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Viajo en coche hasta Sevilla para entrevistar a Sara Mesa (Madrid, 1976), a quien conozco desde hace muchos años. Memorizo la dirección en el GPS, pero incluso así me pierdo y me veo obligado a llamarla para que me indique cómo llegar. Después de varias vueltas, localizo su calle, a las afueras de la ciudad, y la veo esperándome en la puerta de su casa, sonriente. Al entrar en su casa, su gato y su perra me dan la bienvenida. Lo primero que llama la atención es el orden. Mis ojos se fijan en el cuadro de “Freaks” (1932) de Todd Browning que decora una pared del salón. Antes de salir al patio trasero, lleno de plantas –asemejándose a una especie de oasis–, nos entretenemos en su biblioteca. Hablamos de libros, discos y películas saltando de una cosa a otra, como un juego que hubiéramos inventado, como si estuviéramos en el recreo del colegio. Me pregunta si quiero algo. “Tráete dos cervezas”, le digo. Seguimos hablando de nuestras últimas lecturas, de las series que hemos visto, de amigos comunes… En un momento dado, le digo que tengo que grabar y hace un mohín de pena. La perra se pone a su lado. De fondo se escucha “I Want To See The Bright Lights Tonight” de Richard y Linda Thompson.
La razón de la visita es, justamente, profundizar en el lado musical de su escritura. O quizá hablar de sus libros a través de la música. O todo a la vez. Desde sus primeros libros, como “Cuatro por cuatro” (Anagrama, 2012) o la colección de relatos “Mala letra” (Anagrama, 2016), hasta su última novela, “Un amor” (Anagrama, 2020), la escritura de Sara Mesa ha actuado como un dardo contra la rigidez académica. En ella aflora la esencia de la música popular; una especie de exploración, de rascar las emociones y los sentimientos y hacerlo con la brevedad de cualquier canción. Porque, además de las referencias musicales directas que plasma en libros como “Cicatriz” (Anagrama, 2015), donde se cita a Prince o las “Gymnopédies” de Satie, sus personajes parecen vivir a veces en una improvisación jazzística, otras en una balada country o, incluso, en un tema folk.
Luego hablaremos sobre los vínculos entre tu escritura y la música, pero primero quisiera preguntarte por la música que escuchas normalmente.
Me interesa la autenticidad de la música negra, el soul, el country… Músicos de orígenes sociales muy humildes, como Nina Simone, o que vivieron historias de abuso, como Billie Holliday. Todos ellos se caracterizan por su necesidad de expresión, centrados en la emoción, el sentimiento y, en ocasiones, la rabia. Ahí también sitúo, por ejemplo, a Woody Guthrie.
¿La literatura tiene parte de su raíz en la música?
Claro, no hay que olvidar que la literatura surge de la música, de la oralidad, el ritmo en los trabajos manuales, el recitado con música de juglares, etc.
Vamos, ahora sí, a tus libros, ¿cómo se relacionan tus novelas con la música?
En un sentido directo, de ninguna manera (ríe). En un sentido algo más abstracto podrían buscarse conexiones rítmicas e incluso conceptuales. Por ejemplo, yo tiendo a lo breve en la narrativa y no me veo escribiendo una novela larga y polifónica, de la misma manera que prefiero un tema pop breve a una sinfonía. Como tampoco me gusta la grandilocuencia, sino que prefiero la sencillez (que no la simpleza), es normal que entre una canción de The Zombies y una ópera de Wagner, elija lo primero.
Entonces, ¿el ADN de tu escritura es pop?
Se puede decir así. Lo pop como reivindicación de lo popular, que es mi concepción literaria.
¿Qué rasgos comunes a la música detectas en tu narrativa?
La brevedad, la falsa sencillez, el antiacademicismo, las repeticiones (¡estribillos y otros recursos rítmicos!), el tono directo, en ocasiones onírico e irracional, la ambigüedad y la existencia de diferentes capas de lectura.
¿Y qué influencia o ecos tiene la música con tu escritura?
Las influencias que otras manifestaciones artísticas tienen en lo que uno hace son muy difíciles de rastrear y casi nunca coinciden con lo que señala la crítica canónica. Es decir, se piensa que a los novelistas les influyen otros novelistas, a los poetas otros poetas, a los cineastas otros cineastas. Y yo creo que es una amalgama mucho más confusa y ecléctica, una digestión lenta de narraciones verbales y fílmicas, de representaciones artísticas, de sonidos… De todas estas influencias, probablemente las más complicadas de detectar sean las musicales. Todo esto, para justificar una respuesta muy sencilla: no tengo ni idea.
Tal vez porque esos ecos son como sedimentos que se quedan en el fondo. Por eso, casi nadie tiene ni idea de lo que absorbe de aquí y de allá, al menos de una manera consciente, pero las absorciones están y, quizá, la música es la primera expresión con la que una persona puede identificar de un modo más sencillo las emociones y los sentimientos, y, de hecho, en “Cara de pan” (Anagrama, 2018), El Viejo, uno de los dos protagonistas, escucha a Nina Simone, a la que acabas de citar, lo que te sirve para establecer conexiones entre el personaje y la cantante.
En mi caso, la influencia es más implícita, de espíritu. Nina Simone y El Viejo tienen mucho en común. La enfermedad mental y la exclusión social. Yo no quería inflar la novela de datos sobre Simone. El Viejo es un fan, no un erudito. No sabe inglés –por eso no traduce bien “blackbird”, por ejemplo–, interpreta la vida de su “ídola”, las letras de sus canciones, para que estas encajen con sus necesidades, confunde datos… Y, sin embargo, el lector sabe que su admiración es genuina.
Creo que “Cara de pan” es una andanada contra lo establecido, ¿estás de acuerdo?
A Nina hay que enmarcarla, sobre todo, en el ámbito de la canción protesta debido a su profundo anhelo de libertad: “I wish I knew how it would be to be free”.
¿Te suena raro que te diga que los personajes de tus novelas presentan rasgos que podrían emparentarse con algunos artistas?
De hecho, algunos músicos me parecen personajes que bien podría ver en mis novelas; perdedores de creatividad exquisita.
¿Un ejemplo?
Townes Van Zandt.
Si invertimos la pregunta de antes, ¿cómo puede influir la música popular en la literatura actual?
De una manera más explícita, inspirando personajes y argumentos, como sucede en “Yo fui Johnny Thunders” (2014), de Carlos Zanón, “Tierra de campos” (2017), de David Trueba, o el “Lejos de todo” (2017) de Rafa Cervera, donde aparecen Bowie e Iggy Pop; o, incluso, “Alta fidelidad” (1995), de Nick Horby. O bien de manera más implícita, lo que yo llamo partir de la misma concepción creativa. Hay muchos músicos que escriben, ¡por algo será! Y a Bob Dylan le dieron el Premio Nobel.
De hecho, las influencias son de ida y vuelta entre músicos y escritores, ¿no crees?
Por supuesto, también hay músicos que se inspiran en obras literarias: “A Rose For Emily”, de The Zombies, que comparte título con un cuento de Faulkner; “Sympathy For The Devil”, de los Rolling Stones, basada en “El maestro y Margarita” (1967), de Bulgákov; “All Along The Watchtower”, de Dylan, que hace referencia a “Frankenstein” (1817), de Mary Shelley; “Killing An Arab”, de The Cure, sobre “El extranjero” (1942) de Camus, “Lobo-hombre en París”, de La Unión, inspirada en “El lobo-hombre” (1970) de Boris Vian...
Por último, ¿qué canción pondrías a tus novelas?
Para “Un amor”, “My Funny Valentine” de Chet Baker. Para “Cara de pan”, cualquiera de Nina Simone. Para “Cicatriz”, las ”Gymnopédies” de Satie, que no es el tipo de música que prefiero pero que encaja bien con los personajes.
Para “Cuatro por cuatro”, “Into The Night”, de Julee Cruise, de la banda sonora de “Twin Peaks”. ∎