uiero a las personas que saben cuánta conversación dar en cada momento y lugar y a quién. Eso incluye saber cuándo callar. Acabo de hacer un viaje un poco largo en taxi y el conductor me ha regalado una sonrisa y un buenas tardes al subir y un que pases buena tarde al bajar. El resto, silencio. Durante el trayecto he mirado por la ventana, he visto la vida pasar y me he escuchado a mí misma un rato, que es algo que se ha convertido en privilegio. Como persona a la que le gusta hablar, adicta a la música y que trabaja con el sonido, este trayecto en silencio ha sido un tratamiento termal. Así que adoro a este conductor que ha sabido cuánta –ninguna- conversación necesitaba yo de él. Quiero imaginarlo con la siguiente pasajera: antes de que él pudiera saludar ella ha dicho hola qué calor mientras se colocaba el cinturón, así que él ha comprendido y le ha explicado que en la radio han anunciado aún más subidas de temperatura en los próximos días y ella ha respondido que esto es el fin del mundo y él le ha dicho que dónde vamos a parar. No han dejado de hablar desde Pirámides a Neptuno. Cada uno sabe cuántos hijos tiene el otro y él le ha recomendado una panadería estupenda para celíacos como ella. Ve por la sombra, le ha dicho él al bajar y ella se ha reído escandalosamente y esa noche le ha contado a su marido no veas qué taxista más majo me he encontrado hoy.

Admiro a las personas que saben cuánta conversación dar, es una capacidad que está entre el don y la técnica. Fijaos en las reuniones sociales, hay gente que sabe siempre qué preguntar, qué anécdota contar y que desaparece en el momento justo en el que otra persona convertiría esa conversación en monólogo. De hecho, esta persona siempre aparece. Siempre hay alguien que merece el monopolio de la atención. En algunos momentos también he agradecido a estas personas su existencia y dedicación, te ahorran mucho trabajo, muchas intimidades expuestas innecesariamente, mucha construcción de relato sobre anécdotas que tampoco tenían tanto interés.

Don, técnica, táctica, la conversación es un arte, incluso el mejor género literario posible. Requiere rapidez de pensamiento (lo cual requiere pensamiento, que tampoco es una cosa demasiado extendida), requiere una elección de palabras. En una conversación se pueden fabricar frases e ideas maravillosas y excitantes que, como mucho, permanecerán unos días en nuestra memoria y después se desvanecerán dejándonos solo un recuerdo agradable de aquella cena o aquel paseo.

La conversación es la literatura efímera. Imposible de retener, la más bella. Sin embargo, hay un género aún más hermoso dentro de esta literatura imposible que pueden componer dos personas: el silencio. Dos personas que conversan en silencio. Dos personas compartiendo una visita a un museo que se miran entre observaciones a los cuadros, dos personas que caminan por un jardín y se cruzan miradas entre árboles y flores, dos personas que se hablan sin palabras o que simplemente acomodan y acompasan sus silencios para ordenar con ellos el caos de afuera. ∎