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Carles Porta (Vila-sana, 1963) lleva media vida peinando los páramos más oscuros de la sociedad catalana. Desde que se iniciara en la crónica de sucesos en el diario ‘Segre’ hasta su eclosión como creador de “Crims” –primero como programa en la sintonía de Catalunya Ràdio, en antena desde 2018; después como espacio catódico en la parrilla de TV3, donde empezó a emitirse en 2020–, el periodista leridano se ha empeñado en escudriñar el rastro criminal de sus inmediaciones, aunque también lo ha hecho lejos de su tierra como corresponsal de guerra. El crimen de Tor, el secuestro de la farmacéutica de Olot, el atroz asesinato de Ca n’Amat, el caso Permanyer o el más reciente de la Guardia Urbana son algunos de los asuntos que han copado páginas y minutaje en sus inspecciones al otro lado de la cinta policial.
Parte del éxito cosechado radica en la consecución de un formato que funciona como marca identificable del true crime de proximidad. El mismo que no ha encontrado trabas, a juzgar por sus datos de audiencia, en su traslado a distintos soportes por los que circula en la actualidad: radio, televisión, pódcast o libros.
Indistintamente del medio seleccionado, la fórmula que le ha granjeado afiliación es similar. Ahora busca impartirla en su asalto a la jurisdicción española. Justo estos días presenta “Crímenes. Diez casos reales” (Reservoir Books, 2022), libro en el que vuelve a seguir crímenes ya explorados con su firma, junto a otros menos conocidos, y que le permite dar esos primeros pasos fuera del coto catalán. Incluso sale de las fronteras españolas para destapar un espeluznante caso en Fargo, Dakota del Norte. Una referencia literaria seca y desprovista de adjetivos, de ritmo adhesivo, que nos permite reunirnos con su autor en la planta superior de las oficinas de Penguin Random House en Barcelona. Pese al cansancio acumulado en la jornada de promoción –lleva en ello desde primeras horas de la mañana, la nuestra es la penúltima cita de la tarde–, se muestra ilusionado con su primera entrevista para Rockdelux y dispuesto a arrojar luz sobre su trabajo.
En el prólogo de tu nuevo libro das ciertas pistas sobre la fórmula que te ha permitido establecer “Crims” como marca del true crime respetada y seguida por audiencias amplias. Mencionas la regla de las “tres erres”: respeto, rigor y ritmo narrativo. ¿Radica ahí la clave de tu éxito?
Creo que no hay una sola clave. Como en una buena composición musical, siempre hay muchos elementos que intervienen. Sí que creo que las “tres erres” que mencionas son muy importantes para llegar a las emociones. Estamos trascendiendo, llegando a un público tan transversal porque tocamos las emociones del lector, del oyente y del espectador. Y esto es muy difícil. Nosotros lo buscamos con toda la intención y no siempre lo conseguimos. Pero en general creo que hemos logrado crear secuencias que mueven emociones: desde la rabia hasta la tensión, del miedo a la alegría; como cuando detienen al malo, por ejemplo. Si tuviera la fórmula exacta, la patentaría.
Sí, pero hay cierta fórmula identificable en tus productos. Por ejemplo, y centrándome en una de las “erres” que mencionas, la del ritmo narrativo. Resulta palpable tu pericia para dosificar la información al lector, al espectador u oyente de una forma inteligente: juegas con los tempos, las expectativas y ofreces recompensas que impulsan la narración. ¿Podrías dar detalles sobre cómo trabajas la estructura narrativa, así como de las particularidades de esta según el soporte al que va dirigido?
Ahora te daría un beso (risas). Porque nadie me pregunta esto y es fundamental. Aquí hay muchos elementos. Para empezar, hay un trabajo de prueba y error de muchos años. Hay cosas que no funcionan y cosas que sí. Luego hay una cuestión de instinto. Habilidades que se tienen o no se tienen. Y el instinto narrativo es parte de esto. Uno puede tener técnica narrativa, y es importante, muy importante, pero si no tienes instinto narrativo, por mucha técnica que tengas, no vas a ninguna parte. Eso es algo que no se enseña en las universidades, se aprende a base de prueba y error. Luego está el ritmo, algo que ocurre también en la música. Depende de dónde pongas esa nota, depende de dónde pongas esa frase, el párrafo adquiere una dimensión u otra. Depende de dónde coloques la secuencia, el relato crece o decrece.
Una vez hemos conseguido toda la información y hemos construido el esqueleto principal de la historia, hay que identificar quién puede protagonizarla. Piensa que hablamos de elementos reales y, en nuestro caso, los supuestos protagonistas o están muertos o están en la cárcel. Alguien tiene que llevar el peso de la narración, y la idea es convertir a esa persona en un personaje. Y ahí entran en juego muchos factores: cómo hable, lo que te diga, con qué intención, con qué entusiasmo o entonación, si da bien ante cámara, etc. Todos estos elementos nos ayudan a decidir esa persona sobre la que pivota la narración de determinado capítulo.
Recordemos que estamos hablando de realidad, que no la escoges. Lo que sí que procuramos hacer es moldearla, construirla narrativamente, que no informativamente. Todo esto que dicho así parece muy fácil, es muy complicado. A veces lo montas y ves que no funciona, y tienes que volver a montarlo. Yo, de hecho, siempre digo que en un relato es más importante la reescritura que la escritura. Porque en la escritura pones negro sobre blanco una historia, pero eso puede quedar plano. Para que eso cobre vida, para que tenga modulaciones y los cambios de tempo adecuados, tienes claramente que probar y equivocarte.
Las diez historias narradas en “Crímenes” abarcan distintas coordenadas, años y tipología de crimen. ¿Qué te lleva a interesarte por un caso u otro? ¿Hay algún filtro o línea roja que te facilite el descarte o la inclusión?
La línea roja para descartar una historia es que hayamos contactado con la familia de la víctima y les duela demasiado. Si detectamos eso, no hacemos la historia. Hay veces que algún miembro de la familia de una víctima nos dice que no lo hagamos, pero sus argumentos son más de querer figurar y de ego. Se detecta enseguida si tu papel duele y hace daño; en ese caso no se hace. Con respecto a escoger los casos, hemos elegido historias que tienen una gran potencia narrativa, con muchos giros, con personajes muy marcados y muy potentes que nos permiten disfrutar de la narración; intentar construir un relato que atrape al lector de principio a fin y, en definitiva, que se lo pase bien leyendo.
Te has encontrado entonces con casos en que los familiares de las víctimas se han negado de manera expresa a revivir esos fantasmas...
Nosotros siempre intentamos hablar previamente con los familiares. Legalmente no tenemos que hacerlo. Y otra cosa es que podamos acceder a ellos, pero creemos que es importante tener la complicidad de las personas afectadas. En ese intento de llegar a ellos les ofrecemos la posibilidad de participar en el relato, y siempre detectas a quien le resulta muy doloroso ese trance. Por el contrario, también hay muchos familiares que agradecen que te fijes en ese relato para darles voz, porque no se les ha dado. Normalmente el periodismo de sucesos va muy rápido. Y normalmente se centra en la investigación policial o en el dolor puntual para encontrar al asesino y, con el tiempo, nos olvidamos de las víctimas, pero el dolor de las víctimas permanece. Para mí es sumamente importante que alguien que haya vivido de cerca esos sucesos y lea mi relato no se sienta ofendido, que sienta que hay rigor y respeto.
En algunos casos ha servido para despertar la conciencia pública y reactivar un caso sin esclarecer, como ocurrió con Helena Jubany.
Nuestro objetivo principal no es resolver casos ni encontrar asesinos. Después ocurren cosas como lo de Helena Jubany que, intentando explicar una buena historia, conseguimos que se mueva la opinión pública, que aparezcan nuevos testigos y que se termine por reabrir el caso. Y que ahora haya incluso una persona imputada porque, según un informe pericial, los anónimos los escribió él. Veremos cómo evoluciona el asunto. Te sientes útil en una situación así. Pero nos llegan peticiones de familiares con desaparecidos o gente con familiares asesinados cuyo caso está sin resolver y nos piden que investiguemos, pero lamentablemente no es nuestro trabajo, no tenemos tiempo ni dinero para dedicarnos a eso. Ese es el trabajo de policía, fiscales y jueces, no de los periodistas.
La burbuja del true crime podría estar cerca de explotar con la saturación de este tipo de productos en las plataformas. ¿Te preocupa o crees que el interés de la audiencia sobre este subgénero no va a decaer?
Será la calidad la que ponga un cierto control sobre el exceso que parece que hay ahora. Porque hay muchos productos que se venden como true crime que no lo son, sino que son reportajes alargados con imágenes bonitas. Para mí el true crime de verdad tiene que tener una gran historia que lo sostenga. Por ejemplo, nosotros para cada capítulo tardamos una media de año y medio y tenemos un montón de gente trabajando. Espero que este tipo de productos los regule el propio mercado, la verdad. Espero que todos estos directivos que compran sin ton ni son se den cuenta de que no todos son true crime.
Creo que ahí está la principal diferencia de vuestro producto con respecto a algunas producciones que campan por ahí: conjugáis el fondo con una forma muy sugerente. Y ahí es donde entra la productora Goroka, que se distingue precisamente por darle un barniz cinematográfico a sus trabajos. Lo vimos también con el documental “Balandrau, infern glaçat” (Guille Cascante, 2021). Esa ha sido una de las señas de distinción de “Crims”. ¿Tuvisteis alguna referencia para vuestra serie documental? ¿Errol Morris estuvo en la paleta?
Yo me he chupado todo el true crime habido y por haber. Pero sí, eso es lo que buscamos, ese equilibrio entre contenido y forma. Si el contenido no es bueno, la forma no podrá inventarse una buena historia. Nosotros contamos con la colaboración de Goroka, Guille Cascante y Santi Baró, que es el realizador, con una labor excepcional de acabado visual, con lo que te ayuda a construir los ambientes y las emociones. Y sobre lo que mencionas sobre un referente, el nuestro ha sido la serie “Mindhunter” (Joe Penhall, 2017-2019). Hemos bebido de la ficción. Partimos del periodismo para intentar llegar a la literatura. Y partimos del documental para intentar llegar al cine. A mí me gusta la perspectiva cinematográfica, pero con un control muy medido. Fíjate que nuestros planos no son muy abiertos, hay una medición muy ajustada de lo que enseñamos y no enseñamos. Porque si abro demasiado el plano no te lo creerás; ni tenemos dinero ni capacidad para hacerlo. Y sí, claro, también algunos true crime nos han influenciado. “The Jinx (El gafe)” (Andrew Jarecki, 2015), por ejemplo, tenía unas reconstrucciones muy interesantes. “I Am A Killer” (Itamar Klasmer, 2018-2020) también tenía planos-detalle muy sugerentes. Hemos bebido de muchas cosas, pero especialmente de la ficción y de la serie “Mindhunter”. Ten en cuenta que son proyectos visualmente un poco radicales, que se alejan de la realidad porque ya tenemos realidad, tenemos las imágenes reales. Me parecería ridículo intentar imitarlas.
A nivel literario te han llegado a comparar con Patrick Radden Keefe, al menos en la faja de tu última publicación.
Bueno, ya sabes que estas portadas son siempre un poco exageradas. Pero hay dos autores ahí en que me fijo mucho. Uno es Ferdinand von Schirach, por su austeridad narrativa. Yo les exijo a mis guionistas que lean a este autor porque cuenta crímenes tremendos con una serenidad narrativa impresionante, sin adjetivos; es hielo narrativo, pero eso tiene una fuerza impresionante. Y de Radden Keefe lo que me encanta es su narración por secuencias. Cómo parte del periodismo para secuenciar cada elemento que cuenta, y eso, a nivel narrativo, es muy agradecido para cualquier lector.
¿Qué nos puedes adelantar de las nuevas entregas de “Crims”?
La tercera temporada de “Crims” será una temporada partida; una primera tanda de ocho capítulos a partir del 2 de mayo y luego seis capítulos más en octubre. Aparte estamos preparando una serie documental sobre el crimen de Tor para TV3 de cara al año que viene, a la que se podría sumar algún otro socio. ∎
Carles Porta lleva ya un tiempo peinando las malezas más sangrientas de la circunscripción catalana. Ha buceado en el censo criminal de su región para reconvertir sus relatos más macabros en píldoras transmedia de consumo vicioso. Su control, manejo y pericia sobre tempos y estructura narrativa vuelven a quedar expuestos en esta nueva referencia bibliográfica: “Crímenes. Diez casos reales”. Un trabajo en el que recopila una decena de casos reales de asesinato –algunos ya conocidos entre los seguidores de “Crims”, la docuserie que conduce y dirige para Catalunya Ràdio y TV3, sin que ello repercuta severamente en la lectura– que se distribuyen a lo largo de distintos puntos geográficos.
El estremecedor caso de Ca n'Amat, el crimen del juego de rol en Madrid que conmocionó al país y a la comunidad internacional, la búsqueda desesperada de una familia de Manresa para dar con la pista de dos hermanos desaparecidos del interior de un hospital, el desgarrador asesinato de Amaia Azkue, un crimen sexual en Lloret de Mar y la retorcida desaparición de una joven embarazada en la cinematográfica Fargo son algunas de las historias con las que te abduce este libro de ritmo vertiginoso.
Pese a la distancia temporal y geográfica que las separa, todas comparten el estilo ascético del autor, que aquí desempeña un perfil más notarial que literario. Porta deshabilita la herramienta de los adjetivos para centrarse en la modulación rítmica de la historia con tal de atrapar al espectador/lector. Una forma de narrar concisa, seca y sagaz que se traduce –salvando excepciones como la anécdota tramposa de “La mujer sin rostro”– en una lectura voraz de la que resulta complicado tomar descanso. Puede que el recuerdo de “Crímenes. Diez casos reales” se diluya pronto, pero el autor de Vila-Sana presenta en el ámbito estatal su condición de maestro del true crime. ∎