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Se cumplen casi treinta años de aquella temprana cima que fue “Hips And Makers” (1994), y el cariz acústico del decimosegundo álbum en solitario de Kristin Hersh aviva –involuntariamente o no: es inevitable– las comparaciones. Nada hay aquí de la electricidad en carne viva de “Possible Dust Clouds” (2018) ni de “Sun Racket” (2020), su último disco con Throwing Muses. Pero la calma tensa, el hipnotizante poderío y el conjuro circular de sus letanías se preservan. Con más claridad si cabe, ahora que de nuevo, como en aquel disco, son apenas una guitarra acústica, un chelo y un melotrón los únicos acompañantes de esa voz que, algo más rasgada, evoca prácticamente las mismas sensaciones desde hace más de tres décadas.
Complace subrayar de nuevo que la compositora norteamericana no necesita asirse a ningún vademécum particular: ella misma es su propio estilo. ¿Es esto folk? ¿Blues? ¿Rock crepuscular? Pues ni una cosa ni las otras. Apenas solo “Palmetto” remite a una plantilla que podríamos relacionar con el blues arcano. El cuajo de un artista con empaque se cifra muchas veces en lo mucho que llena con unos pocos elementos. Y la forma que tiene Hersh de rasgar su guitarra y disipar sus brumas internas es una textura en sí misma. El enigma de su críptica poética se resuelve casi siempre con cualidades pictóricas, con esa propiedad mántrica que no requiere estribillos ni percusiones porque va permeando en el oyente cual gota malaya, calando poco a poco.
En ese sentido, este “Clear Pond Road” convence. Cinemático, intuitivo, delicado y fiero a la vez, fija el actual estado de forma de una singularísima creadora, que siempre ha encontrado en el contraste de ideas contrapuestas (eléctrico/acústico, calma/ira, dulzura/fiereza, introversión/erupción) una forma propicia para ventilar su universo particular, marcado por aquel desorden bipolar que detalló en “Rat Girl” (2010; Alpha Decay, 2012), su notable libro autobiográfico. Sobresale aquí como eje central –no parece casual que sea la sexta, justo a mitad del disco– “St. Valentines Day Massacre”, la canción que más huele a clásico instantáneo: acrimoniosa memoria de un pasado que siempre vuelve, plasmada en tres minutos y medio de intenso poder evocador. Solo ella sabe en qué cajón guarda con recelo la llave de su fórmula. ∎