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Por Quim Casas→
27. 05. 2022
Cinco días después de terminar en la Fabra i Coats barcelonesa la exposición de Apichatpong Weerasethakul “Periferia de la noche”, se estrena en salas su última película, “Memoria” (2021), otra indagación del director tailandés en las posibilidades de la imagen y el sonido en términos distintos a los de la narración audiovisual tradicional. El cineasta va un poco más allá de lo expuesto en sus filmes precedentes. En “Memoria”, no habla de la reencarnación y transmutación de las almas como lo ha hecho anteriormente, sino que incorpora a su particular ideario espaciotemporal la transmutación de la memoria y, con ella, también, la de los sonidos.
El resultado es muy hipnótico, siempre que se acepte las reglas del juego propuestas por el autor de “Tropical Malady” (2004) en cuanto a tempo, métrica, razón, relato. El personaje encarnado por Tilda Swinton –que, como Juliette Binoche e Isabelle Huppert, es una actriz que trabaja con cineastas de todos los continentes a la búsqueda de las experiencias que quizá ya no encuentra en las cinematografías propias– escucha un sonido muy fuerte y particular. Más peculiar resulta que solo lo escuche ella, sea en la habitación de un hotel, en su casa, en las calles de la ciudad, en las montañas o cenando con su hermana y el marido de esta en un restaurante. Jessica es británica y botánica, trabaja en Medellín y decide adentrarse hasta el corazón de una selva colombiana filmada por Weerasethakul con el sentido visual y sonoro con el que ha captado las junglas de su país.
Busca el sonido, y puede que encuentre la razón de su existencia buscándose a sí misma. Antes, en la ciudad, los personajes que la ayudan –como el ingeniero de sonido que logra reproducir el ruido que la perturba– desaparecen misteriosamente. ¿Sueños o memoria? ¿Recuerdos o imaginaciones? Una doctora le dice a Jessica que si toma antidepresivos y relajantes perderá la empatía y no percibirá ni la belleza ni la tristeza de este mundo. Siguen hablando y aparece en la conversación la figura de Salvador Dalí. La doctora asegura que el pintor ampurdanés percibía la belleza. “¿Seguro que no tomaba algo?”, le pregunta Jessica. La doctora se limita a hablar de Dios y la fe en él. Cada paso que da la protagonista, cada plano en el que la filma Weerasethakul, la aparta más de lo que quiere encontrar y, con ello, de una paz tan extraña como ansiada. Swinton es perfecta para este tipo de personajes: tierna e hierática a la vez, dulce y fría, algo muy difícil de conciliar y, después, de transmitir.
Ella sigue su camino. Y se adentra en la jungla colombiana. Y encuentra a un hombre que nunca ha salido de su pueblo y que evita las historias porque lo recuerda todo. Pero conoce los relatos adheridos a las piedras, árboles y musgo… Toda la memoria del mundo, como en los espectros del tío Boonmee. Fernando, el individuo en cuestión, nunca sueña cuando duerme. Y puede morir y volver mientras Jessica lo contempla y el sonido la envuelve sin parecer que haya sonido alguno. Mediante largas tomas sin apenas movimientos de cámara, Weerasethakul se adentra en la selva y consigue que nosotros entremos en el personaje. Como David Lynch, el único director al que hoy en día puede parecerse, y no solo por su fascinante diseño del sonido, crea realidades imposibles que acaban siendo cercanas, como la última mostrada en “Memoria”. Muchas veces la fascinación no necesita de ninguna explicación. Volver al cine sensorial, a la imagen primigenia. ∎
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