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magino que para un flamenco perseguir el duende es ir andando a tientas en mitad de la noche por una habitación a oscuras, dando pasitos breves con los brazos estirados para protegerse del golpe. Llegar al baño sin romperse la nariz es para un flamenco acabar una noche con el duende bailando a su vera. A veces siento que vivir tiene mucho que ver con proteger el duende, con ir a tientas por una habitación a oscuras, con llegar al baño sin el dedo meñique del pie roto. Sin embargo, en realidad, la vida es más ir rompiéndose huesos y aprender a tener la paciencia necesaria para que se recoloquen y convivir con esos dolores y asumir que nunca más volverás a jugar al fútbol.
Pero lo que creo que uno no debe asumir nunca es que se marche el duende, duela lo que duela el menisco, aunque, como los flamencos, no tengo ni idea de cómo se hace eso, no tengo ni idea de dónde vive el duende ni qué le gusta cenar, aunque sí sospecho que el duende huye de la costumbre, la repetición, lo esperado.
Hace unos días conocí a Paul Banks. Si hace veinte años me hubieran dicho que iba a conocer al cantante de Interpol me habría puesto nerviosísima, se me habría instalado el duende sobre el hígado y lo habría notado bailar sobre él hasta hacerme vomitar. Sin embargo, esta vez, disfruté muy calmada de la conversación, sonreía pensando en la suerte que tengo de conocer a personas a las que admiro y de las que puedo aprender, pero nada me tembló dentro y llegué incluso a cerrar los ojos, me esforcé en conectar con la Laura que hace veinte años habría tiritado de nervios, pero no apareció, no supe cómo convocar al duende para que trotara sobre mi hígado. “Se me murió la ‘groupie’”, pensé.
Desde aquel día tengo largas conversaciones conmigo misma, me interrogo para averiguar qué me sigue cosquilleando, intento determinar si es que voy camino de la muerte tan pronto o si esto tiene algo que ver con la famosa serenidad que, se comenta, da la edad. No llego a conclusiones, no sé, en realidad, quién puede llegar a ninguna conclusión en esta vida, pero a ratos siento que el duende también comparece para bailar a gusto en la serenidad, que el sosiego de ojos atentos le gusta al duende, que el silencio no le espanta, que lo que le gusta cenar al duende es misterio. Los buenos flamencos, cuando cantan, invocan al misterio y a su calor sale el duende. Esta es la fórmula, hierro y níquel, el núcleo de la Tierra, buscar el misterio en la vida, entrar en los rincones que no conocemos, incluso en los que ya creemos que conocemos. En su último disco, Jero Romero canta que en la vida todo puede ser menos descubrir América otra vez. Sin embargo, él mismo dice en la letra que América la descubrió un vikingo quinientos años antes de que Colón la volviera a descubrir. Si América pudo ser descubierta dos veces, yo puedo confiar en que, aunque me rompa los huesos, el duende podrá volver a aparecer. ∎