Pet Shop Boys fueron los escogidos para celebrar el décimo aniversario del Primavera Sound en 2010. Concierto apoteósico, fruto del renacer del dúo tras su disco “Yes” (2009). Y es que Pet Shop Boys suelen repartir felicidad entre sus seguidores con una avalancha de canciones memorables, creadas a lo largo de tres décadas de vida para disfrute de degustadores y sibaritas del pop comercial con enjundia.
Momentazo
Pet Shop Boys en el Primavera Sound 2010, festival que no pudo celebrar de mejor manera su décimo aniversario. Noche estelar la del sábado 29 de mayo en el escenario principal, donde sonaron de nuevo las sublimes canciones del dúo, presentadas como verdaderos acontecimientos escénicos de música, imagen y baile multicolor. Se palpaba una euforia transgeneracional desatada más allá de toda lógica, la que únicamente pueden conseguir los verdaderos clásicos.
Y es que Neil Tennant y Chris Lowe superaron lo ya ofrecido en la extraordinaria puesta de largo de su “Pandemonium Tour” del verano pasado en Barcelona y Madrid (las novedades fueron la dinámica “New York City Boy” y la efervescente “What Have I Done To Deserve This?”, aquí con el recuerdo a la gran Dusty Springfield en lo más alto), espectáculo que, acorde con su meritorio disco
“Yes”, volvió a colocar al dúo en la senda de lo disfrutable, cuando eso ya no parecía posible tras un período de naderías y desaciertos ciertamente dolorosos para sus fans más objetivos.
En el Primavera supieron responder con dignidad, imaginación y talento a los estímulos vitales de un ambiente hedonista y consiguieron un impacto epidérmico a la vez que ferozmente comercial; curiosa paradoja en un evento tan rematadamente indie.
Como ha sido siempre habitual en ellos, redimensionaron el consumismo ante nuestros ojos y oídos y lo catapultaron a un estado de profunda emoción con su amplio surtido de frases lapidarias. Por supuesto, no faltaron sus mensajes contradictorios refulgiendo entre la ironía, la frivolidad, la nostalgia y la pura diversión. Y nos emborracharon de nuevo con sus producciones de cinco estrellas, esas que, condensando ideas aparentemente disparatadas, eran y son capaces de multiplicar varios estribillos encadenados en una sola canción gracias a esas líneas mágicas de sintetizador que sugieren mil cosas y, como en una clase maestra, definen con asombrosa facilidad qué es la magia del pop.
Pet Shop Boys transitaron con sutileza el recorrido de ida y vuelta que va de lo íntimo, de lo privado, a la exteriorización de la euforia en las celebraciones compartidas. Su transparencia melódica, la sofisticación de sus arreglos, su elegante tratamiento de la música de baile y su manejo del pop adictivo brotaron alegremente como si de una fuente de creatividad sin dogmas ni rutinas se tratase. Ya fuese desde la melancolía que domina sus medios tiempos y baladas o desde los estímulos y sugerencias que se vislumbran tras su simbología de imágenes lujosas, el mundo embadurnado de sonidos y luces de ciudad que ofrecen Pet Shop Boys es la pura esencia del ruido de la vida urbana, la que representan atinadamente muchas de sus canciones.
En 2010, rutilantes, con clase, Pet Shop Boys negaron una vez más el aburrimiento. Un triunfo descomunal.∎