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Reedición

Ilegales

126 canciones ilegalesPeermusic-Avispa, 2009

Rockdelux 282

(Marzo 2010)

Del punk, Jorge Martínez (voz y guitarra) se quedó con el desafío vital extremo y la acción directa. Sin participar del nihilismo, pocos artistas de la escena española de la época supieron fundir una mirada negra, negrísima, con un espíritu resolutivo. “Tiempos nuevos, tiempos salvajes / Toma un arma, eso te salvará”, cantaba el asturiano en la canción que abría su primer álbum, “Ilegales” (1982; 43º mejor disco español del siglo XX según el Rockdelux 223). Volumen incluido en la caja “126 canciones ilegales” (2009), que reúne los nueve discos largos de estudio publicados por Ilegales, ampliados con rarezas: 18 extras (de los que 13 son completamente inéditos). El pack incluye un libreto con las letras de las canciones y una biografía.

Aquel primer álbum, con portada firmada por Ouke Lele, es un excitante contenedor barato de rock urbano amoral con brotes de ska y fraseos encrespados. Tienden al himno de cuadrilla beoda, pero expresado con más tensión nerviosa que suciedad rockista, y lo compensan con unas ambientaciones turbias alimentadas por una guitarra after-punk con efectos envolventes. Caligrafía crispada, voz solista fea y consignas gamberras como “¡Heil Hitler!”, que pocas compañías grabarían en la actualidad. Ilegales eran aquí un trío con David Alonso (batería y voces) e Íñigo Ayestarán (bajo y voces), y la reedición rescata material de sus primeros sencillos. Con inesperados ramalazos punk editoriales: “Europa a muerto”, escrita así, sin hache, figura en la contraportada del digipack y en el índice.

Jorge Martínez, con Willy Vijande y David Alonso, “Agotados de esperar el fin”.
Jorge Martínez, con Willy Vijande y David Alonso, “Agotados de esperar el fin”.
Tras algunos cambios internos (se va Ayestarán, que fallecerá en 1986), el grupo explota su narrativa de la supervivencia en “Agotados de esperar el fin” (1984), y solo la autoproducción, con ese sonido de lata ochentero, desluce un conjunto de canciones vestidas para matar; material desesperado al que se suman otros clásicos como “Quiero ser millonario” y “Soy un macarra”. En “Todos están muertos” (1985), Ilegales, con Willy Vijande (bajo) como cómplice estable de Martínez, suenan más profesionales, aunque el balance creativo es irregular. El rock cafre mantiene el filo (“Ella saltó por la ventana”, “Eres una puta”), y llama la atención el romanticismo frío de “Enamorados de Varsovia”, muy de la época. Cuando ve la luz “Chicos pálidos para la máquina” (1988), el grupo ya es un quinteto con saxo, teclados y coristas de apoyo, y emprende un brusco giro ecléctico con inyecciones de swing y blues. El resultado es corpulento, aunque vuelven a despuntar piezas destempladas como “Ángel exterminador”.

Pero el grupo parece caminar hacia el extravío, impresión confirmada en “(A la luz o a la sombra) Todo está permitido” (1990), con su pretenciosa cara B. “Regreso al sexo químicamente puro” (1992) y el oscurantista “El corazón es un animal extraño” (1995) se alimentan, nuevamente, de patrones del blues y el soul en intentos fallidos de recuperar la tensión perdida, y un cierto retorno a los orígenes, deseado por los fans, se consuma en “El apóstol de la lujuria” (1998) gracias a manifiestos airados como “He regresado” y “¡Cuánta belleza!”. Preludio del último movimiento: la recuperación del formato de trío en “Si la muerte me mira de frente me pongo de lao” (2003), con el que Jorge Martínez vuelve a sonar peligroso a los 48. ∎

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