Apoyada en la baqueteada mesa de billar, mientras el flash de Alfredo Arias relampaguea sobre su rostro albugíneo cada pocos segundos, Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) dice: “Creo que estuve en la inauguración”. Se refiere a la apertura de La Vía Láctea, bar en cuyo interior ahora posa, elíseo de la movida madrileña que comenzó a funcionar en julio de 1979, cuando ella tenía… ¡quince años! Mucho ha cambiado todo desde entonces, empezando por el local al que ahora –por la mañana, vacío– se le ven las cicatrices. Y terminando por ella misma, quien, sin abandonar su actitud rockera, destila incuestionable glamur, discordante con la deslucida atmósfera del garito.
Tan precoz ha sido Rosenvinge en la música que su primer disco en solitario, tras formar parte de Magia Blanca, Ella y Los Neumáticos y Alex & Christina, lo publicó allá por 1992. Se cumplen ahora treinta años de “Que me parta un rayo” (WEA, 1992). Un álbum en solitario, sí, aunque aparecía firmado por Christina y Los Subterráneos, banda articulada para la ocasión por Pancho Varona y otros músicos de Joaquín Sabina. Anécdota: “Los Subterráneos es como se llamaban Los Planetas al principio. Tuvieron que cambiarlo porque estaba cogido… ¡por mí! Ha sido para bien, ¿no?”, bromea.
A modo de celebración de ese trigésimo aniversario, este mes tocará íntegro el álbum en las primeras ediciones del festival Primavera Sound Buenos Aires (10) y Primavera Sound Santiago (11). También el 27 de noviembre en el festival Rock al Parque de Bogotá. Y en España los próximos 25 de enero en Madrid y 4 de febrero en Barcelona.
Pero antes de volar a América planea pasar unos días en Londres: ha comprado entradas para ver en directo al rapero Kendrick Lamar, ídolo de sus hijos. A su regreso, efectuará intercambio de maletas en el aeropuerto de Madrid –alguien de su entorno le llevará el equipaje para América y recogerá el usado en Inglaterra– y, sin salir de la terminal, se embarcará rumbo a Argentina. Ajena sin embargo al trajín que se le viene encima en los próximos tres meses, sale del local donde le han hecho las fotos y se sienta en un bar bastante más mono a beber un café y un vaso de agua.
Fíjate que yo tenía la idea, equivocada quizá, de que habías tomado cierta distancia con respecto a aquel primer disco. Que ya no te identificabas con él.
Sí, es verdad. Tu sensación es cierta. En realidad soy poco dada a la nostalgia. No porque esté en contra de ella, sino porque mientras tienes nuevas ideas el revisar cosas que ya has hecho es poco estimulante. Pero lo que me ha pasado con este disco, el cual efectivamente tiene canciones que, digamos, han quedado muy atrás, es que me sorprende que fuese importante en su momento y haya crecido mucho por su cuenta, sin que yo lo tocara en directo ni nada. El disco en Latinoamérica es un clásico y en España hay muchísima gente para la que significa una parte importante de su vida. Incluso se lo han pasado a sus hijos.
¿Cómo surgió hacer la reedición masterizada del vinilo?
Todo empezó porque subí un post en Instagram diciendo: “Se cumplen treinta años de la salida de este disco…”. Y la respuesta fue tan abrumadora que pensé que estaba bien hacerlo. Es algo que trasciende lo que yo piense de ese álbum. Como me explicó el otro día muy bien un periodista chileno, tiene un cierto interés sociológico (risas), porque eran canciones cantadas en primera persona, con letras muy feministas, con una mujer tocando la guitarra… fatal, pero tocando la guitarra. Y no es que fuera la primera, ¿eh? Porque antes hubo otras: Aurora Beltrán, Mercedes Ferrer… Pero esto conectó de una manera muy mainstream en su momento.
Incluye la primera canción que compusiste sola en su totalidad, letra y música: “Tú por mí”.
Ya cuando escribí “Debut” (su libro de memorias, de 2019) tuve que mirar atrás, cosa que nunca habría querido hacer. Tuve que revisar las letras y, aunque tengan cierta ingenuidad, están muy bien escritas. El disco es una extraña carambola, una de esas casualidades, porque mezclaba el ser ya una letrista bastante experimentada –ya había hecho muchas letras, melodías también– con la ingenuidad de estar tocando la guitarra por primera vez. Hasta entonces no la tocaba en público. Estaba acomplejada, de hecho. Para componer me apoyaba en Álex (Álex de la Nuez, compañero en Alex & Christina), que era muy buen músico; nos poníamos y éramos muy máquinas. El disco tiene esa frescura que luego nunca más vuelves a tener: la de hacer un disco entero con los siete acordes que te sabes. Eso es muy bonito, ¿no?
Debió de ser difícil convencer a la discográfica de que Christina, de Alex & Christina, tenía un discurso propio.
La compañía de discos lógicamente estaba en contra de que se fastidiase algo que estaba yendo fenomenal y que podría crecer mucho. Nos veían como los próximos Mecano (risas). Me decían: “Escribe tus canciones para Alex & Christina”. Por contrato, quedaba un disco pendiente por hacer. “Luego ya haz lo que quieras, pero debes acabar esto”. No entendían que yo quisiera romper algo que iba de maravilla. Hubo ahí también una confluencia de cosas. El proyecto de Alex & Christina se nos había ido de las manos: había empezado con mucho encanto, encerrados ambos en un cuarto haciendo canciones, oyendo pop francés y brasileño y pop inglés, e incorporando todo ello a las canciones… Pienso que hicimos un segundo disco muy bonito. Sin embargo, había un contraste entre eso y lo que luego suponía estar metidos en ruedas de promoción agotadoras, visitar todas las emisoras de Los 40 Principales de España y hacer montones de playbacks en televisión. Y a mí eso, que había empezado a ir a conciertos a los 15 años, que me dedicaba a la música porque había visto a los Ramones, a Siouxsie & The Banshees, a Radio Futura y a Alaska y Los Pegamoides… Yo venía del underground y no me imaginaba que el mainstream suponía eso. Ahí yo no estaba muy a gusto. Por otro lado, la relación con Álex a nivel personal se había deteriorado…
Él quería seguir…
Sí, él sí quería seguir, sí. El arte de escribir una canción, el oficio, lo aprendí con él, ¿sabes? Y cuando escuchó los primeros temas que hice sola le parecían buenísimos y me lo decía; no tenía ningún problema. Pero había cosas. Habíamos sido pareja muchos años antes y había comportamientos que no… No teníamos la relación limpia que se supone que debe de haber cuando estás en una banda.
¿Qué fue lo que hizo clic para que pudieras sacar el proyecto en solitario?
Hay una maqueta por ahí… “Ni una maldita florecita” iba a ser una canción para Alex & Christina. De hecho, lo notas: la canción es totalmente el vínculo entre ambos proyectos. Tiene los dos espíritus, la cosa pop superpura y luminosa y al mismo tiempo otra cosa más parecida al pop inglés. El caso es que hubo un momento en que yo no podía seguir con él, tuvimos una bronca morrocotuda y dije: “Sigo sola”. Me dijo: “Sola no vas a llegar a ninguna parte”. Y le respondí: “Ya lo veremos”. Recibí mucha presión. Ese fue el momento en el que hablé con Pancho Varona para hacer una maqueta y enseñar mis canciones en la compañía. Pancho Varona era amigo de mi hermana Teresa (quien, a su vez, era pareja del escritor Benjamín Prado, íntimo de Joaquín Sabina), que estaba muy metida en el underground madrileño. En la compañía, una vez que oyeron la maqueta, en la que estaban “Tú por mí”, “1000 pedazos”, “Ni una maldita florecita” y dos o tres más, dijeron: “Bueno, vale”.
Las letras tenían un marcado carácter feminista. Al menos en el rock español eso era inusual por entonces.
En el rock sí. Mari Trini era superfeminista y hay copla feminista. En el rock era más raro quizá porque no había tanta letrista. De hecho, alguien me ha puesto entrevistas de esa época y yo ya decía que era feminista y luego intentaba quitarle hierro: “Pero no quiere decir que odie a los hombres” (risas). Lo había heredado también de las de los 70, ya había tenido en el instituto profesoras feministas, había leído a Simone de Beauvoir y tenía hermanas mayores que me habían trasladado esa ideología.
Sin embargo, eso deriva en que hoy en todas las entrevistas te pregunten por el feminismo.
Creo que es normal, pero por otro lado pienso: “Deberías preguntar sobre el feminismo también a los hombres”. Igual que cuando te preguntan: “¿Cómo haces para mantener una carrera teniendo hijos?”. Pues pregúntaselo a todos los que tienen hijos (risas). Pero habrá que seguir hablando de ello durante muchas décadas, me temo, porque se avanza, pero también se va para atrás.
¿Qué has sentido al volver a escuchar este disco?
Mucha ternura por un lado… Las canciones las escribí entre los 26 y los 27 años. En el disco confluye la potencia del que acaba de comprarse su primera guitarra eléctrica con… En esa época acababa de conocer al que luego sería el padre de mis hijos, Ray Loriga, que era más pequeño que yo y estaba escribiendo su primera novela, y hay ahí una potencia… De hecho, él diseñó la portada.
No aparece en los créditos.
Si no aparece es porque, aunque aún no había publicado ningún libro, se consideraba escritor y su viejo trabajo había muerto (risas). Cuando lo conocí hacía cosas de diseño, su padre era ilustrador y dibujante.
La verdad es que la portada del disco encaja bien con la música que contiene: rockera, sencilla, directa.
Sí. En Warner habían contratado a un fotógrafo. El resultado de aquella sesión no me gustó para la portada. Entonces dije: “Yo tengo un amigo que se llama Alberto García-Alix que puede hacerme una foto esta tarde que voy a su casa, ¿me dejáis que lo pruebe?”. “Bueno, venga, vale”. Alberto me dijo: “Ponte ahí, nena” (lo dice imitando la voz áspera del fotógrafo). Y salió esta foto. Hizo tres y las tres son increíbles. Luego esta la cogió Ray e hizo el diseño.
Bien conocida es la vinculación de Christina Rosenvinge con Estados Unidos. Su residencia de varios años en Nueva York y su asociación con Lee Ranaldo y Steve Shelley, de Sonic Youth, a comienzos de este siglo, marcó su obra y hasta su posterior acercamiento a la música. Sin embargo, de su relación con Latinoamérica no ha trascendido tanto, a pesar de que allí la acogida de sus primeros discos en solitario, en especial “Que me parta un rayo”, fue entusiasta por parte de un público hambriento de rock en castellano.
¿Cuándo fuiste por primera vez a Latinoamérica?
Alex & Christina fuimos a Venezuela, creo recordar. Y al festival de la OTI, que se celebró en Argentina (en 1988). Fue una experiencia muy traumática para mí. Yo no quería ir porque me parecía que era un festival muy decadente, ¿sabes? No era el San Remo de los años 60. Representaba ese mundo mainstream que me resultaba tan ajeno y deprimente, con señores con muchísimo poder que movían a los artistas como fichas de parchís. Eso fue una más de esas movidas y la última.
No lo disfrutaste nada.
Nada. Fui forzada. La compañía quería que fuésemos, habían aceptado sin preguntarme, y si me bajaba del carro se caía el mundo y era el horror. Bueno, dije: “Pues voy”. Pero no fue mi elección. Lo único que hice fue elegir la canción: “Dulce maldición”. Hicimos un viaje a México en el que se suponía que… Mira, pasaban cosas muy raras. Tampoco quiero interpretarlas con la perspectiva del tiempo. Nunca sabes hasta qué punto te lo estás imaginando. Hubo una situación con un señor muy interesado en hacerse amigo nuestro y, de repente, al día siguiente, no sé cómo, se desmontó todo el viaje de promo sobre la marcha. Por algo supuestamente que yo había dicho, o no sé, nunca lo supe muy bien. Cuando ha pasado luego lo del #MeToo, he pensado: “Claro, sería esto”. Había situaciones de trabajo que tenían que pasar por cenar con no-sé-quién. Y yo, que parecía una niña pequeña, no lo era en absoluto. Cuando alguien me decía algo, pues le respondía: “Verá, es que a mí también me gustan los chicos jóvenes y guapos”. Esa situación ocurrió varias veces con Alex & Christina. Si por eso hubo vetos, nunca lo sabré. He tenido situaciones profesionales en las que había una propuesta seductora y cuando la rechazabas se desmoronaba el proyecto. Otras veces dije “no” y se siguió adelante. Y también ha pasado que he dicho: “Pues sí, claro” (risas). Tampoco creo que me haya perdido nada importante.
¿Momentos realmente incómodos has vivido?
Ha habido algún momento patético, no diría ni traumático ni nada de eso, pero a lo mejor es por lo que te digo, porque yo venía muy armada desde muy pequeña. Quizá es también porque las de mi generación habíamos tenido otro tipo de educación y no éramos tan ingenuas, no lo sé, teníamos ya muy inculcado el feminismo. Pero imagínatelo de todos los colores. Tíos que piensan que porque tienen una posición de poder resultan atractivos.
“Que me parta un rayo” se publicó en varios países de Latinoamérica y fue un éxito. No sé hasta qué punto conocían allí tu etapa anterior.
No me conocían de nada, realmente. Salió en España y al principio no fue bien, creo que reventó con “Voy en un coche”, que fue el tercer o cuarto single, y paralelamente salió en Chile. Y en Chile fue inmediato: acababan de salir de la dictadura de Pinochet, estaban justo con un movimiento de “Rock en tu lengua” y aterrizar en ese momento con aquel mensaje fue muy afortunado. Era la bocanada de aire fresco, porque hacía falta. En el primer viaje a Chile yo aluciné: cuando llegué pensaba que iba a currarme el disco desde abajo y ya tenía una rueda de prensa con cincuenta televisiones delante, una cosa increíble. En el segundo viaje fui a Viña del Mar y ya era una mole delante de, no sé, 40.000 personas. De Chile se contagió a Perú, Colombia… En México y Argentina Warner no lo cogió con tantas ganas. Pero lo que pasó en los otros tres países fue mágico. Fue un éxito también en Italia.
¿Cómo viviste todo aquello?
Fue muy bonito; también, al mismo tiempo, desconcertante, porque la razón por la que yo grabé con la banda de los amigos de mi hermana fue porque no estaba conectada al mundo del rock en Madrid. Por lo que eso que hace todo el mundo de empezar a tocar en garitos yo no lo había hecho; directamente Alex & Christina fue un bombazo, y esto otro bombazo, de no tocar nunca para menos de 2000 personas. Yo reclamaba que se hiciera una gira de garitos como todo el mundo, porque ahí es donde te formas como artista. Eso no lo hice hasta bastante después. Empecé por arriba.
¿Es el fan de Latinoamérica distinto en algo del español?
A lo mejor es menos pudoroso a la hora de manifestar su entusiasmo y su aprecio. Lo cual es muy bonito. También creo que a lo mejor tiene menos prejuicios, asume que le van a gustar cosas muy diferentes. Puede estar en el mainstream, en el indie… En ese sentido no es tan prejuicioso como se era aquí, porque eso ha cambiado.
¿Cómo serán los conciertos de aniversario de “Que me parta un rayo”?
Ha sido muy gracioso el proceso de volver a armar las canciones, porque hay dos en concreto, “Ni una maldita florecita” y “Las suelas de mis botas”, en que se nota muchísimo que están hechas desde la melodía. Entonces, yo me inventaba una melodía y luego veía qué acordes iba a meter. Eso ha sido lo más divertido a la hora de arreglarlas. Luego tienen esta cosa que te decía de la ingenuidad, de la cosa inmediata, que solo la tuvo ese disco. Hay referencias de Edie Brickell And The New Bohemians, de Dylan… y ciertas canciones un poco más latinas. Vamos con una banda básica en cuarteto. Yo toco la guitarra en todas las canciones, luego Charlie Bautista toca la guitarra y teclados, Juan Diego Gosálvez la batería y Álex “Flaco” Herranz, que normalmente es guitarrista, aquí toca el bajo. Las canciones funcionan superfácil. A alguna le he tenido que bajar un poquito de velocidad porque iba a toda mecha. En España igual metemos alguna canción de “Mi pequeño animal” (WEA, 1994).
Enfrentarte de nuevo a las letras ha debido de ser como ver fotos antiguas.
El revisar las letras me ha llevado al momento de escribirlas. Hay una combinación de la vida de bares que estaba haciendo entonces con esa época en que convivía con Ray en Las Rozas, en un adosado que habían dejado sus padres desierto, sin muebles, con un buen colchón en el suelo. Lo único que teníamos era una tele y un vídeo, y empecé a ver un montón de películas del hampa, de mafiosos, que a él le encantaban; y eso curiosamente está en las canciones. De “Tengo una pistola” me acuerdo perfectamente que el día antes habíamos estado viendo, yo qué sé, “Taxi Driver”. “Tú por mí” hablaba de una casa en el barrio de Tetuán donde había vivido; es la historia de Sara, la amiga con la que compartía casa junto con otras personas, que tuvo una visita del lado salvaje muy traumática para todos. Cada canción te lleva a una foto del momento. “Ni una maldita florecita” habla de un viaje que hice a París. Me dedicaba a traducir al castellano letras de cantantes franceses y fui a supervisar la pronunciación de una letra mía de una cantante que se llamaba Elsa. Me llevé a Ray y esa canción es el relato de aquel viaje. Fue una época increíblemente feliz, solo oscurecida por la muerte de mi padre.
Has estado actuando y componiendo para la obra de teatro “Safo”. ¿Tienes canciones para un disco nuevo? El último es de 2018.
Nos quedan representaciones de “Safo” hasta marzo, y no sé si se va a prorrogar. Sus canciones las estoy grabando en un estudio para publicarlas como disco. Tengo un montón de temas nuevos que tengo que ordenar. De la pandemia salí con una mezcla de depresión, ansiedad y desorden mental de estar tanto en casa. Otros músicos hicieron discos enteros y yo era incapaz de hacer nada. Me dediqué a arreglar todo lo que estaba roto y a ver series. He vuelto a componer después. Tengo montones de carpetas con melodías; digamos que es lo que más fácilmente me sale. Y luego, según hacia donde vaya, las desarrollaré o escribiré canciones nuevas. ∎