Podemos fechar el inicio del despegue del true crime en el ámbito de la serialidad en 2004, año en que Canal+ lanzó “The Staircase” (Jean-Xavier de Lestrade, 2004), miniserie que documenta todo el proceso judicial iniciado contra el escritor Michael Peterson, acusado del asesinato de su esposa. Sin embargo, este subgénero basado en la investigación y reconstrucción de crímenes reales ya contaba con ilustres antecedentes cinematográficos como “The Thin Blue Line” (Errol Morris, 1988), que sirvió para exonerar a Randall Adams, condenado por el asesinato de un policía en 1976; “Paradise Lost” (Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, 1997), sobre la tortura y posterior ejecución de tres niños en un pequeño pueblo de Arkansas; la multipremiada “Capturing The Friedmans” (Andrew Jarecki, 2003) o la mismísima “Un culpable ideal” (2001), que le valió al propio Jean-Xavier de Lestrade un Óscar al mejor documental por reflejar el caso de un adolescente afroamericano sospechoso del homicidio de una turista blanca en Jacksonville (Florida).
No obstante, y especialmente en este año atiborrado de lanzamientos, asistimos a una evolución dentro del subgénero que viene a consolidar una tendencia que ya había explotado con notable inteligencia Ryan Murphy en su saga “American Crime Story” (2016-), y que no consiste en otra cosa que en abordar estos pasajes luctuosos desde la ficción. Si en “Wormwood” (2017), aplicando los mismos patrones que en la seminal “The Thin Blue Line”, Errol Morris incardinaba una trama de ficción entre un río de entrevistas y una ingente cantidad de material de archivo para averiguar qué sucedió con Frank Olson –ingeniero químico que trabajaba para la CIA fallecido en 1953 tras “precipitarse” desde la habitación de un hotel–, en 2022 nos han llegado un ramillete de ficciones basadas en investigaciones, no siempre relacionadas con casos de asesinato, que prescinden de cualquier aparataje documental. Al final, afrontar un true crime desde la fabulación –ya sea la estafa que se nos muestra en “The Dropout. Auge y caída de Elizabeth Holmes” (Elizabeth Meriwether, 2022) o los fatales desmanes de un cirujano mesiánico que vemos en “Dr. Death” (Patrick McManus, 2021)– permite, como ya demostrara en repetidas ocasiones el citado Morris, ampliar sus horizontes expresivos.
Si la serialidad da pábulo a una multiplicación de los puntos de vista para ahondar en los pormenores de un caso desde un mayor número de perspectivas, penetrar en el terreno de la ficción brinda nuevas posibilidades, como dramatizar hechos indocumentados, manipular la cronología de los acontecimientos u ofrecer detallados estudios psicológicos de personajes torturados, aliciente que ha provocado que una larga lista de actores y actrices de reconocido prestigio hayan terminado por acuñar una suerte de star system en el seno del true crime.
Si uno repasa estrenos recientes basados en casos de asesinatos reales como “The Staircase” (Antonio Campos, 2022), “The Girl From Plainville” (Liz Hannah y Patrick Macmanus, 2022), “Encerrado con el diablo” (Denis Lehane, 2022) o “Por mandato del cielo” (Dustin Lance Black, 2022), encontrará ciertos rasgos comunes, consecuencia directa del abandono de los mecanismos inherentes al documental más canónico para abrazar los recursos de la ficción, tratando de iluminar, desde la dramaturgia, aquellos rincones oscuros a los que no llegaban ni el archivo ni los testimonios directos (algo que, por otra parte, ya hacía Errol Morris de manera parcial en las obras citadas). Estrategias que también asumen otras ficciones inspiradas en hechos reales y sustentadas en algún tipo de delito como puedan ser “Dopesick” (Danny Strong, 2021), “Pam & Tommy” (Robert D. Siegel, 2021) o “WeCrashed” (Drew Crevello y Lee Eisenberg, 2022).
Pero vayamos a los ejemplos. En primer lugar, nos encontramos con una búsqueda de enfoques distintos, algo que en “The Staircase” se traduce en la introducción de la propia grabación del documental original, lo que desemboca en una reflexión no solo sobre las dificultades para hallar la verdad partiendo de las limitaciones del sistema judicial estadounidense, sino sobre cómo la construcción de las propias imágenes puede alterar la percepción que tenemos de unos hechos. No es casual que la montadora del documental, interpretada por Juliette Binoche, se eleve como figura crucial en la miniserie de Antonio Campos.
En “Por mandato del cielo” la novedad procede del afán contextualizador de su creador, quien además de reconstruir el caso del doble asesinato de Brenda Lafferty y su bebé, aborda la génesis y expansión de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en un intento por buscar respuestas a un crimen en cuya base se encuentra el fundamentalismo religioso. A partir de la novela original de Jon Krakauer, que ya escudriñaba los orígenes de esta congregación mormona, Dustin Lance Black utiliza como vehículos para su investigación a dos personajes inventados como el sheriff Jeb Pyre y su compañero Bill Taba. Lo que en un true crime al uso se hubiera plasmado a través de una sucesión de entrevistas con fuentes de primera y segunda mano, aquí adopta la forma de tensos interrogatorios cuyo tono sombrío y pausada cadencia recuerdan a los de la entrega inaugural, fechada en 2014, de “True Detective” (Nick Pizzolato).
Si nos fijamos en “The Girl From Plainville”, su cualidad más llamativa se observa en cómo se transforma la relación casi exclusivamente textual entre Michelle Carter y Conrad “Coco” Roy III en un intercambio físico a partir de ensoñaciones adolescentes que juegan con los referentes culturales de los protagonistas (el número musical del capítulo cuarto al ritmo del “I Can’t Fight This Feeling’ de “Glee”) para tratar de entender cómo pudo Michelle inducir a “Coco” a cometer suicidio.
Estas tres propuestas, así como “Encerrado con el diablo”, comparten el gusto por alterar la cronología de los acontecimientos y desplazarse por el tiempo para tratar de alumbrar las posibles causas que desencadenaron tan terribles sucesos. Se conforma así una suerte de loop diabólico que termina por devolvernos una y otra vez al origen del horror para toparnos con que, pese a encontrar una solución a los crímenes, lo más probable es que estemos lejos de amarrar una verdad inasible y que, en todo caso, nunca terminaremos de comprender las motivaciones de los perpetradores, tal y como nos demuestra el Larry Hall de “Encerrado con el diablo”, un presunto homicida imbuido de una ambigüedad idiota, un tipo de ademanes bobos y apariencia frágil cuyas confesiones parecen unas veces inventadas, otras terriblemente reales.