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Referente incombustible, todavía. Foto: Alfredo Arias
Referente incombustible, todavía. Foto: Alfredo Arias

Concierto

Caetano Veloso: como siempre, mejor que nunca

El trovador brasilero se lució anoche en su regreso al Palacio Municipal de Madrid, donde las canciones de su último disco, “Meu coco”, se entremezclaron a la perfección con parte de su repertorio clásico. Lo acompañaron su última banda –un eficaz quinteto joven– y dos mil asistentes entregados a esta leyenda viva de la música latinoamericana y mundial. Algo más de hora y media fue suficiente para convencer de su extraordinaria condición. Nadie habría lamentado que el concierto durara el doble. Ha sido la única fecha española en esta gira.

07. 09. 2023

Lleno absoluto para ver al bahiano, que a sus 81 años se muestra en plena forma creativa (su último disco es un ardid de originalidad), física (¿cómo se hace para estar así a esa edad?) y vocal (canta como siempre, es decir, mejor que nunca). La vigencia de su último disco, “Meu coco” –todavía de estreno por haber aparecido en octubre de 2021, en plena pandemia, aún en los oscuros días de Jair Bolsonaro–, prometía equilibrar un setlist que bien podría haberse limitado a una colección de clásicos reunidos a lo largo de seis décadas.

Pero él siempre hace algo nuevo; en este caso –después de abrir con “Avarandado”, pieza que acostumbraba a tocar con João Gilberto– poner en primer término temas llenos de extravagancia rítmica y juego poético como “Meu coco”, “Anjos tronchos” –que arranca el primer gran aplauso– o “Não vou deixar”. Pronto llega, con sus cautivadores arabescos, la misteriosa “Ciclâmen do Líbano”, que abre sin demora un miniset acústico donde sigue la inevitable “Cucurrucucu paloma” que, caiga donde caiga, parte el concierto en dos, pero que Caetano nunca dejará fuera de sus conciertos en suelo español. Hacerlo supondría demasiadas cosas: su almibarada versión de esta ranchera de Tomás Méndez de 1950 significa la evocación del repertorio iberoamericano escuchado durante la infancia, “Fina estampa” –el álbum que, en 1994, extiende su popularidad de un modo que ya merecía desde hacía décadas–, su vínculo con Pedro Almodóvar… Pura conexión emocional que el auditorio premió activando el modo vídeo de los móviles y, al final, levantándose del asiento para batir palmas. Le siguió “Araçá azul”: pocos lo sabrán, pero forma parte del álbum homónimo experimental que, en 1973, fracasó furiosamente y fue retirado sin contemplaciones de las tiendas de su país.

Con el público ya en el bolsillo, el brasileño atacó con “Cajuína”; palmas a ritmo y ecos de Nino Rota que recuerdan su amor por el cine (italiano en este caso). Nuevos premios: “Reconvexo” (suave baile a ritmo de samba), el siempre enternecedor “O leãozinho” (¿la mejor canción de cuna jamás escrita?) y la evocativa “Itapuã” (no confundir con “Tarde em Itapoã”, clásico de Toquinho en voz de Vinícius de Moraes). El cancionero de Veloso es testamento de vidas y épocas, historia viva de su episodios socioculturales de su país –tropicália, dictadura, exilio– e, inevitablemente, de quienes hayan ido escuchando a este trovador desde su debut en 1967.

Maestro de escena. Foto: Alfredo Arias
Maestro de escena. Foto: Alfredo Arias

Caetano dedicó un momento a la poesía –loas a Augusto de Campo, “el más grande poeta vivo de Brasil”, homenajeado en “O pulsar”– y se tomó su tiempo para explicar su vínculo con el rock urbano a través de su Banda Cê, a la que recordó con “A bossa nova é foda”. Nuevo momento de baile con esta última.

Una vez presentada la banda –de la que ponderó al guitarrista Lucas Nunes, coproductor de su último disco, al “genio de la música” Alberto Continentino (bajista) y al percusionista Kainã do Jêje, en primer término–, llegaron los momentos más festivos. “Baby” trajo el recuerdo melódico y pop de las recientemente desaparecidas Gal Costa –con quien Caetano debutó en el disco “Domingo” (1967)– y Rita Lee. Luego llegó “Menino de Rio”, que puso un nuevo acento rítmico, y “Sem samba não dá”, que levantó al público del asiento casi hasta el final. El último tema fue “Lua de São Jorge”: momento de desmelene –por fin se vio en su salsa a la sección de percusión– de una banda más que eficaz, con las riendas siempre sujetas por el maestro.

¿Bises? Dos: el bossa “Mansidão” y “Odara”, suavemente funky. Y un tercero fuera de programa, “A luz de tieta”, con el que público (lógica presencia masiva brasileña) siguió entusiasmado al cantante: Existe alguém em nós / Em muito dentre nós esse alguém / Que brilha mais do que milhões de sóis…”.

El concierto –genéricamente dedicado a sus colaboradores Perinho Albuquerque y Arto Lindsay, pero que esta vez Caetano dedicó al uruguayo Jorge Drexler– supo a poco, y eso que sonaron veintitrés canciones. Acompañó al trovador la figura geométrica suspendida de un cubo irregular, creación de Hélio Eichbauer, escenógrafo de Veloso fallecido en 2018, frecuentemente iluminada en rojo y negro. El sonido fue correcto, sin alardes pero sin fallos. Quien no tuvo ni un error fue este genio de trayectoria impresionante al que, por mucho que creamos conocer, siempre sorprende. Ya lo dice en una de las canciones del set, compuesta en su exilio londinense hace ya medio siglo: “You don’t know me”. Qué maravilla nunca conocerlo del todo. Que nos sorprenda siempre. ∎

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