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El recuerdo de la inocencia adolescente de “Paraules d’amor”, de Joan Manuel Serrat; la soledad y el sentimiento de pérdida de “Me siento en la cama”, de Kiko Veneno; la asunción de la cercanía del final de una relación en “Qué nos va a pasar”, de La Buena Vida. Estas tres canciones clásicas de nuestra música popular se me vinieron recurrentemente a la cabeza al escuchar el nuevo álbum de Maria Rodés. Se podría afirmar, de hecho, que la temática de “Fuimos los dos” se articula sobre este triángulo de sensaciones.
La imagen de la artista, sola con su guitarra en una habitación vacía, es la predominante en el arte visual de este álbum, que responde a un género clásico intemporal (el disco de ruptura) y a otro reciente pero inevitable (el disco de pandemia). Ambas cosas confluyeron al mismo tiempo en la vida de la autora, quien reaccionó autoimponiéndose la norma de escribir una canción al día de la manera más espontánea posible. Se cansó pronto de eso, como bien le contó ella a Diego Rubio en su estupenda entrevista para esta misma publicación, pero dio pie a un tipo de álbum con el que podía ser muy fácil naufragar. ¿Qué decir sobre el amor y su final, a estas alturas, que no se haya dicho ya? ¿Y sobre la angustia del confinamiento? ¿Cómo hacerlo sin caer en la cursilería o en el cliché?
Afortunadamente, el talento y la inteligencia de Maria Rodés la llevan no solo a salir airosa de todo ello, sino a entregar un trabajo que engancha y emociona desde su aparente sencillez. Las canciones, que uno imagina naciendo en esa habitación de las fotos, fluyen sutiles y armónicas mientras la artista utiliza su desamparo de aquel momento para reflexionar y recordar sus vidas sentimentales pasadas. El ejercicio de autoexploración, que también podía caer fácilmente en la pornografía emocional o el exhibicionismo pomposo, es lúcido, elegante y evita los lugares comunes. La producción (a cargo de Joel Condal y de ella misma) y el acompañamiento instrumental de cada tema no se desvían nunca de lo esencial, con la sensación de que todo está justo en el lugar en el que debe estar.
Tras construir álbumes más o menos complejos asomándose al interior de su subconsciente –“Sueño triangular” (2012)–, mirando hacia el firmamento y su historia familiar –“Eclíptica” (2018)– o buscándose a sí misma en mitos ancestrales –“Lilith” (2020)–, Maria Rodés ha entregado ahora su trabajo aparentemente más personal e íntimo. Paradójicamente, es también aquel que posee mayor poder de conexión universal, pues es realmente fácil que cualquiera se pueda sentir identificado con muchas de las cosas que en él se cuentan. Puede, incluso, seducir sin ningún problema al público más generalista, aunque esa es ya otra historia. ∎