Era la intención de
Morente hacer un disco de flamenco puro y clásico, sin más viajes que los estrictamente necesarios al corazón del cante grande. Y como le viene sucediendo en estos últimos años, y en sus propias palabras,
“se le ha vuelto a ir la olla”. Entre ustedes y servidor, mucho mejor así: en
“Omega” (1997) los riesgos artísticos a los que se expuso el cantaor granadino eran de consideración –y también personales: dar la cara ante la comunidad flamenca con un disco entre jondo y noise exige valor, mucho valor–, y regresar a posiciones conservadoras desde entonces, por muy rasgada que uno temple la voz, podría verse como un paso en falso.
No es
“El pequeño reloj” un disco de rupturas, pero sí de hibridaciones, algunas chocantes pero felices como la que expone al techno en
“Reloj molesto” (últimos pelos como escarpias del disco, aun a pesar de Carlos Jean), y otras de un profundo humanismo como
“Alegato contra las armas”, entonada con aplomo al paso de las notas del primer movimiento de la sonata “Claro de luna” de Beethoven. Así que es en el tramo final del disco cuando Morente, como la colonia Brummel, se la juega –menos cuando acude a Cuba, terreno ya explorado en proyectos como
“Negra, si tú supieras” (1992) y “África-Cuba-Cai”–, pero habiendo apuntalado antes los cimientos con cante telúrico, respetuoso con los maestros, con los espíritus del flamenco eterno –
samples de la guitarra de Sabicas y la de Ramón Montoya, palos de experto como la caña, abundancia de alegrías y tientos, marginación del cante chico–, a los grandes poetas andaluces, a toda la humanidad. Porque en su subtexto político –pacifista, social, con canción final dedicada a Lula da Silva–, Morente le saca el brillo a un flamenco que teníamos algo ajado, dándole la grandiosa dimensión universal que se merece. ∎