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antaba un grupazo llamado Love que “las noticias de hoy serán las películas de mañana”. Y también, claro, las novelas. Y las canciones. Truman Capote, por ejemplo, leyó en noviembre de 1959 un titular sepultado en una página cualquiera de ‘The New York Times’: “Granjero rico, miembros de la familia asesinados”. Se encasquetó su Borsalino y se subió en el primer tren a Kansas. De ahí, y del aséptico breve, nació “A sangre fría” (1965).
Josele Santiago hojeaba un diario en Galicia cuando leyó: “Id a por el pan, que yo no voy a ir”. La pequeña noticia explicaba el suicidio de un adolescente que, angustiado por los exámenes de repesca (y quizá por algo más que eso), se había mudado de barrio. Esa frase, ahora un verso, era su nota de despedida. Nadie recuerda la actualidad que ocupaba la portada aquel día, pero esa pequeña historia ha pasado a la historia del rock’n’roll.
No es que se fuguen los estorninos, ni que se anuncie el estallido escolar en El Corte Inglés, ni que se regalen pulseras de final de verano, ni que refresque por la noche, ni que se empaquen los coches para volver a la rutina, ni que lo diga el Hombre del Tiempo. Uno sabe que llega septiembre cuando se descubre preguntándose por qué tiene frío si hoy hace calor y tarareando “Septiembre”, de Los Enemigos. Ese fenómeno, que suele acaecer a finales de agosto, es impepinable y generalizado en nuestro país.
La canción es tan redonda que se puede interpretar en clave generacional (incluso se podría interpretar con acordeón). Cada uno tiene su septiembre, un mes que es un lunes de treinta días. Con el cielo convertido en el fondo gris de un Tupperware y las obligaciones agazapadas a punto de saltar con el machete entre los dientes. Ahí los tienen, al que barre la acera, al que forra sus libros, al que mete quinta en la AP-2, al que mete las manos en los bolsillos y se asoma a ese puente, al que esto firma diciendo que sí o que no con la cabeza, apagando colillas rítmicamente con la punta del pie, y cantando “Septiembre”.
Porque qué vigor, qué arrojo, da escuchar esos acordes y repetir treinta veces “septiembre” como en un conjuro, para ahuyentarlo o para decirle: “Ven, que no te tengo miedo. ¿Tienes hora? Qué bonito reloj, septiembre, me quedaría muy bien”.
Este Almanaque suele convertir las canciones en cuentos. El autor se pone estupendo e intenta escribir un relato (basado en hechos reales) adornándose y no escamoteando la palomita de la conexión. Pero no sabría cómo interpretar “Septiembre” sin estropearla. Es, la canción, un relato, uno de los mejores textos escritos en las últimas décadas. Así que le escribimos, con la vaga esperanza de que contestara, una carta a su autor y cantante: Josele Santiago. Querríamos que su voz nos avisara de la parada del metro, dijera “Su tabaco, gracias” en las máquinas expendedoras, apareciera en la FM sin descanso e, incluso, que comentara nuestras vidas. Que fuera, en definitiva, nuestra voz en off, grave y luminosa al mismo tiempo (por ejemplo, ahora mismo, que nos dijera: “Deja ya de enrollarte. Esta entradilla es eterna. La gente quiere escuchar al autor de la canción. No a ti. Las persianas son un modelo de rigidez a tu lado”). Pero por suerte la tenemos en todas las canciones que ha cantado durante su carrera –sin ir más lejos, en las de “Bestieza” (2020), el último álbum de Los Enemigos, el mejor disco para el peor año de pandemia–. Y también aquí, en exclusiva para todos ustedes, contestando gentilmente este cuestionario para explicar el misterio de una canción definitiva.
He leído en algunos sitios que atrapaste la idea de la canción a partir de una nota de suicidio de un chaval gallego. ¿Recuerdas (o quieres inventarte: “print the legend”, como en “El hombre que mató a Liberty Valance”) el momento exacto de la idea? Asumo que fue en septiembre.
No sé si fue en septiembre o en junio, pero sí recuerdo leer la noticia en ‘El Faro de Vigo’ mientras esperaba a alguien en una casa de comidas a la que iba en cuanto juntaba cuatro duros. El chaval había sacado malas notas y se conoce que le dio pereza la bronca en casa o algo. La nota decía textualmente: “Id a por el pan y a por la leche, que yo no voy a ir”. Me quedé loco con aquello.
Quiero saber todo de la canción, así que... ¿Cómo le disteis forma? ¿Cómo la recibió la banda cuando se la presentaste?
El 89 lo viví como una incontinencia estratosférica. No paraba quieto y siempre llegaba al local con ideas nuevas. Algunas salieron adelante y otras no, pero el caso es que no parábamos de trabajar. Fino y Chema me han contado después que apenas tenían tiempo para pararse a pensar. Lo que sí recuerdo es la reacción de Carlos Martos, productor artístico de “La vida mata” (1990) y de la mayoría de nuestros discos posteriores, al escucharla. Los elogios que le dedicó fueron tales que por poco no me echo a llorar allí mismo, en el estudio de grabación.
La canción es el himno oficial del mes. Sospecho que muchos nos la empezamos a poner a finales de agosto y ya no paramos hasta bien entrado octubre (en realidad todo el año; en mi caso si estoy triste o cabreado, sea el mes que sea). A mí me gusta porque septiembre es un lunes que dura treinta días seguidos y me seduce la idea de un himno de rocanrol que te sube el ánimo no en el momento de euforia, sino en el de bajón. ¿Igual ahí, chupándole energía a la tristeza, es de donde salen algunas de las proezas más poéticas de Los Enemigos y de todo lo que escribes? ¿Igual cantarle al viernes por la noche no tiene mucha miga?
A eso le llamo yo dar en el clavo. Durante mucho tiempo me estuve preguntando cómo es que una historia tan triste puede desatar esa euforia. Y, bueno, tampoco es que descubriese la pólvora, porque esa dicotomía es una constante que podemos detectar a lo largo de toda la historia de la música popular, desde el flamenco o la jota hasta el punk, pasando por el blues o el country & western. Claro que por aquel entonces yo no tenía ni idea de esto y simplemente trataba de canalizar una frustración mastodóntica. Quizá se me ocurrió hacerlo de una manera a la que no estábamos acostumbrados en un contexto tan garrulo y quisquilloso como el de la España posmoderna.
Esto forma parte de una sección llamada “Almanaque”, que dedico cada mes a una canción sobre el mes en cuestión. Me obsesiona ese tema. Y me sorprende que haya tan buenas canciones sobre septiembre. Sinatra, por ejemplo, asocia el mes al momento cenizo de la vida, a la madurez sin brillo y al achaque, a través de Weill y Anderson, “cuando los días se hacen más cortos y ya no hay tiempo para el juego de esperar”. Carole King tiene otra en la que la protagonista está enamorada hasta las trancas y dice: “Tal y como lo paso sin estar contigo, me la sopla, la verdad es que podría llover hasta septiembre”. La de Big Star, la única que rivaliza con la tuya, habla de lo crueles que son las chicas de septiembre (no como los pobres chicos de diciembre, a los que les sale todo mal). Y luego Barry White o Earth Wind & Fire tienen este “asperger disco” de seguir sonriendo a pesar de todo y hablan de amor y de que no hay nubes ese mes. Son tan variadas que igual el mes es más versátil de lo que pensamos…
Ya me gustaría a mí acercarme siquiera un poco a cualquiera de estos artistas que mencionas. En fin. No sé, a mí siempre me ha encantado el mes de septiembre, porque además de dejar atrás las estridencias del verano, que detesto, podemos adivinar ya en él los colores del otoño y paladear sus silencios.
Volvamos al primer latido, esa nota de suicidio. Otra obsesión personal. Me flipa que Stefan Zweig se suicidara cuando pensaba que los nazis habían ganado la partida y que dijera eso de: “Ojalá mis amigos vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, que soy muy impaciente, me voy antes que ellos”. O Cesare Pavese, pidiéndole a la peña que no chismorreara: “Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. O la mejor, la de George Sanders, que se fue por la razón por la que te vas de un trabajo o un bar o una relación o la vida: “Querido mundo, me voy porque estoy aburrido”. A raíz del éxito de la canción, no sé si te has fijado aún más en las notas de suicidio o qué te sugiere ese casi subgénero literario tan peliagudo.
La de George Sanders siempre me ha encantado. La conocía porque estuve viviendo muy cerca del Hotel Don Jaime de Castelldefels, que es el lugar que eligió para quitarse de en medio. Las de Pavese y Zweig que citas son también una maravilla. Sin embargo, la mayoría de las notas de suicidio que conozco me parecen un poco decepcionantes. Las últimas palabras de personas en el lecho de muerte (más o menos natural) suelen tener, contra todo pronóstico, bastante más enjundia. Las del padre de Joaquín Sabina son antológicas: “De dónde sacarán tanto dinero las diputaciones provinciales”. Toma ya.
Ya no te molesto más. Pero es algo que pienso siempre que me enciendo con una canción enérgica pero tristísima. ¿Qué sientes cada vez que tocáis un tema tan triste y todo el público lo corea a muerte y parecen incluso felices haciéndolo? ¿Si tú andas bajo de ánimo, te cuesta tocar según qué canciones o, al revés, te lo sube?
¡Recuerdo que al principio me indignaba ver a las primeras filas pegando botes mientras interpretábamos “Septiembre”! Pensaba que no habían entendido nada. No sé qué cojones esperaba. ¿Qué se pusieran a llorar? ¡Eso sí que hubiera sido una mierda! La gente sabe bien lo que se hace. Me encanta cómo lo expresas: chuparle energía a la tristeza. Es la manera más contundente de mandarla al carajo que se me ocurre. Un corte de mangas en todo el careto. El público lo pilló al vuelo. ∎
¿Por qué estoy frío si hoy hace calor?
Yo iba a ser un gran tío, todo un ganador
¿Será que no es lo mío esta competición?
¿Por qué os reís tanto delante de Dios?
Delante de Dios
Lo he intentado de corazón
Me hubiera encantado, lo sabes, señor
¿Es cierto que no tengo?
¿Es cierto que no tengo?
¿Es cierto que no tengo
Ninguna vocación?
Ya es septiembre y yo no voy a estar
En septiembre
En septiembre no pienso vendimiar
En septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre
Id a por el pan, que yo no voy a ir
Y a por la leche, yo no voy a estar
Antes de que me echen, prefiero salir
Aunque sea abriendo la puerta de atrás
La puerta de atrás
Mientras los frailes vayan a rezar
Mientras los bailes sean sin mí igual
Yo besaré a la madre
Besaré a la madre, besaré a la madre
Que hoy me velará
Ya es septiembre y yo no voy a estar
En septiembre
En septiembre no pienso vendimiar
En septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre
Voy a estrenar
Corbata hoy
Por fin haré algo de verdad
¡Qué feliz soy!
Septiembre, septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre
Septiembre, septiembre
Septiembre
Septiembre
Septiembre
Septiembre ∎