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El quinto álbum de Elton John, publicado en mayo de 1972, fue el primero que se alzó con el número uno en las listas norteamericanas y el que le dio el definitivo empujón para convertirse en una estrella global. También, y lo más importante, es uno de los mejores (con permiso de “Madman Across The Water”, 1971) de la extensa discografía del pianista, cantante y compositor de Middlesex.
Grabado bajo la supervisión de Gus Dudgeon, su productor de cabecera hasta “Blue Moves” (1976), y registrado en el Valle del Oise, en las cercanías de París, en los estudios franceses del Château d’Hérouville (de ahí el título de “Honky Château”), es el disco que incluye dos de sus singles de oro: “Honky Cat” –gustoso cocido con la vista puesta en Dr. John y otros espíritus de Nueva Orleans– y “Rocket Man (I Think It’s Going To Be A Long, Long Time)” –balada perfecta con estribillos que todavía saben a gloria, a pesar del manoseo al que ha sido sometida a través de los años–. En el LP original abrían y cerraban la primera cara del vinilo.
El medio siglo de vida del disco lo vuelve a poner de actualidad con una reedición conmemorativa en doble LP y doble CD –con la misma remasterización de la recuperación de 2017– que, además de las diez canciones originales –entre las que se incluyen alhajas como “Mona Lisas And Mad Hatters”, “Susie (Dramas)” y “Hercules”–, añade nueve demos de las sesiones del Castillo –ojo al primer intento de “Slave”, con kilos de crudeza que desaparecieron en la toma final, y a la versión larga de “Honky Cat” finalizada con spoken words– y parte de un concierto celebrado en el Royal Festival Hall londinense el 5 de febrero 1972 donde ya se adelantaron ocho de los cortes del (entonces) inédito LP.
Cincuenta años atrás esta colección de canciones, que excavaban en la mitología de géneros norteamericanos y la recubrían en azúcar pop sin desvirtuar su origen, confirieron al tándem Elton John/Bernie Taupin (responsable de unas letras imaginativas, irónicas y poéticas sin caer en la cursilería) un estatus de estrellas populares y “serias” que hoy, cuando la celebridad se logra por medios digitales a la velocidad de luz y se desvanece (casi) con la misma rapidez, es difícil de imaginar: aquí hay artesanía sobre el pentagrama, arreglos en su punto justo de cocción y músicos virtuosos siempre al servicio de la canción (además de Davey Johnstone, Dee Murray, Ray Cooper y Nigel Olsson, se requirió el servicio de reputados session men franceses, entre ellos el violinista Jean-Luc Ponty).
Al año y pico del pelotazo de “Honky Château” llegaría –con el interludio de “Don’t Shoot Me I’m Only The Piano Player” (1973), el de “Crocodile Rock”– el ambicioso, descomunal, “Goodbye Yellow Brick Road” (1973), uno de los iconos de los años setenta, un doble álbum que sería difícil de entender sin la floreciente madurez de este trabajo, escalera hacia el cielo de un Reginald Kenneth Dwight (todavía en el armario, al menos públicamente) dispuesto a pilotar su encantador cohete de rock’n’roll hacia la eternidad. ∎