado de mi vida. El arte que me parece más interesante es el que te está contando algo que tiene cierta incomodidad, pero que en ningún momento te dice cómo te tienes que posicionar al respecto.
Como en “Mad Men”: Don Draper es un hijo de puta, pero lo amas.
Eso mismo. Tú te lo planteas, no dices si hay algo que está mal. Tú eres el que tiene que revisar cómo interpreta las cosas. El fan que es seguidor de mi música quiere que sea yo misma. Ha sido bonito ver cómo ha pasado: “Fui creciendo contigo, tía: cuando te gustaban los pasteles, a mí también; cuando estabas tóxica, yo también. Luego divina. Tuve un hijo cuando tú, y ahora estoy que me dan ganas de cagarme en todo”. ¡Gracias!
Hay muchos artistas que no admiten la evolución... Y quedan en falso con su pasado. ¿Cómo se darán la mano los giros que has ido haciendo durante este tiempo?
Me gusta mucho esta pregunta porque, obviamente, este disco se construye en una casa. Entonces, no ha sido tocado: ha sido creado. De hecho, cuando terminamos de grabar las voces, que, como te puedes imaginar, también fue un proceso de inmersión: en una casa abandonada y en Granada perdidos… al final, dijimos: “no hay rock, no hay baterías…”.
“¿Qué hacemos en directo?”.
Martí lleva años descubriendo y trabajando la electrónica; yo he llegado mucho más tarde, pero con el proyecto que tenemos en común, _juno, he aprendido a hacer llorar a las máquinas. Pensábamos: “A lo mejor ha de ser un bolo de electrónica. A lo mejor tú, Martí, has de ser el DJ”. Y eso es lo que hemos hecho. Él va con una estación, la llamamos la “Estación Antonov”. Lleva una mesa por la que procesa los bits que genera, bien porque están grabados, bien porque... Me resulta ridículo explicártelo a ti, pero igual mi público...
¿... Irá a tus directos y dirá: “pero si solamente le da a un botón”?
(Ríe) Yo era de esas. No voy a juzgar. Yo entiendo que para quien venga del pop o del indie o del rock, el mundo de la electrónica le parezca inverosímil. Pero la electrónica es preciosa. Y, además, es que a ves Martí, rodeado de cosas... Miradlo a él, por favor, ¡a mí no me miréis!
¿Tú estás dedicada puramente a interpretar?
Está también Manuel Cabezalí, que toca el resto de teclados, y el bajo. Y llevamos una batería, porque pensamos que molaría que hubiera una parte un poco más clásica; no reniego de la Zahara de hace unos años. Y pensamos que la tenía que tocar yo... Me he puesto a estudiar batería y toco, nada, cuatro canciones. ¡Pero me encanta! (Sonríe) No sé por qué no lo he hecho antes. Hay momentos donde toco la batería y canto, y la mayor parte del bolo estoy cantando. Me he preparado un set, que es la cosa que más me gusta del mundo, para mis samples, mis loops. Espero que el seguidor que viene del mundo pop abra un poco los oídos y el corazón a la electrónica. ∎
Como apuntaba Aleix Ibars en su crítica de “PUTA”, un disco tan atrevido no puede existir sin precedentes. No solo por el camino andado, sino por los cambios –y por los silencios– que el mismo álbum explicita. Cuesta pensar que, tras la imagen naíf que desprendía Zahara en “La fabulosa historia de la chica que perdió el avión” (Universal, 2009), ya se escondiera parte del caldo de cultivo que ha desembocado en “PUTA”. Pero el disco entrevé una leve brisa de empoderamiento, precisamente en una de las canciones más radiadas de su discografía, “Con las ganas”: “No sé qué acabó sucediendo, solo sentí dentro dardos”. “Tengo sed, no estoy tragando”.
La tensión entre el amor, el dolor y la despersonalización siguieron en –título bien explícito– “La pareja tóxica” (Music Bus-Warner, 2011): “Frágiles” vive el mismo diálogo dañino, entre algodones de amor romántico. Cuatro años después, “Santa” (G.O.Z.Z., 2015) plasmaba primeros elementos electrónicos (“El deshielo”), aunque todavía vencían las guitarras y las voces dulces. Sobre una base ochentera también asomaban los monstruos, no con tanta claridad y voracidad como en la actualidad, pero ahí está, justamente, “Donde habitan los monstruos”.
Hubo un antes y un después en “Astronauta” (G.O.Z.Z., 2018): disco pop sin miramientos, que incluye una confesión meridiana: “Yo no”. Reaparece la cuestión del amor tóxico, que atraviesa “El diluvio universal”: “Se alzó entre nosotros un muro de mierda gigante (...) Soy mi propia prisionera”. Y, por supuesto, el tema clave del disco: “Hoy la bestia cena en casa”, himno contra los vientres de alquiler y la misoginia liberal; el primer atrevimiento de Zahara a tomar partido en cuestión de feminismo. Así lo defendió en las entrevistas. Y, por supuesto, “PUTA” no habría sido posible sin las probaturas electrónicas que, en tono más manso, realizó durante el confinamiento en “_BCN626” (G.O.Z.Z., 2020), el disco de _juno, donde ya se fragua la arquitectura sintética de la extremada última entrega de la artista. ∎