h, qué delicia: “cantante rara insulta en televisión a Juan Pablo II”. Los medios afilan los colmillos y se tiran a por la presa, ñam ñam. Es una delicia, insisto: observas así por dónde cojea cada plumilla, cada presentador de telediario. Campo Vidal hace un guiño hacia el sector carca de su audiencia y censura severamente a la chica, viva el oportunismo. Y si realmente pensaba lo que dijo, peor: vivimos en el mundo de la noticia fugaz, del “sound bite”, y el acto de Sinéad era perfecto para la Galaxia McLuhan (contundente, directo, explícito); ella NO INSULTABA, expresaba su legítimo desprecio por una institución rompiendo la foto de su primer representante, ejercía el derecho al comentario agresivo. Sí, ese tipo de frase (y si viene acompañada por un gesto, tanto mejor) que alegra la vida de los directores de telediarios si proceden de un político.
Pero ella es, por favor, una artista extravagante y ¿desde cuándo tienen algo inteligente que comunicar esos personajes? En otros telediarios, el Caso Sinéad se conectó con el último vídeo de Madonna y los bustos parlantes venían a decir “vaya, vaya, aquí están las figuras del pop buscando publicidad para sus últimos discos” (y ellos, los listos, los sabelotodo, picando tan contentos). Esa misma reacción se produjo en gente de la industria, que deberían evitar tales patinazos mentales.
Demonios, hay que tener mucha ignorancia del mundo real para afirmar algo así, que-todo-es-un-montaje-de-publicidad. Ignorancia del poder de las religiones, que todavía hoy siguen matando a los herejes. Ignorancia de la capacidad del conservadurismo norteamericano (y no hablemos del irlandés) para hacer la vida imposible a una figura pública: como la memoria es débil, hay que evocar aquella frase de Lennon –“los Beatles somos más populares que Jesucristo”– y cómo tuvo que envainársela, pedir perdón y humillarse para cortar el boicot de inquisidores que querían hundir su carrera y la de sus compañeros.
Como muestra, el segundo capítulo de la historia: Sinéad abucheada por (parte de) los dylanófilos del Madison Square Garden. Por anticatólica ¡y por antiestadounidense!, aquella anécdota de negarse a que se interpretara el himno de las barras y las estrellas antes de uno de sus conciertos. No tiene nombre lo de esos incongruentes compañeros de culto, pero lo que realmente entristece es la pasividad de sus compañeros de escenario (aparte del gran Kristofferson), que fueron incapaces de respaldar abiertamente a la chica maldita ante tanta intolerancia. Y es que Sinéad se ha convertido en una apestada.
Si se conoce mínimamente la trayectoria ideológica de Sinéad, esa frase y esa acción son totalmente coherentes. Tiene fuerte influencia del rastafarismo, que detesta las iglesias organizadas (y más aún, las iglesias de los opresores). Ella es, por lo que creo intuir, una cristiana feminista y radical: como mujer y como irlandesa tiene motivos más que sobrados para hacer lo que hizo.
¿Su pecado? Comportarse de forma drástica en tiempos light, romper el silencio cobarde respecto a ese habilísimo político que es el pontífice polaco. Recuerdo su temblor, su mal oculto pavor antes de romper la foto, y me siento conmovido: bien, Sinéad (y perdona mis groserías del pasado número; recuerda, todos tenemos permiso para un lapsus al mes). ∎