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Firma invitada / Cuarto creciente

Estampas de la edad madura

15. 02. 2022

A

sí como para hacer la gracieta, he sostenido en alguna entrevista que los músicos de rock no podemos permitirnos superar la adolescencia hasta bien entrada la cincuentena. Supongo que la ocurrencia responde a un resentimiento enconado tras años soportando la guasa del pariente de turno a cuento de tus primeros intentos de ganarte la vida en esto de la música popular. Recurrente en bodas, bautizos y comuniones, aquello de “a ver si maduras de una vez que ya está bien de hacer el indio con la guitarrita” solía ir acompañado de una calada al puro y una palmada bien sonora en el hombro. Al cabo de un par de horas, el tío Luis, rojo como el culo de un mono, deambulaba sudoroso por la pista de baile mientras, sin perder de vista en ningún momento la minifalda de la prima Nati, nos ponía a todos perdidos de cubata y ceniza fría.

Qué recuerdos. Pobre tío Luis, lo que habría disfrutado en la pandemia. Con lo payaso que era. Durante el confinamiento puro y duro habría aprendido a engalanar su ingenio con las pichorradicas del TikTok para, grupo de wasap mediante, hacernos más llevadero el inminente fin de la especie con su natural gracejo. O en la terraza con las cacerolas, con lo que le gustaba a él armar jaleo. Seguro que le hubiera encantado sacar los palos de golf a la calle y aporrear las señales de tráfico por el barrio con los amigotes y las banderas en la espalda. Qué maravilla, qué colorido. Porque ya está bien, coño. El tío tampoco iba a aguantar tantos días metido en casa. Menudo era él. A la calle cagando leches, hombre. Ya ves tú. Por un virus, una cosa tan chiquitilla. Anda ya. Queremos verlo, que nos lo enseñen. A nosotros no nos engañan, los ataúdes que sacan por la tele son de algún terremoto de esos que les pasan a los moros de por ahí. O están vacíos. En cualquier caso nos los pasamos por el forro de los cojones, que quede claro. A ver si se enteran de quién manda aquí, hostia. Ahora que me acuerdo, aquello de sacar los coches a bocinazo limpio por la plaza de Colón y sus aledaños tampoco estuvo mal. La próxima vez sacamos los tanques y ahí sí que se van a cagar. Qué risa la que armamos entre todos. Qué barbaridad, el ruido que pudimos hacer. Cuánto te echamos de menos, querido…

Hubo un tiempo en el que llegué a creerme un agitador social de la hostia con mi guitarra eléctrica y mis incómodas canciones. El eterno Peter Pan que se niega a madurar. Un rebelde sin causa. Un bala perdida que vive en el filo de la navaja. Sí. Yo era la puta oveja negra y por los bafles de mi amplificador bramaban todas las revoluciones habidas y por haber. Pues ya ven. Paparruchas. Apenas se me puede considerar un afectado trovadorcete, comparado con las huestes de mi difunto tío Luis. Qué huevazos los suyos. Porque no es negarse a madurar. Tampoco a contemplar la posibilidad de un concepto semejante. Ni siquiera es descartarlo por aburrido. No señor. Lo que ocurre es que simplemente no existe tal cosa. Como no existen los virus ni el globo terráqueo. Como no existes tú. ∎

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