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La insondable receta de la salsa.

Firma invitada / Vitafonías

Vitafonías nº 7

Por Remate

21. 10. 2021

E

l mejor cine de autor. “Ghost Dog”, “Enter The Void” y “Petite maman”. En el score también se puede ser clásico e imperioso desde la heterodoxia: hip hop, música de baile y pop electrónico con ecos new age. Una joya de Jim Jarmusch y RZA, una obra de culto de Gaspar Noé (y Thomas Bangalter) y un adelanto del futuro inminente: la nueva película de Céline Sciamma musicada por Para One, que llegará a las salas españolas el 29 de octubre.


“Ghost Dog, el camino del samurái” (1999)
Dirección y guion: Jim Jarmusch
Música: RZA
Minuto: 00:00:00. Créditos iniciales. Gráfica roja sobre fondo negro, letras un poco inspiradas en el arte urbano. Una paloma vuela alto, solitaria, libre, en un cielo azul aunque denso. Un bajo grave suena pegado a una percusión sincopada de caja de ritmos. La percusión imita al bajo, y el bajo repercute, recíprocamente: una sección rítmica clásica en el fondo, hasta “jazzera”, pero sintética y volátil.

Una línea de sintetizador con mucho soplido entra sutil con maneras de metales de soul, reducida a tan solo una nota (un recurso muy clásico del mejor hip hop old school), y entra en un loop. Se le suma en primer plano otro pasaje, la melodía (también comprimida). Esta tiene una forma de órgano Hammond, pero tocado frío, realmente helado, quirúrgico, en las antípodas de lo febril. Los acordes y un esquemático dibujo se repiten en bucle, en un trance paulatino, que podría invitar a un baile solitario, al taichi, a algún ritual samurái, a la meditación trascendental, a observar el vuelo de las palomas mensajeras, a discernir las líneas donde el mar se convierte en cielo y el cielo en infinito.

La banda sonora de RZA para esta obra maestra de Jim Jarmusch suena a diseño sonoro onírico, a ese en el que todo lo acontecido parece un sueño, a música sacra aunque sea hip hop ancestral y único, a tensa calma, a clásico instantáneo. Una aproximación absolutamente heterodoxa al arte del score, devenida un canon en la cúspide armónica.


“Enter The Void” (2009; Filmin)
Dirección y guion: Gaspar Noé
Música: Thomas Bangalter
Minuto: 00:56:12. Cámara subjetiva. Vemos Tokio a través de los ojos de Oscar, el hermano de Linda. Huérfanos a los que separaron de niños a pesar de que hicieron un pacto de sangre. No fue suficiente (sangre). Ahora, Oscar quiere traer a su hermana a Tokio, donde sobrevive como camello. Trama fluorescente. La música de baile de Thomas Bangalter (sí, la mitad de Daft Punk junto a Guy-Manuel de Homem-Christo) redimensiona las alucinaciones. Es el espejo de Lewis Carroll donde se refleja la realidad en otra realidad que se refleja en otra realidad...

El flashback se entremezcla con el presente. Los hermanos se quedan huérfanos. Oscar ya es mayor y aterriza en Tokio sin ninguna garantía, salvo la de querer reunirse con su hermana. Podría atracar un banco, y sería de hecho menos peligroso que traficar con droga. Pero la droga es más rápida, es música de baile, es un bombo de techno a 150 bpm. Vemos cómo camina por calles nebulosas, entra en un club, y nosotros entramos con él inevitablemente.

Esas líneas intermitentes de electrónica que hace rato resuenan con eco, en los flashbacks y en las luces de neón, y en la cabeza de Oscar, se aceleran. Las pausas entre los brochazos de música, agresiva aunque eufónica, se hacen más cortas. Palmas sintéticas, fiesta envasada al vacío, colores artificiales. La banda sonora ilumina la oscuridad de fotoquímica extrema. 


“Petite maman” (2021; estreno en cines el 29 de octubre)
Dirección y guion: Céline Sciamma.
Música: Para One

Tráiler: Una tienda de campaña construida con pequeños troncos, flores otoñales y una puerta de tela roja. Dos niñas y UN SECRETO. Música de piano introductoria contenida, un arpegio que no se interpreta al completo, un preámbulo de la propia partitura que simboliza el prólogo elíptico de la trama. El pasado, el presente y el futuro se desdibujan.

Dos niñas de la misma edad, aunque una dice ser la madre, de modo que la hija vendría del futuro. Eso sería lo lógico. Un riff de un acorde muteado que hace de 1, 2, 3, 4... y la pieza estalla. Resuena en la cabeza de las niñas. Hayao Miyazaki es la estela que ha seguido, a su sabia manera, Céline Sciamma esta vez. Y su compositor es... el de todas sus películas, Para One, alias de Jean-Baptiste de Laubier. Electrónica con un pie en el pop y otro en la new age, que completa un lenguaje cinematográfico identitario de la gran cineasta francesa.

“¿Es la música del futuro?”, pregunta la madre-niña.

Música de descubrimiento, de azar, de rayos de sol radiantes entre las sombras de un bosque mágico. Teclados eufóricos y armonías corales, un poco líricas, trascendentales, con guiños a Enya (la modernidad trajo a la compositora new age irlandesa a una escena imprevista). La banda sonora apuesta por unos mimbres sumamente arriesgados, los mismos en el fondo que la trama infantil, de género, clásica (en apariencia) en que se basa la película. Luego, los peligros que entrañan, y asumen, cineasta (y músico), con toda consciencia, son exactamente las razones (además de sus películas anteriores, claro) que me hacen intuir la magia.

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