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Firma invitada / El chicle de Nina

Desorden y deseo

25. 11. 2021

U

na idea bastante extendida en el pensamiento de izquierdas es que si desaparecieran las estructuras de opresión podríamos desarrollar libremente nuestros afectos y deseos porque entonces, sin la distorsión que crea la amenaza de coerción dominante, sí sabríamos, de forma clara e inequívoca, lo que anhelamos. Es una idea hermosa y noble.

En mi caso, creo que es una idea hermosa y noble de la que soy un poco escéptico. No es que lo sea respecto a que los mecanismos de opresión moldeen, manipulen y distorsionen nuestros afectos y deseos. Creo que, en efecto, lo hacen. De lo que soy escéptico es de la otra parte de la idea.

El pensamiento de izquierdas parece presuponer que lo que nubla la armonía de nuestro deseo es la opresión misma. En otras palabras, seríamos seres perfectamente conscientes y en paz con qué deseamos y qué sentimos de no ser por las estructuras neoliberales, patriarcales, de clase, de género o de raza y, en general, estéticas y sociales. El paraíso perdido de la certeza es lo que habría que recuperar. A mí, sin embargo, esa manera de pensar me parece too good to be true.

Nuestro deseo es contradictorio y seguiría siéndolo aunque nos liberásemos de esas estructuras de opresión. La razón, a mi juicio, es que el deseo es en sí mismo incoherente. Me atrevo a decir, por ejemplo, que el deseo erótico, incluso habiéndonos liberado de las categorías y relaciones sexuales y eróticas opresivas que vertebran y desvertebran nuestras sociedades, seguiría siendo un desorden –a menudo un maravilloso desorden, otras veces nada maravilloso– para quienes ya lo viven como un desorden. Podría tratarse, en caso de que desaparecieran esas estructuras, de un caos distinto, un caos transformado, claro, pero el caos siempre figuraría, de alguna manera, en la constelación de nuestros anhelos.

Desde luego, las relaciones de dominación corrompen nuestro deseo y generan un tipo particular (y a menudo siniestro) de contradicciones en nuestras vidas. Pero no todas las contradicciones del deseo, tal vez ni siquiera las más decisivas, son hijas de las relaciones de poder o de dominación.

En la “Odisea”, Ulises quiere estar atado y a la vez quiere estar desatado del mástil, desea acudir y a la vez desea no acudir al canto de las sirenas. La “Odisea” no transcurre en el capitalismo tardío y aunque hay opresión en el relato de Homero, Ulises no es víctima de ella. Ulises es víctima de su propio deseo o, mejor dicho, su deseo es víctima del desorden que le es consustancial. La incerteza, la ambigüedad, la vaguedad y la incoherencia del deseo son condiciones preexistentes a las relaciones opresivas. No siempre sabemos qué nos atrae y qué nos repele y no siempre es posible atribuir el origen de esa incerteza a las convenciones sociales que se nos imponen. La opresión no es la que provoca el desorden fundamental del deseo erótico; el desorden es el estado natural del deseo erótico.

Naturalmente, nada de esto sugiere que debamos estar conformes con las estructuras de opresión o que no valga la pena impugnarlas. Lo que, a fin de cuentas, pretendo sugerir son dos cosas compatibles con la lucha por la emancipación. La primera es que intentar terminar con la opresión para poder ordenar y armonizar nuestro deseo será fuente de frustración, porque, incluso en el improbable caso de que se terminara con la opresión, el desorden de nuestro deseo seguiría ahí y ya no podríamos culpar ni siquiera a la opresión. Si hay que atacar la opresión no es para imponer orden en el caos del deseo, sino por otras razones; sin ir más lejos, acabar con la subyugación es en sí misma una razón suficiente.

Y la segunda cosa que quiero sugerir es casi un ruego: aceptemos la incerteza. Aceptemos que el deseo es demasiado volátil y juguetón como para poder ser armonizado de forma coherente a lo largo del tiempo. Aceptemos que rara vez podemos conocer por anticipado qué nos atraerá y qué nos repugnará. Aceptemos que el deseo no se expresa universalmente de la misma manera. Aceptemos, en fin, que quizá llegaremos a emanciparnos de aquello que corrompe nuestro deseo, pero no podremos emanciparnos del desorden de nuestro deseo. ∎

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