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Álbum

Björk

VoltaOne Little Indian-Polydor-Universal, 2007

Rockdelux 252

(Junio 2007)

Confirmado: parece que a Björk ya no le interesa su papel de reina del pop de vanguardia, trono indiscutible donde se asentó en los noventa con caramelos golosos como “Debut” (93), “Post” (95) y “Homogenic” (97). “Vespertine” (2001), su ingreso en la primera década del siglo XXI, fue el carpetazo (no declarado) a los días felices de los oropeles de pop star “excéntrica” y asequible. Björk mira hacia otros horizontes, más áridos, menos amables, donde para obtener recompensas no basta con parpadear frente al videoclip de turno en el móvil o en la MTV. ¿Se equivoca? El tiempo lo dirá, pero lo cierto es que hoy no es de recibo pedirle a la artista un nuevo “Venus As A Boy”, otro “Human Behaviour”: sus intereses son más espinosos; sus inquietudes, cada vez más indescifrables. “Medúlla” (2004) no fue un capricho (nunca lo pensé; por debajo, o por encima, de la etiqueta de “álbum vocal”, ardía una lava que, con solo rascar un poco, quemaba y fascinaba) y las músicas para “Drawning Restraint 9” (2005), el proyecto multimedia de Matthew Barney, lograban (a ratos) levantar el vuelo por encima del soundtrack más o menos coyuntural.

Hoy, en 2007, la ex-Sugarcubes lo sigue poniendo difícil: si “Medúlla” fue un asunto eminentemente privado, “Volta” es un álbum social y viajero –grabado en Islandia, Estados Unidos, Jamaica, Inglaterra, Bélgica, Malí, Malta, Túnez y Canarias– que abraza a colaboradores de distintos puntos del planeta y que busca sus raíces más allá de limitadas fronteras geográficas. “I have lost my origin / and I don’t want to find it again”, escuchamos en “Wanderlust”. En “Innocence” se afirma que “la inocencia sigue aquí / pero en sitios distintos”. Y en “Hope” se dice: “La naturaleza no ha fijado límites a nuestras esperanzas”. Son, si se quiere, pequeñas migajas en el bosque björkiano para intentar entrar en las claves de un disco en formato panorámico en busca de una libertad artística sin ningún tipo de limitaciones. Björk ha confesado repetidamente que compone con el estómago, que sus canciones nacen de un proceso físico que la obliga a dar forma a ritmos y melodías.

Boutade o no, juega/trabaja en un rol de chamán contemporáneo que en “Volta” sirve de médium a canciones de inocencia y experiencia que intentan llegar al hueso de un trance primitivo y, a la vez, sofisticado, con el ritmo como respiración de una conciencia global. Teorías que están traducidas a la perfección en la apertura del álbum: “Earth Intruders” se abre paso con un implacable ritmo marcial –Chris Corsano en la batería– apoyado en una dinámica producción de Timbaland y con Konono No. 1 aportando las especias exóticas en un “vudú necesario” que parece hacer referencia al tsunami asiático. “Wanderlust” navega sobre un beat monstruoso de Mark Bell escoltado por una sección de viento islandesa en una oda al desarraigo positivo (“me siento en casa en cualquier lugar / lo desconocido me rodea”) que hay que apuntar en el listado de clásicos particulares de la artista. Todo lo contrario de “Dull Flame Of Desire”, dueto con Antony inspirado en la película “Stalker” (1979) de Andrei Tarkovski que parece una pieza para un musical de segunda (o tercera) categoría o para que suene en los créditos de “Gladiator 2”. Recordable solo por la breve cascada de ritmo final cortesía de Brian Chippendale (Lightning Bolt), enlace perfecto para el alien cromado de “Innocence”, Timbaland de nuevo a los controles, controlando.

A partir de aquí, “Volta” refuerza un juego de contrastes entre las canciones rítmicas y las introspectivas, entre buenos acordes y algunos desaciertos. “I See Who You Are” convoca de nuevo a Bell y Corsano, aunque es la pipa china de Min Xiao-Fen la que marca el tono de esta gota delicada con reminiscencias de “Drawning Restraint 9”. “Vertebrae By Vertebrae”, con vientos sampleados, podría ser la banda sonora de una película de terror arty, aunque su misterio se desvanece en la nada: falta una dirección clara que mantenga la atención, que hipnotice. En la misma línea de música clásica contemporánea está “Pneumonia”, con Nico Muhly dirigiendo un septeto de viento como único acompañamiento, aunque ahora sí cuaja una miniatura de delicadeza aérea, puente de cristal hacia “Hope” –con terroristas suicidas en el punto de mira–, tercera y última aportación de un Timbaland de pulso firme cuadrando el ritmo con la kora de Toumani Diabaté. Es otro de los puntos ganadores de un álbum que debería haber prescindido de “Declare Independence”, un panfleto (“declara la independencia / no dejes que los otros lo hagan por ti / acuña tu propia moneda / edita tus propios sellos / protege tu idioma / iza tu propia bandera”) chirriante de acid punk sintético que hace añorar la juventud de Alec Empire. Será, imagino, uno de los “grandes momentos” de sus próximos directos.

Clavicordio y Antony (ahora, sí, perfecto en su voz de “la conciencia” de la canción) echan el cerrojo en la nocturna “My Juvenile”, nuevos ecos de “Drawning Restraint 9” en una despedida de un disco agridulce y contradictorio. Se agradece la inquebrantable lealtad de Björk a sus necesidades e intuiciones, se echan en falta más momentos de esa magia irreemplazable que solo ella es capaz de proveer cuando el sortilegio halla el equilibrio justo. “Volta”: lo humano y lo divino de una sirena siempre más allá de lo previsible. ∎

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