Basta de la literatura del yo”. “Menudo empacho de lectura confesional”. “Que vuelva la imaginación a nuestros libros”. Son algunas de las frases con las que se desgañitan los que saben de literatura, los eruditos, los babelias y demás suplementos de alta cultura. Con cada joven escritora que debuta siendo la próxima Sally Rooney, hay alguien haciendo morritos y susurrando: “No quiero leer más infancias, ni veranos con abuelas, ni primeros amores de la adolescencia, que vuelvan los Alatristes y los Carvalhos”. Otro tema sería preguntarse en quién están basados estos gañanes amantes de los menús de mediodía y las mujeres, je je; menudos pillos.
Hoy vengo aquí a deciros: vamos a calmarnos con tanta ficción, fábula y pregón a favor de la imaginación, porque tengo el leve presentimiento de que nunca acaban de estar al nivel de la realidad.
Leía hace unos días a Nora Ephron en “No me acuerdo de nada”, con traducción de Carlota Gurt en catalán para L’Altra Editorial. Se trata de su último libro, publicado ya cuando la leucemia hacía de las suyas, donde aprovecha esas páginas para despedirse, hablar del pasado que le procura su memoria mientras hace repaso de sus fracasos con esa lengua mordaz de mujer inteligente que tiene. En este casi terminal diario está tan divertida e irónica como siempre, pero con el añadido de saber que ya no tendrá que mirar a la cara a mucha gente. La buena ironía es la que con los años se va soltando. Os diría que leer a Ephron puede ser lo más cerca que esté de hacer una prescripción médica: va bien para quitarse las tonterías de encima, pero sobre todo para mirarse en el espejo de una tía con el punto de cinismo justo. El tipo de referente que necesitamos.
Lo dice el mismo título, Norah está en una edad en la que se acuerda de poco y dice: “En cierta manera, mi vida se ha malbaratado por el hecho de haberla vivido yo. Al fin y al cabo, si yo no la recuerdo, ¿quién la va a recordar?”. Y pensé: “¡Claro! Ya tengo respuesta a todos esos que claman que las mujeres solo sabemos tirar de la autoficción, sin más recurso narrativo que las propias vivencias. Si no lo hacemos nosotras, ¿quién lo hará?”. Tampoco estamos inventando nada, para rey de la introspección ya estaba Proust afirmando que los escritores mejor que no inventen libros, que el buen libro existe en cada uno de nosotros. Pues eso, como dice Ephron: “Si no lo cuento yo, ¿quién lo hará?”.
Confieso que siempre he sido muy de la ciencia ficción y la fantasía, de todos esos cuentos oscuros de dragones y arcanos que dominan el viento. Pero, oye, le estoy pillando el tranquillo a esto de ver, leer y escuchar sobre historias basadas en hechos reales (por cierto, escuchad el pódcast “Misterio en La Moraleja”, se puede crear una miniserie sonora a partir de una noticia del periódico y que el resultado sea redondo).
Porque o te vas al extremo a contar historias de planetas inhóspitos y magias oscuras o te quedas en la realidad, tocant de peus a terra, que diría mi madre, porque, por mucho que des rienda suelta a la imaginación, tus personajes nunca tendrán la complejidad de lo que ocurre a nuestro alrededor. ¿Un detective algo estrambótico o la conversación que estás oyendo a medias de esa pareja que tienes sentada al lado en el bar? No tengo ninguna duda de cuál escogería. Mi interés ahora mismo reside en las series documentales, los biopics y las metaseries (ahora voy a ello), porque están ganando por goleada en diversión y jolgorio a las ficciones de las plataformas audiovisuales.
Siempre se me ha iluminado la cara cuando en la pantalla oscura de la sala de cine aparecen las palabras based on a true story. Da igual que sea un escándalo político, un asesino en serie o los supervivientes de un avión. Mi corazón late más rápido sabiendo que podría haber estado ahí, que son coetáneos, que he leído algo de eso en algún periódico. Sé que es algo que no solo me ocurre a mí porque las películas han tirado de esas cinco palabras hasta la saciedad. Lo bueno es que todavía hay muchos hechos reales que contar, solo hacen falta cuatro noticias de un periódico local para saber que ideas no van a faltar.
Pero en las series no era una etiqueta que yo buscara, o no hasta ahora. Pero es que no sabéis lo bien que me lo estoy pasando con las series que reescriben la realidad. Me ha ocurrido con “The Staircase”; esta vendría a ser la metaserie de la que hablaba antes. Es una serie complicada de explicar; yo no sé, la verdad, cómo fue ese dosier para venderla a los productores. Voy a intentar contarlo sin causar mucho lío. Existe una serie documental de diez episodios con el mismo nombre, dirigida por el oscarizado director de documentales Jean-Xavier de Lestrade. Es un documental al uso, con sus entrevistas a medio plano, imágenes de noticiero y mucha grabación de sala de tribunal.
El documental sigue el juicio del escritor estadounidense Michael Peterson, acusado de asesinar a su mujer Kathleen Peterson, que apareció muerta en las escaleras de su casa rodeada de muchísima sangre ¿Accidente al caer por la escalera o tragedia familiar? El documental no se centra tanto en las respuestas, sino en el funcionamiento de la justicia norteamericana, que es lo que le interesaba en 2004 al director francés. Pasó sin pena ni gloria por Netflix, o como mínimo atrayendo a la ya fiel comunidad de fans del true crime, pero sin dar el salto al público general. Ahora la gloria ha llegado a través de la ficción que ha hecho HBO Max con un Colin Firth haciendo de marido y una Toni Collette caída por las escaleras en otro de esos papeles brutales donde, aun haciendo de muerta, sus expresiones faciales tienen más vida que tú y yo juntos. En esta adaptación es el cineasta Antonio Campos quien coge el caso real, aprovecha las imágenes del juicio y las entrevistas que aparecen en el documental, se imagina lo que sucedió en las reuniones y mesa de edición de ese documental y hace un machimbrado para crear la miniserie de ocho episodios, sumándole actores como Sophie Turner, Michael Stuhlbarg o Juliette Binoche. Y tengo que decir que, a pesar de conocer parte de la historia, esta metaserie me ha tenido con el culo pegado al sofá sufriendo por una Toni Collette que no deja de caerse por las escaleras recreando infinidad de muertes y que ahora hace que me agarre a los pasamanos de otra manera.
Luego ves plataformas como Disney+ y ahí sí, la imaginación está haciendo de las suyas. Que si metaversos y superhéroes que se multiplican sin ton ni son. Salí del cine de ver “Doctor Strange en el multiverso de la locura”, primero pensando quién narices se cree que nos acordaremos de estos títulos, y segundo refunfuñando como una octogenaria: “¡Esto es trampa! ¡Esto es trampa!”. Salí con la sensación de que no iba a volver a llorar, preocuparme o emocionarme con una película de factura heroica. Porque con el multiverso todo es posible, los muertos viven y los vivos van y vuelven cuando quieren. Ya puede ir muriendo gente que tú estarás ahí con tus palomitas saladas de cubo grande murmurando: “Sí, sí, a mí no me la cuelas, que este tío seguro que me lo vuelves a meter en la siguiente peli entrando por cualquier puerta de una dimensión inventada”. Ya me la sé esta. Y como no hay conmoción, ni un mínimo de agitación en la butaca, he perdido el interés. A mi pesar, con muchos minutos invertidos en el universo Marvel a mis espaldas, ahora he decidido dar esquinazo a “Ms. Marvel”, “Caballero Luna” y “Thor. Love And Thunder” (pero ¿quién leñes pone estos títulos?). Prefiero quedarme con el buen recuerdo de “Wandavision”; aquí me planto.
Así que en esas estoy, buscando biografías, series documentales y autoficciones varias. El último goce televisado ha sido a través de la miniserie de tres episodios “Locomía”. La historia del exitoso grupo de “señores con abanicos” contada por el cineasta Jorge Laplace con la participación de exmiembros del grupo, gente del sector y truculentos capos de la industria musical. Da igual si tienes más o menos idea de lo qué fue Locomía, si los viste en directo en la discoteca Ku (como me gritaba el otro día mi padre: “¡Yo los vi en Ibiza, eh! ¡Yo los vi!”) o si te suenan así un poco de pasada de alguna gala de “Murcia, qué hermosa eres”. En esta serie, condensada (¡vivan las miniseries de tres capítulos!) y bien explicada, a cada diez minutos hay un giro de guión. Una pirueta que te hace poner pausa, mirar a la persona que tienes al lado, abrir un poco los ojos y gritar: “Pero esto que acaba de pasar, ¿esto qué es?”. Con unos personajes que ni Lewis Carroll puesto de LSD. Hay personajes malvados pero tiernos, salseos, líos amorosos, buen vestuario y una traición cada medio capítulo. Eso no lo consigue ni el mejor guionista de “Juego de tronos”.
Dicho esto: ¿las ganas de ese spin-off de “Juego de tronos” cuando yo he sido la máxima defensora de ese mundo creado por George R. R. Martin aun sabiendo que es el tipo más vago que habita este planeta? Pues pocas, la verdad. Ya no me interesan los dragones. Quiero más dosis de realidad, cuéntame un poco tu vida, por favor. ∎