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Todos los singles previos a la edición del álbum –“Atopos”, “Ovule”, “Ancestress” y “Fossora”– indicaban que el maravilloso mundo de Björk volvía a estar en órbita positiva tras el doloroso exorcismo de “Vulnicura” (2015) –recuento de su traumática separación de Matthew Barney– y la burbuja vaporosa de flautas y pajaritos de “Utopia” (2017).
La Guðmundsdóttir de “Fossora” parecía enfocar su personalísimo telescopio hacia las raíces de la Tierra, inspirada por tres circunstancias que han abonado la composición del disco: la muerte de su madre –fallecida en 2018–, los meses de confinamiento y su prolongada estancia en Islandia, geografía natal en la que hacía años que no pasaba una temporada tan larga. Renacimiento, reafirmación y pertenencia flotan en las trece canciones del álbum, con una Björk imperial oficiando con su voz de demiurgo para invocar conexiones emocionales como remedio a los males de este mundo: “Hope is a muscle / That allows us to connect”, escuchamos en “Atopos”, el tema de apertura, mientras se despliegan los clarinetes del sexteto Murmuri y los indonesios Gabber Modus Operandi lanzan beats marciales en una batidora que tritura sutilmente partículas electroindustriales y nos conmina a dinamitar las cadenas que nos impiden vivir en plenitud: “Si no crecemos hacia fuera / hacia el amor / implosionaremos hacia dentro / hacia la destrucción / Nuestras diferencias son irrelevantes / Insistir en la justicia absoluta en todo momento / bloquea la conexión”.
“Ovule”, con El Guincho y Side Project en los créditos de producción, habla de la curación por medio del amor (“He colocado un huevo de cristal sobre nosotros / Lleva nuestros seres digitales abrazando y besándose”) y rememora la herida de su ruptura con Barney (“Me alejé / pero los divorcios mortales demolieron el ideal”) con los clarinetes trenzando círculos hasta que la voz se queda sola para rematar sobre “nuestros avatares amorosos en una cáscara”.
Los dos minutos del instrumental “Mycelia” –en referencia a los filamentos de los hongos– proponen una polifonía digital que explota en “Sorroful Soil”, una elegía previa a la muerte de su madre con el respaldo de las voces del coro Hamrahlíðarkórinn y versos que llevan el nudo a la garganta, “Lo hiciste bien, tú, hiciste lo mejor que pudiste / lo hiciste bien”, que contrastan con el otro instrumental del disco, un “Trölla-Gabba” apocalíptico con Gabber Modus Operandi disponiendo ráfagas de gabber protoindustrial.
La conmovedora “Ancestress”, con la colaboración de su hijo Sindri, es el homenaje póstumo a su madre y el tema más extenso de “Fossora”: cuerdas, (esporádicos) beats furiosos y frases entre lo descarnado (“Su piel palpitante se rebela / los médicos que ella despreciaba / le pusieron un marcapasos / su máquina respiró toda la noche / reveló su resistencia / y luego ya no lo hizo”) y lo tierno (“Cuando era una niña ella me cantaba / canciones de cuna con sinceridad / le agradezco su integridad”).
La colaboración con serpentwithfeet cristaliza en “Fungal City”, una especie de retazo de music hall que podría sonar en el bar de “La guerra de las galaxias” y que habla de “ciudades subterráneas de hongos” y de la invencible “capacidad para el amor”.
Rescatada de las sesiones de “Utopia”, “Allow” es una bacanal de flautas y cuenta con la colaboración de la vocalista noruega Emilie Nicolas en una oda a la naturaleza que enlaza con la delicadeza de “Freefall” y sus referencias –entre un opulento colchón de cuerdas y un espectacular tour de force vocal– a la fuerza (again) del amor: “Cada vez que nos besamos / compartimos canciones y películas”.
La titular “Fossora” se cimbrea entre los arabescos de los clarinetes y las erupciones de protogabber para recordarnos el imparable ciclo de la vida: “Durante millones de años / hemos explusado nuestras esporas / semillas y brotes / se disparan en la tierra”; y el cierre con “Her Mother’s House” –con su hija Ísadóra– es un canto a los lazos del amor maternofilial (“Cuando la casa de una madre / tiene una habitación para cada hijo / solo está describiendo / el interior de su corazón”) con cenefas de corno inglés y solemnidad catedralicia (y presten atención a la pronunciación de “room”: arte puro).
Exploradora de su propio planeta, excavadora de vetas preciosas que únicamente ella sabe detectar, Björk, una vez más, lo ha vuelto a hacer. Siempre lo hace. Y no busquen aquí caramelos tipo “Venus As A Boy”, “Human Behaviour”, “Army Of Me” o “Bacherolette”: hace años, muchos, que la de Reikiavik decidió adentrarse en otros senderos e ir construyendo un modelo para armar pop contemporáneo de la que ella es la única y poderosa dueña. ∎