Bienvenidos a la zona oscura. Imagen: Rockdelux
Bienvenidos a la zona oscura. Imagen: Rockdelux

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Del true crime a la política de los actores

El true crime –uno de los géneros más populares en el universo contemporáneo de las series– no deja de evolucionar formalmente, ofreciendo a los espectadores nuevas aproximaciones a la zona oscura de la realidad. Escritores, directores y actores han encontrado en él –tal vez contra todo pronóstico, en un paulatino proceso de transformaciones y rupturas– nuevos marcos de expresión artística que, además, siguen conectando con el gran público.

Podemos fechar el inicio del despegue del true crime en el ámbito de la serialidad en 2004, año en que Canal+ lanzó “The Staircase” (Jean-Xavier de Lestrade, 2004), miniserie que documenta todo el proceso judicial iniciado contra el escritor Michael Peterson, acusado del asesinato de su esposa. Sin embargo, este subgénero basado en la investigación y reconstrucción de crímenes reales ya contaba con ilustres antecedentes cinematográficos como “The Thin Blue Line” (Errol Morris, 1988), que sirvió para exonerar a Randall Adams, condenado por el asesinato de un policía en 1976; “Paradise Lost” (Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, 1997), sobre la tortura y posterior ejecución de tres niños en un pequeño pueblo de Arkansas; la multipremiada “Capturing The Friedmans” (Andrew Jarecki, 2003) o la mismísima “Un culpable ideal” (2001), que le valió al propio Jean-Xavier de Lestrade un Óscar al mejor documental por reflejar el caso de un adolescente afroamericano sospechoso del homicidio de una turista blanca en Jacksonville (Florida).

“The Thin Blue Line”, “Paradise Lost” y “Capturing The Friedmans”: buenos antecedentes.
“The Thin Blue Line”, “Paradise Lost” y “Capturing The Friedmans”: buenos antecedentes.
La mayor duración del formato serial, que facilita una exposición más detallada de las indagaciones y ofrece la posibilidad de ampliar el listado de testimonios, se ha convertido, ya sea en su versión sonora (pódcast) o audiovisual, en el espacio natural del true crime. Si a ello sumamos el advenimiento de las plataformas, siempre ávidas de nuevo contenido tanto para conservar a sus suscriptores como para captar a nuevos abonados, resulta del todo lógico que en los últimos siete años nos hayamos encontrado con fenómenos mediáticos del calibre de “The Jinx (El gafe)” (Andrew Jarecki, 2015), que examina el caso del multimillonario Robert Durst, acusado de asesinar a su esposa, Kathleen McCormack, y a la escritora Susan Berman, testigo de la muerte de la primera; “Making A Murderer” (Moira Demos y Laura Ricciardi, 2015-2018), sobre el rocambolesco devenir de Steven Avery, exonerado de un primer asesinato tras 18 años y acusado de otro años más tarde; “Wild Wild Country” (Chapman y Maclain Way, 2018), en torno a la secta Rajneesh que se instaló en Antilope (Oregón) a principios de los 80; u otros como “The Keepers” (Ryan White, 2017) o “Tiger King” (Rebecca Chaiklin y Eric Goode, 2020). No convendría dejar de lado algunas producciones nacionales aparecidas en el último lustro, desde la impactante “Muerte en León” (Justin Webster, 2016), pasando por los trabajos de Elías León Siminiani para la productora Bambú –“El caso Asunta. Operación Nenúfar” (2017), “El caso Alcàsser” (2019)–, los “Crímenes” de Carles Porta (2020) –con cuyo autor conversamos hace pocos meses– o los documentales centrados en las figuras de Nevenka Fernández –“Nevenka” (Maribel Sánchez-Maroto, 2021)– y Dolores Vázquez: “El caso Wanninkhof-Carabantes” (Tania Balló, 2021) y “Dolores. La verdad sobre el Caso Wanninkhof” (Noemí Redondo, 2021).

“Muerte en León”, “El caso Asunta. Operación Nenúfar” y “El caso Alcàsser”: producto nacional.
“Muerte en León”, “El caso Asunta. Operación Nenúfar” y “El caso Alcàsser”: producto nacional.

No obstante, y especialmente en este año atiborrado de lanzamientos, asistimos a una evolución dentro del subgénero que viene a consolidar una tendencia que ya había explotado con notable inteligencia Ryan Murphy en su saga “American Crime Story” (2016-), y que no consiste en otra cosa que en abordar estos pasajes luctuosos desde la ficción. Si en “Wormwood” (2017), aplicando los mismos patrones que en la seminal “The Thin Blue Line”, Errol Morris incardinaba una trama de ficción entre un río de entrevistas y una ingente cantidad de material de archivo para averiguar qué sucedió con Frank Olson –ingeniero químico que trabajaba para la CIA fallecido en 1953 tras “precipitarse” desde la habitación de un hotel–, en 2022 nos han llegado un ramillete de ficciones basadas en investigaciones, no siempre relacionadas con casos de asesinato, que prescinden de cualquier aparataje documental. Al final, afrontar un true crime desde la fabulación –ya sea la estafa que se nos muestra en “The Dropout. Auge y caída de Elizabeth Holmes” (Elizabeth Meriwether, 2022) o los fatales desmanes de un cirujano mesiánico que vemos en “Dr. Death” (Patrick McManus, 2021)– permite, como ya demostrara en repetidas ocasiones el citado Morris, ampliar sus horizontes expresivos.

Si la serialidad da pábulo a una multiplicación de los puntos de vista para ahondar en los pormenores de un caso desde un mayor número de perspectivas, penetrar en el terreno de la ficción brinda nuevas posibilidades, como dramatizar hechos indocumentados, manipular la cronología de los acontecimientos u ofrecer detallados estudios psicológicos de personajes torturados, aliciente que ha provocado que una larga lista de actores y actrices de reconocido prestigio hayan terminado por acuñar una suerte de star system en el seno del true crime.

“Wormwood”, “The Dropout. Auge y caída de Elizabeth Holmes” y “Dr. Death”: pasajes luctuosos desde la ficción.
“Wormwood”, “The Dropout. Auge y caída de Elizabeth Holmes” y “Dr. Death”: pasajes luctuosos desde la ficción.

Si uno repasa estrenos recientes basados en casos de asesinatos reales como “The Staircase” (Antonio Campos, 2022), “The Girl From Plainville” (Liz Hannah y Patrick Macmanus, 2022), “Encerrado con el diablo” (Denis Lehane, 2022) o “Por mandato del cielo” (Dustin Lance Black, 2022), encontrará ciertos rasgos comunes, consecuencia directa del abandono de los mecanismos inherentes al documental más canónico para abrazar los recursos de la ficción, tratando de iluminar, desde la dramaturgia, aquellos rincones oscuros a los que no llegaban ni el archivo ni los testimonios directos (algo que, por otra parte, ya hacía Errol Morris de manera parcial en las obras citadas). Estrategias que también asumen otras ficciones inspiradas en hechos reales y sustentadas en algún tipo de delito como puedan ser “Dopesick” (Danny Strong, 2021), “Pam & Tommy” (Robert D. Siegel, 2021) o “WeCrashed” (Drew Crevello y Lee Eisenberg, 2022).

Pero vayamos a los ejemplos. En primer lugar, nos encontramos con una búsqueda de enfoques distintos, algo que en “The Staircase” se traduce en la introducción de la propia grabación del documental original, lo que desemboca en una reflexión no solo sobre las dificultades para hallar la verdad partiendo de las limitaciones del sistema judicial estadounidense, sino sobre cómo la construcción de las propias imágenes puede alterar la percepción que tenemos de unos hechos. No es casual que la montadora del documental, interpretada por Juliette Binoche, se eleve como figura crucial en la miniserie de Antonio Campos.

“The Staircase”: Juliette Binoche como montadora.
“The Staircase”: Juliette Binoche como montadora.

En “Por mandato del cielo” la novedad procede del afán contextualizador de su creador, quien además de reconstruir el caso del doble asesinato de Brenda Lafferty y su bebé, aborda la génesis y expansión de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en un intento por buscar respuestas a un crimen en cuya base se encuentra el fundamentalismo religioso. A partir de la novela original de Jon Krakauer, que ya escudriñaba los orígenes de esta congregación mormona, Dustin Lance Black utiliza como vehículos para su investigación a dos personajes inventados como el sheriff Jeb Pyre y su compañero Bill Taba. Lo que en un true crime al uso se hubiera plasmado a través de una sucesión de entrevistas con fuentes de primera y segunda mano, aquí adopta la forma de tensos interrogatorios cuyo tono sombrío y pausada cadencia recuerdan a los de la entrega inaugural, fechada en 2014, de “True Detective” (Nick Pizzolato).

 “Por mandato del cielo” y el fundamentalismo religioso.
“Por mandato del cielo” y el fundamentalismo religioso.

Si nos fijamos en “The Girl From Plainville”, su cualidad más llamativa se observa en cómo se transforma la relación casi exclusivamente textual entre Michelle Carter y Conrad “Coco” Roy III en un intercambio físico a partir de ensoñaciones adolescentes que juegan con los referentes culturales de los protagonistas (el número musical del capítulo cuarto al ritmo del “I Can’t Fight This Feeling’ de “Glee”) para tratar de entender cómo pudo Michelle inducir a “Coco” a cometer suicidio.

 “The Girl From Plainville”: suicidio.
“The Girl From Plainville”: suicidio.

Estas tres propuestas, así como “Encerrado con el diablo”, comparten el gusto por alterar la cronología de los acontecimientos y desplazarse por el tiempo para tratar de alumbrar las posibles causas que desencadenaron tan terribles sucesos. Se conforma así una suerte de loop diabólico que termina por devolvernos una y otra vez al origen del horror para toparnos con que, pese a encontrar una solución a los crímenes, lo más probable es que estemos lejos de amarrar una verdad inasible y que, en todo caso, nunca terminaremos de comprender las motivaciones de los perpetradores, tal y como nos demuestra el Larry Hall de “Encerrado con el diablo”, un presunto homicida imbuido de una ambigüedad idiota, un tipo de ademanes bobos y apariencia frágil cuyas confesiones parecen unas veces inventadas, otras terriblemente reales.

“Encerrado con el diablo”: el horror.
“Encerrado con el diablo”: el horror.
Con todo, quizá lo más atrayente lo encontremos en los prolijos estudios psicológicos de unos personajes atormentados, ya sean los supuestos autores de los asesinatos o los encargados de resolverlos; exploraciones que son posibles gracias a esa longitud inherente a lo serial. Si por algo se caracteriza esta nueva hornada de lo que ya podríamos denominar true crime fiction, es por brindarnos una retahíla de grandes interpretaciones que van del matrimonio Peterson encarnado por Colin Firth y Toni Collette en “The Staircase” al titánico duelo entre Taron Edgerton y Paul Michael Hauser en “Encerrado con el diablo”, pasando por la sobrecogedora actuación de Elle Fanning en “The Girl From Plainville” o por el atribulado sheriff que incorpora Andrew Garfield a “Por mandato del cielo”. Parece que los actores hubieran adoptado como política de éxito meterse en la psique de personas oscuras y controvertidas, conscientes de que ese descenso a los infiernos les puede garantizar un lugar de privilegio en futuras carrera de premios y quién sabe si también en el maratón hacia la posteridad. Si uno repasa las recientes nominaciones a los Emmy, quizá no le quede otra que concluir que han acertado de pleno. ∎

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