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Firma invitada / El chicle de Nina

¡Di algo en español!

H

ace unos días soñé que estaba de maniobras con el novio militar de Ana Iris Simón. Al principio pensé que se trataban de unas maniobras rutinarias en Candanchú. Ya saben: mantenerse en forma, engrasar tanques, que la moral no decaiga y justificar el presupuesto. Luego me di cuenta de que en realidad se trataba del islote de Perejil, muy cerca de Marruecos. ¡Y en realidad no eran maniobras! ¡Junto al novio de AIS estaba recuperando el islote de Perejil de las fauces de la natalidad de los de fuera! Pero como yo soy catalán y flojo –perdón por la redundancia–, y como el novio de AIS es, en el fondo, un patriota de medio pelo (al menos lo es en mi sueño), teníamos que pedir refuerzos.

Nuestros enemigos se habían aliado con gente potente, peligrosa y violenta: becarios, urbanitas, tatuadores, ¡periodistas culturales! Ante la furibunda vanguardia de la revolución deconstruccionista y queer nos veíamos obligados a hacer lo que hace España cada vez que alguna ráfaga de inteligencia la acecha: contrarrestarla invocando la astucia de Víctor Lenore y Daniel Bernabé. Entiéndaseme, no me refiero a ellos en concreto. Ellos son solo dos lágrimas más de un llanto proteico e inacabable. El llanto de la virilidad española. El asunto es que, asediados por el totalitarismo de los periodistas culturales, lanzamos un S.O.S. a los Lenore y Bernabé de turno para que la flora y fauna de los de fuera siguiera estando fuera de Perejil.

Mentiría si dijera que el novio de AIS –quien, como todos los patriotas de medio pelo, era encantador– tenía plena confianza en el valor militar de los Lenore y los Bernabé. Así me lo hacía saber: “Tú te piensas que va a venir a socorrernos Juana de Arco, pero prepárate para que lleguen Martínez el Facha y el sargento Arensivia”. Todo apuntaba a la derrota (al fin y al cabo, el novio de AIS tiene experiencia militar y sabía de lo que hablaba). Pero quería mantenerme optimista o, en su defecto, motivado. Así que le preguntaba retóricamente al novio de AIS cuán feliz estaba con lo de elegir el nombre para su hijo en función del santoral, como AIS declaró en una entrevista. Él solo me respondió: “¿Qué?”.

Mi interés no era ocioso. Yo también estoy a punto de ser padre –con alguien que es ¡de fuera!– y me interesa, parafraseando infielmente a Enrique Iglesias, todo lo que tenga que ver con las experiencias casi religiosas. El sueño proseguía. Mientras me distraía fantaseando con la idea de que mi hija naciera el 12 de octubre, divisamos, en el horizonte azul crujiente del mar, una Zodiac a bordo de la cual viajaban Lenore y Bernabé. Con su crisis de los cuarenta a cuestas, que sumaba el abominable peso de más de ochenta años de virilidad herida, la Zodiac titubeaba y la nostalgia por la vida de nuestros abuelos naufragaba. En ese momento, como Ferlosio dijo alguna vez, el alma concedió al sueño la posibilidad de despertar, y desperté. Y ya no supe qué pasó con Perejil.

Con los ojos ya abiertos, me acordé de una anécdota que me contaron en una de las fábricas en las que trabajé hace casi veinte años. La empresa dueña de la fábrica se dedicaba a construir el motor de los limpiaparabrisas que usaba la Volkswagen. A mí me tocaba moldear en una máquina de la línea de producción la carcasa donde iría el motor. Contra lo que creen quienes añoran el siglo XX, trabajar en la fábrica no te acerca al materialismo. Aunque sí te aleja de la solemnidad. Mi compañero en esa máquina, un patriota de medio pelo –y, por tanto, encantador– de Els Monjos, me contó que una vez vio una escena interesantísima en una peli porno protagonizada por un famosísimo actor español y una no menos famosa actriz húngara. En medio del coito, ella, que ni hablaba ni entendía español, le exigía a él lo siguiente en inglés: “Say something in Spanish!”. O sea, le requería que dijera algo en español bajo el entendido de que una marranada proferida en la lengua de Arturo Pérez-Reverte tendría, al menos en aquella tesitura, efecto hipertérmico. Y el actor español, ya no sé si falto de ingenio o víctima de su propio exceso de ingenio, puso voz a los legendarios poderes inductores de la lengua de Camilo José Cela clamando: “¡Gazpacho!”.

Eso, pensé, era todo lo que había detrás de aquel sueño que tuve ese día. Gazpacho. Y eso es lo que hay detrás de la nostalgia de AIS, los Lenore y los Bernabé. Una triste, ajada y fresca confusión española. ∎

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