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Nos habíamos citado en la coctelería del Hotel María Cristina de San Sebastián y Loquillo llega puntual, incluso unos minutos antes de la hora acordada. Su figura y lo que representa impone. Pero pronto percibo que está a gusto, relajado. Nos acompaña Felipe Cabrerizo, colaborador de esta casa y autor de “Loquillo. La biografía oficial” (B Maxi-Penguin Random House, 2022), libro que coincide en los escaparates con “Diario de una tregua” (DRO-Warner, 2022), el nuevo disco del músico barcelonés, tan sólido y solvente como los que últimamente viene facturando.
A lo largo de la charla van a sobrevolar una serie de temas que al final la terminarán marcando: el error que supone caer en la repetición, lo saludable que es –hablando en términos artísticos– renunciar a lo conseguido, el éxito y volver a empezar de cero para alcanzarlo de nuevo o el peso del paso del tiempo. Según Cabrerizo, “el tema que estructura el libro es el propio paso del tiempo y el saber adaptar la vida a la edad que te corresponde. De hecho, a ello se refiere la cita de Yves Montand que he utilizado simbólicamente para abrirlo”.
Loquillo está convencido de que cada paso que ha dado a lo largo de su amplia trayectoria artística es importante: “Me preocupa cada disco que hago, no creo que el peso de lo que he hecho en mi carrera sea un sostén suficiente. Sigo creyendo en los discos conceptuales –excepto cuando hago álbumes de recortes como ‘Viento del Este’, cogiendo piezas de aquí y de allá– que forman parte de un momento de tu vida. Pero cuando termino un disco enseguida paso página y ya estoy pensando en lo siguiente. Acabo de grabar otro con ‘Europa (1983-1990)’, un poema medievalista de Julio Martínez Mesanza, Premio Nacional de Poesía, que saldrá cuando toque”. Y Cabrerizo no tarda en apuntar al respecto del mismo que “posiblemente sea el mejor de los que has hecho de poesía contemporánea y, desde luego, el más arriesgado”.
Son varias las cuestiones que rodean a la figura de nuestro protagonista que me suscitan mucha curiosidad. Una de ellas es su método de trabajo: si existe y si incluso pudiera llegar a ser empleado por otros. Felipe Cabrerizo señala que “es un logro reciente”, antes de que Loquillo explique cuál es y cómo funciona ese novedoso procedimiento creativo: “Sí, ahora lo he entendido, he creado un método de trabajo. En ‘Balmoral’ inicio una forma de trabajar diferente. Es cierto que arranco bajo la batuta de Jaime Stinus, pero acaba saltando porque se va olvidando de lo orgánico por tratar de quitar visceralidad a un artista como yo, que soy visceral. He creado un método de trabajo por intuición. Empieza a ser serio en ‘El último clásico’ y en este disco lo desarrollo del todo, con toda la parafernalia, que incluye grabar a horas muy determinadas dependiendo de cómo es la canción, donde todo está guionizado, las canciones se graban a lo Cassavetes, en el mismo orden en que van a aparecer en el disco. Puede sonar a película o a ritual, pero se ha convertido en un método. En ‘Diario de una tregua’ lo he exagerado, buscando los momentos personales idóneos. Stanislavski por un tubo, sí, ¿qué quieres que te diga? Ahora sé cómo grabar, y creo que esa forma de trabajar puede ser empleada por otros que decidan seguirla”.
Está claro que desde hace tiempo tiene control total sobre su carrera, rodeado en el proceso de toma de decisiones por un pequeño grupo de personas –que forman parte de su “mesa pequeña”– a las que José María Sanz pone nombre y apellidos: “José Lapuente, mánager, y Álvaro Querol, abogado. Ellos creyeron en mí cuando estaba en mi peor momento. Y tengo como ‘consigliere’ a Gay Mercader. Pero escucho mucho y valoro todo lo que se me dice. Igor Paskual, Gabriel Sopeña… Nunca tomo las decisiones en caliente, aunque a veces lo parezca. Y soy muy cuidadoso para que nadie tome una decisión no consensuada con los demás”. Cabrerizo añade vínculos estrictamente familiares, señalando “el elemento personal de Susana, su mujer, y Cayo, su hijo”.
Y Loquillo no tarda en explicar cómo este último también está implicado en su día a día: “Cayo me lleva la comunicación. Estudiaba Ciencias Políticas y quiso ir a Barcelona para recordar el idioma catalán. Se encuentra allí con una universidad tomada por los CDR (se refiere a los Comités de Defensa de la República) y con que los niños bien de Barcelona le prohíben la entrada. Si llegan a ser de clase obrera no habrían cerrado la universidad, eso lo sabemos todos. Después de varias semanas intentando ir a clase me llamó desengañado: ‘Si esto es la política, paso’. Empezó a trabajar conmigo, ha hecho un máster en Comunicación y va a seguir preparándose. Al fin y al cabo, esto es un negocio familiar (lo dice entre risas). Me conoce muy bien, pero tiene también a su madre, que aporta un equilibrio. Ha crecido en una posición privilegiada, con dos personas de carácter muy duro, pero por otro lado con una mentalidad creativa espectacular. Me aporta muchas cosas. Yo le hago caso. No quiero hacerme el ‘amigo de mi hijo’, no, soy su padre, pero lo escucho y sigo sus consejos porque está en la calle y es otra generación; no puedes cerrarte”.
Hace unos días, su cuenta oficial de Twitter lanzó un mensaje con una frase de Gay Mercader: “Los amigos son un activo”. La duda es cómo medir el momento en que buscar la rentabilidad a un activo, algo quizá delicado al mezclarse con un concepto que implica tanta lealtad y ausencia de interés personal como es el de la amistad: “Creo que yo lo hago muy bien. Aprendí mucho de Gay, me dijo que era su mejor alumno; es lo máximo que me han dicho en mi vida. ¿Qué hago yo? Necesitó su tiempo para darse cuenta, pero las canciones de Sabino solo las puedo cantar yo. Si a Igor Paskual no le digo que se una a los ‘Troglos’ si no quiere terminar tocando en bares… Cuando a Gabriel Sopeña le abro la puerta para recuperar su proyecto de poesía contemporánea con un nuevo lenguaje musical –que empecé a hacer con los ‘Troglos’ y la versión de ‘La mala reputación’ de Brassens– y le animo a tirarlo adelante… Todo eso es gestionar el talento de otras personas. Intento que cada uno ocupe su lugar dentro de un todo. En la edad adulta he podido hacerlo, hay un momento en que Loquillo ya no es un artista, es una especie de amalgama de talentos que funcionan a favor de una obra, de un artista que permite hacer esa especie de juego. No tiene nada que ver el Loquillo de ahora con el de ‘Balmoral’, ahora tengo el equipo que necesito y, salvo momentos puntuales, simplemente tengo que ir al estudio a hacerme el listo, como digo yo, y a cantar”.
Toca hablar del libro, que es el fruto de un proceso largo y por momentos lleno de dificultades. Felipe Cabrerizo nos da detalles a este respecto, explicando cómo abordó el trabajo y cómo ha ido cambiando su percepción sobre el músico durante dicho proceso: “Lo más complicado fue el punto de partida. Y es que sobre el Loco es inevitable tener prejuicios, es alguien que siempre ha estado ahí, tengo recuerdos suyos desde mi infancia. Yo sí tenía un punto de simpatía musical, pero esto no se traducía necesariamente en una simpatía personal. Esta falta de autocensura de la que siempre ha hecho gala te lleva a momentos de empatía, pero también a otros mucho más incómodos. Yo podía tener alguna intuición, pero solo conocía el estereotipo. Y era complicado acercarse a él porque maneja un personaje tan fuerte, tan codificado, que corría el riesgo de que me arrollara. Me resultó difícil comprender cuál era la posición en la que debía colocarme en esta narración. Fue un proceso largo que me llevó todo un año y en el que el Loco estuvo muchas veces distante, en ocasiones incluso poniendo trabas. El primer reto era entenderlo a él no como personaje, sino como persona. De ahí que las primeras entrevistas que hice fueron con gente muy cercana, no músicos ni productores sino personas de su círculo más íntimo, amigos y familiares, intentando entender de ellos cuáles eran sus motivaciones en esta carrera frenética en la que está embarcado, qué es lo que le daba gasolina para tirar hacia delante. Y, lentamente, aquella idea inicial estereotipada fue cambiando. Vas quitando capas hasta eliminar este aspecto excesivo del Loco que termina invariablemente lastrando la percepción superficial que puedas tener de él, y llegas a una visión más cercana, más respetuosa”.
Decía no hace mucho el Loco que Loquillo es un personaje literario y que José María Sanz disfruta mucho de sus aventuras y precuelas. Lo que no dijo es que Sanz ya está escribiendo sus secuelas. Le planteo si contempla como posibilidad, llegado el momento, hacer un movimiento en la línea de los que realizaron artistas como Johnny Cash, Kris Kristofferson o Neil Diamond. Adoptar un perfil más básico y esencial, casi crepuscular. “Nadie se va a morir como Bowie, eso fue un guion”, analiza, antes de dar más detalles sobre posibles estrategias de futuro: “Me quedan unos años haciendo rock con una banda potente detrás, pero se me va a acabar. Voy al teatro y aprendo, ese personaje de auditorio o teatro se irá consolidando y avanzando conforme avance mi edad. Pero tengo muy claro que si de adolescente era la tradición americana la que pesaba, de adulto la tradición francófona o europea será la que se lo lleve. Mi personaje va a evolucionar hacia ahí”.
Felipe sugiere posibles modelos: “En lontananza tienes a Aznavour, una figura de referencia para ti”. Y Loquillo no tarda en ampliar la afrancesada nómina de referentes: “Sí, Aznavour, Bécaud, Barbara, que me gusta mucho. Yves Montand, Jacques Brel, esos personajes clásicos. Que Felipe fuera un conocedor de toda esa tradición europea, los libros que ya había escrito sobre Gainsbourg, sobre Johnny Hallyday, tuvo mucho que ver en mi elección”. La respuesta del periodista – “¡Aun así me tuviste un año a prueba!”– es asumida por Loquillo con naturalidad, una pizca de humor y un reconocimiento sincero: “Sí, Felipe pasó pruebas. Soy muy celoso de mi intimidad, es fácil hacerme daño. Soy muy intenso y me fío de la gente. Con el tiempo he aprendido que muchos se cavan su propia tumba y yo solo tengo que llegar para echar la primera palada. Pero el error es siempre mío, por haber juzgado mal. Fue investigado, seguido… (vuelven las risas). Tienes que mantener esa protección, cuando trabajas con los sentimientos pueden dañarte y, si investigas en ellos, más. Me revientan todas esas biografías que son una balsa de aceite. Había cosas que no se podían contar, temas políticos o conversaciones privadas. Tampoco cosas que dañaran a terceras personas. Pero sobre mí puede contar lo que quiera, todo es leyenda”.
Visto lo visto, si al Loquillo rockero de los inicios se unió años después un Loquillo más pausado, de auditorio, armado con poesía contemporánea, es probable que se termine añadiendo un tercer personaje. Pero ahí surge, si no el miedo, sí la precaución ante el artista que se termina autodestruyendo. “Hay dos parámetros”, advierte el cantante: “Uno es Elvis, él marca el principio y el final del rock’n’roll. Todo el mundo debe fijarse en cómo empieza y cómo acaba. Otro es Martin Eden, que es el principio y el final de un creador. Autodidacta, lo lee todo, consigue hacer un personaje, una obra literaria y después ese personaje que ha creado lo devora”.
Su biógrafo oficial le pregunta si es una preocupación real que tiene, si cree que le puede pasar, porque piensa que “con el peso de los años te estás liberando cada vez más de ese personaje que ha estado a punto de comerte varias veces y que cada vez consideras menos necesario, por momentos parece incluso que cada vez te sientes más incómodo con él”. Loquillo, una vez más, parece tenerlo muy claro: “Es una especie de señal, de crucifijo, el vade retro, el alto en el camino. Un aviso: que no te devore el personaje. Lo tengo como recordatorio. Después del éxito tiene que llegar la lucidez, pero eso es muy difícil”.
Felipe, además, presume de saber que “en el fondo, a lo que aspira el Loco de mayor es a ser José Sacristán. Cuando tienes este tipo de referentes creo que te abre opciones en tu vida y tu carrera”. Y el Loco, claro, se dispara: “Sacristán, Concha Velasco, Juan Diego, Arturo Fernández son excepcionales. El caso de Arturo, al que tienen defenestrado, es el primer tío que hizo Tennessee Williams en España, que se ganaba la vida en Toulouse en peleas callejeras. Su padre era de la CNT. Un actor extraordinario. El compromiso de Sacristán y de Juan Diego. De Sancho Gracia, estibador como mi padre. Son referentes esenciales para mí. ¿Por qué no se habla de esta gente, del reconocimiento que merecen?”. Para Cabrerizo, todo esto “forma parte de la propia falta de autoestima del país. Decía Fernando Fernán Gómez que el estereotipo que se repite es que España es el país de la envidia, pero que en realidad España no es un país de envidia, sino de desprecio a cualquier mérito ajeno. Y yo creo que a esto se añade un desconocimiento absoluto de una tradición cultural que aquí se ha rechazado. La llegada de la ‘modernidad’ de manera tan atropellada en los 80 supuso un cisma cultural. La institucionalización de la movida creó unos referentes ajenos que conllevaron la muerte de una cultura popular proletaria que mantenía una serie de vínculos con elementos de nuestro entorno, de culturas y músicas que eran nuestras o que por cercanía vivíamos como nuestras, como todo lo que llegaba de Francia o de Italia”.
La pospandemia le pilla al Loco en un momento vital particular. Por muy bien que te encuentres físicamente, la sesentena marca un punto de inflexión: “Tenemos que estar a pico y pala. Otra vez a picar piedra, cuando lo normal es empezar a pensar en retirarte a disfrutar de la vida (suena serio pero lo dice entre risas). Hay gente de mi edad que se jubila, se va a Benidorm con el Imserso. Si te lo tomas con sentido del humor, pues vas y te sacas la tarjeta para mayores de 60 años de la Renfe, de Paradores, y pagas menos ¡Que soy catalán!”.
Para Felipe, “coincide con un momento crucial en la vida del Loco en el que la propia edad no te permite ciertas cosas y te fuerza a preparar el tramo final. Su reto va a ser cómo avanzar en esa dirección. ‘Diario de una tregua’ es un primer paso hacia ello, y él ya lo ha incorporado a su narrativa, pero en realidad él es más una persona impulsiva que se lanza a hacer algo y luego, a posteriori, es cuando le busca un encaje lógico”. Loquillo recurre al zodíaco para justificar esa manera de operar –“Sagitario, ya sabes, primero tirar la flecha y luego ver por qué la he tirado”– antes de que Cabrerizo profundice en un análisis que vuelve a trazar relaciones con otros artistas y disciplinas, de aquí y de allá: “Lo que creo que ha hecho bien cara a este reto futuro es ubicar las referencias que busca tanto a corto como a medio plazo. Artistas como Paolo Conte… (“Gassman, Arturo Fernández. Figuras, digamos, grecorromanas”, añade Loquillo) Sin duda, aparecerá un personaje amalgama de los dos que ha creado con el paso del tiempo, el de los estadios y el de los teatros, que se nutrirá, como siempre, de ese proceder ‘frankensteiniano’ que ha manejado desde el principio de su carrera, vampirizando muchos elementos para construir su personaje. Pero por cuestiones de edad y recorrido profesional sí que creo que ahora avanzará hacia un personaje nuevo, mucho más desnudo y ya sin necesidad de artificios, en el que va a tener un peso fundamental su habilidad para apoyarse en su círculo de confianza, la gente más cercana con la que colabora y que lo orienta en los pasos que tiene que dar. Seguir la vía abierta por ‘El último clásico’ hubiera sido posiblemente un error, era la vía directa y la más explosiva, pero también una vía muerta por complaciente y repetitiva”.
A propósito de todo ello, Loquillo afirma que ya tenía planes al respecto, pero que la realidad ha impuesto los suyos: “Había una segunda parte. Había hablado con Stinus, también con Nacho Canut para hacer una canción suya, y con Christina Rosenvinge, a la que le hacía mucha ilusión que cantara una canción de ella… Esto iba hacia delante, pero pasó lo que pasó y la pandemia arrasó con todo. Ahora estamos aquí, con otras cosas”.
La última pregunta que formulamos puede parecer banal, pero la respuesta de nuestro interlocutor no lo es en absoluto. ¿Alguien llama “José María” a Loquillo? “Nadie. Solo mi madre, que me llamó ‘rey’ hasta que tuve 20 años. Una herencia del mercado del Clot, ‘rey’ para aquí, ‘reina’ para allá… Me criaron mi madre y mi tía, mi padre bastante tenía con trabajar de estibador. La parte positiva es la de mi padre, la parte aragonesa, que es la que afortunadamente siempre acaba ganando. La parte oscura es la de mi madre, que vivió la Guerra Civil siendo adolescente, vio la entrada de las tropas franquistas y sufrió lo que no tenía que sufrir. Eso creó una oscuridad que a veces me asalta. En mi casa se hablaba al oído porque las paredes escuchaban. Mi padre fue feliz cuando volvió al barrio después del exilio, del campo de concentración. Mi infancia positiva es la de mi padre”. ∎
Al autor lo conocíamos. Sus modélicos trabajos previos sobre –entre otros– Serge Gainsbourg –“Gainsbourg. Elefantes Rosas” (2016)– y Johnny Hallyday –“Johnny Hallyday. A toda tralla” (2018)– eliminaban el dilema acerca de su desempeño. Y no digamos nada del biografiado. ¿Hay alguien que no sepa quién es el Loco? Es más: ¿existe alguien que no tenga una opinión radical sobre él? Quizá por ello el reto –al menos el mínimo imprescindible del mismo– consistía en evitar lo sobado y toda esa morralla que apenas aporta un par de minutos de chanza. Detrás, el descubrir a la persona que cincelaba un personaje que a la vez crecía como reacción ante cualquier adversidad. Si le faltaba talento, lo suplía con habilidad para detectarlo e incorporarlo a su equipo. Si sus referencias vitales se iban agotando, le salvaba la curiosidad y las ganas de seguir aprendiendo de otros.
José María Sanz, ese al que casi nadie conoce, es el arquitecto de todo esto, el responsable de un personaje con el que ha suplido todas sus carencias a base de reforzar los flancos que en cada momento ha hecho falta completar. El arte para saber hacerlo junto a la perseverancia explican lo que después de más de 40 años de carrera tenemos delante: un artista en mayúsculas que –poca broma con esto– todavía no ha dicho, ni mucho menos, su última palabra. En el camino, una obra principalmente –pero no solo– discográfica que te puede gustar más o menos, incluso puede no gustarte nada, pero a la que difícilmente se puede discutir su sentido y solvencia.
Felipe Cabrerizo está magistral en la detección y explicación de todo este proceso de crecimiento. Dice en la entrevista adjunta que el tema que estructura el libro es el paso del tiempo y cómo adaptar la vida a la edad que te corresponde. Y dice bien, porque esa es precisamente la sensación que logra transmitir. A toda tralla, como tituló su biografía de Johnny Hallyday, te sumerge en una experiencia lectora adictiva y embriagadora que me temo será aún mayor, paradójicamente, cuanto más lejos te encuentres del personaje. Ese es el mérito de este libro: convencerte –sin necesidad de ditirambos ni de caer en el panegírico– de que Loquillo no es ese que tú crees, sino otro. ∎