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Era previsible. Dave Ball, con 64 años a sus espaldas, ya arrastraba problemas de salud –síndrome de dificultad respiratoria– y de movilidad cuando el año pasado se rompió las vértebras inferiores. Esto lo obligó a permanecer ingresado en la UCI bajo coma inducido, perdiéndose la gira norteamericana de Soft Cell de aquel verano. Lo sustituyó, como ayer, Philip Larsen, coproductor de “*Happiness Not Included” (BMG, 2022), quinto y, de momento, último álbum del dúo. Siempre es difícil saber qué proporción de música no pregrabada hay en una actuación de Soft Cell, pero los conciertos del dúo británico sin las falanges amorcilladas de Ball accionando los botones no pueden ser nunca lo mismo –o, peor aún, sí un poco timo–. Por su lado, Marc Almond, genio y figura a sus 66 años, se queja a menudo en Instagram de los problemas que le ocasionan la humedad y el relente en las actuaciones de exterior. Fiebre del heno –rinitis–, escalofríos y afonía afectan de forma inmisericorde a las cuerdas vocales de este estajanovista del directo.
Si a todo ello sumamos que el cabaret electrónico ideado a finales de los años setenta por estos viejos estudiantes de arte siempre ha funcionado mejor en salas pequeñas y con el público cerca, las cartas pintaban bastos. Pero la cacareada resiliencia de Soft Cell, como ayer quedó demostrado, está diseñada a prueba de ausencias. De hecho, cuando parecía que todo había acabado para ellos, el éxito masivo de su concierto londinense de despedida en 2018 les hizo cambiar de opinión y desde 2021 han vuelto a programar giras de forma regular. El de ayer fue el noveno concierto al aire libre de los catorce previstos este verano. Una cita presidida por la insustituible presencia escénica de Almond y por la monstruosa efectividad de la música electrónica con alma creada por Ball.
Las condiciones de la noche pasada en la Plaza Mayor del Poble Espanyol –calor, incluido el del público, con más o menos dos tercios de entrada y algo de humedad– fueron, además de buenas, las únicas notas incontrolables de una noche mágica en la que sonaron buena parte de los éxitos de Soft Cell, como no podía ser de otra forma tratándose de una cita estival. El set se inició con la versión extendida de “Torch”, el número uno que Adam And The Ants les birlaron en 1982 por oscuras cuestiones de recuento. Le siguieron “Happy Happy Happy” y “Purple Zone”. Las únicas del nuevo álbum junto a “Nostalgia Machine”, un potencial superhit que superó a todas las demás, incluidas “Tainted Love” y “Where Did Our Love Go”, en términos de reacción entre un público que se volvió loco bailando su potente ritmo electro mientras la voz enlatada de Ball recitaba “I’m not your automatic lover, nostalgia machine”. Algún ex en plena recaída podría identificarse perfectamente con la simpática reflexión del genio.
La supuesta fiesta nostálgica de Soft Cell incluyó canciones de todos sus álbumes, no necesariamente las más predecibles. Sonó “Soul Inside” –single incluido en “This Last Night In Sodom” (1984)–, tour de force vocal que Almond superó con oficio y la ayuda de un coro que supera en profesionalidad, pero no en gracia, a los míticos Vicious Pink Phenomena. También “Loving You, Hating Me”, de “The Art Of Falling Apart” (1983). Y además escuchamos “Youth”, con filmaciones caseras del niño Almond como telón de fondo; la favorita del grupo en su época más cabaretera, “Chips On My Shoulder”; o “Sex Dwarf”, la canción que “jamás cantaría” Almond cumplidos los 60, según afirmó con rotundidad en 2015 a esta publicación. Estas tres últimas, de “Non-Stop Erotic Cabaret” (1981).
El resto de piezas fueron los singles más conocidos de la banda incluido “Monoculture”, único corte de la noche perteneciente a “Cruelty Without Beauty” (2002), sin olvidarnos de delicias como “Insecure Me” –cara B de “Torch”– y la sorpresa de “What!”, una reliquia northern soul que Almond siempre despreció por representar en su día la claudicación del dúo a las presiones de la discográfica, inevitablemente interpretada al menos una octava por debajo de la versión original.
Después de casi cuarenta y cinco años en activo, Soft Cell se muestran ahora más vivos que nunca. El concierto de ayer fue brutal, una máquina perfecta de electropop intelectual y un despliegue visual dinámico, moderno y sin apenas referencias a la antigua imagen del dúo, salvo al final de “Youth” y en “Memorabilia”. Almond, que siempre se quejó –¡cómo no!– de la cutrez de las giras de Soft Cell y de las reticencias de Ball a actuar en directo, puede estar contento. Ya no hace falta convencer a su viejo amigo para que salga de casa. Además, el nuevo Brian Wilson del tecno-pop ya está trabajando en la continuación de “*Happiness Not Included”. Es evidente que ayer la gente disfrutó de una fiesta total, sin peros. Almond se despidió del tirón –no hubo bises– tras interpretar “Say Hello, Wave Goodbye” bajo una gran aclamación y un ramo de rosas que le lanzaron desde el público y que él se dedicó a distribuir –destrozándolo– entre sus músicos acompañantes. Volvió a colocarse las clásicas gafas de sol que había lucido hasta la mitad del concierto y se puso a interpretar al personaje menos populista de su repertorio echando mano de esos gestos exóticos que hace décadas dosifica como el cantante serio que siempre quiso ser, mientras desaparecía teatralmente entre vítores y bambalinas. Pero la cabra tira al monte y los orígenes punk de Marc Almond afloran cuando menos te lo esperas. Bienvenido sea. ∎