¿Cuándo nos podemos rendir? ¿Cuándo podemos decir basta? ¿Cuándo podemos claudicar de nuestros sueños y aceptar que la vida no tiene nada que ver con nosotros? Esa es la lucha interna a la que se enfrenta cada día Lynette, la protagonista omnipresente de “La noche siempre llega” (“The Night Always Comes”, 2021; Seix Barral, 2023), la nueva novela del escritor, músico y exlíder de Richmond Fontaine (y al frente de The Delines desde 2012) Willy Vlautin (Reno, 1967). Un thriller sucio y conmovedor que dibuja la lucha de una joven de clase trabajadora entre la desesperación y la esperanza.
Escrita a modo del realismo sucio de Raymond Carver o un primer Richard Ford, la novela nos lleva a la Portland contemporánea. Vlautin la conoce bien, ya que él es residente de la capital de Oregon, y eso se nota. Pero Vlautin no nos habla de la ciudad de los pijos, de los bohemios o de todos los estrafalarios hipsters que tan bien parodiaba “Portlandia”, sino que nos sumerge en la realidad de los otros vecinos de Portland, los de clase trabajadora sin expectativas, los perdedores sin capacidad de reacción, los apartados por los estragos de la nueva modernidad digital.
Lynette es una joven sin suerte que busca desesperada labrarse un futuro. Tiene dos trabajos, estudia contabilidad, cuida de su hermano discapacitado y sueña con poder comprar la casa donde vive ahora con su madre para tener mayor estabilidad. Sin embargo, cuando sus humildes sueños parecen a punto de cumplirse, su madre decide que ella no quiere la casa y se compra un coche. “Ahora es mi turno de disfrutar. Estoy harta de sacrificarme por todos. ¡Y yo qué!”, dice.
Lynette empezará aquí un viaje a ninguna parte en busca del dinero suficiente para conseguir sus deseos. Pero no hay atajos en el tan cacareado sueño americano, por muy humilde que este sea. Ninguno. Y la noche se empezará a hacer muy negra. Con un lenguaje directo, la historia caerá en la inevitable espiral de miseria y mala suerte, con una Lynette convencida en encontrar soluciones, en no rendirse. Como si de la misma Justine de Sade se tratara, a pesar de las mil desgracias que sufre, nunca perderá su inocencia. Por más decrepitud y desesperanza que se encuentre, ella pondrá más determinación y deseo. Es, por tanto, la novela más norteamericana del último lustro. Debería venir con una bandera. No te rindas, ese es el mensaje del capitalismo. Lucha. Produce. Haznos más ricos.
La madre, la auténtica villana de la película, es el contrapunto de Lynnete. Ella lucha y su madre le contesta, ¿para qué? Entre medio estará la figura de Kenny, el hermano discapacitado psíquico. De nuevo, Lynnete es la responsable cuidadora, la madre protectora. Por su parte, la madre verdadera es su contrario y Vlautin toma partido desde el minuto uno y te hace odiar a esa madre ogro que ha claudicado de sus deberes. ¿Será el libro una reivindicación inconsciente de la idea tradicional que debe tener Vlautin sobre la maternidad?
Por todo ello, Lynette es lo mejor y lo peor de esta novela que, a la manera de “Última salida para Brooklyn” (Hubert Selby Jr., 1964), busca en la lírica de los perdedores una especie de belleza y redención. Está claro que a Vlautin solo le interesa glorificar a Lynette y utiliza al resto de los personajes como contrapunto para convertirla en simpática y una santa mártir. Por ello, a pesar de la mugre que respira, es por completo una novela optimista, extrañamente optimista. Es, sencillamente, la cara opuesta a la Fantina de “Los miserables” (Victor Hugo, 1862), tan bien interpretada por Anne Hathaway en el cine. Es el mismo personaje, pero sin rendirse jamás.
En definitiva, estamos ante una novela correcta, emotiva, melodramática hasta decir basta y hasta algo tramposa, como una edulcorada versión hollywoodiense de los grandes personajes femeninos de las novelas decimonónicas, de “Tess d’Uberville” (Thomas Hardy, 1891) a “Anna Karenina” (León Tólstoi, 1878). Una buena novela, pero con un corazón prestado, nada genuino. ∎