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Con el mundo recién reactivado después de dos años y pico en stand by, ¿dónde queda ahora el futuro? Quizá demasiado lejos como para perseguirlo. El habitual anhelo de Sónar –entre el 16 y 18 de junio en Barcelona y L’Hospitalet de Llobregat– por alcanzar antes que nadie el mañana parece haber quedado relegado en una edición especialmente interesada en rebuscar en el pasado. A la cabeza de todo ello, el que a la postre ha terminado siendo el mayor reclamo de su vuelta, un C. Tangana sumido en su particular resignificación de la cultura panhispánica.
La verbena XXL que montó El Madrileño en Sónar de noche ya es parte de la historia reciente del festival, pero no ha sido la única propuesta de raíz popular del fin de semana. Del “Concert de músika festera” de Niño de Elche junto a Ylia y 40 músicos de la banda La Valenciana, al espectáculo “Hiperutopia” de Maria Arnal i Marcel Bagés, pasando por los bailes salseros de Nathy Peluso o el pulso tribal de Nihiloxica, la 29ª edición de Sónar ha añadido nuevas capas al lenguaje folclórico y de paso ha puesto el foco en algunos cantos atávicos con más pinta de haber pasado de generación en generación que de habitar en ninguna cloud: el neogregoriano de Tarta Relena, la canción ancestral de La Chica, el pop mitológico de Eartheater o el góspel remasterizado de serpentwithfeet también han explicado un Sónar con morriña de tiempos pasados, incluso de tiempos no vividos.
Será que el reencuentro se prestaba a la nostalgia. Como si para regresar sin sobresaltos al césped artificial de SonarVillage o a la gigantesca pista de baile de SonarClub tres años después fuera recomendable reconquistar los rituales de siempre para no despistar al personal. Empezando por las fechas, de nuevo las habituales tras el experimento forzoso de una edición de 2019 en pleno verano. Y siguiendo por la invocación de unos cuantos iconos que, pase el tiempo que pase, hacen de Sónar un lugar reconocible solo con un vistazo: The Chemical Brothers, Richie Hawtin, Arca, Moderat, Tiga y Helena Hauff quizá no hagan música popular, pero indudablemente forman parte de la tradición oral de esta juerga multitudinaria. VT
“Tú no me tienes que salvar, quédate conmigo y ya está” es un sencillo mensaje que desploma las expectativas tóxicas del amor romántico. También es un extracto de la letra de una de las canciones de Depresión Sonora, uno de los primeros artistas del jueves en Sónar de Día. Entre el post-punk, el indie rock y el pop, Marcos Crespo da voz a una gran parte de la Gen-Z que está tratando de sobrevivir un eterno estado latente en el que la autoobservación y las emociones se elevan a primer plano. La actuación se abre con el remix de “Born Slippy” (Underworld) realizado por Nuxx, que convierte en icono la combinación entre sentimentalismo y fortaleza. Una carta de presentación adecuada para un directo que se puede definir con esas dos palabras. A continuación, Rojuu entra en el recinto en un varal sostenido por nazarenos. De sus dedos se extienden unas cintas negras que van directamente atadas a los cuellos de personas que le siguen. Esta entrada no fue la única sorpresa, Marcos Crespo se une a tocar la guitarra con Rojuu, quien ha cambiado la mesa de mezclas por instrumentistas. La música y referencias estéticas de Rojuu son producto de una generación crecida con internet como segunda vida. Por medio del trap emocional, el grunge y el hyperpop, se ha convertido en un oasis de dolorosa indulgencia en el que se reflejan y refugian muchas personas.
En el solemne auditorio se puede tomar asiento para entregarse a la experiencia de éxtasis que crea la belleza en su estado más puro. Tarta Relena es, exactamente, esa sensación. En esta ocasión su directo destacó por el añadido de un coro de 16 personas. Cánticos antiguos en lenguas muertas, melodías minimalistas y evocadoras y un estar en el escenario que, de solemne, impresiona, como impresiona todo arte que nace de las entrañas. La energía del auditorio se transforma con la siguiente actuación. Si alguna vez has llorado con Enya y pensado “todavía hay esperanza” cuando Grimes comenzaba a triunfar allá por 2012, entonces comprenderás a Eartheater. Ella es la emancipación hecha hiperfeminidad. Con una presencia escénica que fascina desde el momento en que pisa las tablas, la artista estadounidense es capaz de sostener agudos como Mariah Carey, hacer solos de guitarra y bailar desde el suelo. El público no pudo evitar levantarse y arrojarse a las primeras filas como si aquello fuera un club, aunque estaba en el auditorio. Ese es el efecto del art-pop de Eartheater.
Sobre el escenario Sónar Park de DICE comienza Chico Blanco. En su directo no solo trae a su propio DJ para que lance las bases, sino que él mismo pincha en varias ocasiones desde otra mesa. Sus referencias son un turbulento viaje por el house de los 90, el eurodance, el UK garage y el trap, sin abandonar las canciones de trap emocional y Auto-Tune que le han valido un fiel número de seguidores. Después, Lafawndah entra en escena en la oscuridad del SonarComplex tocando la flauta travesera, con la apariencia de una misteriosa reina élfica. Es una artista que ha articulado su carrera con estilo enigmático. Y es capaz de generar tensión solo con los fragmentos entrecortados de su canto lírico, que se contrapone a ritmos atmosféricos trip-hop de texturas sintetizadas y sensaciones agridulces.
El piano fue protagonista el viernes en el Sónar de Día, en primer lugar con su interacción con la electrónica, el free jazz, la contemporánea y los glitches de la mano de IHHH, apoyados en los magnéticos visuales de Desilence. Y en segundo lugar con el hiperpiano de los italianos Quayola/Seta, en línea directa con la instalación de hiperórgano ubicada en el hermoso Palau Güell en los días del festival, y con unos visuales que parecían inspirados en los nenúfares de Monet. Frente a estos dechados de sensibilidad impresionista, los madrileños VVV [Trippin’you] –haciendo honor al título de su último trabajo, “Turboviolencia” (2021)– arrojaron al público su cóctel de breaks, oscura cold wave y contundente electro-punk. Parecida ultraviolencia sónica desplegó la francesa Louisahhh, cabalgando entre el techno-punk y el rock industrial, un tanto chirriante por momentos. Fue también una jornada infiltrada por los más variados aromas del universo queer: desde el techno sucio y extremadamente sexual, contoneante y turbio, de cuarto oscuro, de LSDXOXO –“¡suck my dick!”– hasta la performática hibridación de voz y electrónica de Lyra Pramuk –bajo el influjo de Björk y Holly Herndon–, pasando por las dos estimulantes sesiones de cierre de la jornada: la de la pareja formada por Eris Brew y Octo Octa –con su apoteosis de house groovy, funky y fiestero– y la divertida e indescriptible ensaladilla de sonidos diversos de la holandesa DJ Marcelle/Another Nice Mess, un efervescente batiburrillo capaz de saciar los oídos más ávidos de sorpresas.
En el bazar de Sónar cabe casi todo, así que también se pudo degustar el sinuoso deep house de Ivy Barkakati, el lúdico happy hardcore de Albal y Rocío, el pop urbano de Juicy BAE, los latigazos de dark techno de Yugen Kala o la muy reconocible experimentación del canadiense Martin Messier, capaz de convertir la acupuntura en arte sonoro en su nuevo proyecto “Echo Chamber”, utilizando paneles y grandes agujas en medio de una atmósfera de rayos y truenos, sombra y luz. Y mientras Miret introdujo esquejes flamencos en su liturgia de techno-house, Yung Singh & Suchi reivindicaron la vigencia del bhangra, combinándolo con breakbeat, drum’n’bass e incluso un “Misirlou” bakaladero. La británica Jamz Supernova ofició una de las mejores sesiones del día a base de global bass y afrohouse, y el callejero y fresco combinado de rap, trap y drill de El Bobe se vio deslucido por problemas de sonido que obligaron a parar su show durante más de un cuarto de hora.
Populismo, sentimentalismo y techno en la noche del viernes del Sónar. Santos Bacana es el director de Little Spain, el estudio encargado de la imagen de “El Madrileño” (2021) de C. Tangana. Él abre la noche en el enorme escenario SonarClub pinchando un set lleno de clásicos hispanos que en ocasiones no llegan a mezclarse. En sus visuales, integra tanto referencias típicamente españolas, como Dalí, como imágenes de “Pulp Fiction” (Quentin Tarantino, 1994). Esta búsqueda de los iconos populares es la esencia de lo que vendría a continuación: C. Tangana. Tras media hora de espera entre un extraordinario bullicio de gente, el telón del escenario cae para mostrar un impecable montaje que imita el ambiente de un café-concierto, con músicos uniformados y personas sentadas en mesitas redondas. Reduciendo su exitoso espectáculo “Sin cantar ni afinar tour”, pero sin perder la esencia del mismo, la bien preparada puesta en escena se completa, en esta ocasión, con la aparición de Nathy Peluso en “Ateo” y una vuelta al concepto de “sobremesa” en el que el artista toma licor y canta con La Húngara y Niño de Elche, entre otros invitados. El poder de la música de C. Tangana, hábil generador de polémicas que pueden desembocar en un cierto populismo asumido, es políticamente interesante. Cabría plantearse qué sentimientos propios representa, teniendo en cuenta la aparente masculinidad tóxica reflejada en algunas de las letras o su oda sin censuras hacia valores neoliberales.
Más tarde, turno para Venus X. Además de ser conocida como la DJ de M.I.A., es la fundadora de GHE20G0TH1K, la principal fiesta de música electrónica de Nueva York para mujeres negras, racializadas y personas queer. Su set es un abanico de géneros que van desde el estilo juke de Chicago –una interpretación lo-fi del breakbeat– al dembow dominicano, el house de Sudáfrica y el techno. Uno de los momentos más esperados de la noche es el concierto de Moderat. Sin que sea ninguna sorpresa, la sala se llena y el público no deja de moverse en ningún momento ante la IDM de ritmos limpios y bajos vibrantes junto a la característica voz de Sascha Ring. Moderat atrapa al público en una atmósfera de baile, luces y sudor.
Desde el frescor del escenario exterior SónarLab, Critical Soundsystem ofrece una verdadera experiencia rave dubstep. Con mezclas oscuras y experimentales de drum’n’bass y jungle, MC Jakes lanza versos a la velocidad de la luz sobre ritmos que no dan un momento de descanso. En contraposición con esta ininterrumpida energía, la actuación de Bonobo se siente como un delicioso sueño diurno. El productor y sus colaboradores siguen promoviendo ritmos orgánicos y nítidos, además de melodías trip hop envolventes y sentimentales. Todo esto se completa con bellos visuales 3D de elementos sencillos, como piedras flotantes que aparecen y desaparecen sincronizadas con el ritmo de la música. Una experiencia no tan relajante fue la actuación de Tiga & Hudson Mohawke, que casi se siente como un remember de la época electro de los 2000. Cuando el productor hip hop e IDM Hudson Mohawke comenzó a trabajar con Tiga, productor electro y tech-house, se pudo pensar en una combinación que desafiaría a muchos oyentes. Sin embargo, ambos han encontrado un nuevo estilo con un compromiso intermedio, basado en melodías de teclado electrónico, voces incorpóreas y percusiones energéticas. A continuación, el escenario SonarClub se convierte en un mar de cabezas hasta donde llega el horizonte. Los temas de Jonathan Alric y su primo Guillaume Alric, alias The Blaze, comenzaron a ser conocidos por sus vídeos en YouTube llenos de escenas costumbristas aunque misteriosas, gélidas, lentas y emocionales. De la misma manera se podría describir su directo, que también se acompaña por maravillosas visuales.
Enfilaba DJ Python el final de su pinchada en pleno prime time de la jornada del sábado en Sónar de Día y, tras una hora y media fundiendo sutilmente deep house y cadencia reguetón, sonó “Pa’ que retozen” (Tego Calderón) en la plazuela de SonarVillage. No fue un remix, no fue un sampleo; era el tema original. Como si quisiera explicitar dónde empieza todo musicalmente para él, algo habitual a lo largo de todo el fin de semana en otros escenarios y otros horarios. Este ha sido, en muchos sentidos, un Sónar de raíces.
Hace no tanto, ese guiño hubiera sido motivo suficiente para una sublevación de los puristas, pero a estas alturas o bien se han convertido o bien han desertado definitivamente porque hace tiempo que Sónar no es solo un festival de techno, si es que alguna vez lo fue. De hecho, según el recorrido escogido en la versión diurna del sábado, uno podía tener la sensación de estar en un festival de todo menos de techno. Asomarse temprano a esta programación llamativamente ecléctica podía deparar encuentros con la rave deconstruida de Pedro Vian & Mana –bastante más estimulante para el oído o incluso para la vista que para los pies, porque definitivamente era demasiado pronto para empezar a bailar–, la espiritualidad de la franco-venezolana La Chica y el pop rapeado inofensivo de Recycled J en formato banda. El madrileño –igual que unos Locoplaya anulados por su propio humor absurdo una hora más tarde en el mismo escenario– forma parte de esa promoción urbana 2016-2020 que ahora mismo se mueve en tierra de nadie: como no surfean la ola generacional, han perdido el foco al borde de la treintena. Especialmente elocuente es que el festival haya eliminado el escenario SonarXS, “el escenario del trap”, que entre 2017 y 2019 acogió las primeras actuaciones en el Sónar de Día de Nathy Peluso, Yung Beef o Bad Gyal.
El relevo lo personifica mejor que nadie Morad, protagonista de un caso extraño en la música contemporánea de aquí. El éxito de su rap acelerado es contante y sonante –apenas Aitana, Rosalía o C. Tangana pueden seguir el ritmo de plays con que se ha instalado desde hace un par de años entre los artistas españoles más escuchados–, pero todos sus logros quedan fuera del radar generalista, que solo ha reparado en él cuando ha podido colocarlo en las páginas de sucesos. Morad quiso aprovechar el escaparate para lanzar un descargo primero (“es la policía la que tiene problemas conmigo”) y después pasar al ataque (“fuck Mossos d’Esquadra”), aunque, como pasa a veces en los festivales, todo estaba ligeramente descontextualizado. Lo que con su público y sus códigos podría haber sido una fiesta total, en Sónar terminó siendo para muchos el descubrimiento de un currante del rap que despachó todos sus himnos de barrio sin ayuda de voces enlatadas.
La última noche del Sónar, la del sábado, se abrió como siempre en los tres escenarios con sendas sesiones de DJs nacionales: la ampulosa heterogeneidad de ETM, el cóctel de techno y breaks de Lucient y el profundo ritmo tribal de MBODJ, mujer que forma parte del colectivo senegalés afincado en Barcelona Jokkoo y que ofreció una de las mejores sesiones de esta edición. Ritmos oscuros y secos, conectados tanto con el gqom como con el footwork, y en los que siempre se escucha el latido del tam-tam. Y, yendo al lío, lo de The Chemical Brothers, que se anunciaba como un nuevo show pero no pudo resistir la sensación de déjà vu. Un espectacular circo de simpáticas y resultonas imágenes coloristas, robots gigantes, mucho ruido y mucho subidón enmarcaron una actuación que comenzó con “Block Rockin’ Beats” y continuó incorporando temas de su último trabajo “No Geography” (2019) –como “Eve Of Destruction”– junto a hits del pasado: “Go”, “Setting Sun”, “Galvanize” y por supuesto “Hey Boy Hey Girl”, con el que el público subió a la estratosfera. En definitiva, The Chemical Brothers parecen seguir al pie de la letra la máxima de Daft Punk: harder, better, faster, stronger. Bueno, lo de better es discutible.
Entre las sesiones de DJ, habría que destacar la rítmica hipnótica de la italiana Ehua; el eclecticismo de un Joy Orbison que supo alternar house, minimal, acid, ecos orientales y ritmos afro; el techno oscuro y ácido con derivaciones electro de Helena Hauff; el refrescante house de Midland & Shanti Celeste y el hondo y palpitante latido afrotechno del británico Batu, que se reveló como el perfecto sucesor de Jeff Mills. Pero sobre todo abundó en la noche del sábado el inmisericorde uso y abuso del bombo, el martilleo y el subidón en versión hard techno o hard progressive. Es a lo que se dedicaron, con mayor o menor empeño, esos componentes de lo que podríamos llamar la “Unión Europea del Techno Zapatillero”: la sueca La Fleur, la belga Charlotte de Witte, el holandés Reinier Zonneveld, el británico Giant Swan, la italiana Anfisa Letyago (facción minimal) o el sueco Eric Prydz, que comenzó en onda cósmica y acabó repartiendo también estopa electrónica.
Es bien sabido que en las noches de sábado en el Sónar suele imperar ese techno levantisco, rudo y severo. Por eso fue un inmenso placer encontrarse en medio de la velada con dos de las mejores propuestas de esta edición. Por un lado, el combo ugandés-británico Nihiloxica, surgido de la inagotable cantera de Nyege Nyege y experto en la difícil labor de hilar raíces y cables, tambores y beats, haciendo que suene al mismo tiempo ancestral y aventurero. Y por otro lado la que sin duda ha sido la mejor sesión de todo este Sónar, la ofrecida en el SonarCar por los sudafricanos Scorpion Kings, dúo formado por Kabza De Small y DJ Maphorisa. Su apasionante set de seis horas fue el mejor refugio posible frente al “Imperio del Bombo”. Sin perder nunca la compostura y sin concesión alguna a la euforia, con tranquilidad africana, rindieron tributo a ese beatífico, sereno, balsámico y sutil ritmo sudafricano que es el amapiano, acompañándolo con gotas de R&B con toque afro, kwaito, remezclas de jazz sudafricano y otras delicias. Los Masters At Work de África.
La despedida del festival, a cielo abierto y cuando los rayos del sol iluminaban ya al inagotable público, se produjo con el hedonista fiestón de funk, pre-house y disco del francés Folamour –que terminó su sesión con el “Stayin’ Alive” de Bee Gees– y con el desprejuiciado set de The Blessed Madonna, musa de la diversidad sexual y rítmica que no dudó en combinar deep house, disco y acid mientras en su pantalla trasera se leían frases como “Tear down the walls” o “Dance is freedom”. El público, jadeante, no podía estar más de acuerdo. LLL