Tras el artista contra el mundo que protagonizaba “Solo los amantes sobreviven” (2013),
Jim Jarmusch concibe en
“Paterson” (2016) justo al tipo contrario. Como Adam/Tom Hiddleston en aquel filme, Paterson/Adam Driver es un artista que se mueve fuera de los circuitos comerciales. Pero mientras el primero encarnaba a la aristocracia elitista, el segundo, conductor de autobuses, representa al poeta amateur que no rehúye su entorno, sino que se sumerge e inspira en él. Bajo la advocación espiritual de William Carlos Williams y a través de los versos reales de Ron Padgett, Jarmusch arma una estructura narrativa de matriz poética que evidencia la naturaleza armoniosa de la rutina.
En su obra más luminosa, el de Akron apela al humor naíf y al humanismo popular propio del cine de Aki Kaurismäki. Y, como el finlandés, proyecta un universo de realismo utópico donde la poesía configura la forma cotidiana de relacionarse con el mundo. “Paterson” funciona así como manifiesto artístico de uno de los directores más relevantes del cine contemporáneo, con la multiculturalidad como eje prioritario recurrente. La película rima en algún momento con todos y cada uno de sus títulos anteriores y, al mismo tiempo, ofrece una visión renovada de su propia práctica cinematográfica. Eso sí, de la misma manera que “Paterson” compensa la autoindulgencia de la anterior “Solo los amantes sobreviven”, Jarmusch debería convertir su próximo proyecto en una reivindicación del ama de casa como figura última de la contracultura. ∎